Actualizado el 28 enero, 2019
Tiene edificios de más de mil años de antigüedad. La vida en sus calles sigue su curso con la misma placidez que hace unos cientos de años. Su centro urbano es un conjunto arquitectónico de madrasas, antiguos caravasares, teterías, bazares… Te presento a Bukhara.
Bukhara, en la Ruta de la Seda
Bukhara o Bujara es una de las ciudades uzbekas que antaño fue parada «obligada» de la Ruta de la Seda.
Para mi, toda una sorpresa maravillosa porque está mucho mejor conservada que la mítica y famosa Samarcanda. Y mucho más viva que la bella ciudad-museo de Khiva.
Algunos pensaréis que es un «a medio camino». Pues no, es sencillamente es una maravilla que bien vale la pea detenerse al menos un par de días.
Buscando alivio para el calor de Bukhara en Agosto…
Llegamos al mediodía procedentes de Samarcanda y nos encontramos con un sol abrasador, un calor espeso y «caliente» en todo su sentido.
Nos proponen ir al hamman que hay en pleno centro. Justo allí donde empieza el dédalo de callejuelas y bóvedas que forma buena parte del bazar histórico.
Después de una breve negociación, el hamman nos abre sus puertas permitiéndonos entrar a hombres y mujeres juntos. Esto no es normal. Siendo guiris, hacen una excepción.
La separación de sexos en los hamman es estricta. Se controla por los horarios/días en los que pueden ir unos y otros.
Entramos, nos desvestimos en las taquillas y de ahí pasamos a una gran sala que parece excavada en la roca. Oscura, primitiva, muy húmeda. Con una gran cúpula y algunas ventanas minúsculas por las que entra la luz exterior. Parece un salto en el tiempo! y nosotros en bañador… ;P
Alrededor se abren pequeños habitáculos donde estar sudando y echándonos agua fría los unos a los otros cada cierto tiempo. Así contrarrestamos la temperatura y mejoramos la circulación sanguínea.
Al principio nos indican que las mujeres entremos a uno de esos habitáculos y los hombres a otro. Pero «ellos» tenían un chorro de agua mucho mejor que el nuestro, así que al final nos reunimos todos juntos.
Después vamos pasando uno a uno por las manos de los masajistas del hamman. Quiromasajistas más bien! A mi me dejaron estupenda, qué queréis que os diga :D.
Cuando terminamos y nos estamos vistiendo, el hamman se abre a los hombres de Bukhara.
Tras un par de horas de siesta, que yo intenté aprovechar yendo a un cibercafé a poner unos emails y casi perezco en el intento bajo el sol de mediodía y la nefasta conexión a Internet… salimos a explorar un rato la ciudad.
Paseando por Bukhara
Echamos a andar desde el hotel por una calle empedrada por la que seguramente las antiguas caravanas se dirigían a los caravasares a descansar.
Recuerdo al fabricante de cuchillos, uno de los primeros personajes con el que nos encontramos. De sonrisa franca y simpática, llena de relucientes dientes de oro.
Esas dentaduras cubiertas del «vil metal» que demuestran la prosperidad económica de la persona. Una moda a la que sucumben mayores y jóvenes, hombres y mujeres, por igual.
Atravesando una parte de su bazar cubierto, llegamos a la plaza Lyabi-Hauz. Tiene un estanque en el centro que fue construido en 1620. Su nombre tayiko significa precisamente eso, «alrededor del estanque».
Un par de bares y teterías donde comer o cenar «pinchos morunos» y otras exquisiteces por la noche, al fresco.
Hay frondosos árboles alrededor del estanque que dan sombra a los jugadores de ajedrez. Y entre sus ramas admiras a las madrasas y caravanserais que le dan a la plaza ese aspecto de regio escenario con sus azulejos de estilo persa.
