
Actualizado el 7 abril, 2022
Llegamos a uno de esos grandes lugares que has oído mil veces. De esos que has soñado otras tantas. La visita al Parque Nacional Serengueti entra en tu calendario de viaje con una oleada de mariposas en el estómago, y no es para menos 🤗
El viaje al Serengueti, viniendo de Ngorongoro, es una transición de tierras llenas de polvo, masais y acacias secas en el mes de Agosto
No voy a mentir si digo que este fue uno de los tramos más alucinantes del viaje. Por inesperado, porque me recuerda a los paisajes de la franja del Sahel, por su minimalismo, por lo salvaje que es.
Ya sabes que me siento muy atraída por los terrenos inhóspitos. Que ahí me siento viva. Cuando el agua y cualquier otro artículo es un bien preciado hasta en su ínfima expresión. Cuando el polvo se adueña de todo, empezando por tu piel y tu pelo revuelto.
Lugares que dan pavor sólo de pensar en quedarte ahí tirado. Donde el ser humano sobrevive a duras penas. Y que te recuerdan lo esencial de la vida. Lugares donde sientes que tu mente se libera. Quizá por eso están llenos de poesía.
¡Perdón por ponerme tan intensa!

Y en esas nos encontramos de camino a la puerta (los parques nacionales de esta parte de África tienen puerta, sí) para iniciar nuestra visita al Parque Nacional Serengueti.
Veníamos del alucinante cráter de Ngorongoro. Un lugar montañoso y muy verde, aunque no sea lo usual en el mes de Agosto. Y de repente llegamos a una pista que nos habían contado que estaba en obras. Al llegar nos encontramos con que habían avanzado y la pista estaba «en buen estado».
El suelo se vuelve plano y empieza a salpicarse de acacias de pinchos, árbol conocido como «espina silbante».

Poco a poco el terreno se cubre de un espeso bosque de estas acacias que resisten bien al fuego y son frecuentadas por jirafas y otros grandes herbívoros. Hemos pasado del Área de Conservación del Ngorongoro, al Área de Conservación del Serengueti en un visto y no visto.
Precisamente las vemos. A ellas, las jirafas, casi perfectamente camufladas en ese bosque espinoso. Primero las diviso recortadas en la cima de una colina redondeada. No me da tiempo a hacerles una foto.
Después logramos distinguirlas entre los árboles, perfectamente camufladas. Sus cabezas suelen llegar a la altura de las copas. Hablamos de hasta seis metros de altura. Tan elegantes, tan bonitas, nos miran no sin curiosidad y siguen su camino. Nosotros igual.

La línea del horizonte se curva recordando que la tierra es redonda
Nubes amenazadoras aportan perspectiva y te desafían a la hora de hacer fotos. Por ahí, en medio de esta desolación, los masais vienen y van con sus rebaños y sus propias nubes de polvo. Envueltos en sus mantas rojas y azules.
Algunos son niños adolescentes que están en pleno ritual de paso a la edad adulta. Van vestidos de negro y llevan la cara pintada de blanco con dibujos. Tienen que pasar un tiempo, no recuerdo si eran tres meses, solos en la sabana. No admiten que les fotografíes porque parte de sus ingresos vienen de ello, y no podemos parar para una sesión de fotos aunque sea de pago, algo que por otra parte no me planteo. No sé si eso contribuye a su economía o a corromper la relación entre foráneos y locales. Nunca lo sabes.
Al final me atrevo a hacer un «robado» a unos masai y su rebaño (no a los chicos) aprovechando que están muy lejos. Casi no se les distingue, pero a mí me recordará los detalles de esa travesía dentro de unos años.
De repente un fuerte ruido en la parte baja del camión nos alarma. Algo se había caído. La puerta de uno de los habitáculos de nuestra casa rodante. En unos minutos estábamos de nuevo en marcha, con el vehículo algo maltrecho, eso sí.

Poco a poco comenzamos a divisar fauna. Lejos, siempre lejos. De momento.
Hasta que llegamos a la entrada del Parque. En realidad, una «pre entrada» que pasamos como una exhalación. No sé ni cómo me dio tiempo a disparar la cámara… ahí estuve rápida ;)
Algunos kilómetros después sí, toca parar y pasar el proceso de pago y registro de la entrada. Una gestión de media hora aproximadamente.
✍ Como en el Ngorongoro, la estancia en el Parque Nacional Serengueti se paga por 24 horas a contar desde que cruzas el umbral y hasta que sales.
✍ Si has contratado un safari la entrada estará incluida. Aquí puedes ver unas cuantas ofertas.

