Actualizado el 29 marzo, 2019
Un día después de llegar a Omán, tocaba salir de la capital. Lo hacía con ilusión y también con la confianza de volver a su capital, Muscat, ya que me había sentido muy bien allí. Tocaba acercarse a las montañas de Omán, llamadas Al Hajar.
Saliendo de Muscat hacia las montañas de Omán: Al Hajar
A veces esto de salir de una ciudad a la que acabas de llegar, te da como pereza. Hay ciudades (capitales sobre todo) de las que no esperas mucho y por tanto no planificas estar allí más de «lo necesario». Y de repente, sin saber por qué, es donde quieres estar desde que llegas.
Me ha ocurrido con ciudades tan renombradas como Estambul, de fama justa y merecida. Y con otras insospechadas como Teherán. En cambio, no lo ha logrado Lima, por citar una de las más recientes.
El caso es que casi a partes iguales tenía muchas ganas de empezar a ver ese Omán de los árabes del mar y del desierto. Los árabes del comercio y la hospitalidad.
Una excursión de ida y vuelta a las montañas de Omán, las montañas de Piedra
Sí, esta fue una primera excursión de ida y vuelta. Muchos tours dedican varios días a la zona de las montañas de Omán que llegan a las lindes de la capital y que parece que la empujan hacia el mar. Sin embargo, nosotras habíamos decidido hacer una visita más superficial para hacerle un hueco a Salalah, la otra capital, la del sur del país, hacia el final del viaje.
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Son decisiones que uno toma desde la distancia y sin saber muy bien si está bien o mal pensado. Con esto quiero decir que no es una región para visitar en un día. Pero tampoco me arrepiento de haberlo hecho así.
Después de visitar a primera hora de la mañana la magnífica montañas de Omán en la capital, emprendimos el viaje con nuestro guía hacia las montañas.
La carretera es una autopista muy nueva construida en el año 2000, cuidada y con poco tráfico.
La conversación fluía poco a poco en inglés. Preguntábamos detalles de lo que veíamos, del país y su historia, cultura y costumbres. Tratando de comprender el país.
Ese día la banda sonora elegida fue un mix de canciones del mundo árabe. Predominaban cantantes sirios, egipcios y algún omaní. Pero al día siguiente nos acompañarían el gran Camarón y otros más o menos ilustres. ¡Resulta que hay aficionados al flamenco en Omán!
Ya no podré oírles sin acordarme de esas carreteras y montañas, ja, ja, ja.
Hoy no os voy a contar el recorrido de manera cronológica o lineal, sino que me voy a dejar llevar por los recuerdos.
De este día destacaría…
Un pueblo de las montañas de Omán: Al Hamra
Parada que solicitamos expresamente cuando hicimos el programa previo.
Al Hamra es un perfecto ejemplo de pueblo tradicional omaní. Como todos, la arquitectura de antaño está de capa caída. Lo de «caída» nunca mejor dicho, porque las antiguas casas de hasta tres pisos, de adobe, se están derrumbando con cada estación de lluvias.
Hamra fue fundada por la dinastía Ya’arubi que reinó entre 1624 y 1741, y muchas de sus casas datan de aquel entonces. Es decir, que tienen entre 300 y 400 años.
Un pueblo que nunca tuvo murallas ni torres de defensa. Que no entró en guerra con los vecinos y que por tanto, a pesar del tiempo, aún conserva esas maravillosas casas.
Un pueblo de paz que hoy se cae a pedazos.
En casas como estas vivían los omaníes hasta los primeros años 70 del siglo XX.
Fue entonces, cuando la modernidad entró en Omán, cuando se trasladaron a nuevas construcciones más cómodas, modernas.
Pero el sultán Qaboos, el mismo que había dado paso a esa modernidad, se dio cuenta de que estaban tirando abajo las antiguas para aprovechar los materiales de construcción. Ordenó parar dicha destrucción, pero el mal ya estaba hecho. Eso y el olvido, la dejadez, no invertir en su recuperación…
Especialmente en Hamra ese paro fue temprano y por eso aún quedan muchas en pie. Rodeadas por el palmeral y los huertos que desde siempre dieron sombra y agua al viajero. Dátiles a los hombres y mujeres, y hierba a las bestias. Imprescindibles para sobrevivir en los cercanos desiertos.
