Actualizado el 29 mayo, 2019
Uno de los momentos más esperados de mi viaje a Chile y una esquinita de Bolivia era este. La esquinita de Bolivia. El Salar de Uyuni. Algo con lo que llevaba soñando desde hace mucho tiempo, por el simple hecho de que siempre me fascinaron las fotografías que veía en diversos medios. Me imaginaba respirándolo, contemplándolo, recorriéndolo y por supuesto haciendo mis propias fotos. Por eso decidí ir aprovechando mi paso por Atacama, ya que está al lado, y aun sabiendo que es más caro que si lo visitas desde Bolivia. ¿Repetiré, entonces, en el Salar de Uyuni? Probablemente sí :)
Llegamos a las inmediaciones del Salar de Uyuni para dormir
Una fantasía que yo tenía en la cabeza, desde mi ignorancia, es que se puede dormir en el Salar. O bien en algún lugar tan cercano que puedes contemplarlo a la luz de las estrellas o de la luna. Había fantaseado, de hecho, con hacer fotos nocturnas en ese paisaje de película. Pero no, resulta que esto no estaba en el programa. Es más, Adolfo (nuestro chófer) me contó la siguiente historia:
Hace años abrieron un hotel dentro del salar y tuvo éxito. Incluso el rally París-Dakar hizo de este su cuartel general en alguna de las ediciones en que pasó por allí.
El caso es que empezaron a proliferar los proyectos para abrir más hoteles dentro del Salar de Uyuni. Afortunadamente el gobierno boliviano quería optar al título de Patrimonio de la Humanidad y esto es incompatible, así que decidió que no quería ese modelo de negocio turístico en el Salar de Uyuni. Cerraron el dichoso hotel, se cancelaron el resto de proyectos, y así ha seguido hasta ahora. ¡Bravo!
A mi vuelta, he visto que sí es posible realizar un tour nocturno en el Salar de Uyuni, con ida y vuelta desde las ciudades de Uyuni o Colchani. No parece que sea barato, pero teniendo en cuenta el privilegio que es una experiencia así, me lo pensaré seriamente para cuando vuelva. Aquí puedes ver la oferta de esta y otras opciones. Si reservas a través de este link, por cierto, ganaré una pequeña comisión que servirá para mantener este blog.
Hoy en día los tours te llevan a dormir la noche anterior a alguno de los pueblos de las cercanías. Entendiendo por “cercanías” unas cuantas decenas de kilómetros.
Ni rastro de la gran planicie blanca, pues.
Algunos de estos hoteles, no sabría decir si son la mayoría, se anuncian como “hoteles de sal” y forman parte de uno de los atractivos de la visita. Por esto también me imaginaba que eso del hotel de sal tenía que ser dentro del salar, je, je, je. ¡¡Qué ilusa!!
¿Cómo es un hotel de sal?
No te imagines una especie de iglú blanco ni nada por el estilo. Al menos en el que nosotros pasamos la noche era, a simple vista, una casa más.
Las paredes están hechas con bloques de sal, que por cierto recogen y guardan muy bien el calor, por lo que esta noche es más calentita que la de la Laguna Colorada. También el mobiliario es de sal. Las mesas, sillas y plataformas para las camas. Además el suelo es de arena mezclada con sal en todas las habitaciones. Parece un chiringuito de playa de esos fashion que hay en otros sitios.
Aquí tenemos opción de ducha, pagando 5 bolivianos por persona para el agua caliente. Una gozada después de un par de días de marcha continua.
Estamos a las afueras del pueblo de San Juan, a un par de kilómetros. El paisaje no es gran cosa pero aprovecho para salir a hacer, una noche más, fotos de estrellas… y la luna en su salida por el horizonte, enorme.
Me hubiera gustado dar una pequeña vuelta por el pueblo, pero estaba molida y tenía que descansar. Eso sin saber que el día siguiente serían unas 14 ó 15 horas de camino y emociones.
A pesar de los nervios, dormimos algo mejor. Todo contribuye a que así sea: estamos a menor altura, a unos 3.650 metros. El calorcito, la ducha, el cansancio y un vaso de vino en la cena aunque no sea muy aconsejable para evitar el mal de altura.
Y por fin, el amanecer en el Salar de Uyuni
Nos levantamos a las 4.30 de la mañana y salimos a las cinco. Por delante tenemos casi 60 kilómetros.
