El desierto del Gobi es extraño. Te esperas grandes extensiones de arena y roca, y te encuentras con praderas de hierba rala, arbustos, montañas. Pero al mismo tiempo sientes y padeces el clima desértico. Hay camellos bactrianos (dos jorobas), pero también ovejas, cabras, caballos, ratones de campo, águilas, gacelas… es decir, mucha vida. Por todo esto dedicar al menos tres días en el desierto del Gobi es un acierto, y te voy a contar qué puedes ver en ese tiempo :-)
La extrañeza del desierto del Gobi
Polvo, arena camuflada en hierbas y arbustos duros. Verdes pálidos, montañas de pura roca llenas de vida, fauna salvaje y doméstica, nómadas modernos. El desierto del Gobi no es como los demás. Tiene una personalidad propia, más esteparia y rocosa, con rincones muy diferentes entre sí por su localización, altitud, minerales y fuentes de agua que siempre son escasas.
Algunos datos del desierto del Gobi
- Este es el desierto más al norte del mundo, y se cubre de nieve y hielo en los crudos inviernos.
- Los suelos del desierto del Gobi son ricos en cobre, oro, hierro y otros metales.
- Su extensión es de casi 5.000 kilómetros que discurren a lo largo de la frontera sur de Mongolia y hacia el noroeste con las montañas Altai y Khangai como fronteras.
- Sólo el 3% del desierto del Gobi es un desierto de arena.
- En el Gobi Sur, la zona más popular para los turistas, las precipitaciones anuales no suelen superar los 130 mm., y en verano se alcanzan temperaturas de 38 y 40 grados.
- Doscientos millones de años atrás el Gobi era un mar interior. La mejor explicación para entender porqué aquí se han encontrado numerosos y grandes huesos de dinosaurio. Animalitos que quedaron atrapados en el fango cuando… los científicos no se ponen de acuerdo sobre las causas que originaron el colapso y desaparición de estos gigantes de la naturaleza en todo el mundo, al mismo tiempo. Que si un gran impacto de un enorme asteroide, que si erupciones volcánicas, que si la combinación de ambos y otras causas…
Hoy en día todo está cambiando en el desierto del Gobi, y muy rápido. El turismo, carreteras nuevas, la industria minera en la que destaca la compañía Río Tinto, están haciendo un Gobi distinto. No son cambios para bien, me temo.
Contemplé con tristeza, como en tantos otros sitios, la cantidad de desperdicios que se deja la gente entre los matorrales de la estepa. Hay proyectos incluso de las compañías mineras para proteger la flora y fauna, sí, pero me temo que no son suficientes. Y eso que Mongolia no es un país del que podamos hablar (aún) de turismo masivo. ¿Volverá a colapsar lo que un día fue un mar y hoy es un desierto? ¿Qué futuro nos espera?
Y aunque resulte un poco contradictorio, te animo a visitar el desierto del Gobi. Eso, y a que lo hagas con un poquito de calma, dedicándole más de un día.
Qué ver en tres días en el desierto del Gobi
Cañón de Yol Am o Yolyn Am
Nuestra primera parada fue en un campamento de gers en el que pasaríamos la noche, junto a las montañas Gurvansaikhan que guardan el Cañón de Yol o Yolyn Am, según la traducción.
Yol significa “quebrantahuesos”, uno de los buitres que también tenemos en Europa. Y Yolyn Am significa “el cañón de los buitres”.
Nos reciben colinas engañosamente suaves, agrupadas de forma compacta, con praderas extensísimas delante. Es un paisaje más bien pardo que no parece muy desértico, pero el calor, la sequedad y el suelo arenoso así lo confirman.
El viento es el señor de todo, y el silencio sólo se rompe con algún motor, o con los saltos de unas curiosas langostas que escapan a tus pies a cada paso que das. Hacen pequeños vuelos con un ruido tipo “clap clap” y al abrir las alas dejan ver un color rojo que parece un fogonazo en contraste con las plantas del suelo.
Decidimos ir al cañón cuando el sol estuviera un poco más bajo. En realidad no hace falta, y de hecho te diría que mejor vayas por la mañana. En algunos tramos es tan estrecho que casi no entra la luz del sol si éste está bajo.
Lo recorremos en un par de horas, ida y vuelta, aunque su longitud total es de 40 kilómetros.
La parte más estrecha del cañón es fantástica. Nos rodea un universo de roca que parece haber sido machacada para volverse a unir en grandes piezas. Sería un buen escenario de Juego de Tronos.
En el centro discurre un riachuelo que en invierno, primavera y otoño suele estar congelado. Aunque no lo está en verano, hay zonas muy resbaladizas y por las que hay que ir con mucho cuidado, trepando si es necesario.
