Llega la hora de hablar de otro desierto en este blog. Me emociono como cada vez que me aproximo a este medio. El desierto de Wahiba es uno de los más bonitos que he conocido.
El desierto es esa extensión falsamente monótona y ciertamente inhóspita en la que te puedes sentir absolutamente libre.
Qué tendrá el desierto que tanto me gusta
La inmensidad y la belleza se respiran a partes iguales. Podría seguir intentando expresar qué se siente en un desierto y nunca alcanzaría a describirlo igual que si estás allí. Hay que ir y vivirlo, aunque es cierto que no es para todo el mundo.
Si os molesta la arena y el polvo, allí omnipresentes. Si os molesta no disponer de agua para ducharos. No tener cobertura móvil para comunicaros. Estar sin luz eléctrica y muchísimos otros accesorios de nuestra vida urbana y cómoda… No vayáis.
A mi en cambio todas estas «molestias» me hacen feliz.
Pero si no tenéis una respuesta clara para todo eso, no dejéis de ir y comprobarlo por vosotros mismos.
Es probable que acabéis fascinados por lo poco que uno necesita, por lo fácil que es darse cuenta de lo que es realmente importante.
Agua para beber, alimentos, vehículo, un guía para no perderse. Soledad y compañía del otro porque ambas cosas son necesarias.
El resto son regalos:
Noches en las que las estrellas se te caen encima. O bien la luna llena ilumina todo como si fuera una gran farola.
Conversaciones en voz baja y largos silencios en los que es fácil dejar la mente en blanco para dedicarse a sentir.
La hospitalidad de las gentes que viven allí y saben que sin la generosidad del otro no es posible sobrevivir.
La absoluta independencia del reloj artificial.
El ritmo lento.
Os presento el desierto de Wahiba
Después de un día en el que la costa Este de Omán nos había sorprendido por su belleza, llegaba la hora tan deseada de poner rumbo al desierto. Wahiba, más comúnmente conocido como las Wahiba Sands (Arenas de Wahiba).
Este es, dicen, una versión mini del Empty Quarter, Rub-al Khali, un gran vacío arenoso que se extiende por una buena parte de la Península Arábiga. Habría ido a este otro famoso desierto de no ser porque no teníamos suficientes días disponibles. Una verdadera lástima.
Volviendo a Wahiba. Menos mal que es mini, porque su extensión no es moco de pavo: 180 km de dunas de Norte a Sur, 80 km de Este a Oeste, y dunas de hasta 100 y 150 metros de altura.
Las dunas se extienden en corredores que fluyen de norte a sur. Una vez que te adentras en ellas, cubren todo el horizonte en un fantástico paisaje de color anaranjado.
De camino a las arenas de Wahiba
Cuando te vas aproximando al arenal, lo primero que te encuentras es con una gran llanura pedregosa, plagada de pequeñas acacias y enmarcada por las no tan lejanas montañas. Algún que otro pueblo salpica la ruta, destacando las mezquitas blancas.
Os dejo un vídeo que hice con el móvil desde el coche. No es bueno, aviso, pero sirve para que os hagáis una idea. Al fondo podréis ver cómo las dunas se alzan en el horizonte.
Oasis de Bidiyah
Primero fuimos a Bidiyah, un perfecto oasis al pie del desierto de Wahiba. Aquí vienen en los meses de verano los beduinos que mantienen una vida seminómada. Se instalan y recogen la cosecha de dátiles del palmeral, el más grande de la zona.
Después de parar en un pequeño taller para que bajaran el nivel de aire de las ruedas, operación necesaria antes de entrar en el arenal, visitamos a unos amigos de Amur.
Nos dieron la bienvenida en una casita a las afueras. Se trataba de una habitación independiente, amueblada únicamente con alfombras, cojines en el suelo, y un aparador pulcramente protegido con el plástico que seguramente vino en la entrega del mismo.
De nuevo vivíamos el rito de las preguntas y respuestas rápidas.
En esta ocasión, el jefe de familia, un hombre de unos 60 o 65 años, nos recibía en compañía de dos de sus hijos que nos observaban fija y calladamente.