Lo pasé un poco mal, te cuento:
La luz del sol iba clareando el cielo segundo a segundo. Yo veía cómo las luces iban cambiando, revelando un paisaje precioso, pero nosotros seguíamos rodando kilómetros y kilómetros sin ver ni rastro del salar con el que tanto había soñado. 60 kilómetros no es una distancia pequeña, menos para ir por una pista sin asfaltar. Imagínate si además estás impaciente. Pensé que llegaríamos con el sol alto, perdiéndonos lo mejor del amanecer. Me iba poniendo más nerviosa e incluso me enfadé.
Para los chóferes de los tour llegar a ver el amanecer es hacerlo media hora o un cuarto de hora antes del momento de la salida del sol.
Si quieres hacer fotos, y con trípode, esto no es lo ideal precisamente. En ese caso lo mejor es intentar parlamentar con ellos sobre este punto la noche anterior, y con tus compañeros de viaje.
Yo no lo sabía. No pregunté a qué distancia estábamos, ni a qué hora llegaríamos. Sufrí más de lo que se merece un momento así. Me decía a mí misma “un poco de humildad, ni que fueras de la National Geographic…», pero la frustración no desaparecía.
Entramos en la superficie blanca del salar
El coche rueda sin ninguna pista reconocible como guía. A nuestro paso levantamos polvo de sal. Tenía ganas de gritar a Adolfo que parase de una vez! Por fin lo hizo (sin mis gritos, lo que habría sido un episodio bastante vergonzoso por mi parte). Nos bajamos con las cámaras, como poseídos.
El mundo se presentaba de colores azules y malvas. Intensos y a la vez suaves, delicados. Un lugar extraño este. Parece un paisaje congelado, lleno de nieve, pero no lo es. La cordillera volcánica ocupa una buena parte del horizonte. Otra cosa que no me esperaba, que no sabía. Unas cuantas nubes, preciosas, dan profundidad al paisaje.
Hace mucho frío y las manos casi se me congelan manejando la cámara y el teléfono móvil, pero no hace viento. Sinceramente, tengo que esforzarme en recordar esto del frío. Sólo me vienen a la mente la visión de ese escenario que realmente parece de otro planeta.
Mis compañeros vienen y van, nos cruzamos, nos sonreímos, y cada uno está un poco solo con sus pensamientos. Borrachos de las luces oníricas en las que estamos inmersos.
Nos quedamos cerca del coche, quizá porque no sabemos hacia dónde andar. El escenario es el mismo lo mires por donde lo mires. Sólo cambia el horizonte, que parece muy lejano.
Siento que puedo ver a muchos kilómetros a la redonda. No hay obstáculos.
Otros coches pasan de largo, a unos centenares de metros de nosotros. Parece que flotan en la línea del horizonte.
Estoy nerviosa, aunque menos que en el coche. Tengo poco tiempo y quiero vivirlo tanto como fotografiarlo o filmarlo. Todo a la vez. Siendo consciente de que es una oportunidad fugaz en la vida.
Cuando el sol se eleva en el horizonte
Aparecen por fin los primeros rayos. Iluminan las nubes, que de pronto se vuelven más naranjas y rojas.
Las montañas se desvelan del todo y el suelo va tornando al blanco de la sal. Tiene formas geométricas de cristalización muy curiosas. Parecen revestidas de plumón, rodeadas de perfectos poliedros.
Se aprecia la curvatura de la Tierra. Solo en sitios así, como en el mar, puedes verla.
Pasado un buen rato, no sé decir cuánto, Adolfo nos invita a subir al coche para seguir camino por el salar. Es hora de desayunar y de descubrir algunos de sus rincones. Pero eso te lo cuento otro día, porque no quiero robar protagonismo a este fantástico amanecer.
¿Entiendes por qué quiero volver?
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Hola Alicia, me sentí tan identificado con tu relato, sin embargo he visto fotos de personas dentro del salar con agua al amanecer y eso ando buscando, dormi en el mismo sitio que tu ahi en san juan, en fin, hasta me pelie con el chofer pues nada de eso estaba en el programa, muy triste.
Iniciaste desde Atacama? o desde Uyuni? en que mes viajaste?
Hola, yo estuve a finales de agosto y que no haya agua es normal, eso sólo ocurre en época de lluvias. Creo que ahora o el mes pasado se podía ver así.
Fui y volví desde Atacama, mi viaje se centraba en Chile pero tenía muchas ganas de conocer el Salar 🙂