Enseguida descubrimos a los ratones de campo. ¡Están por todas partes y son graciosísimos!! Con paciencia y sin hacer movimientos bruscos logramos fotografiarles y filmarles. Me habría quedado horas observándoles, con sus grandes orejas y esa mirada asustadiza y simpática a la vez.
Los buitres y las águilas vuelan sobre tu cabeza en el retazo de cielo que deja entrar una luz justa y que calienta poco. Hay pájaros preciosos de color rojo y gris que van y vienen de las rocas al agua.
De vez en cuando un montón de piedras con una calavera en lo alto nos recuerda que esta es tierra de animistas, y que la población local sigue creyendo en los espíritus de la naturaleza.
Hay bastantes turistas mongoles. También coreanos y japoneses. Los occidentales somos pocos. No hay ninguna masificación, pero la manía que tienen algunos de ir gritando y hablando en voz muy alta puede incomodar. Debe de ser que hay gente que necesita conjurar el silencio y los sonidos de la naturaleza porque no llevan bien eso de salir de la ciudad. Debe de ser eso.
En un par de puntos del recorrido nos encontramos con artesanos que hacen grabados en piedra. Representan a los muflones o cabras salvajes de grandes y curvados cuernos, que si tienes suerte puedes ver vivitos y coleando en las cumbres de la montaña. Y por supuesto a sus camellos, caballos y gers. Su universo más cercano.
De vez en cuando nos adelantan caballos a todo galope conducidos por adolescentes mongoles que se divierten. En realidad los alquilan a los turistas que quieren recorrer parte del cañón así, pero también se entretienen con ellos si no hay clientes a la vista.
El caballo es parte de la familia en Mongolia y tiene un fuerte poder simbólico.
En la entrada al cañón, que es Parque Nacional, hay un pequeño museo. Está junto al parking, los baños y algunos puestos de artesanías que ponen allí las familias mongolas de la región. No sé por qué no entramos en el museo, pero por lo visto exhiben algunos fósiles de dinosaurios y una muestra de la fauna del Gobi.
El resto de la tarde la pasamos andando otro rato más por las colinas que rodean el campamento. Contemplamos cómo un hombre guía a su rebaño de cabras montado en su moto, al atardecer, y después observamos el horizonte disfrutando de ese silencio ensordecedor.
Por la noche, a pesar del cansancio acumulado, intento hacer mis primeras fotos del cielo estrellado de Mongolia, pero está nublado. Aun así logro ver algo en los pequeños claros. La luz del campamento, dispuesta con sensores de movimiento, no ayuda. Se enciende y apaga cada vez que alguien va al baño. Pero no me decido a salir sola fuera de las vallas que lo circundan.
Poco a poco los truenos y relámpagos soberanean en el horizonte de montañas y justo unos minutos después de recoger el equipo empieza a llover. ¡Pues vaya con el desierto!
Las Dunas Hongoryn o Khongoryn Els
Salimos temprano para hacer una nueva etapa. Avanzamos kilómetros y kilómetros de pista. Al principio no, al principio es una carretera nueva y justo allí vemos a los primeros camellos del viaje. Una sonrisa se nos dibuja en la cara, y pedimos a nuestro chófer, Zorig, que pare la furgoneta.
Ramonean entre los arbustos altos que hay junto a la carretera vacía, que cruzan a placer. La luz de esa mañana es bonita. Siempre lo es, pero aquí enciende el verde de esos matorrales de desierto, el pelaje beige y marrón oscuro de los camellos, y el horizonte de nubes tormentosas.
Al cabo de más kilómetros paramos junto a un águila que está muy cerca de la carretera. Está posada y posa tranquila hasta que decide emprender el vuelo. Me parece increíble, aunque con los días me acabe acostumbrando a verlas así.
Y poco después empieza a dibujarse el cinturón de dunas que contrastan con la cordillera pelada que hay a su espalda, y la estepa casi verde que la precede.
Esta era una de las pocas imágenes que tenía en mente de Mongolia. Uno de los pocos lugares que quería visitar desde hace años.
Las dunas de Hongoryn ocupan una extensión de casi mil kilómetros cuadrados. Se extienden a lo largo de 150 kilómetros, y tienen entre seis y doce kilómetros de anchura, aunque parezcan una franja estrecha de arena que choca contra las rocas. Cosas de la perspectiva de los grandes espacios. Algunas alcanzan los 800 metros de altura. A sus pies hay una franja de hierba más verde que el resto de la estepa, porque el río Khongoryn discurre por ahí.