Amur hizo entrega al jefe de un precioso bastón. Era un regalo personal que le gustó mucho. Los gestos de agradecimiento fueron suaves, casi imperceptibles, pero sentidos. Creí leer el agradecimiento en su mirada. Y el cariño en el rostro del que hacía el regalo.
Unos minutos después se sumarían a la visita cuatro o cinco hombres más que nos fueron puntualmente presentados. Todos eran hijos o yernos del jefe. Y Salama, la reina de la casa, nieta del jefe.
Con un precioso vestido de terciopelo rojo y los ojos pintados de khol (protección contra el sol, las infecciones y el mal de ojo), Salama y sus cuatro años nos conquistaron, como a todos los demás. Y nosotras fuimos sus juguetes nuevos. Hasta el punto de que su padre trajo una bolsa con refrescos y chucherías y ella decidió invitarnos dándonos uno para cada una (zumo de frutos rojos) e instándonos a beber con ella. Era su particular rito de hospitalidad en claro paralelismo con el de los adultos: café y dátiles que ya habían circulado entre los asistentes (empezando por nosotras, las invitadas).
De vez en cuando Salama se daba una vuelta entre los hombres y bromeaba con el abuelo y el bastón. O con la daga tradicional que este llevaba al cinto.
Ella marcaba su territorio y buscaba la caricia que le hacía consciente de su reinado.
¡Que nadie se olvidara de Salama aunque estuviera muy ocupada jugando con las extranjeras!
También vino un niño, no sé si el hermano de Salama. Era un chico de unos 7 años guapísimo. Sonreía sin parar y fruncía un poco el ceño cuando Salama se excitaba demasiado.
Mientras los hombres hablaban de sus cosas. Suponemos que también de nosotras, a juzgar por algunas miradas y expresiones. En su árabe suave.
No tengo fotos de esta escena porque quise vivir el momento y porque no me pareció correcto. No pedí permiso y sencillamente la cámara se quedó a un lado. Salama miraba de vez en cuando a la máquina e incluso la señalaba discretamente, juguetona, pero no la levanté.
Llegó la hora de partir después de beber un par de tazas de café y comer unos dátiles.
La etiqueta, si no recuerdo mal, creo que marca tres como el número de tazas de café correcto. Si las superas, puedes resultar un poco «gorrón» o pesado (ya sabéis, algo tipo «visitas que se hacen largas»). No sé si hay un número mínimo, aunque está claro que tienes que balancear la taza para indicar que no quieres más. Si lo haces así, aunque no bebas ni un sorbo, creo que no quedas mal. ¡De todas formas no estoy del todo segura!
Al salir a «la calle» descubrí que el sol ya estaba bajando y el color de las dunas, que empezaban allí mismo, estaba encendiéndose. Bellísimo.
Conociendo a los camellos de Wahiba
Pero todavía no nos íbamos a internar en las dunas. Primero iríamos a visitar a los camellos. Estaban en su corral esperando a que les llevaran la cena (hierba fresca) y a que los bebés pudieran ser amamantados por sus madres.
Salama se vino con nosotros y se lo pasó bomba, haciendo monerías ante la cámara.
Yo estaba muy a gusto allí.
Una noche de campamento en el desierto de Wahiba
Después sí, llegó el momento de ir a nuestro campamento para pasar la noche.
Teníamos reserva en el Nomadic Desert Camp, un campamento que yo misma había escogido con la guía Bradt de Omán y chequeándolo por Internet. Si pincháis en el nombre os vais a su web, que he querido enlazarla por si estáis interesados.
No quería tener una mala experiencia como la de Wadi Rum. Es decir, no quería dormir en un sitio calificado «deluxe» con todo tipo de comodidades y show por la noche.
Además, este campamento está ubicado más en el interior de las arenas de Wahiba. El resto de alojamientos, o la mayoría de los que ubiqué vía Google Maps, se quedan más cerca de los límites.
Yo quería una experiencia en el desierto tranquila y lo más auténtica posible. Teniendo en cuenta que somos turistas y que no estamos de expedición de varios días por el desierto (como tanto me gustaría) sino que íbamos a pasar una única noche. Es decir, sin pedir «peras al olmo» pero haciendo lo posible por conseguir al menos una ;P
Y acerté. Encontramos lo que creo puede ser el mejor que podíamos encontrar para un plan como este. Por eso os lo recomiendo vivamente. Además es más barato que los otros campamentos.
