
Actualizado el 28 marzo, 2019
Decidí escribir un post sobre los lagos de Etiopía porque probablemente este no sea un país que «suene a lagos». Pero… realmente hay unos cuantos!! Dejando de lado el Lago Tana y el Lago Chamo, de los que ya os he hablado en este blog, hoy quiero hablar de los lagos Shala, Abyata y Langano.
Cuando te encuentras con los lagos de Etiopía entiendes lo poco que sabemos de este país

Los tres lagos de los que hoy os hablo se sitúan muy juntos. A poco más de 200 km al sur de Addis Abeba. Alrededor de la carretera que se dirige casi en línea recta hacia la frontera con Kenia.
Una excelente parada ya sea al bajar hacia las tierras de las tribus del Sur, o bien al volver a la capital.
Estamos en el centro del Valle del Rift, la famosa depresión o gran cicatriz que recorre casi medio continente africano de norte a sur. En un Parque Nacional.

Lagos Shala y Abyata
Los lagos Shala y Abyata están llenos de vida. Flamencos, ibis, pelícanos blancos, peces que son capturados con redes a pie de orilla.
Y en el lago Shala, además, hay fuentes termales.
Sí, es una zona volcánica. De hecho las orillas de los lagos así lo demuestran con las rocas porosas que los rodean.

En las fuentes, a unas decenas de metros de la orilla, el agua sale a borbotones. A temperaturas muy altas, se derraman en el lecho que ella misma ha creado hasta llegar al lago, donde se funde con el resto del agua.

En sus charcos, los etíopes van a lavarse y a curar sus males. Les atribuyen propiedades sanadoras, para todo tipo de enfermedades.

El vapor de agua apoya un paisaje soberbio, dándole un aire de cierto misterio. Quizá de «suceso», porque parece que hay un pequeño incendio en alguna parte.
Un señor envuelto en su shama camina elegante. Parece un noble, un rey.


Un poco más allá, jóvenes musculosos se enjabonan con energía.
Mujeres solitarias están acuclilladas, pensativas, en el agua.
También hay niñas lavando ropa y hombres de campo conduciendo a sus vacas mientras montan sobre sus caballos.



Nos acercamos a la orilla para ver de cerca a un grupo de flamencos
En cuanto advierten nuestra presencia, por muy silenciosa que sea, se apartan, se van.
No están demasiado lejos de los humanos que hacen sus quehaceres diarios, pero quizá detecten que nosotros no somos como ellos, sino diferentes. Quién sabe :)


Lago Langano
En el lago Langano, unos kilómetros más al norte, pasamos un par de noches entre lluvias torrenciales en el Wenney Eco-Lodge.
Está conformado por cabañas de troncos y techos de paja alzados del suelo en una plataforma. Dispersos en el terreno boscoso.

Tan dispersos, que sólo están unidos por senderos casi invisibles. Por la noche hay que buscarlos a cada paso, en la negrísima oscuridad. O bien algún vigilante que no ves hasta que está junto a ti, te sale al paso para reconducirte. Más de un susto nos llevamos, je, je, je.
El agua del baño viene directamente del lago. Es de color marrón. La luz eléctrica va y viene (igual que en los no ecológicos).
Dicen que hay zonas planteadas para el turisteo, con su playa de arena y todo, en este lago. Pero yo no vi nada de eso. Menos mal.

El Langano es otro lago inmenso del que es difícil distinguir la otra orilla.
Su mayor interés puede ser que está rodeado de bosques primarios habitados por muchos tipos de aves huidizas, águilas africanas, algunos monos…

Una mañana nos levantamos muy muy pronto para ir a observar las aves al amanecer, en compañía de un guía local. No tenemos demasiada suerte, quizá porque hace algo de frío y está un poco lluvioso.


Más tarde llega un torrente manando del cielo. Poco puedes hacer más que contemplarlo desde las cabañas en las que nos alojamos, o desde el bar donde nos tomábamos unas St. George (cerveza local). Qué remedio, ji, ji.
Bueno, también salimos corriendo a recuperar la ropa que habíamos dado a lavar, ya que nos quedaba casi la mitad del viaje por delante.
Estaba empapadísima. Era ropa de abrigo, porque en Agosto hace bastante frío en Etiopía.
Hicimos lo que pudimos, incluyendo convencer a los del lodge para encender una fogata por la noche en la que poner a secar la ropa.
No conseguimos que se secara del todo, y sí que se impregnara del humazo. Pero con todo y con eso, estar sentados un par de horas ante el fuego, dejándonos hipnotizar por sus llamas, fue fantástico. Las imágenes del atardecer en el lago seguían bailando en nuestras mentes, y filosofamos de unos temas y otros. No se puede pedir más.
Y el lago nos despedía y saludaba con el silencio y los colores que se esperan…
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