Me desperté con el recuerdo imborrable de la playa de Ras al Hadd en la Costa Este de Omán. Iluminada por la luna y las enormes tortugas cumpliendo con su programación genética: el desove en la arena. Me desperté sabiendo que ese día, no sabía a qué hora, me reencontraría con uno de los medios que más me impactan y en los que mejor me encuentro: el desierto. Pero antes, y no lo sabía, me encontré con una maravillosa sorpresa. La Costa Este de Omán.
Asilah y los acantilados de la costa este de Omán
Le pedimos a nuestro guía que antes de volver al interior rumbo a las arenas de Wahiba paráramos en algún pueblo de pescadores. Y él respondió con un maravilloso regalo.
A la altura de Asylah o As Seelah, nos desviamos hacia el borde mismo que separa la tierra y el mar. Estamos en la Coste Este de Omán y nuestras bocas se abren por la sorpresa.
Nos hallábamos a… ¿50 metros? sobre el nivel del mar. Gigantescos acantilados nos separaban de unas aguas limpias, del inmenso océano que aquí se llama Mar de Omán. Atrás había quedado el Golfo de Omán.
Por más que me empeño, el Google maps no señala el punto exacto en el que nos hallábamos. Parece que ahí hay un vacío, pero no es así.
Un pueblecito se sucede tras otro en la carretera secundaria que bordea la costa. Y es lo mejor que uno puede hacer antes de internarse en las arenas, en busca de los wadis y oasis que rodean uno de los desiertos más bonitos del mundo.
Los pescadores surcan el Mar de Omán en lo que parece un baile perfecto: son los árabes del mar
Contemplamos cómo las lanchas de pescadores van y vienen en busca de la pesca del día.
Un hombre suele ir de pie en la proa de la barca, bien cubierto con turbante o una camiseta para proteger la cabeza y el rostro del sol y la sal.
Avanzan a gran velocidad, pero el oteador hace señales en cuanto ve un banco de peces. Para eso va ahí delante, de pie, con un equilibrio envidiable. Seguro que es un trabajo duro, seguro… pero desde la barrera, ya sabéis, todo se ve más amable e incluso romántico.
Parece ser que es fácil ver delfines e incluso tortugas nadando en esas preciosas aguas.
No tuvimos esa suerte aunque nos resarciríamos unos días después en el paraíso de Salalah, je, je, je.
A mi lo que me parece fascinante es la combinación de desierto y mar. Dos grandes inmensidades, duras para el ser humano, se juntan y funden sus colores en armoniosa comunión. Los beige, ocres y naranjas según la hora del día, con los azules en todas sus tonalidades. Bellísimo.
Continuamos camino y al bajar nos encontramos con una playita llena de barcas de pesca donde quisimos parar y echar pie a tierra.
El amable pescador omaní
Allí había un pescador que estaba guardando sus redes. Con mimo, las desenredaba y plegaba para la siguiente jornada, o acaso para esa misma tarde.
Con su disdasha blanquísima, nos saludó sonriente cuando le dijimos Salam al-aikhum. Accedió a que le fotografiáramos después de saber que somos españolas y darnos la bienvenida a su país.
Las gaviotas aprovechaban el frescor de la orilla. Como en todas las playas que pudimos ver en la cercanía y en la lejanía. Grupitos de ellas destacan como pequeños copos blancos y aguantan nuestra presencia hasta determinada cercanía, claro.
Continuamos camino tomando el desvío de Al Ashkharah y enfilando de nuevo hacia el interior. Nuestro primer destino fue…
Al Kamil Wa Al Wafi
Un pueblo donde era el día de mercado, pero justamente estaba acabando, pues la mañana ya había avanzado.
Así pues, nos acercamos al viejo castillo que hoy es museo y es regentado por Khalfan Al Hashmi, dueño y príncipe de 42 años, creador del museo y su colección.
Un tipo simpático, entusiasta de la historia de su país, curioso y regalador de sonrisas y bromas. ¡Todo un personaje!
Khalfan es un fan de las antigüedades. Tanto es así que se ha dedicado a recopilar todo tipo de objetos. Desde los juguetes de su infancia (también la mía, pues somos de la misma quinta), hasta verdaderos tesoros como las alforjas de las antiguas caravanas.