No hay luz eléctrica. Llevaos un frontal porque dentro de las tiendas no veréis un pimiento. Si se os olvida, ellos os pueden prestar alguna linterna.
No hay baños privados en las tiendas, pero sí hay unos para compartir con el resto del campamento. Incluso tiene unas duchas -rústicas y a cielo abierto- que es mucho más de lo que esperaba.
Por cierto que pregunté cómo traían el agua hasta allí y así me enteré de que hay manantiales subterráneos.
Los chicos que llevan el campamento son muy amables y después de una sencilla pero rica cena tipo buffet, que está incluida en el alojamiento (también el desayuno), te ofrecen té o café.
Es el momento de compartir un rato de conversación alrededor de la hoguera, tumbados sobre alfombras y cojines… o que cada uno haga lo que quiera.
Y ya está. Sencillo. No hace falta más.
Antes del campamento, la puesta de sol nos espera en el arenal
Cuando nos dirigíamos hacia allí, nuestro guía nos preguntó si queríamos ir directamente al campamento o dar una vuelta por las dunas e ir a algún lugar a ver la puesta de sol.
Respuesta obvia.
El «paseo» fue genial. Subir y bajar por las dunas en el 4×4, bamboleándonos hacia todos los lados. Con el ligero temor a quedar atascados. Con los suspiros de alivio cuando se supera la pendiente.
En mi caso, además, volvía a ver y sentir la arena. Iba emocionada e ilusionada como los niños pequeños.
Vimos a un grupo de coches en lo alto de unas dunas. Resulta que eran los otros huéspedes de nuestro campamento y uno de los anfitriones, así que Amur decidió que allí nos quedábamos.
No me gustó mucho eso porque hubiera preferido ir a un sitio más solitario. Pero lo bueno del desierto es que a nada que echas a andar un poco (sin pasarte, porque perderse es facilísimo), la inmensidad que te rodea hace que te olvides de todo y de todos. Te quedas con tus pensamientos.
Si vais con vuestro vehículo, alquilado o no, aparte del «detalle» de las ruedas, debéis quedar con alguien del campamento para que os guíe. Es muy fácil perderse y la situación puede ser realmente dramática. O eso, o bien contratáis un tour para que os lleven.
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No voy a intentar contaros más, sólo a mostraros las imágenes de esa tarde que se iba, de ese sol que se ponía…
Haz click en una de las imágenes para ver la siguiente galería cómodamente :)
Despertar en el desierto y dar una vuelta en dromedario
Al día siguiente, después de desayunar, nos ofrecieron dar una vuelta en los dromedarios que habían traído dos hombres al amanecer.
Marita nunca había montado y yo hacía años que no lo hacía así que… ¿por qué no? Ya que estábamos allí, íbamos a aprovecharlo. Era otra manera de ver el gran arenal que nos rodeaba.
Después de elegir nuestros camellos nos dieron una vueltecilla por allí. Me acordé de aquél otro paseo hace ya muchos años en las dunas de Merzouga. Me acordé de cómo se ve el desierto desde el lomo de este animal que siempre ha llevado al hombre y sus mercancías a través de la arena y las llanuras pedregosas.
Esta vez no me molesté en calzarme.
Si el día anterior me había sentido envuelta dulcemente por el abrazo del desierto, hoy esas emociones se intensificaban.
¡Lástima que fuera poco rato!
Debíamos partir. Un nuevo día nos esperaba en Omán, de camino a la bella Nizwa.
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¡Qué miedito pasé en el camello! Jajaja. Mua
Jajajajaja!! 😘
Si voy con mi 4×4 pero no me fío de ir solo, puedo contratar un conductor experto que me lleve al campamento.? Donde se contratan? Y luego otro que me saque del desierto. Gracias.
Hola, por lo que sé, deberías escribir al campamento donde vayas a dormir y pedirles que envíen a alguien a por ti, y lo mismo para salir, consultando la tarifa. La mayor parte de estos campamentos tienen web con posibilidad de contactar vía email.
Saludos.