Actualizado el 24 marzo, 2019
Temprano, aunque ya el sol apretaba, nos plantamos delante de la muralla de la vieja Nizwa. La intención era pasar unas horas visitando el fuerte o castillo y sus zocos, aunque la tarde anterior ya la habíamos pasando dando vueltas por allí y sus viejas calles, como aperitivo. Pero nos encontramos con una sorpresa mayúscula. Ese día la ciudad estaba distinta. Era día de festival en Nizwa. Un gran desfile en honor el Sultán Qaboos, ahí es ná.
Aparcamos el coche frente a las imponentes murallas. A pesar de estar totalmente restauradas, son una maravilla que te transporta a cómo debieron ser en sus tiempos. Vemos que hay una fila de chavales desfilando, banderas del país por todas partes, y en general reina la actividad previa a un desfile o manifestación.
Día de festival en Nizwa, una de esas casualidades de la vida y los viajes
Resulta que sí, que es día de celebración.
Bueno, en realidad es el ensayo para el desfile de bienvenida que se realizará cuando el Sultán Qaboos les visite.
Celebran que el sultán Qaboos ha vuelto de su convalecencia en Europa por un maldito cáncer. Aunque él esté descansando del viaje y el tratamiento en la capital Muscat, en Nizwa saben que próximamente les visitará.
El día anterior ya un comerciante nos había comentado algo, ante nuestras preguntas sobre por qué estaban engalanando tanto la ciudad. Pero no habíamos terminado de comprender bien qué se estaba preparando. De hecho, ja, ja, entendimos que el mismo sultán vendría, y hasta habíamos fantaseado con llegar a verle… ¡nosotras también habíamos caído rendidas a su magnetismo!
En fin, el momento era fantástico. La visita quedó relegada a un segundo plano. Queríamos ver la fiesta, incorporarnos a ella, disfrutarla, y por supuesto hacer muchas fotos (en mi caso), no lo puedo evitar.
De hecho, mientras cruzábamos el gran aparcamiento que hay frente a la muralla el pulso se me aceleró.
Dando los primeros pasos hacia el interior de la ciudadela estudiaba las escenas con la visión e intención de disparar fotografías, aunque me aguantara un poco las ganas hasta ver el ambiente.
En realidad esta excitación me viene siempre que llego a un lugar o momento que sé que es especial, y que quiero fotografiar de la mejor manera posible, además de disfrutar. Es incontrolable, es así.
El ambiente de un día de festival en Nizwa es… fantástico!
En una grandísima mayoría eran hombres los que estaban en la calle, todos engalanados con sus mejores dishdahas, blanquísimas, y sus gorros bordados o sus turbantes.
De todas las edades. Los adolescentes observaban con esa actitud típica de su edad: manteniendo poses solemnes, casi graves, en imitación de los mayores. O bien riéndose cual chiquillos con sus amigos.
Una mirada al pasado
Los mayores, los más mayores, lucían una satisfacción en la mirada muy elocuente.
Seguro que recordaban los no tan lejanos tiempos en que Omán era un país cerrado, medieval y tradicional.
De hecho, como ya os he contado, se abrió al exterior en 1970.
Seguro que echaban la mirada hacia atrás pensando en el orgullo de su pueblo, su familia, sus tradiciones. Esa mirada que muchas veces todos pecamos al teñir de romanticismo el pasado. Ya lo advierte el refrán «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Un día antes había visto a un anciano cabizbajo caminando por los oasis. Nuestro guía nos contó que muchos añoran los antiguos tiempos y se sienten desubicados en los nuevos. Normal, en 50 años el país ha dado un giro de 180º, de la Edad Media al siglo XXI. Hoy se les veía contentos, solemnes… como decía, con un brillo especial en la mirada.
En la modernidad de Omán
Los jóvenes entre, digamos, 25 y 45 años, lucían en muchos casos cámaras réflex y smartphones último modelo. También algunas cámaras de vídeo, y potentes gafas de sol último modelo a las que no renuncian a pesar de vestir como se debe en ése día. El nivel de vida se refleja también así.
Muchos lucen, además, la gambía o el tradicional puñal curvo en sus fundas ricamente adornadas, bien sujeto al cinto.
El desfile
El desfile estaba encabezado por tres o cuatro jóvenes a caballo que parecían galanes de cine, recién salidos de alguna versión hollywodiense o bollywodiense de Las Mil y una Noches. La verdad es que eran apuestos, todo hay que decirlo ;)
Muy conscientes de su papel, iban y venían arriba y abajo de la calle mientras el desfile se aprestaba para empezar.
