Les reconocerás por sus mantas a cuadros, de tonos rojos o azulados. También por sus pulseras, collares y demás abalorios hechos a base de cuentas de colores. La tribu Masai es, o fue durante mucho tiempo, un icono de la Antropología, del continente africano. De los documentales de la National Geographic. Su arreglo personal y sus bailes ancestrales despertaban todo tipo de sueños románticos hacia un mundo exótico, tribal, no exento de elegancia.
La tribu Masai y los sueños de infancia
Cuando mis padres volvieron de su viaje a Kenia, en mi adolescencia, yo estaba ávida por saber cómo eran los Masai. La tribu de mis sueños, uno de los justificantes para estudiar Antropología cuando llegara a la Universidad.
Para mi mente de entonces, sólo ellos justificaban un viaje a Kenia (entonces no sabía que también vivían en Tanzania). Igual que sólo los Tuareg, la otra tribu con la que soñaba, justificaba (y justifica) por sí sola un viaje al desierto del Sáhara argelino, libio o maliense.

Sin embargo, el mito de la tribu Masai se me cayó
Mis padres me contaron que sí, que un día fueron a visitar un poblado Masai, pero que la situación fue bastante «comercial». Que se notaba que estaban vestidos para la ocasión, que bailaron y que les vendieron las pulseras que nos traían de regalo. Mis padres no me lo contaban con desdén, ni mucho menos, pero yo acogí así esa descripción de la realidad. Con desencanto. Tan lejos del mito que me había fabricado en la cabeza.
Así que durante muchos años descarté un viaje por sus tierras. De alguna manera, resentida. El sueño de conocer a la tribu Masai se había venido abajo.

Afortunadamente el tiempo lo cura todo. Poco a poco volví a interesarme por esa región del mundo, por ese rincón de mi querida África. Y hoy puedo decir que por fin vi, hablé e interactué con los Masai.
Los Masai son esa tribu que sigue amando a sus vacas mientras coquetea con el siglo XXI
Pocas tribus viven ajenas al mundo que les rodea, eso está claro. Otra cosa distinta es cuánto y de qué manera mantienen sus costumbres, cultura, e identidad ancestrales. En el caso de la tribu Masai, la verdad es que a pesar de todas las críticas que se les pueda hacer, siguen manteniendo en buena parte su modo de vida.

Digo lo de las críticas porque probablemente fue una de las primeras «tribus primitivas» en comercializarse ante el turismo. Los antropólogos protestaron o se apenaron. Los turistas también.
Pobres Masai. Pasaron de ser los abanderados de las tribus africanas más auténticas y «vistosas», a ser los abanderados de la pérdida de autenticidad tribal.
¿Y por qué los Masai no iban a entender que había una demanda?
¿Por qué no iban a decidir cómo responderla? Cuando los visitantes eran ya una ola que llegaba, sacaba su montón de fotos y se iba, levantando polvo en sus 4×4… ¿Por qué no iban a decidir cómo y cuándo se les puede fotografiar? ¿cómo y cuándo puedes ir a curiosear en sus casas?
¿Acaso no estaban siendo abocados a la pobreza (siguen) y a una vida sedentaria que no entendían? ¿No es esta una forma de control de esa especie de zoo humano que el turismo busca? Un control propio…
Se vieron obligados a dejar su vida nómada y cazadora. Se vieron obligados a dejar sus tierras en favor de la conservación de la fauna. Esa fauna que los blancos se había encargado de cazar a manos llenas, y que por tanto estaba y está en peligro de extinción.
Es cierto que tras muchas peleas lograron que parte de los beneficios del turismo reviertan en sus comunidades, y que reciban algunas subvenciones que les resarzan de la pérdida de sus tierras. Pero a la vista está que no es suficiente.
¿Y encima hay que criticarles por dejar de ser «auténticos»? ¿Qué es la autenticidad?

