¿Por qué escribo? me pregunto muchas veces. Hoy he decidido contestarme a mí misma y lo hago en el blog porque así lo puedes leer tú y, quién sabe, igual te resulta interesante.
Estoy leyendo un libro bastante majo. Se llama El infinito en un junco y lo ha escrito Irene Vallejo. En un momento dado, la autora explica cómo parece ser que la actividad de escribir nuestros pensamientos, así como la de leer, permite que la gente supere grandes sufrimientos.
Hay estudios, cuenta Irene en su libro, que afirman que personas sin condiciones físicas especiales, incluso peores que las de otros, sobrevivieron en los campos de concentración nazis leyendo lo poquísimo que podían encontrar, y escribiendo con lo que podían y donde podían, que era bien poco. Pero se esforzaron porque así encontraban consuelo. Huyendo de esa realidad horrible.
Ante este dato, he vuelto a pensar en por qué escribo yo misma. Por qué, por qué.
¿Por qué escribo?
Siempre me digo que escribo porque así retengo mi memoria, no la pierdo. Es cierto que no escribo de cualquier cosa y que en los últimos años me he dedicado a relatar los viajes que hago. Y para esto no tengo mayor explicación que el hecho de que los viajes me dan más que otros aspectos de la vida, o me permiten vivir más intensamente. Gano en vida, en número de vidas. Y escribiendo sobre ello también, porque alargo el viaje mucho más.
Pero hay más detrás del por qué escribo.
Escribir me ayuda a ordenar mis pensamientos, vivencias, sentimientos. Me ayuda a bucear en mi mente y rescatar las ideas que pasan velozmente para hacer sitio a otras.
No me gusta no recordar el nombre de un sitio, una anécdota, o cómo fue pasar 7 días en el puro desierto del Sáhara. Seguramente digas: ¿cómo te vas a olvidar de una experiencia tan intensa como esa? Y mi respuesta es que sí, que al final te olvidas. Que unas experiencias se superponen a otras, que no hay tanta neurona para recordarlas en detalle, sumadas a los millones de momentos de tu vida. Igual que pasa con otras cosas, a veces demasiadas.
Publicando en este blog puedo volver a esas experiencias cuando quiero.
Sí, a veces me leo a mí misma ¿qué pasa? :)
El lado egoísta de escribir
También te digo que escribo para estar conmigo misma. Para hablarme y conocerme. Lo quiero transmitir a otros y por eso publico este blog, pero una cosa no quita a la otra.
Escribir es una actividad terapéutica. Creo que es como tener otra vida, una vida interior que se complementa y engrasa con la exterior. Ojo que acabo de soltar “tener vida interior”, jajajajajaja. Yo me incluyo entre los que se burlan de esas ideas sobre “vida interior” o “mundo interior” en según qué contextos, pero si me pongo un poco seria, pues sí, creo que cultivar la mente es bueno e importante.
En otras palabras, escribo porque así exteriorizo el diálogo que mantengo conmigo misma y no dejo que se pierda en las nebulosas de mi mente.
Esto no implica que vaya a ser mucho más sabia, ni que vaya a cometer menos errores. Pero sigamos hablando de escribir…
La pescadilla que se muerde la cola
Creo que hay otra razón de por qué escribo. Escribo porque he leído y leo mucho. Sin ánimo de darle a la tecla o empuñar el bolígrafo para convertirme en escritora, leer me impulsa a escribir mis propios textos. Y cuanto más lo hago, más quiero. Una cosa estimula a la otra y viceversa. Con todo el respeto a “los escritores de verdad”, eso siempre. Con toda mi admiración por los que escriben decenas de páginas contando una historia, verídica o de fantasía, hilando el relato de principio a fin. Me siento incapaz de ello y todo lo que alcanzo es a juntar unos párrafos en este medio.
Aprovecho para dar las GRACIAS a todos los buenos escritores y escritoras que nos proporcionan entretenimiento, análisis, lucidez y emociones con sus palabras. Un trabajo demasiado poco reconocido.
El caso es que esto es como una espiral infinita, o como la pescadilla que se muerde la cola. Lo de leer y escribir, digo.
Te voy a dar un dato muy concreto: hay épocas del año en que, no sé por qué, no me apetece tanto leer. Quizá los títulos que tengo entre manos no me emocionan mucho, quizá estoy demasiado estresada. O sencillamente estoy haciendo uno de esos viajes que emocionan tanto, que están tan llenos de estímulos, que no me apetece cruzar la puerta hacia el mundo encerrado en las letras. El caso es que cuando esto me sucede, casi al mismo compás dejo de escribir. A veces me obligo, pero en esas ocasiones me cuesta horrores.
El problema es que si llevo un tiempo, unas semanas sin escribir, como que me oxido. Volver a coger el ritmo, inspirarme y sobre todo alimentar las ganas, es algo a retomar cuando esto sucede, y muy malo si quieres mantener una regularidad en tus publicaciones.
Pero siempre llega el día en que todo cambia. Inexorablemente, porque la vida es así, cambiante, como nuestra forma de ver las cosas.
