¿Tú eres más de amaneceres, o de atardeceres? Yo creo que soy más de los segundos, tanto por razones prácticas como estéticas. Hoy te lo cuento con calma y te ofrezco una selección de los atardeceres del mundo que siempre recordaré :)
La principal razón práctica por la que prefiero los atardeceres es que… sí, obvio, no tengo que madrugar mucho. En realidad nada, a excepción de levantarte antes de la siesta en invierno, je, je, porque en esos meses los días son mucho más cortos y si te descuidas ¡se te escapa! (me ha pasado).
Para nuestra fortuna, aunque el sol se ponga todos los días de la misma forma cada vez es diferente. Ya te lo dije en el post de amaneceres, sí, pero la fórmula es la misma para los atardeceres así que me repito.
A nivel estético, los atardeceres se me antojan más intensos en color que los amaneceres. No lo puedo apoyar en datos objetivos y seguramente sea una tontería. Puede que tenga que ver con que estoy más despierta, je, je, pero así lo siento.
La cosa empieza cuando el sol está bajando y las sombras se alargan, y sigue cuando ya se ha escondido en el horizonte que ves. Esa es la mejor parte, «el después», y tiene que ver con que el sol desaparece de nuestra vista pero, gracias a la curvatura de la Tierra, su luz sigue llegando.
Y esa luz indirecta, en especial sobre las nubes, es la que hace que haya momentos tan mágicos.
Sí es cierto que según dónde estés la luz durará más o menos. No es lo mismo contemplar un atardecer frente al mar, que en un valle de montaña, en una cumbre, o en el centro de la ciudad. Todo depende de los obstáculos que haya en su camino.
Tampoco las velocidades son las mismas entre unas latitudes u otras. Cerca del Ecuador, en los trópicos, todo va muy rápido. Cerca de los polos, según la época del año, puede ser un atardecer eterno o casi ni existir.
Lo mejor del atardecer no es el momento justo en que se pone el sol, sino después.
Vamos con los atardeceres del mundo que siempre recordaré
Alcarria, Guadalajara, España
Si hay un sitio del que recuerdo grandes atardeceres, ése es el pueblo. «Mi pueblo» como se suele decir para diferenciarlo de los demás. El lugar de donde viene mi familia, que está situado en los límites de la comarca llamada Alcarria, en una meseta que domina el Valle del Henares.
No sé si será por la latitud, altitud, o por qué, pero puedo afirmar con rotundidad que allí se suceden unos atardeceres increíbles que no tienen nada que envidiar a los de mi querida África.
El caso es que tengo muchas fotografías analógicas, “de carrete”, de esos atardeceres, pero pocas digitales porque en los últimos años no he ido mucho por allí.
Como quiero que me creas, comparto una fotografía realizada por mi padre que refleja, mucho mejor que la anterior, cómo son los atardeceres en la Alcarria.
Templo de Debod, Madrid, España
Otro punto de referencia para mi son los atardeceres de la ciudad donde vivo. A unos 100 kilómetros del pueblo, por cierto. Debe de ser por eso que se parecen tanto.
De los atardeceres de Madrid me quedo sobre todo con los de invierno. Suelen ser espectaculares, tanto por las nubes como por el mismo frío.
Y si hay que elegir uno, sin lugar a dudas me quedo con el Templo de Debod, al que dediqué un artículo que puedes leer aquí. ¿Por qué este lugar? pues porque tienes horizonte a pesar de estar en el centro de la ciudad, y porque la silueta de un templo egipcio reflejándose en su estanque da mucho juego.
Te lo muestro en dos fotografías, de dos atardeceres diferentes:
Ermita de Elkano, Guipúzcoa, España
En una escapada con amigos, Manu y yo, ambos aficionados a la fotografía, quisimos aprovechar a tope las posibilidades que nos daba dormir en lo alto de un monte en plena Guipúzcoa.
Volviendo de las playas de Zumaia nos fijamos en una ermita que hay junto a la carretera, ya muy cerca de la pedanía de Elkano y de nuestro alojamiento para esas noches, así que nos prometimos volver para el atardecer.
Qué buena decisión. Fue majestuoso. Las nubes, la costa montañosa, el viejo edificio, el sol coloreando… ¡Por muchos atardeceres así!
Naxos, Grecia
Los atardeceres del Mediterráneo suelen ser preciosos. Si además te encuentras en una isla cuyas casas están pintadas de blanco, para qué contarte. Esto lo encuentras fácilmente en las Islas Griegas, aunque no sea el único lugar de este mar.
Santorini y Mikonos se llevan la fama, pero en cualquiera de las demás «se carda la lana». Me quedo con este atardecer en Naxos, y en concreto con la vista desde el templo de Apolo, marco perfecto para este momento del día.
Río Níger, Mali
El recorrido por Mali y Burkina Faso del mes de agosto de 2008 es un viaje que sigue prendido en mi memoria y se resiste a ir. Durante el mismo hubo unos cuantos atardeceres dignos de mención, pero me quedo con éste: el sol como una gran bola amarilla reflejándose en el agua del río Níger.
Lo vimos desde una pinaza, una barca con poco fondo, alargada y generalmente pintada de colores, de las que se utilizan para pescar en el río.