El folleto que él mismo edita habla de que tiene más de 10.000 antigüedades alojadas en el castillo. Todas y cada una de ellas han sido recopiladas por él, haciendo numerosos viajes a lo largo y ancho del país.
Fascinante lugar que no hay que dejar de ver
Si está cerrado, aporread la puerta e identificaos porque abrirá.
Khalfan Al Hashmi os mostrará su museo o encargará a su empleada asiática que os lo muestre (y es igual de simpática que él). Finalmente os invitará a un café con dátiles sobre la alfombra en el patio, para lo cual os ofrecerá una antigua jofaina para lavaros la mano (con la derecha es suficiente).
Por cierto que ahí me abrasé la lengua y fui incapaz de terminar el segundo café.
La entrada cuesta 2 OMR por persona (unos 5 €).
A nosotras la visita nos llevó una hora y media al menos, más el rato del café con él.
En ese ratito nos contó que uno de sus sueños es visitar las kasbahs de Marruecos que tienen cierto parecido con las fortalezas omaníes. Se lo confirmé ;-)
También entre sus planes está el adecentar parte del castillo para convertirlo en hotel, y abrir un restaurante. ¡¡Seguro que lo consigue y que le va muy bien a juzgar por su energía!!
Nos fuimos casi con pena al despedirnos del entrañable Khalfan Al Hashmi, para poner rumbo al Wadi Bani donde comeríamos y nos daríamos un baño.
Wadi Bani
Este es probablemente el mejor Wadi a visitar.
Enorme y precioso, siguiendo las indicaciones se llega a la zona de las pozas donde bañarse.
Tras dejar el coche en una especie de parking, avanzamos por un caminito estrecho bordeando un canal de agua. Este es el sistema de riego que mantiene esos magníficos palmerales. Llegamos a una pequeña laguna. Y justo allí hay un sitio para comer de buffet. Nos pareció carísimo (4 OMR = 9 € aprox.) en relación con la oferta que había, así que si podéis, comprad vuestra comida en algún supermercado o tienda antes de ir.
Podemos bañarnos allí mismo, o bien avanzar por un camino inexistente. Entre rocas pulidas por las crecidas del río temporada tras temporada, hay una zona de pozas preciosas.
Así lo hicimos! Advertencia: está prohibido bañarse en bikini, así que todo lo más, bañador de cuerpo entero y si no, directamente con la ropa.
Esto es lo que hicimos nosotras y casi que lo agradezco porque al salir me encontré con una sanguijuela prendida de mi pantalón. Cómo odio a esas chupasangres!
Otro aviso: cuidado con las fotos, especialmente a las mujeres y las personas mayores.
Hay mucho turismo local pero igual que nosotros, no quieren ser molestados y más en un lugar en el que van a bañarse.
Los habitantes del Wadi son también bastante hoscos en este sentido, pero resulta lógico teniendo en cuenta que aquí vienen muchos visitantes.
Tras andar unos 15 minutos entre las rocas y con el sol como única compañía, llegamos al lugar elegido.
Un chico indio que se estaba bañando, con toda seguridad uno de los trabajadores del Wadi, se adelantó y me ayudó a cruzar el riachuelo que estaba muy resbaladizo. Pero después intentó «jugar» conmigo, en plan pesadito.
Enseguida nos preguntó si viajábamos solas. En cuanto le dije que no, que íbamos con un omaní, hizo una última comprobación: preguntar su nombre. Nosotras respondimos enseguida y las dos a la vez, así que le quedó claro que no era un farol. Dejó el tema y se largó.
Está claro que tienen mucho respeto a los omaníes y no se les ocurre hacerte nada si saben que no vais solas. Tenedlo presente y utilizadlo en caso de que sufráis algún tipo de acoso de este tipo (aunque sea mentira, inventaos un nombre).
Esto no ocurrirá con los omaníes, pero sí con los inmigrantes (no fue esta la única ocasión). Claro, andan bastante solos sin acceso a las mujeres… son un polvorín, vamos.
Ya tranquilas, disfrutamos muchísimo del agua. Solamente una pareja de alemanes y su bebé compartía el espacio con nosotras.
Después ya sí, pusimos rumbo al desierto. Atrás quedaba la costa este de Omán, posiblemente la más espectacular que he visto hasta la fecha.
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