Las dunas de cerca…
De lejos parecen blancas, y en realidad eso tiene que ver con la hora, la luz del sol. Ansío llegar y oteo en el horizonte los distintos campamentos que hay más o menos cerca de las mismas. Especulamos sobre cuál será el nuestro, cuando de repente Zorig gira en dirección contraria a las dunas.
El campamento está lejos, bastante lejos. Mi gozo en un pozo. Yo había fantaseado con salir con el trípode por la tarde y noche a la misma orilla de las dunas para hacer fotos. No iba a ser posible. No así, por mi cuenta.
El campamento está muy bien. Vacío de gente, como el anterior, aunque luego llegaría un grupo de franceses y un canadiense con bisoñé. El típico “enrollado” vestido de Coronel Tapioca o el equivalente de su país. Nos lo volveríamos a encontrar en el siguiente campamento…
Por fin llega la hora de partir hacia “ellas”, después de comer y de esperar a que baje un poco el sol y con él el calor.
Nos ofrecen dar un paseo en camello. Dudo en hacerlo, pero me recuerdo a mí misma que los camellos son un animal de carga desde hace miles de años. Eso, y que aquí no hay turismo de masas y por tanto los animales no van a estar sobreexplotados por esta «industria», más allá de que los mongoles nómadas los siguen valorando como siempre, es decir, mucho. Y la curiosidad me lleva a probarlo.
¡¡Horror!!! Es durísimo para el trasero. Una sola manta cubre el espacio entre las dos jorobas, allí donde te aposentas. Nada más te separa de la espina dorsal del pobre animal. Nada que ver con mis experiencias en Marruecos, Omán y Sudán, siendo dromedarios. Al poco rato le pido al hombre que pare, que me bajo, que no puedo más.
Estamos al pie de una de las dunas más altas. Allí donde se concentran todos los turistas de la comarca, en su mayor parte coreanos. Muchos llevan tablas para subir arriba del todo y tirarse haciendo sandboard. No me lo puedo creer. Me acuerdo de Huacacchina, en Perú. Otro lugar natural importunado por nuestras tonterías.
Subimos un buen tramo pero renunciamos a llegar arriba del todo… y eso por un lateral. Es empinadísimo y los gritos de júbilo del personal no me inspiran a disfrutar del desierto como a mi me gusta. ¿Por qué no buscamos a Zorig y le pedimos que nos llevara a un lugar más tranquilo? No lo sé, pero te recomiendo que le digas a la agencia/conductor que por favor no te lleve a este sitio tan turístico. Hay mucha duna para no tener que cruzarte con nadie.
La arena está mojada por la lluvia de la noche anterior, o de esa misma mañana. Parece que estoy caminando por arena de playa recién barrida por las olas. Una arena llenísima de huellas. No me parece que esté en el desierto, y también recuerdo, esta vez con nostalgia, el Sahara argelino que recorrí ocho meses antes.
Dicen que estas dunas “cantan”. Es el peculiar efecto que crean los vientos que azotan el desierto del Gobi en sus magníficas ondulaciones, y depende de la temperatura. Dicen que suena como si un avión fuera a aterrizar sobre ellas. Tampoco hubo suerte en mi visita, aunque no sé si será muy agradable porque me imagino que será un viento muy fuerte.
Sigue habiendo nubes amenazantes en el cielo, pero cruzo los dedos para que el viento del atardecer despeje la noche. Así ocurre, unas cuantas horas después. No del todo pero sí bastante.
Es maravilloso volver a contemplar la Vía Láctea. Nos la han robado en nuestras ciudades, y es cada vez más difícil disfrutarla así. Si vas a Mongolia, no dudes en hacer un esfuerzo y quedarte más tiempo despierta. No te arrepentirás.
Flaming Cliffs (Bayanzag)
Otro punto importante del desierto del Gobi es este lugar, las Flaming Cliffs o Colinas en Llamas, por el color que toman al atardecer.
De camino a estas rocas nos encontramos con gacelas salvajes. Son iguales a los springboks de Namibia, y van en grupos de entre tres y ocho o nueve ejemplares.
Los Flaming Hills es el lugar donde las expediciones de Roy Chapman Andrews, entre 1920 y 1930, descubrieron un yacimiento de fósiles de dinosaurio que sigue siendo la envidia de todo el mundo.
Chapman decidió seguir la pista de unos rumores acerca de “huesos de dragón”, nombre que daban los mongoles y chinos a los huesos que se encontraban en la región. Y llegó a los Flaming Cliffs. Una expedición cuyo presupuesto empezó siendo de 250.000 dólares y terminó costando 10 millones, pagados por el Museo de Historia Natural Americano y sus mecenas.