Recuerdo que saboreábamos un té verde fuerte preparado en un minihornillo con brasas en la misma cubierta. Sólo había dos vasitos, así que hicimos rondas para compartirlos.
Fue uno de esos momentos de felicidad contemplativa absoluta, consciente de estar en el lugar remoto que quería estar, sin echar nada de menos, ni siquiera un vaso propio para beber té.
Tadrart, Argelia
Arena y rocas siempre son un buen escenario para disfrutar de grandes atardeceres (y amaneceres si madrugas, claro). Las rocas de formas fantásticas se realzan con los contrastes de esa luz horizontal, y el polvo en la atmósfera aporta un aire misterioso.
Todos los atardeceres en el Tadrart fueron espectaculares, aunque volví con la sensación de no haberlos retratado bien con la cámara. Debe de ser porque el lugar y el silencio son grandiosos allí. Inabarcables con una maquinita.
Por cierto ¿quién dijo que los desiertos son monótonos?
Rumsiki, Camerún
La región del Extremo Norte de Camerún empieza en el Sahel y termina en una cordillera montañosa de curiosas formas. Allí arriba está Rumsiki, con unas vistas envidiables de los principales picos y valles de la región.
Después de dar un paseo por el pueblo, conocer a sus tejedores, al Brujo del Cangrejo y a la cooperativa de mujeres ceramistas, tocaba despedir el día.
Nos subimos a unas peñas justo cuando empezaba “la hora dorada”. El sol tardó en ponerse porque teníamos un gran horizonte delante, pero la luz posterior que tiñó las nubes fue un regalo.
Zanzíbar, Tanzania
Saltamos al océano Índico y pisamos una de las islas que llevaba años queriendo conocer.
La estancia fue mucho más breve de lo que me hubiera gustado, apenas tres días, pero al menos pude disfrutar de este atardecer impresionante desde los acantilados de coral que había frente al bungalow, junto a una playa de postal.
Para ése momento, por cierto, la norma del establecimiento es apagar los móviles y ordenadores. La consigna: disfrutar de la despedida del día sin distracciones de la vida moderna.
Menos mal que permitían utilizar la cámara, porque no pude evitar hacer uso de ella, mi querida amiga.
Wagah, frontera India-Pakistán
Este atardecer fue tan atípico como simbólico. Como muchos otros turistas, aunque menos de los que piensas, nos acercamos al punto fronterizo de Wagah para ver cómo los guardias de la frontera entre India y Pakistán arrían las banderas en un espectáculo histriónico. Te lo conté aquí.
Pero no quiero detenerme en ello, sino en el hecho de que ha sido la segunda vez que estoy tan cerca de Pakistán (la primera fue en el viaje de la Ruta de la Seda).
Coincidió, como todos los días, con la puesta de sol. De hecho la ceremonia, o el show, termina cuando el sol está cerca del horizonte.
Mientras la gente empezaba a desalojar el recinto del lado de India, yo me demoré unos minutos para contemplar la puesta de sol en Pakistán. Desde el otro lado de la valla, pero ahí estaba.
Fue un momento para mí. Me abstraje de todo lo que me rodeaba y recuerdo que pensé: ojalá pueda ir.
Oasis de Huaccachina, Perú
Cuando subíamos por las dunas para conseguir alcanzar un lugar desde el que ver el atardecer junto al oasis de Huaccachina, el cielo no estaba muy cerrado, pero enseguida llegaron más y más nubes, a gran velocidad.
El sol se ocultó y parecía que ya estaba todo el pescado vendido, como solemos decir. De repente, todo cambió. Creo que éste fue uno de los primeros momentos en que fui consciente de la importancia de esperar tras la puesta de sol.
Y es uno de los atardeceres más majestuosos que recuerdo. Parecía un lienzo pintado de forma exagerada, o una foto con mucho HDR, pero fue real e inolvidable.
San Pedro de Atacama, Chile
El pueblo de San Pedro de Atacama se extiende en una depresión del desierto, una especie de sartén. Has de salir de sus calles para tomar perspectiva, pero como es pequeño no te costará mucho. En cuanto encuentras una pequeña elevación, el horizonte de volcanes y arenisca son los protagonistas.
Aquélla tarde estaba totalmente decidida a fotografiar el atardecer, así que busqué un buen lugar. No negaré que ir sola no me convencía, y quería volver antes de que se hiciera de noche por si las moscas, pero un encuentro fortuito con otras dos chicas me permitió quedarme un rato más.
Mientras se ponía el sol a nuestras espaldas, salió la luna frente a nosotras. Una luna enorme que contrastaba de manera preciosa con el paisaje anaranjado y que me va muy bien para despedir esta selección de atardeceres del mundo ¿no crees? ;-)
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Preciosas fotografías. Yo, además de torpe con la cámara, soy un tanto vago y me quedo extasiado viendo ponerse el sol. Para cuando me quiero dar cuenta, ya se ha escondido. Recuerdo en Macasar (antigua Ujun Pandang) que había que disparar a toda velocidad porque el sol no se ponía, ¡se caía directamente al mar, casi hasta salpicaba! :-D
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Gracias! bueno, vivirlo más que fotografiarlo también es genial, je, je. Te buscaré por Gasteiz cuando vaya, claro que sí ;)