El sol sale de la misma manera en cualquier punto del planeta. Objetivamente, es así. En realidad no es el sol, sino que es el movimiento de la Tierra el que “facilita” esos momentos. Sin embargo, cada día es diferente. El reflejo de la luz y las condiciones atmosféricas son distintas. Si ha llovido, si es verano o invierno, si hay viento, polvo en suspensión, nubes, niebla. Todo hace que cada amanecer sea diferente e irrepetible. Incluso si estás en el mismo lugar. Hoy quiero recopilar aquí algunos amaneceres del mundo que espero recordar siempre, aunque quiero que vengan más. ¿Me acompañas? :)
¿Qué tienen los amaneceres que te dejan embelesada?
El día comienza con una variación de luz progresiva que en muchos casos aporta una sensación de calma, de paz. ¿No te ha pasado eso de que te molesta oír voces estridentes a tu alrededor en esos momentos? ¿que agradeces muchísimo estar en silencio ante un paisaje precioso?
Dar la bienvenida al día, concentrándote sólo en eso, debería ser un deber.
La paleta de colores se intensifica cuando la luz del sol incide de manera más horizontal sobre la tierra que pisas. El mundo se va desvelando en tonos azulados, rosas, malvas, hasta llegar a los naranjas y rojizos. Siempre desde la oscuridad.
Los colores y sonidos, primero muy tenues y después más vivos, ayudan a intensificar la primera sensación de frío que luego pasa a cierto confort, incluso en lugares helados, si hay sol.
A la hora de contemplar un amanecer, muchos se quedan sólo con el momento en que el sol asoma en el horizonte, pero en realidad lo mejor se desarrolla unos minutos antes, y unos minutos después. Hay que ser paciente.
Es cierto que algunos nublados pueden “matar” el momento esperado. Incluso un cielo que parece muy despejado, porque es muy plano, o porque hay nubes altas que casi no apreciamos pero ejercen de velo para la luz del sol. Cuando la bóveda celeste está blanquecina y no tiene relieves. Es cierto que hay días en que, al final, el amanecer “no es para tanto”, pero siempre merece la pena intentarlo porque son pocos. Incluso desde tu propia ventana, en tu ciudad, sin poder salir.
Vamos con esta selección de amaneceres del mundo que he tenido la suerte de vivir en mis viajes, y que siempre recordaré. No me cabe duda de que los escenarios eran magníficos y eso siempre ayuda, pero también ocurrió que en esos días la luz fue mucho más bonita que en otros.
Amaneceres del mundo que siempre recordaré
En algún lugar de Túnez
El primer amanecer del que tengo recuerdo y que quiero rememorar aquí no va acompañado de ninguna fotografía. Sólo tengo palabras para describirlo.
Yo tenía 8 años de edad y viajaba con mi familia por Túnez. Era el mes de julio, nos habíamos levantado muy temprano para seguir viaje, y mientras los adultos recogían las tiendas de campaña en algún lugar limítrofe con el desierto del Sahara, los niños seguíamos durmiendo en el coche.
Mis padres me despertaron para que viera el espectáculo de la gran bola roja saliendo por el horizonte, ampliada por el polvo en suspensión. Me enfadé un poco, creo recordar, pero insistieron y no tuve más remedio que hacerles caso. Cuando salí, me quedé clavada en el suelo. Nunca lo olvidaré.
Pamir de Kirguistán
Dormíamos en una casa local del pueblo de Sary Tash, junto a la cordillera del Pamir.
Me desperté de madrugada con unas ganas locas de ir al baño, para lo cual tenía que abrigarme muy bien y salir al exterior. Pereza infinita, pero tenía que hacerlo.
El baño, como todos los de aquéllos lares, consistía en una caseta con “agujero negro” que estaba situada a unos metros de la vivienda. Serían las cinco de la mañana, quizá un poco antes. Al salir me encontré con un paisaje que la noche anterior, a nuestra llegada, sólo pudimos adivinar porque ya estaba oscuro.
La luz del sol empezaba a iluminar la nieve de las cumbres próximas a los 7.000 metros de altura. La visión era imponente. Tanto, que después de «aliviarme» volví corriendo a por la cámara para inmortalizarlo. Hoy me alegro mucho de tener este testigo, y sigue siendo una de mis fotos favoritas.
Duna 45 en Namibia
Estamos en el desierto del Namib, bellísimo por sus dunas y lagos secos.
Uno de los imprescindibles de un viaje a Namibia es subir a la cima de la Duna 45 para ver el amanecer. Una duna más de este desierto, y sin embargo la elegida para el comienzo del día.
El ascenso por la arista no es fácil, a esas horas suele soplar viento y eso pone en peligro las cámaras y artefactos electrónicos. Además hace mucho frío si allí es invierno, la mejor época para visitarlo. Y al mismo tiempo, da igual.
Cualquier esfuerzo, sueño, incluso hambre, porque el desayuno se deja para más tarde, es compensado por la visión del amanecer con una vista de 360 grados de un paisaje desértico que, con suerte, puede estar salpicado de Órix.