La visita al Parque Nacional Serengueti es como un sueño que te gustaría repetir
Este es el Parque Nacional más antiguo y famoso de Tanzania, declarado como tal en 1951. Su nombre significa «llanura sin fin» o «planicie sin fin».
No hay mejor apelativo para este paisaje que te obliga a recorrer grandes distancias. En inglés (¿o afrikaner?) se escribe Serengeti, así que así lo verás allí y en cualquier publicación anglosajona.

Las medidas del Parque Nacional Serengueti son impresionantes: más de 14.000 kilómetros cuadrados de terreno, que se continúa con el Masai Mara en tierras kenianas.
También se conoce como el parque de los felinos porque tiene una población de leones estimada en 3.000 individuos. Sólo leones. Hay que sumar los guepardos, leopardos, y servales.
Hasta que fue declarado Parque, los masai vivían allí. Eran sus tierras. Cuando se decidió que había que conservar la poca fauna que los blancos habían dejado viva, se llegó a un acuerdo para que se trasladaran a las tierras altas del Ngorongoro. Eso dicen los historiadores. Los masai dicen que no fue un acuerdo limpio, que les coaccionaron.

En este parque, igual que en el de Ngorongoro, se respetan mucho las normas. Es decir, los vehículos no se salen de las pistas. Al menos la gran mayoría. Puede que este sea uno de los numerosos puntos en los que Tanzania se distingue de Kenia. En cuanto a la visita del parque, esto implica que estás más limitado a la hora de poder contemplar la fauna de cerca, porque si los animales están lejos del camino no te puedes acercar más.
Buenos augurios
Nuestros primeros pasos vienen cargados de buenos augurios para la visita al Parque Nacional Serengueti. Enseguida empezaron a aparecer las preciosas gacelas, las hienas, y… un leopardo!!
Aunque sea de lejos, es todo un privilegio ver uno de estos gatitos solitarios. Suelen pasar el día dormitando en lo alto de las ramas, resguardándose así de posibles ataques de leones, más fuertes y quizá más listos que ellos aunque sólo sea porque trabajan en equipo (y el leopardo no), y porque son su competencia directa.

Los leopardos bajan al atardecer para cazar. En realidad la mayor parte de la actividad cazadora de los felinos, en general, se sucede por la noche.
La sabana está mucho más viva de noche. La de dramas que se sucederán en la oscuridad…
Es curioso, pero somos así. Debería darnos lástima contemplar a un animal en peligro de extinción, y en cambio nos maravilla y de alguna forma te invade una sensación de logro personal. Ya ves tú.
A esta altura del parque el paisaje es peculiar también por la presencia de los koppis, palabro de origen alemán (este sí es afrikaner) que significa «pequeñas cabezas». Son nada más y nada menos que las rocas volcánicas más antiguas de la Tierra. Aparecen diseminadas aquí y allá y dicen que son las atalayas preferidas por los felinos. Allí se suben para otear el horizonte buscando presas. No tuvimos la gran suerte de ver a ninguno por allí.

Hay más paisajes o micropaisajes dentro de la gran llanura: los pequeños oasis con sus palmeras allí donde hay agua, las praderas de hierba alta que sorprenden por su color rosado.

Nos centramos en Seronera, una de las mejores zonas de safari del Serengueti
Acampamos dentro del parque, casi sorteando a las hienas que rondan las tiendas. Hay mucha gente y poca agua en las duchas (fría), pero sabemos que al día siguiente nos espera un día completo recorriendo las enormes distancias del Serengueti, así que no hay dolor ni pena alguna.

La mañana empieza muy bien. Hienas, cebras, impalas, tres leones jóvenes semiocultos en la hierba, topis -antílopes con cuernos en forma de corazón-, una familia de elefantes…
Allí no vas haciendo recuento. Solamente avistando, parando, fotografiando y queriendo ver más. Al final del día sí, haces ese recuento. Te sorprendes a ti misma haciendo un listado en tu diario de viaje, si eres de las que escriben al final del día.
¿Será nuestro afán de coleccionismo, o solamente una forma de pensar en qué has visto y tratar de asimilarlo?









Hasta que nos encontramos con las que probablemente sean las Makoma Gypsis, una manada de leonas que tiene su propio nombre, plácidamente situadas a la sombra de un árbol.



Estar tan cerca de ellas es toda una experiencia. Observar sus heridas entre el pelaje y cruzar fugazmente la mirada. Ver cómo cierran los ojos cuando el viento les da en la cara. ¿Les gustará o no les gustará el viento?
De nuevo vemos un leopardo encaramado a un árbol, un poco más allá de las leonas.

