Actualizado el 11 febrero, 2023
Salimos de las arenas de Wahiba, con más pena que otra cosa, y nos encaminamos hacia Nizwa haciendo el camino en sentido inverso a como suele hacerse. Hoy toca visitar algunos de los oasis de Omán, testigos de un tiempo pasado que no sabemos si fue o no mejor, pero que fue.
En busca del pasado en los oasis de Omán
Visitar algunos de los oasis de Omán es casi un deber. Allí están los restos de la vida que estuvo vigente hasta 1970. Antiguas ciudades con fama por sus torres y palmerales. Ciudades que hoy se van deshaciendo porque el adobe no se renueva y las lluvias se lo llevan sin remedio.
Un oasis es allí donde el agua abre paso a la vida en el desierto. Donde el hombre desde siempre se ha afanado por cultivar sus huertos para sustento suyo y del ganado. Para sobrevivir entre la arena y la roca.
Los oasis son lugares que regalan sombra y frescor en medio de la sequedad más absoluta. Donde los mayores hacen sus paseos tranquilos aunque, según nos cuenta nuestro guía, apenados por cómo ha cambiado la vida.
En menos de 50 años la historia de Omán ha dado un giro de 180 grados
En menos de cinco décadas Omán ha saltado a la era moderna. Mucha de su población ha tenido que sufrir este cambio sin otra posibilidad que contemplarlo.
Ancianos que les ha tocado transportarse de un siglo a otro en un suspiro. Ancianos que no conocieron el agua corriente, ni los baños de porcelana, ni siquiera la luz eléctrica, ni el teléfono. Crecieron en un mundo medieval que rendía pleitesía a sus señores feudales y absolutamente locales.
Esos ancianos hoy andan por los caminitos de los oasis con semblante triste, agachados por el peso de los años, de la vida. Apartándose molestos ante la invasión de los enormes 4×4 último modelo que llevan a los (menos mal que pocos) turistas como nosotras.
El oasis de Ibra
Volviendo a los pueblos antiguos. Hacemos una primera parada en Ibra, y en concreto en la parte de Sfal, conocida por sus 10 torres de vigilancia ¡Todo un aviso para los extraños!
Paseamos entre las ruinas, absolutas ruinas, de los antiguos palacios de los señores del lugar.
Los muros aún lucen celosías de barro, decoraciones preciosas, puertas que fueron lujosas, señoriales, imperiales, qué sé yo.
Es fácil adivinar la opulencia, y fácil entristecerse ante el destrozo del tiempo en los oasis de Omán.
Me gustaría encontrar la puerta del tiempo que me llevara a cuando allí vivía gente y todo este mundo estaba vivo, aunque sólo sea para dar un paseo. Para tomar un té a la sombra oyendo el agua de la fuente correr. Para escuchar el murmullo de ellas y sus quehaceres por la casa, y el de ellos y sus conversaciones.
Fotografiando la opulencia de los tiempos pasados
Pero me contento con imaginármelo y también con disfrutar intentando realizar fotografías que sean bonitas y que muestren lo que veo. A pesar del fuerte contraste que el sol imprime a esas horas cercanas al mediodía.
Deambulamos entre los patios hoy castigados por el sol. Enormes arcadas de adobe, y restos de los hasta tres pisos que tenían algunas de estas casas y templos, nos asombran.
Y a mí, por encima de todo, me sorprenden una y otra vez las viejas puertas traídas de Zanzíbar, quizá de la India.
Auténticos tesoros que dejamos atrás para continuar. La carretera nos sorprende con la (para nosotras) curiosa imagen de un camello transportado en la trasera de una pick-up. Está ahí, tranquilo, viajando. De vez en cuando nos mira fijamente. Qué sentirá el animalito, me pregunto yo…
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Birkat Al Amuz
Y entonces llegamos a Birkat Al Amuz o Almouz, la «alberca de plátanos» según nos dicen que significa este nombre.
El nombre puede que lo olvidemos fácilmente, pero no el paisaje ni el imponente palmeral. Los restos de la antigua Birkat, encaramados en una ladera, parecen confundirse con la montaña. Esto no se olvida fácilmente.
Bajamos y cruzamos los huertos bajo la sombra de las palmeras, y nos cruzamos otra vez con algún anciano de mirada perdida.
Comienza otro paseo de exploración entre el silencio de las ruinas
Es un poco distinto, y a la vez es muy parecido a Ibra. Aunque aquí las calles están llenas de cascotes y se me antoja que estoy pisando un escenario de guerra reciente o algo así.
Nos internamos en una de las casas y subimos a la primera azotea. Hay un piso más, pero el guía nos pide que esperemos hasta que él compruebe si el piso es seguro. Vuelve al cabo de unos minutos y nos dice que no, que las últimas lluvias lo han debilitado.
Entonces me doy cuenta de que realmente pisamos ruinas e incluso podemos estar en peligro. Bajamos poniendo más cuidado en dónde pisamos.
También me doy cuenta de que quizá dentro de muy pocos años, si no se pone remedio, estas casas serán ya irreconocibles. Cada año cae un muro, una escalera, un techo. Cuando te quieres dar cuenta sólo queda un montón de arena y piedras.
En alguna casa aún hay enseres colgados de las paredes. Cestos de palmera que siguen esperando a estar llenos de dátiles, como antaño. Quizá sea eso lo que aumenta la sensación de estar en un sitio abandonado por algún suceso dramático. Como sólo una guerra puede serlo, aunque no es el caso.
Hay dos núcleos más de casas derruidas en Birkat Al Mouz, pero decidimos irnos. Aún no hemos comido y la promesa de Nizwa está al alcance de la mano. Quizá la ciudad más bonita que pisamos en Omán y con permiso de Muscat y Salalah. El último de los oasis de Omán en el que recalamos en este día lleno de luz y calor. Pero esta es otra historia que merece ser contada a su tiempo 😊
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