Las críticas no sólo vienen de su forma de gestionar el turismo
Creo que no estoy muy equivocada si además afirmo que esta fue una tribu guerrera. De las que no se dejan domar así como así.
Los nómadas siempre han sido independientes, y lo han defendido frente a los que no lo son. Llamémosles inconformistas, rebeldes. Se salen de la norma cuando el mundo ya se ha configurado para el sedentarismo. Y eso siempre ha sido penalizado por los otros, especialmente por los que quieren sus riquezas: la tierra y lo que contiene. Y por los que quieren ejercer el poder.
El caso es que la tribu Masai ahí está. Tratando de sobrevivir donde les dejan.
Cerca pero no dentro de «los parques». Trabajando con los turistas, conduciendo los 4×4 en busca de la fauna salvaje o vendiendo artesanía como las viudas masai que se apostan en las puertas de Masai Mara.
Mostrando su vida y costumbres en «aldeas culturales», lugares donde a cambio de un pago puedes pasar un rato con ellos y fotografiarles. Una historia que suena de otros países, de otros pueblos.
Y mientras vienen y van en el siglo XXI con estas actividades, siguen conduciendo sus rebaños en busca de agua y pastos. Los rebaños que son su riqueza, prosperidad, ahorros. Su idea de futuro. Su identidad.

La tribu Masai vive en el siglo XXI como puede y cree…
En cualquier viaje por Tanzania y Kenia, les verás.
Yo creía que sólo les vería en esa visita pactada a alguno de sus poblados. Pero no.
Durante todo el viaje alrededor de los grandes parques nacionales de estos países verás los poblados de la tribu Masai. Los grupos de varias casas o bomas, dispuestas en círculo, donde viven. Y verás los cercados para el ganado, hechos a base de ramas de acacia con pinchos muy afilados, que les protegen de las visitas nocturnas de los depredadores.

Verás esos corrales a lo lejos o junto a la carretera, con alguna pincelada roja por aquí o por allí. Esas pinceladas son ellos y ellas. El color es el de sus mantas rojas, las shukas, el «envoltorio del cuerpo».
Destacan en las llanuras infinitas de la sabana. Como si fuera un cuadro. No se puede entender ese paisaje sin ellos. Y esa visión te acompañará toda la vida.


Hablarás con ellos mientras conducen el 4×4, llevándote de safari
Conducen y hablan por su móvil para enterarse de si algún colega ha visto un leopardo o un rinoceronte por allí. Paran cuando se cruzan con otro y charlan brevemente. Siempre son hombres, claro.

Los Masai son amables, simpáticos y suelen sonreír. A mi así me lo parecieron. Les encantan las bromas, y los jóvenes, jóvenes son. Quiero decir que tienen gestos y ademanes similares a cualquier otro joven de otras partes del mundo. Pero con otras ideas que andan a caballo entre este siglo y su tradición.
Muchas cosas nos separan, pero también nos acercan muchas otras.

El choque cultural está servido
Por ejemplo, os cuento una conversación que mantuvo Carlos, uno de mis compañeros de viaje, con un chófer masai.
El joven masai le cuenta que tiene 50 vacas, y lo dice como que «no son muchas», pero que su intención es tener más.
Le pregunta a Carlos si él tiene vacas en Barcelona. Carlos le dice que no, que sólo tiene dos perros. El Masai da un respingo y repite «¿dos perros?!», y le mira como si estuviera loco, o fuera tonto. Carlos le dice que en Barcelona no hay vacas, ni casi animales. Al menos no como lo entienden en Kenia. El chico masai lo flipa. En Nairobi sí hay vacas, las de los rebaños de los Masai que siguen cruzando sus tierras ocupadas por la ciudad. Así que ¿por qué en Barcelona no? ¿En Barcelona, donde hay un equipo de fútbol que aquí todos admiran, no hay vacas?! Vivir para creer.

