Actualizado el 23 abril, 2023
Dicen los entendidos en playas que las de Zanzíbar no son las mejores. Que, de hecho, te pueden defraudar. En las playas de Zanzíbar las mareas bajas son tremendas, hay muchas algas y un piso de coral que agrede a tus pies. Pero te diré que aunque eso es cierto, también hay estrellas de mar y la gama de azules es tal que no te la puedes creer. Yo no entiendo mucho de playear, pero sé reconocer un Paraíso.
Qué hacer un par de días en las playas de Zanzíbar
En primer lugar te diré que en Zanzíbar hay playas y playas. En segundo lugar, te diré que como es uno de los grandes destinos turísticos, la isla tanzana cuenta ya con una costa más popular y llena de resorts de todo tipo y condición. Están en la costa noreste. Probablemente sean las mejores playas, pero tampoco sabría afirmarlo porque no la he conocido en persona.
Si no te mola ese plan, que sepas que hay otras playas que mantienen el ambiente local, con pocos artificios turísticos y mucha tranquilidad. A continuación mi sugerencia y lo que puedes hacer en una estancia de un día y medio con dos noches en las playas de Zanzíbar.
Kizimbazi, un lugar aún poco explotado del litoral de Zanzíbar
¿Y qué hacer allí?
Para empezar, disfrutar de ese mar de colores increíbles haciendo alguna actividad. Suena a contradicción con lo que te he dicho antes, pero a veces la diferencia es cuestión de matices.
Aunque sean pocos, hay resorts luchando por abrirse paso. Y en su afán por que la gente no se aburra, y por ganar el máximo dinero posible, suelen ofrecerte todo tipo de actividades. Desde nadar con delfines hasta visitar lugares del interior de la isla. Así que por un lado te venden el relax y por otro actividades que no te dejan parar.
El turismo no es masivo en Zanzíbar y la competencia por las mismas cabezas de visitantes es cada día mayor.
Yo elegí una actividad y dejé el resto del tiempo para descansar -ya que estaba-, escribiendo y paseando. Además no quería irme de allí sin dar una vuelta por el pueblo cercano, ni sin tiempo para fotografiar lo que veía como yo quería.
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Pero sí quería vivir una experiencia soñada…
Montar en dhow para ir a hacer snorkel y comer en un banco de arena
Si no me lo hubieran ofrecido hubiera preguntado cómo hacerlo. Este era un sueño que no llegué a cumplir en Omán, y que quería conseguir hacerlo en Zanzíbar. ¿Sabes que esta isla formó parte del sultanato hasta el siglo XIX?
Montar en un dhow, esos barcos con los que los árabes cruzaban el Océano Índico hasta la India, es curioso. Nos subimos y buscamos sitio entre los aparejos y el gran mástil que soporta la única vela.
El dhow es como una especie de pequeño barco pirata clásico, de los que has leído y visto en pelis. No de los lujosos, pero con pinta de pirata.
La travesía hasta el lugar donde haríamos snorkel fue perfecta. El sol y el cielo azul, limpio, nos contaban que ese era un buen día. Lo malo es que no hacía viento y por tanto la vela con la que yo había soñado estaba arriada. Todo cambió por la tarde. Cuando desplegaron la vela mi estómago se agitó como si tuviera mariposas. Más tarde lo bonito dio paso al drama porque empezó a soplar un fuerte viento y la vela se estaba descosiendo por algunos de sus múltiples remiendos. Tendríamos que ayudar a replegarla. Será una actividad para turistas, pero el dhow era de lo más auténtico.
Haciendo snórkel en Zanzíbar
No adelantemos acontecimientos. Como decía antes, por la mañana hacía buen tiempo y fuimos a un lugar a hacer snorkel. Una vez fondeado, nos tiramos al mar con nuestras gafas y aletas…
Sin ser tan espectaculares como los fondos marinos de Galápagos, donde yo había estado unos meses atrás, la verdad es que el fondo marino de Zanzíbar es muy bonito.
Hay muchos corales distintos, pececillos de colores, estrellas de mar enormes, erizos de mar gigantes. Un verdadero placer volver a estar a solas con tu respiración en el agua, y esta vez con cámara subacuática.
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Y comiendo en un banco de arena espectacular
Tras hora y media en el agua, nos llaman para subir al dhow de nuevo y poner rumbo a un banco de arena. Uno de los lugares más espectaculares en los que he estado nunca.
Ya ves tú. Una lengua de arena blanca en medio del mar, que en cuanto sube la marea desaparece. Un trozo de playa inacabado. Unas decenas de metros al sol. Pues sí, dicho así, ya ves tú, pero…
Será la imaginería de «paraíso» que nos han metido en la cabeza desde que éramos pequeños. O será que me va el minimalismo.