Más adelante una leona acapara toda la atención de más de una veintena de coches ¡La que se monta! Todos quieren (queremos) fotografiarla. Y ella, impertérrita, sigue ahí plantada sobre un hormiguero. Supongo que buscando comida. No sé si maldecirá a los bultos (coches) que le quitan parte de la visión, pero no lo parece.


A la hora de comer, hipopótamos al sol
Nos vamos a comer a un lugar acondicionado para ello, dentro del parque, aunque sin vallas ni protección alguna. Estamos en la Retima Hipopool. Anótalo si piensas ir a este parque.
Un río casi seco en la época seca acoge a decenas de hipopótamos de todos los tamaños. Parecen croquetas de cemento al sol 😂 Una visión que parece de otro mundo.


Los hipopótamos, que tan bonachones nos parecen, es una de las especies más temidas por su fiereza y agresividad. Su cruz es la de carecer de una hormona que les permita eliminar la grasa de sus cuerpos, y por tanto las calorías que esta aporta. De ahí que estén tan gordos. Y que necesiten estar en remojo durante la mayor parte del día, saliendo a tierra unas horas sólo por la noche, cuando baja la temperatura, para comer.
Son herbívoros pero eso no les impide atacar y matar si se sienten amenazados. Es decir, actúan en defensa propia y no por hambre.

Los enormes animales, de gran tonelaje, se retuercen de vez en cuando. A veces sale una cabecita mucho más pequeña, una cría. Otras veces solamente resoplan con fuerza y no se mueven. Hipnotizan.
Mientras comemos, unos macacos nos rondan. Tienen los testículos de color azul intenso y unos dientes que mejor no probarlos. Los estorninos metálicos también andan atentos. Ambos esperan para atrapar algo que echarse a la boca. Aunque sea mínimo, el impacto del hombre es evidente.

La sensación de haber visto poco
No voy a negar que aunque recopilando vimos mucha fauna, la sensación general que tenía es que no había visto «tanto bicho» como esperaba. O como deseaba.
Claro está que no nos encontramos con ninguno de los 30 rinocerontes negros que quedan. Sólo 30. Se dice pronto. Tampoco avistamos guepardos, ni grandes rebaños de ñus, cebras, o grandes manadas de elefantes. Y ni una sola «escena de acción»: carnívoros cazando o alimentándose de lo recién cazado.
Sin embargo, vimos de todo mientras navegábamos por esa planicie sin fin, y los momentos juntos a las leonas y los hipopótamos no los cambiaría por nada… bueno, casi nada, je, je.

Como dato que contradice esa sensación de «haber visto poco», contarte que me resulta muy difícil elegir fotos para este post, y el resultado es que tienes un montón más de lo habitual.
La mejor despedida posible del Serengueti
La noche la pasamos en el Ikoma Tended Camp junto a la salida del Parque, en el Área de Conservación. La primera cama después de tres días. Y la primera ducha.

Las comodidades duraron poco porque madrugamos mucho. Había que cruzar la frontera con Kenia, en dirección al Lago Victoria, y además de hacer unos cientos de kilómetros, no sabíamos cuánto tiempo nos llevaría dicho cruce.
Hubiera madrugado tanto todos o casi todos los días sabiendo que así puedes asegurarte ver los increíbles amaneceres que se dan aquí, pero no dependía sólo de mi. Este fue, de hecho, el primero que pudimos disfrutar sin obstáculos ni distracciones.
Y fue un amanecer épico. Las nubes tiñéndose de violetas, naranjas y rojos. Un manto de nubes cambiante que creaba imágenes imborrables. Según la dirección en la que miraras, la luz y el color eran absolutamente distintos. Para muestra, estas tres fotos del mismo amanecer.



En medio del espectáculo que nos brindaba la naturaleza vemos asomar una cabeza de guepardo entre la hierba. Íbamos rápido y no paramos, pero unos metros más adelante nos encontramos con una leona y sus crías junto a la pista. Cuatro preciosas criaturas jugueteando a su alrededor.
Paramos durante un buen rato junto a ellos. Mientras nos enamoramos de esas caritas, divisamos al otro lado de la pista a nada menos que dos señores machos que están sentados un poco más allá, y después a otra leona con más cachorros. Increíble, maravilloso.


Esta fue la mejor despedida del Parque Nacional Serengueti, haciendo honor al sobrenombre de «el parque de los felinos». Una reconciliación perfecta con esa tonta sensación de no haber visto lo suficiente.
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