También hablarás con ellos en los campamentos
Cuando cae la noche cualquier hiena, chacal, león o búfalo puede acercarse a husmear. Te puede pillar moviéndote por el campamento hacia tu tienda o los baños. Pocos trayectos más se deben hacer durante la noche. Este no es un campo para salir a pasear bajo las estrellas.
Pues ahí están los Masai, con su arco, flechas y su linterna. Son los guardianes de la noche africana en estas latitudes.
Siempre que sales de la tienda en plena noche, tienes que llamarles, haciendo señales con la linterna, y esperar a que acudan. Entonces te acompañan a donde quieres ir, no importa que esté a 10 metros de distancia.
En esos paseíllos les preguntas si el arco y las flechas son suficientes. Te dicen que sí, que si viene un león, con enchufarle la linterna y tirarle una piedra suele ser suficiente para espantarle. Ajá.

Recuerdo que en el campamento de Masai Mara salí de mi tienda para ir hacia la tienda-comedor con un Masai a mi vera. Yo iba a paso rápido, una manía que tengo.
El Masai me dijo varias veces, con su precario inglés, que yo llevaba buen paso, que andaba bien. Sonreía y parecía que le sorprendía. Supongo que era una especie de cumplido. Y también supongo que tienen la idea -seguramente fundada- de que los turistas somos gente torpe, más en la oscuridad. Además yo llevaba la linterna apagada porque había luna llena y prefiero acostumbrar la vista a la semioscuridad. En realidad yo no lo estaba haciendo bien porque en la sabana la luz es necesaria para apartar a los potenciales bichos del camino. Pero yo iba con un Masai ;)
Cómo es la visita a un poblado Masai

Visitar uno de esos «pueblos culturales» de la tribu Masai es más impactante de lo que esperas. Y casi un paso obligado en un viaje a Tanzania o Kenia. En mi caso fue en Tanzania, muy cerca de la localidad de Mto Wa Mbu, a unos kilómetros del cráter de Ngorongoro, Tanzania.

La visita, a cambio de un pago fijado de antemano, consiste en entrar a una de sus chozas hechas con adobe mezclado con bosta de vacas que impermeabiliza las paredes. Casas que suelen levantar las mujeres que vivirán allí, con ayuda de las otras mujeres.

Puede ser que dentro te cuenten que son polígamos y que cada mujer tiene su habitáculo. Es como una cavidad con el espacio justo para dormir. El hombre las visita a cada una con más o menos equidad, al menos en teoría. También te cuentan que son famosos por su virilidad. Dicen que el hombre masai tiene doble pene (una metáfora que alude al tamaño). Ahí lo dejo.
En esa visita también podrás contemplar cómo bailan, aunque sea un ratito. Y asistir a una demostración de cómo hacen fuego con dos palitos, conseguido en un par de minutos. Por último, puedes relacionarte un poquito con ellas mientras regateas por una pulsera, si quieres.




Todo eso es lo que se hace en estas circunstancias. Y qué queréis que os diga, pero me gustó mucho más de lo esperado.
De alguna manera, cotillear un poquito en cómo sigue viviendo esta gente me gustó. Mirarles de cerca, hacer algunas fotos, escuchar su idioma a mi alrededor, intercambiar sonrisas, me gustó. Sería mejor otro tipo de relación, pero es lo que hay.

Dicen que la visita de rigor a uno de estos poblados es mucho más comercial en Kenia, y por tanto menos «satisfactoria» para el turista o viajero, pero no puedo comparar.
La actualidad de los Masai
No soy una estudiosa de esta tribu, ni he tenido relación o conversación suficiente con alguno de ellos como para que pienses que «sé muy bien de lo que hablo». Solamente he leído algunas cosas, tanto en prensa como en libros o revistas especializadas.

Aparte de lo que reúno en los siguientes párrafos, os remito al blog de Udare, una agencia española especializada en safaris que además escribe sobre la realidad de estos países. Y al blog África no es un país del diario El País, donde publican entradas interesantes sobre la actualidad de los Masai (y de muchos otros pueblos y lugares de África).
La relación de la tribu Masai con la tecnología
Hace poco leí sobre un estudio reciente que ha analizado cómo la vida de la tribu Masai se ha visto influenciada por las nuevas tecnologías.
El teléfono móvil está ya muy introducido en sus vidas. Cierto es. A la vista está que la mayoría de hombres llevan móvil y lo utilizan. Suele ser uno de esos de teclas. Sólo una minoría tiene smartphone.
Y resulta que, según ese estudio, la minoría con smartphone se está constituyendo en una nueva especie de clase o rango dentro de la tribu. Los demás acuden a ellos para pedirles que consulten cosas en Internet para ellos. Tienen esa ventaja, ese poder.