El caso es que estar allí me pareció increíble, realmente increíble. Y aunque hubiera otros barcos con sus grupitos de turistas y su propio tenderete junto al que preparaban una mariscada a base de langosta, calamar y atún, no me importaba. Es como si el lugar fuese mágico. Nadie molestaba a nadie, ni se tropezaba con nadie. Si querías estar solo, lo conseguías en un minuto andando hacia un lado u otro, dándote un baño.
Cuando la marea empieza a comerse el islote de náufrago sin palmera, es hora de partir. El pequeño paraíso morirá, y reaparecerá en la siguiente marea baja. Un poco más allá, o más acá. Nadie lo sabe. Los bancos de arena son lo que son, realidades efímeras.
La larga vuelta a Zanzíbar
Entonces empezamos la larga vuelta a la isla principal, a Zanzíbar. No sabíamos que íbamos a tardar tanto hasta un buen rato después de partir, pero es que el tiempo cambió en poco más de media hora.
Nubes de tormenta, olas que superaban la barandilla del dhow y nos empapaban de arriba a abajo. Frío. Tres horas larguísimas siendo zarandeados, a veces violentamente. Manteniendo el tipo y tratando de salvar la cámara del agua (conseguido a medias). Ayudando a arriar la vela. Llegamos muy cansados.
Pensé en los antiguos marinos árabes que cruzaban el océano hace siglos. Esto no sería nada para ellos, ya que la tormenta no llegó a estallar. También pensé en los pescadores humildes que siguen viviendo y utilizando estos barcos para llevar a casa algo que comer cada día.
Una vida dura la del marinero, y más con pocos recursos, sin ropa técnica y ninguna de estas modernidades que nosotros ya hemos normalizado.
Toca seguir disfrutando de ese mar de vibrantes colores a tu aire
Cumplido el sueño del dhow, el snorkel y el islote increíble (un 3×2 en toda regla), aún tuve tiempo de disfrutar de la puesta de sol desde lo alto de las rocas volcánicas que jalonan todo el litoral.
Esas nubes que nos habían hecho sufrir y pasar frío cuando navegábamos, ahora engrandecían una puesta de sol hasta niveles muy top, como se dice ahora.
Y un buen rato después la luna iluminaba la extensión de suelo de coral que el mar saca a la luz cuando baja la marea. Ahora que lo pienso, quizá la luna llena tenía que ver con esa marea baja tan profunda. Al menos cien metros de costa quedan a la intemperie durante la noche.
Una mañana que empieza con esos mismos colores. Día tras día.
Las mujeres caminando entre los charcos buscando peces. Y los niños igual, o jugando a ratos en el agua, a ratos en la arena. Pescadores llevando y trayendo sus aparejos, muy similares a los que he visto en, una vez más, Omán.
Desde lo alto de las rocas, o a nivel de playa, el paisaje hipnotiza. Cuesta que te concentres en la lectura o escritura si te sientas frente a él. Y dan ganas de conservarlo de alguna manera. Las fotos es una fórmula, la mente otra. Las palabras suelen quedarse pobres. Sólo los más virtuosos lograrán describirlo bien. Yo lo intento, pero no creo conseguirlo. Espero que me perdones.
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El otro lado del Paraíso: vida local en Kizimkazi Dimbani
Haciendo un esfuerzo casi supremo por quitar la mirada del panorama que te muestro en las fotos de arriba, me fui a dar una vuelta en solitario por el pueblo de Kizimkazi Dimbani.
Era media mañana y el sol caía a plomo. El frescor de la costa se pierde en cuanto te alejas diez metros de la playa.
Antes de salir me vestí de manera recatada, pues allí son musulmanes y ellas van muy tapadas. Llevaba pantalón largo y camisa de manga larga, aunque de algodón. Dios, qué calor!
Al principio todo parecía vacío, pero según me iba aproximando a un cruce de caminos que forma como una plaza, empecé a ver gente.
A mi izquierda, bajo la sombra de un gran árbol, un grupo de hombres se afanaban en torno a unas grandes ollas. Parecía que estaban preparando una fiesta. Al día siguiente me enteré de que había una boda.
Pasé junto a ellos desde el otro lado del camino, mirando furtivamente. Un hombre se dirigió a mí con el ceño fruncido. Me preguntó en inglés de dónde venía y qué hacía. Le dije que sólo quería pasear, que venía del resort que hay junto a la playa. Asintió con la cabeza y con una expresión más relajada me dio la bienvenida. Le sonreí y di las gracias en árabe, shukran, lo que, al menos eso quise creer, le relajó más. Continué andando con calma y con la cámara mirando al suelo para evitar más suspicacias.
La gente del pueblo se mostraba extrañada de verme sola andando por allí.
No fue esta la primera vez que me preguntaron. Los que chapurreaban algo de inglés y alguno que no, se acercaron a preguntarme quién era y qué hacía allí. Eran hombres en su mayoría y se acercaban con el ceño fruncido. Cuando les decía que simplemente estaba dando un paseo, me daban la bienvenida. Incluso sonreían, o sencillamente asentían y seguían su camino.