De bazar en bazar
Los bazares cubiertos, con su organización por oficios, son la continuación de esta plaza. Un buen lugar donde guarecerse del calor y donde comunicarse con algunos de los habitantes de Bukhara. Ellos esperan pacientemente a que los turistas les compren una miniatura, un soporte de madera labrada para leer el Corán, un pañuelo de seda o una funda de cojín con los característicos bordados de este país, una cajita de azafrán u otras especias vendidas al peso…
Los antiguos caravanserais, luego madrasas donde el Islam se hacía fuerte, son hoy edificios semiabandonados pero abiertos al visitante. ahí se cobijan los comerciantes dedicados al turismo. No es lo mismo que antes, evidentemente, pero no me digáis que hasta cierto punto no han recuperado algo de la actividad de antaño, la de comerciar.
La Bukhara monumental
Y saliendo de esta parte entrañable, de repente te encuentras ante lo que yo llamaría la Bukhara «monumental», o una parte de ella.
El minarete Kala Minor se alza espléndido desde el s. XII, con sus 47 metros de altura. Tiene diez metros de cimientos, preparado para los terremotos. Dicen que nunca ha necesitado una restauración.
Una leyenda dice que el Khan Arslan mató a un imam. Esa misma noche tuvo un sueño donde el imam le habló, y le dijo: «me has asesinado, ahora te obligo a que guardes mi cabeza en una tinaja y la pongas donde nadie pueda alcanzarla», y construyó esta torre.
Se encuentra en una plaza enorme. Flanqueada por la mezquita Kalon, y la madrasa Mir-i-Arab, dos grandes y espléndidos edificios religiosos utilizados para otros menesteres en la época soviética. Hoy están abiertos al turismo.
No acaban aquí las sorpresas ni la belleza de Bukhara, qué va…
En la plaza de Registán (sí, mismo nombre que la famosa plaza de Samarcanda), se alza la entrada a la ciudad real, amurallada. Otro vestigio del pasado hoy convertido en museo.
Toca pasear por la sala de las recepciones y coronaciones reales (la última coronación fue en 1910, la del Khan Alim), cuyo techo fue destruido por un bombardeo en 1920. La sala de la música, donde se guardaban los instrumentos a utilizar en los espectáculos y celebraciones. Y la sala del trono, hoy aprovechada para mostrar las telas típicas a la venta…
Frente a la puerta de la ciudadela está la mezquita de Bolo-Hauz. Coincidimos con el viernes, y con la hora del rezo. No cabía un alfiler y el discurso del imam se emitía a través de un sistema de megafonía al exterior. Nadie se quedaba sin saber qué consejos daba, como cada viernes, para que la moralidad y la fe no se debiliten, supongo.
La mezquita tiene un porche magnífico, de techo de maderas pintadas y soportado por 20 columnas de nogal y otras dos variedades que no recuerdo. Frente a él, el minarete de ladrillo y azulejos.
El rato que estuvimos contemplando el rezo, y el edificio en sí, quedó en mi memoria como otro de esos momentos «ricos» en un viaje. Ricos en experiencia, en aprendizaje.
No sé si fue esa misma tarde, u otra, cuando nos acercamos al Parque Samani, un buen lugar donde refugiarse del calor y donde encontrar dos preciosos mausoleos del s. X y XII respectivamente. Quizá, de todas formas, lo mejor del lugar es la calma que se respira.
Y saliendo un poco de los monumentos, la vida en la Bukhara de hoy continúa…
Una Bhukara que nunca olvidaré, y a la que quizá vuelva más adelante y con más tiempo, sólo para observar y saborearla a placer, con tiempo hasta para aburrirme! :)
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Qué buenos recuerdos y cómo cambia una ciudad con las estaciones :-) Nosotros estuvimos a finales de febrero y el frío era cortante, todas las calles con nieve en las aceras y las mezquitas cubiertas (lo que no deja de llamar la atención :-) )
Gracias por devolvernos allí :-)
Qué chulo, me gustaría conocerla también en esas lides, con nieve y demás, aunque me imagino que pasear en un poco menos placentero, desde luego tiene su punto… yo conocí así Praga :)
De nada, gracias por comentar!!
Qué bonito!!
La pandemia me ha quitado la oportunidad de conocer Uzbekistán en 2020 y yo creo que este 2021 va por el mismo camino…bueno esperamos que en un futuro pueda quitarme la espinita.
Estupendo relato!!1
Me alegro de que te haya gustado! Sí, con la pandemia 🥺🥺🥺🥺🥺