El terreno parece un pequeño desierto de formaciones de arenisca roja que te transportan a otros continentes como Norteamérica.
No hay huesos que ver en los Flaming Cliffs hoy en día, pero sí un precioso paisaje rodeado de estepa verde en verano. Puedes recorrerlo a placer, y merece mucho la pena pasar unas horas por aquí.
Comiendo en un campamento de gers cercano al lugar pudimos ver el vídeo documental que narra las expediciones de los americanos. Está hecho con las filmaciones originales de la expedición, y resulta muy interesante ver cómo, con los medios de los años 20, organizaron grandes caravanas de camellos y un campamento científico. Hay un resumen en youtube, así que aquí te lo traigo (son seis minutos).
Poco a poco, y a lo largo de varias décadas, salvando el periodo comunista, se han sacando a la luz huevos de dinosaurio y piezas tan increíbles como dos dinosaurios en pleno combate mortal. Un Protoceratops (hervíboro) frente a un Velociraptor de enormes colmillos. Se cree que una gran duna cayó sobre ellos en ese momento y así se quedaron. Alucinante.
Seguimos camino después de comer. Nuestro destino para esa noche es un campamento junto al río Ongiin, pero antes pasamos por las dunas Moltsog. Están sujetas por los arbustos Saxaúl o Saksaúl, que son capaces de vivir varios cientos de años. Es otra especie que está en peligro de extinción. También hay colinas de colores, según los yesos y minerales que las componen.
Después de las dunas Moltsog atravesamos un paisaje de estepa con algunos gers blancos salpicando las praderas. Las montañas dominan el horizonte, siempre lejanas, y los rebaños de camellos cruzan las pistas una y otra vez. Serán los últimos que veamos en este viaje.
Nos gusta muchísimo, el silencio nos encanta, más en contraste con el barullo de las dunas de la tarde anterior, pero el día se nos empieza a hacer eterno con tantas horas de pista.
La expresión de “horizonte infinito” cobra todo su sentido aquí.
Los monasterios de Ongiin: Barlim Khiid y Khutagt Khiid
Al filo del atardecer llegamos al campamento del río Ongiin, a dos pasos de unos antiguos monasterios que fueron arrasados por los chinos en la época comunista, igual que ocurrió con todos los monasterios de Mongolia.
El campamento está lleno de gente y es muy ruidoso, no nos gusta nada. Nos hemos hecho huraños en sólo tres días, je, je.
En cambio el paisaje del río haciendo curvas con unas montañas rocosas que parecen transportarte a Islandia, así, sin pasaporte ni nada, compensan la estancia. En la orilla, por cierto, tenemos que ir sorteando a cientos y cientos de pequeños sapitos que saltan a nuestro paso.
El paseo por el monasterio me gusta mucho también, aunque de nuevo nos encontramos con demasiada basura por todas partes.
Ongiin fue un monasterio importante. Es fácil de deducir por la cantidad de restos de edificios que hay en las abruptas colinas. La mayoría son restos de muros de adobe hechos con ladrillos en vertical, muy pegados entre sí.
Parece un sitio ideal para la meditación. Han reconstruido uno de los edificios y hecho un pequeño museo, y por lo visto han vuelto algunos monjes, aunque viven en un monasterio más nuevo, de madera, que hay a la entrada.
En unas décadas el régimen había diezmado a los que llamaba “vagos y superticiosos”. De los cien mil monjes que había en Mongolia, pronto no quedaron oficialmente más de 100, en Ulan Bator, el único templo autorizado y controlado por el poder. Más de 2.000 templos habían sido arrasados a lo largo de todo el país por las milicias de voluntarios, la policía política o el ejército revolucionario. Menos de una decena había sobrevivido a la erradicación, ocultos en los pliegues montañosos o escondidos en el corazón de la estepa. -Yeruldelgger, muertos en la estepa (Patrick Manoukkian).
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- Tres días en el desierto del Gobi, entre estepas y dunas
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- Primeras impresiones de un viaje a Mongolia
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Wow 👏🏻👏🏻 menudo lugar 👏🏻👏🏻 impresionante. Y tú entrada muy buena, con muchos datos interesantes. Genial 👌
Hola, muchas gracias! y sí, es un lugar impresionante :)
Muy interesante tu reportaje Alícia, me gustan las fotos de la vía láctea y las de las gentes.
Dicen algo así “si no has dormido en el desierto no has visto nunca las estrellas” .
Buen viaje 😜.
Gracias Miguel!! En efecto, el dicho tiene mucha razón, si te dejan las nubes, claro! 😜 Un abrazo!