Son casas elegantes, de puertas de madera preciosas. Muchas con aleyas del Corán labradas en la propia madera para proteger a sus habitantes y asegurar su bienestar.
Las calles no están pavimentadas, sino que uno anda por la pura roca de la montaña, con todas sus irregularidades.
El museo etnográfico de Al Hamra
En una de ellas hay una especie de museo etnográfico comandado por mujeres de Al Hamra.
En realidad esta casa, llamada Bait al Safa (Casa de la Pureza), era donde vivían las mujeres sufíes dedicadas a su culto. Como las monjas cristianas, «practicaban» el celibato y el rezo continuo.
Hoy es una casa equipada con los enseres de siempre para que el pasado no se pierda del todo. Adornada con una amalgama de objetos y recuerdos que incluyen hasta una pequeña exposición fotográfica.
Allí estaban las habitaciones alfombradas y con cojines para sentarse a comer, charlar, fumar, pasar las horas de más sol y rezar si tocaba.
También los preciosos baúles que hacían las veces de armarios. Adornados con remaches que forman dibujos florales y que hacen soñar con lo que guardaban en su interior…
Allí estaba la cocina, a donde nos dirigieron en primer lugar para mostrarnos qué cocinaban antes, en qué consistían sus medicinas y cosméticos, cómo tostaban el café, etc.
Las mujeres se fueron relajando poco a poco con nosotras cuando nos quedamos a solas.
Las sonrisas fluyeron, los intercambios de miradas, las sonrisas. Nos aplicaron una mascarilla en la cara hecha a base de madera de sándalo molido, azafrán y agua. Nos probamos sus vestidos. Reímos juntas.
Fortaleza de Jabrin o Jabreen
Saltamos a otro punto de la ruta, en realidad creo que fue el primero, o casi. Se trata de la Fortaleza de Jabrin o Jabreen. La transcripción del árabe a nuestro alfabeto es lo que tiene, que da lugar a varias maneras de escribir cada sitio. A veces esto implica no aclararse mucho con los mapas.
Esta fortaleza se alza en un muy menguado oasis. En realidad, aparte de una pequeña plantación de palmeras junto a sus murallas, con el sistema de riego de «gota a gota», ya está asediado por campos baldíos.
¿Qué ha ocurrido aquí? pues que el agua de las montañas ya no llega prácticamente porque las lluvias y nieves son cada año menores.
Pasa que el maldito Cambio Climático está ya en nuestras vidas y provocando este tipo de estropicios que nos afectan directamente.
La fortaleza o castillo es hoy museo.
La historia de Jabreen
Un imán de la dinastía Ya’aruba, famoso por su gusto por los poetas y la educación, fue el que construyó este castillo-palacio que empezó siendo vivienda en 1670.
El sultán padre de dicho imán fue considerado héroe de la nación. Consiguió echar a los portugueses en 1650, tras 150 años de ocupación opresiva y cruel. Todo esto según reza el folleto informativo que te dan en la puerta.
El castillo está completamente restaurado. Fue el primero de la serie de restauraciones que el sultán ha llevado a cabo. Tras siete años de obra, en 1983 pudo abrir sus puertas de nuevo.
No es que no tenga encanto. Luce como antaño seguramente luciría, pero algo de romanticismo sí se pierde. Por una parte me da mucha pena ver cómo los tesoros históricos se caen a pedazos delante de mi. Y por otra no me termina de gustar verlos reconstruidos como si fueran nuevos.
Volviendo al castillo, la verdad es que me gustó mucho.
La vida en las antiguas fortalezas de Omán
Los patios pequeños y umbríos resguardan perfectamente del calor del exterior.
Todas las habitaciones tienen varias ventanas que aseguran las corrientes de aire y por tanto el frescor. En especial las que usaban las mujeres para sus labores de costura, o la biblioteca. Esta última es una sala preciosa. Con sus volúmenes organizados en soportes de madera labrada exactamente iguales a los que vi fabricar en Bukhara (Uzbekistan).