Estábamos dentro del recinto de las murallas, en la calle que lleva al acceso al fuerte.
Todo el mundo admiraba a los caballos y sus caballeros.
Me fijé y sorprendió mucho que los ojos de los caballos estuvieran pintados con khol, dándoles un aspecto de fiereza y también de elegancia. ¿Sería para mantenerles a salvo del mal de ojo? ¿una cuestión estética? ¿para protegerlos del sol?
El ambiente era bastante tranquilo. La gente andaba por aquí y por allí pero con paciencia, sin prisas, y en general sin alzar la voz. De hecho, tengo algún vídeo por aquí que demuestra esa extraña quietud.
Reconocí un par de rostros o tres de los hombres que habíamos visto el día anterior en el zoco de pescado y con los que intercambiamos algunas palabras. Y este detalle, eso de reconocer a alguien que el día anterior te preguntó de dónde eres o te invitó a hacer fotos con tranquilidad, cuando es un país extraño y lejano, te aporta una sensación de confianza y bienestar maravillosos. Es un poquito, aunque sea una tontería, como de sentirte parte del lugar.
Los trabajadores (inmigrantes pakistaníes o indios) recogían los botes y envoltorios que con mucha displicencia tiraban al suelo los omaníes, sin pestañear. Nunca dejaré de sorprenderme ante tales gestos de señorío absurdo, por muy majos y agradables que sean los omaníes.
Empieza la fiesta
Por fin suena la música. Lentamente el desfile va bajando la calle y ante todo el mundo van desfilando diversos grupos, cada uno con su música.
No tengo a nadie que me vaya explicando quiénes son cada uno, pero adivino o supongo que representan a las familias o clanes del oasis de Nizwa.
Dispuestos en filas, uniéndose entre si por los bastones tradicionales que utilizan los hombres. Ejecutando pasos de baile. Avanzan entre el caos, ahora sí, de músicas que se mezclan unas con otras.
También hay un grupo que claramente, por su música africana e integrantes de piel mucho más oscura, deben ser descendientes de los habitantes de Zanzíbar que se quedaron en este lado del sultanato después de la separación.
Y todos tienen un lugar en el desfile
Después es el turno de los niños pequeños, preciosos, graciosisímos, portando sus banderitas.
Tras ellos hay una carroza ocupada por pequeños engalanados con ricas vestiduras y joyas tradicionales.
A continuación, las mujeres. Madres en su mayoría, muchas mayores, portan retratos del Sultán. Acaso es un mensaje de protección, un gesto maternal hacia este hombre que por cierto no se ha casado ni ha tenido descendencia. Algo insólito en Omán y sin embargo respetado.
Siguiente parada: las murallas de Nizwa
Cuando pasó todo el desfile decidimos seguir a la gente y los grupos de música. Se encaminaban hacia la mezquita.
Como por ahí no podíamos pasar, había mucha gente y no teníamos claro qué hacer, nos dimos la vuelta y nos fuimos de nuevo a las murallas.
Por allí también estaban desfilando otros grupos. No entendí muy bien cuál era la organización general de la fiesta pero bueno, qué importaba!!
En esta ruta un grupo de mujeres jóvenes llamó mi atención.
Casi todas cubiertas de riguroso negro, muchas tapando todo el rostro con muselinas negras aunque alguna se había atrevido con un rabioso color naranja. Conscientes de que había muchas cámaras en funcionamiento.
Ellas también con sus cámaras y móviles retratando el momento…
Las que ven la vida de forma desenfocada por la tela que las cubre ¿mirarán después los vídeos para reenfocarla? No sé cuánto de imposición masculina hay en que unas lleven el rostro al descubierto y otras absolutamente cubierto. Quizá hay una parte de elección personal, y esa es la parte que menos entiendo.
El sol apretaba fuerte y tuve que buscar una sombra antes de que me diera una lipotimia. El festival seguía su curso, aunque no entendiéramos bien cuál era, pero no queríamos renunciar a visitar el Fuerte que se alzaba prometedor allí mismo, ni tampoco a intentar encontrar el zoco de especias abierto, ya que la tarde anterior estaba todo cerrado y vacío.
Esto último… no tuvimos suerte. De hecho, no pudimos ver los zocos de Nizwa en todo su esplendor, pero a cambio habíamos recibido un par de horas de gran fiesta omaní ¿qué más se puede pedir?!! bueno… haber visto al sultán habría sido lo más!!
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