Sugar Desert, Omán
Este fue un amanecer distinto a los que había visto antes, aunque fuera también en un paisaje desértico.
Una de las cosas que más me gustaron de Omán es que el desierto se encuentra con el mar. Es así en toda su costa, pero hay un lugar conocido como Sugar Desert.
Aquélla mañana las primeras luces iluminaban poco a poco el agua y el paisaje. La arena de la playa y las dunas fueron de color malva durante una media hora. Después, empezaron los colores cálidos.
Al principio parecía que iba a ser un amanecer fallido. Había una línea de nubes en el horizonte que iban a ocultar el sol, y además no eran nubes que fueran a aportar una mayor “calidad escénica”. Nos equivocamos. El sol superó el obstáculo y además de contemplar al astro rey ascender en su forma circular, este se reflejó en el agua como lo queríamos contemplar… y fotografiar.
Geyseres del Tatio, Chile
La verdad es que el viaje a Chile estuvo lleno de amaneceres y atardeceres sublimes. Como hay que elegir, porque esta es una selección de los amaneceres del mundo que siempre recordaré, me quedo con el probablemente más peculiar, y desde luego bellísimo.
A una altitud muy respetable se extiende uno de los campos de geyseres más importantes del mundo. Son los Geyseres del Tatio, que a la hora del amanecer lucen como nunca porque las columnas blancas de vapor y gases contrastan mejor con las sombras y los colores intensos de esas horas.
Te lo conté aquí con todo detalle, así que voy a respetar ése relato, pero no por ello quería dejar de incluirlo en esta lista.
Tongariki, Isla de Pascua, Chile
Si hace cinco o seis años me hubieran dicho que pasaría unos días en una isla tan remota como Rapa Nui, no me lo hubiera creído. Pero así fue, me lié la manta la cabeza y allí me planté.
Y uno de los mejores planes para hacer en Isla de Pascua es ir a ver el amanecer frente al ahu de Tongariki.
Llegarás siendo casi de noche, cuando las sombras se comienzan a levantar. Poco a poco adivinas los moais dispuestos en línea. Se alzan de espaldas al mar, como la gran mayoría de la isla. Dicen que así los espíritus guardaban a sus pueblos.
A la izquierda hay unos acantilados, y por allí sale el sol en el mes de agosto.
Ése día, sin embargo, el cielo estaba realmente encapotado. Temí que el amanecer no fuera a ser para tanto.
Coloqué el trípode y la cámara, también la cámara de acción para probar a hacer un timelapse de ésos de moda, y en unos minutos empezó la función. Por suerte me equivoqué. Tanto los inicios como el final fueron maravillosos porque las nubes se “enladrillaron” un poco, se colorearon de malvas y rojos, y el nuevo día llegó con el espectáculo de luz y color que todos los allí reunidos queríamos ver. Frente a esos moais que tanto impresionan.
Salar de Uyuni en Bolivia
Ay el salar de Uyuni. Desde que descubrí, allí mismo, que no podría hacer fotos nocturnas porque está prohibido circular por este desierto blanco hasta el amanecer, me sentí frustrada. Había imaginado una noche en vela fotografiando la Vía Láctea en medio de esa planicie inmensa que reflejaría la luz de las estrellas, en mi imaginación. No pudo ser.
Me quedaba el amanecer, menos mal. Fue increíble, como estar en otro planeta. Un planeta muy frío, pero tan maravilloso que no importó.
Puedes leer aquí la experiencia completa.
Parque Nacional del Serengueti, Tanzania
Nos levantamos muy temprano para tomar rumbo a Kenia, pero aún estábamos en el Parque Nacional del Serengueti, en Tanzania.
Somnolientos, circulamos por una pista cuando las luces empiezan a hacer su aparición. Me hubiera gustado tanto parar. Este es un problema común cuando estás de viaje. Muchas veces madrugas para trasladarte a otro sitio y así aprovechar las horas de luz al máximo, pero te toca vivir este momento único a través de la ventanilla del vehículo que sea.
Aquél día las nubes se iban yendo tras haber dejado una buena cantidad de chaparrones durante la noche. Probé a hacer fotos en marcha, subiendo la ISO y la velocidad de obturación todo lo posible. Alguna cosa salió, como esta que te muestro:
De repente sí, nos paramos. La sabana se está desperezando. Empezamos a distinguir algún antílope, aves, y… una familia de leones a nuestros pies. Por eso habíamos parado.
Hay una leona con tres cachorros maravillosos. Nos enamoramos de ellos. Al otro lado de la pista descubrimos que hay un par de machos, cada uno a cierta distancia del otro, medio tumbados. Seguro que todos están descansando de la noche de caza y comida.
He de confesar que tengo menos amaneceres que atardeceres en mi memoria (y la de la cámara), pero esa ya es otra historia :) ¡Espero que los hayas disfrutado!
P.D. Si te preguntas por qué no incluyo amaneceres de España, te diré que es porque aquí me suelen pillar yendo a trabajar o durmiendo. Y cuando me voy por ahí de escapada, de alguna forma son más «vacaciones» que cuando viajo a otros países pero… ¡prometo arreglarlo en cuanto pueda!
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