En la azotea se ubica la madrasa o escuela. Allí además de impartir las enseñanzas del libro sagrado, se enseñaba astronomía y medicina.
El mundo árabe fue muy adelantado en los conocimientos de disciplinas como estas. También la botánica y la filosofía, la poesía y la música.
¿Qué ocurrió para que todo aquello se perdiese? Y sobre todo ¿qué ocurre que no se retoma, dejando el campo libre a los fanatismos destructores que campan en buena parte de estos países?
Aunque Omán es un remanso de paz, y espero que por mucho tiempo.
Aún queda parte de los frescos que adornaban las bóvedas de las escaleras. Y quizá la mayoría de techos de la fortaleza que me parece más un palacio. Otras estancias tienen magníficas vigas también adornadas con intrincados motivos florales o geométricos.
En una muestra de los preciosos utensilios de cocina que se expone en el patio interior, nos encontramos con una vasija que conserva la marca de los panales de miel de abeja que se dejaban en ella para que la rica savia escurriese. ¡Sencillamente increíble!
También aprendemos cómo se elabora la afamada miel de dátil. Esta se obtiene por el apilamiento de los dátiles maduros y su prensado. Un poco como el vino, pero más espeso ;)
A nuestro alrededor todos son turistas locales que acuden en familia a visitar su historia.
Me encanta cuando un país genera interés por su pasado entre las generaciones jóvenes. Y desde luego es signo de prosperidad el que puedan permitirse un día libre o vacaciones para visitar sus propias riquezas.
Por cierto, siendo el segundo día seguimos maravillándonos de la blancura cegadora de las dishdashas de los hombres. Le preguntamos por su secreto al guía, pero no sabe decirnos, ja, ja.
La sección central de Al Hajar: Jebel Akhdar
Después sí, subimos a una altura de 1.200 m. por una carretera bastante buena aunque llena de curvas.
De camino paramos a ver los restos de un antiguo pueblo en la montaña, Al Juraufut. Junto a este se ha edificado el moderno. Unos chavales de unos 12 años estaban allí vendiendo algo de artesanía.
El paisaje era puramente rocoso. El polvo suspendido en la atmósfera dotaba a las montañas de alrededor de una apariencia fantasmagórica y fantásticas.
Los pliegues de las montañas son testigo de los movimientos tectónicos que dieron origen a las mismas. En muchos kilómetros a la redonda no hay suelo, sino roca gris.
Un desierto de roca que curiosamente me recordó muchísimo a El Burren irlandés. Aunque los escasos matorrales que logran crecer aquí están secos en esta época del año. No obstante, en Enero nieva.
Desde el mirador que alcanzamos (hay varios), pudimos contemplar la suave cumbre de Jebel Sham. Esta es la montaña más alta de Omán, con algo más de 3.000 metros de altura. No se puede escalar por ser área militar.
Sí se pueden realizar algunos trekking por el enorme e impresionante cañón de piedra rojiza que se abría a nuestros pies.
La temperatura había bajado bastante gracias a la altura en la que estábamos. Junto con el viento, llegué a tener un poco de frío.
Almorzamos en el resort Jebel Shams que hay junto al mirador. Equipado con pequeños bungalows, tiene restaurante y un quiosco con sandwiches y platos de comida rápida.
El sitio para comer es más que agradable. Tiene una serie de tenderetes con cojines y alfombras a modo de «chill-out». Allí aprovechamos para descansar mientras el guía se iba a rezar. Pero ojo, es caro (9 o 10 € cada uno por un plato de nuggets, patatas fritas y refresco).
Siempre podéis llevaros vuestra propia comida, ya que los precios de los supermercados son bastante buenos. Incluso venden packs de picnic ya preparados, porque esta es una de las actividades de ocio favoritas de los omaníes.
Esto es lo que dio de sí nuestro día en la región de las montañas que empujan a Muscat hacia el mar.
Volvimos a la capital a pasar la tarde y noche, disfrutando de un nuevo paseo por la Corniche. Al día siguiente emprenderíamos camino hacia Sur, la ciudad de Simbad el Marino :)
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