Fundamentalmente, les interesa el pronóstico del tiempo, importante en una vida rural. También buscan saber dónde están los mejores pastos.
Aun así toda esa información la acogen con cierta desconfianza, porque puede ser que el vecino les diga que en tal sitio hay buenos pastos y en realidad no sea así. Recordemos que que de vez en cuando hay conflictos entre grupos o clanes. Como en todo lugar donde la supervivencia es la prioridad.
También les gustan las redes sociales como Facebook y los servicios de mensajería como WhatsApp. Añado que las aplicaciones de contactos hacen, por lo visto, bastante furor en Kenia y Tanzania, pero no sé si eso incluye a los Masai.
Los Masai dicen que el teléfono móvil es el mejor invento del mundo moderno que han conocido
Como los móviles necesitan de más tecnología para cargar las baterías, se están imponiendo las placas solares domésticas. De paso, se extiende el uso de pequeñas lámparas solares para vigilar a los rebaños o los lodges de turistas en la oscura noche. Las energías renovables además de limpias, son más accesibles. Será que por eso no dejan que triunfen aquí.
La migración a la ciudad
Sin embargo, igual que otras etnias, como los himba de Namibia, muchos jóvenes emigran a la ciudad. Buscan nuevas experiencias, un futuro mejor, disfrutar de la modernidad.
Se dejan seducir por la falsa abundancia que proyecta la imagen de la ciudad.
No se quieren conformar con cuidar a las vacas, con seguir ese destino ya escrito para ellos, ni con algunas de las duras tradiciones.
O no tienen vacas, ni consiguen trabajo con los turistas.

El caso es que salen de su medio sin recursos para moverse en el otro, el urbano.
Y una vez allí ¿cómo solucionar los problemas? ¿cómo saber que no se aprovechan de ellos? Como dice Luis Pancorbo en su libro Al sur del Mar Rojo, en la tribu todo está bastante claro. En la ciudad, no. En la urbe son «paletos» que no saben hacer la O con un canuto. Sólo saben de vacas y poco más. Las habilidades del campo no sirven para las calles de asfalto, llenas de normas que no conocen ni entienden. Las tradiciones ancestrales tampoco. No saben quién es digno de respeto y de escucha, y quién no.
Algunos consiguen sacar la cabeza en medio de esa locura. Es decir, logran estudiar y/o dedicarse a una profesión «normal» en el mundo moderno. Pero muchos caen en una vida miserable y desprovistos de su identidad. Puede que el orgullo les impida volver, o caen en las drogas, el alcohol y la prostitución. Suena tremendista pero pasa.

El hecho de que sus padres no confíen mucho en las escuelas no les ayuda. Me contaron que en Kenia está cambiando esta actitud. Por un lado se han construido más escuelas y más cerca de donde viven. Por otro lado, los mayores ven que es positivo que aprendan inglés para trabajar con los turistas. Puede que esta sea la clave para evitar que se larguen a la ciudad dejando atrás a los ancianos.
En cambio en Tanzania me aseguraron, al menos en la zona de Ngorongoro, que la mayoría de los Masai siguen sin enviar a los niños a la escuela. Está demasiado lejos, puede pasarles algo en el camino. No ven su utilidad. Las escuelas abren oportunidades para vivir en el siglo XXI, pero les alejan de su mundo. Puede que ese «paso por detrás» de Tanzania tenga que ver con que es un país más pobre.
La mujer masai
Como en tantas y tantas sociedades, la mujer masai no lo tiene fácil. Nada fácil.