En ese momento no me acordé de que en África, cuando uno llega a un pueblo o comunidad, debe buscar a alguna autoridad y pedir permiso para estar allí.
Yo les saludaba en cuanto veía que centraban su atención en mí, adelantándome a su pregunta. Siempre. Con una sonrisa. Mejor intentar expresar que tus propósitos son buenos. Mejor tranquilizar antes de nada. El salvoconducto «vengo del resort de la playa» también funcionaba. Teniendo en cuenta la existencia de un par de resorts tan cerca del pueblo, aún me resulta curioso que no se hayan desprendido del recelo ante el extranjero. Supongo que ellos entienden que los turistas vienen a quedarse tumbados en la hamaca, a «consumir» actividades y servicios que prestan ellos o sus paisanos, y ya está.
Observé más que disparé fotos, aunque lo intenté. Siempre cuando no había gente alrededor o de lejos. Pedí permisos. Algunos me lo negaron y otros me autorizaron.
Las mujeres eran más tímidas. Me miraban de reojo sin dejar de charlar a la sombra, porque a esas horas del día poco más se puede hacer. Sólo una loca blanca se pone a pasear por el placer de hacerlo. Como los guiris a las tres de la tarde en pleno verano, en nuestro país.
Dos de ellas, sentadas a la puerta de su casa en una calle lateral, me llamaron. Yo iba por la calle principal así que me desvié y fui a saludarlas. Me invitaron a sentarme. No sabían inglés, ni yo swuahili. Una de ellas tendría más de 70 años, quizá 80. Me enseñaron cómo tejen la fibra de coco. Con ella hacen cuerdas que sirven para la pesca y los aparejos de los dhows además de otras cosas.
Un par de críos daban vueltas a mi alrededor. Ellas me pidieron que les diera el pañuelo con el que cubría mis hombros. Después mis pantalones. Les dije que no ¿Cómo me iba a ir de allí desnuda? Todo esto por señas. Al final querían que les diera una propina, una pipi, y les dije que no, con sonrisas pero firme. Me despedí lo más amablemente que pude y me fui.
Esto de la pipi no me gustó. Me temo que el turismo, aunque sea más escaso que en otras zonas de la isla, ha generado ya un impacto en estas gentes.
¿Cuántas veces hará falta decir que no tiene sentido que viajes con chucherías o seas de bolsillo flojo para sentirte mejor, ganarte una foto o una sonrisa? No vas a arreglar el mundo con eso, y sí lo vas a empobrecer. No vas a contribuir a que nos comuniquemos con ellos de otra forma que no sea la mercantil.
Si quieres ayudar, infórmate antes de qué proyectos solidarios hay en marcha y dónde. Si quieres ayudar, entérate de qué se necesita de verdad. Pero, por favor, no enseñes a los que tienen menos que tú que cualquier turista va a darles una propina a cambio de una foto, una sonrisa, o lo que sea.
En esa primera plaza me encontré con un grupo de chavales que venían corriendo por mi derecha. Unos cuantos llevaban machetes y empezaron a bromear a mi alrededor. Por unos segundos, no más, temí que la broma se saliera de madre. Al fin y al cabo un machete es un machete. Aun así me pidieron que les hiciera una foto y la hice, se la enseñé, y todos tan amigos.
Me siguieron un rato por un camino sombreado que llevaba a las afueras del pueblo. Por allí venía un nutrido grupo de chicas con el uniforme escolar. Debían de haber terminado las clases del día. Todas con su hiyab en la cabeza. Algunas ya sentadas en la linde del camino absortas en sus móviles. Me enseñaron los vídeos de youtube que estaban viendo.
Al volver, vi a un grupo de cinco o seis adolescentes jugando a la pelota en una calle lateral. Paré a mirarlas a distancia y me llamaron. Intentamos comunicarnos, casi no sabían hablar inglés.
Nos preguntamos los nombres. Los suyos eran árabes: Aisha, Fátima…
Al final me pidieron que les hiciera unas fotos y posaron como sólo las adolescentes de cualquier punto del planeta saben hacer. Se rieron mucho viéndose en la pantalla de la cámara.
Decidí marcharme y entonces me pidieron que les diera algo, una pipi. Otra vez ¡qué fastidio! Les dije que no, sonriente pero que no, y me fui. Esa tarde andaban por la playa y me llamaban por mi nombre. Querían saber si les podía dar un pintalabios o cualquier chuchería. No me doblegué.
A pesar de todo, recuerdo este paseo con cariño y recomiendo, si vas, que no dejes de intentar conocer la vida local de la isla, aunque signifique renunciar un rato a la visión onírica de las playas de Zanzíbar 😉
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Felicidades por tu blog. Nos ha gustado mucho. Es muy original.
Un saludo de todo el equipo de: http://www.viajeselarcadenoe.es/