Vuelvo a leer en cada ratito libre que tengo, y en paralelo las palabras empiezan a brotar y fluir. A veces tan rápido que no alcanzo a apresarlas. Mientras cocino, mientras estoy leyendo, me vienen ideas para escribir. Y muchas de esas veces dejo lo que estoy haciendo y tomo notas en el móvil, en libretas, en lo que tengo a mano.
Escribir es tan divertido como leer
Hay muchos lectores impenitentes que no se animan a escribir. A mí me pasaba eso hace años. Una cosa es leer, y otra ponerte a escribir.
Si estás en ese punto, te digo: prueba. Prueba a escribir. Para ti, pero incluso ¿por qué no? para los demás. En tus redes sociales, abriendo un blog, presentándote a un concurso de relatos. Prueba a escribir. Al principio costará, después no tanto si descubres que te gusta.
Escribir es divertido porque te permite jugar con las palabras, descubrir la gramática, hablar a otras personas sin abrir la boca, sean reales o imaginarias. Es divertido porque te permite volver a tu yo del pasado, si escribes sobre tus experiencias. No te cuento si te pones a imaginar otras vidas.
Del por qué escribo al cómo escribo
Para redondear estas reflexiones, me gustaría decir algo del proceso de escritura. No voy a marcarme un método de escritura ni nada por el estilo. No sabría hacerlo y de hecho uno de mis pendientes es ir a algún taller de escritura periodística, o de escritura creativa. La falta de tiempo, como siempre, es el problema. Pero iba diciendo que…
Empecé escribiendo para acompañar la exhibición de mis fotos. Sí, así de claro. La gente de mi entorno me decía que eran muy chulas. No eran fotógrafos precisamente, que conste en acta, pero mis imágenes les emocionaban o generaban curiosidad, y eso a mí me importa. Cuando se las enseñaba, explicaba un poco el contexto, anécdotas, la intención, y resulta que lo que hacía era relatar mis viajes así, sin darme ni cuenta.
Hubo quien empezó a animarme con eso de ¿por qué no las publicas en internet y de paso cuentas lo que me cuentas a mi? ¡seguro que a mucha gente le interesa! Y empecé. Ya lo he contado otras veces en este blog y no me voy a repetir más. El caso es que empecé y enseguida le cogí el gustillo.
Lo que me resultaba más difícil en su día era encontrar una voz propia. Llegó a preocuparme esto, tampoco sabría decir muy bien por qué. Durante mucho tiempo, años, escribí convencida de que no la tenía, pero al mismo tiempo disfrutaba de escribir, así que tampoco es que me sintiera mal. Ahora que echo la vista atrás, y después de un proceso de revisión de mis textos que me ha llevado también mucho tiempo, me doy cuenta de que sí que tengo una voz propia. No sé cómo describirla, pero la tengo. Igual ése es el siguiente paso que tengo que dar: saber cómo describir mi voz.
Desde el principio me propuse escribir principalmente sobre las impresiones y emociones que me habían despertado un lugar o una experiencia viajando. Esto implica concentrarte en poner palabras a lo que no las tiene. En mirar por un agujerito a tu propio yo en aquél paisaje o situación. Podemos volver al verbo “recordar”, porque así es. Se trata de recordar todo eso y ponerlo en palabras, incluso si es para una guía práctica.
Con el tiempo he intentado ir más allá. Sigo escribiendo mis recuerdos, que pueden ser de la semana pasada o de hace un año, pero también trato de analizar las cosas, dar mi opinión, y aportar información actual e histórica del lugar. Siempre con la intención de compartir lo que he visto del mundo in situ, y no a través de una pantalla de televisión.
Escribir así implica una labor de documentación que muchas veces hago sobre la marcha y otras de manera más concienzuda, con antelación y alevosía.
Acudo a libros, a guías de viaje de papel y online, a la wikipedia, a artículos de prensa. Busco datos que me ayuden a comprender el lugar en el que estuve, y que puedan enriquecer mi análisis y relato.
He de confesar que un poco de reportera frustrada sí que tengo. De hecho hubo un tiempo en que quise ser periodista.
Una vez he escrito sobre lo que quería, con más menos información, pensamientos y recuerdos de por medio, dejo reposar el texto. Lo revisaré un par de días o una semana después, pero siempre varias veces. Trato de pulirlo, intento cuidar la gramática y también el estilo y reglas que rigen la lectura en pantalla.
En esas revisiones, sobre todo en las últimas, intento leer el texto desde fuera, saliendo del bosque de mis palabras. Confieso que hay textos que pueden llegar a soportar hasta 10 revisiones antes de ser publicados. Igual te echas las manos a la cabeza, sobre todo porque sigo cometiendo muchos errores, pero así es como lo hago.
Como he dicho antes, cuando las Musas me visitan intento no perder la oportunidad. Tomo notas en cuanto puedo, porque si espero a estar sentada delante del ordenador, la frase genial puede haberse ido a otra galaxia para no volver.
Y bueno, a partir de ahora cuando me pregunten por qué escribo y cómo escribo, acudiré a este post para ver si siguen siendo las mismas razones. Seguramente mi respuesta evolucione con el tiempo. Ya veremos.
Lo mire por donde lo mire, escribir me hace bien. Escribiendo me libero de las preocupaciones diarias, descanso y a la vez trabajo la mente, entreno pensamientos, sueño, vivo otra vida (la interior, sí), me divierto, disfruto :)
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