A pesar de que en estos países la ablación está prohibida legalmente, se sigue practicando. Las niñas Masai tienen que pasar por el emuatare, como lo llaman ellos, a la edad aproximada de los 8 o 10 años. Después son dadas en matrimonio, antes de los 15 años, a algún «anciano». Es decir, un masai de 30 años que por supuesto no eligen.
En la cultura Masai, las generaciones se miden por tramos de 15 años. En cada uno de esos tramos (es decir, con 15 años, con 30 años, con 45 años si llegan…), el individuo cambia de estatus y suele tener que enfrentarse a un rito de paso que así lo autoriza.
Ellos también tienen que enfrentarse a la circuncisión. Pasan un mes fuera de la comunidad, sacándose solos las castañas del fuego en mitad de la sabana, como los hamer de Etiopía… pero las consecuencias son distintas.
Lucha de valientes: mujeres que empiezan a cambiar las cosas
Volvamos a ellas. Algunas deciden escapar. Lo que no tengo claro es cómo deciden escapar siendo aún unas niñas. He leído que algunas tienen, simplemente, miedo a no ser capaces de mantenerse en silencio durante la intervención. La tradición les impide gritar o llorar aunque les duela. Es algo que avergonzará a toda su familia.

Y por eso o porque cobran conciencia, o porque alguien les cuenta que mejor se van (quizá mafiosos), deciden escaparse, siendo tan jóvenes.
Lo malo es que se van solas a las grandes ciudades. El riesgo de acabar en la prostitución es muy alto. La novela La hora del dios rojo de Richard Crompton, lo cuenta muy bien.
Hay algún caso, como el de Nice Nailantei, joven masai que dijo «no» y pidió a su abuelo que le dejara terminar los estudios. El buen hombre accedió, y después de licenciarse en enfermería se ha dedicado a hablar y convencer a los ancianos masai de que es mucho peor enfrentarse a las infecciones, hemorragias y complicaciones en los partos. Es decir, las consecuencias son peores que erradicar esta costumbre.
Y poco a poco lo está consiguiendo.
Su lema es «una chica instruida aportará más vacas».
Y es que dicen que los hombres masai valoran mucho más a sus vacas que a sus mujeres e hijos.

No es la única. Otras ONG y mujeres masai libran la misma lucha. Por ejemplo proponen a los ancianos cambiar este rito de paso de la infancia a la edad adulta por otros menos dañinos, como cortarles el pelo.

Historias que me recuerdan la de la asociación de mujeres de Gaoua, en Burkina Faso. Ya en el año 2008 luchaban allí contra la práctica de la ablación, yendo a dar charlas educativas a las aldeas. Espero que hayan progresado en su lucha de valientes, y que siga ocurriendo lo mismo en Kenia y Tanzania.
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¡Qué bonito homenaje a este pueblo Alicia! Me ha encantado
Para mi también era un sueño conocer a los masai, y me ha encantado poder hablar con ellos de forma tan cercana, tenerlos tan cerca durante todo el viaje…
A mi, la visita a una de sus aldeas me gustó también, aunque esperaba un poquito más. Lo que no fui capaz es de hacer muchas fotos allí. Ellos insistían en que podía fotografiar lo que quisiera, pero me daba la sensación que si lo hacía los convertía un poco en un circo. Me resultó muy violento. En realidad era una aldea pequeña y estábamos sólo los dos como forasteros. Nos acompañó un masai del campamento a su aldea que estaba cerca andando.
Pero da igual, porque pude compartir charlas con ellos tantas veces y en tantos lugares… Uno me dijo algo que no olvidaré, y que va al hilo de lo que comentas. «Los masai somos ricos en nuestras aldeas. Unos más que otros, depende de las vacas jajaja. Pero nos volvemos pobres en cuanto salimos de ella» Me impactó, como tantas otras cosas que me contaron.
En fin, que me gustaría volver a encontrarme con este pueblo. Quizás cuando vuelva a Tanzania visité una aldea allí. Yo la visité en Kenia.
Un abrazo fuerte y enhorabuena por este artículo tan bonito.
Muchas gracias Carol!! Pues no creo que fuera mala tu experiencia en ese pueblo, es un lujo que no hubiera más turistas, pero te entiendo con el tema fotos, y también me corté. Me apunto a volver a Tanzania! 😀 Besos!!!