Decidí escribir un post sobre los lagos de Etiopía porque probablemente este no sea un país que «suene a lagos». Pero resulta que hay unos cuantos. Dejando de lado el Lago Tana y el Lago Chamo, de los que ya he hablado en este blog, aquí voy a hablar de los lagos Shala, Abyata y Langano, situados en el mítico Valle del Rift.
Lagos de Etiopía: una sorpresa inesperada
Cuando te encuentras con los lagos de Etiopía, entiendes lo poco que sabemos de este país. A lo largo y ancho de su geografía hay numerosos y enormes lagos que sustentan la vida de la fauna salvaje y los pueblos que habitan su naturaleza.
Hoy quiero centrarme en tres lagos que se encuentran en el mítico Valle del Rift. Son tres y se sitúan muy juntos, a poco más de 200 kilómetros de Addis Abbeba, la capital. Alrededor de la carretera que se dirige casi en línea recta hacia la frontera con Kenia.
Son, por tanto, una excelente parada ya sea al bajar hacia las tierras de las tribus del Sur, o bien al volver a la capital.
Estamos en el centro del Valle del Rift, la famosa depresión o gran cicatriz que recorre casi medio continente africano de norte a sur. En un Parque Nacional.

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Lagos Shala y Abyata
Los lagos Shala y Abyata están llenos de vida. Flamencos, ibis, pelícanos blancos, peces que son capturados con redes a pie de orilla. Se trata de lagos de origen volcánico, y por eso en el lago Shala, además, hay fuentes de aguas termales.
Sólo con observar las orillas de los lagos lo puedes comprobar por las rocas porosas que los rodean.


En las fuentes termales, a unas decenas de metros de la orilla, el agua sale a borbotones. A temperaturas muy altas. Se derraman en el lecho que ella misma ha creado hasta llegar al lago, donde se funde con el resto del agua.


En sus charcos, los etíopes van a lavarse y a curar sus males. Les atribuyen propiedades sanadoras para todo tipo de enfermedades, y no dudan en lavar sus ropas además de a sí mismos.

El vapor de agua apoya al soberbio paisaje dándole un aire de cierto misterio. Quizá de «suceso», porque parece que hay un pequeño incendio en alguna parte.
Un señor envuelto en su shama camina elegante. Parece un noble, un rey. Un poco más allá, jóvenes musculosos se enjabonan con energía. Mujeres solitarias están acuclilladas, pensativas, en el agua. También hay niñas lavando ropa y hombres de campo conduciendo a sus vacas mientras montan sobre sus caballos. Es un escenario inolvidable, la verdad.




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La fauna de estos lagos
Nos acercamos a la orilla para ver de cerca a un grupo de flamencos. En cuanto advierten nuestra presencia, por muy silenciosa que sea, se apartan y luego se van. No están demasiado lejos de los humanos que hacen sus quehaceres diarios, pero quizá detecten que nosotros no somos como ellos, sino diferentes. Quién sabe 😊


Lago Langano
En el lago Langano, unos kilómetros más al norte, pasamos un par de noches entre lluvias torrenciales en el Wenney Eco-Lodge, que no sé si seguirá abierto. Esta es la zona donde hay más alojamientos, por cierto.
Igual que otros de la zona, está conformado por cabañas de troncos y techos de paja alzados del suelo en una plataforma. Dispersos en el terreno boscoso.
Tan dispersos, que sólo están unidos por senderos casi invisibles. Por la noche hay que buscarlos a cada paso, en la negrísima oscuridad. O bien algún vigilante que no ves hasta que está junto a ti, te sale al paso para reconducirte. Más de un susto nos llevamos 🤣.

Te habrás dado cuenta de que se llama «ECO Lodge». El agua del baño viene directamente del lago y es de color marrón por los minerales que tiene. La luz eléctrica va y viene (igual que en los no ecológicos).
Dicen que hay zonas planteadas para el turisteo, con su playa de arena y todo, en este lago. Pero yo no vi nada de eso. Menos mal.

El Langano es un lago inmenso del que es difícil distinguir la otra orilla.
El mayor interés del Lago Langano, además de su tamaño, puede ser que está rodeado de bosques primarios habitados por muchos tipos de aves huidizas, águilas africanas y algunas especies de monos.

Una mañana nos levantamos muy muy pronto para ir a observar las aves al amanecer en compañía de un guía local. No tuvimos demasiada suerte, quizá porque hace algo de frío y está un poco lluvioso.


Más tarde llega un torrente manando del cielo. Poco puedes hacer más que contemplarlo desde las cabañas en las que nos alojamos, o desde el bar donde nos tomábamos unas St. George (cerveza local). Qué remedio, ji, ji.
Bueno, también salimos corriendo a recuperar la ropa que habíamos dado a lavar, ya que nos quedaba casi la mitad del viaje por delante. Estaba empapadísima y era ropa de abrigo, porque en Agosto hace bastante frío en Etiopía.
Hicimos lo que pudimos, incluyendo convencer a los del lodge para que encendieran una fogata por la noche en la que poner a secar la ropa. No conseguimos que se secara del todo y sí que se impregnara del humazo. Pero con todo y con eso, estar sentados un par de horas ante el fuego, dejándonos hipnotizar por sus llamas, fue fantástico.
Los lagos de Etiopía nos saludaron con el silencio y los colores que no esperábamos ¿Y tú, te imaginabas estos paisajes en este país?
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