Actualizado el 17 enero, 2021
Diez años después de viajar a Etiopía me dispongo a escribir sobre el recuerdo y las sensaciones que me llevé de este gran país que rompe esquemas. Generalmente no tardo tanto, pero entonces no tenía blog. Por otro lado, es cierto que he publicado casi todas las etapas del viaje de 23 días que hice en agosto de 2010, pero no he reunido las impresiones que me produjo ni los lugares que me gustaría destacar, así que vamos a ello ¡y a ver qué sale! 🤗
Etiopía es un país que rompe esquemas
Sí, rompe esquemas. Etiopía ha sido y posiblemente siga siendo asociada a las terribles imágenes de sequía extrema y hambrunas con niños desnutridos de hace unas décadas. Por supuesto que aquello ocurrió, pero además de que no alcanzó a todo el país, es que hay mucho más que contar de Etiopía.
Empezando por su historia
Etiopía es el país independiente más antiguo de África, nunca colonizado según presumen allí (los italianos la ocuparon por cinco años pero no llegó a formar parte de ningún imperio colonial), y su historia es larga y compleja.
Podríamos empezar hablando de que en Etiopía fue donde se descubrió el famoso esqueleto de Lucy, el Australopithecus Afarensis, y una colección de cráneos de homo sapiens que revolucionaron la perspectiva del origen del ser humano moderno.
Podríamos hablar de cuando los griegos llamaban a esta tierra Aithiopia, el “país de los rostros quemados” con el que se referían a la Etiopía actual y al desierto de Libia, Nubia y Sudán. Es decir, bajo este nombre se agrupaban las tierras hasta donde llegaban sus conocimientos más allá de Egipto.
Hace algo más de 5.000 años los egipcios viajaban a la actual Etiopía para proveerse de incienso y mirra, perfumes muy valorados en las altas esferas de su civilización, tanto las religiosas como las de los gobernantes. También buscaban madera de ébano, marfil y esclavos.
Y podríamos citar al reino de Saba, mencionado en el Antiguo Testamento. En realidad no se sabe a ciencia cierta si dicho reino estaba en Etiopía o en Yemen si hacemos caso a los árabes, pero según el A. Testamento el fundador del Imperio Etíope fue el hijo de la reina de Saba y el rey Salomón.
El reino de Aksum sí fue el primer imperio de estas tierras, o eso creemos hoy en día. Llegó a comerciar con la India y el Imperio Bizantino a través de sus puertos del Mar Rojo (hoy Eritrea y Yibuti).
Más adelante el monje sirio Frumencio introdujo el cristianismo. Aquí va un primer cliché roto. Sí, en Etiopía hay cristianos. Muchos. De hecho la iglesia cristiano ortodoxa etíope es una de las más antiguas, reconocidas y antaño poderosas de esta religión. Hoy se reparte el pastel con el Islam y con el animismo de las tribus.
Siglos después llegaron los portugueses, y después los musulmanes invadieron Etiopía en el siglo XVI. Un poco más tarde arribaron los jesuitas, entre los que se encontraba Pedro Páez, nacido en un pueblo de Madrid.
Podríamos seguir liándonos con la historia de estos siglos porque hay muchísimo que contar, pero no soy historiadora y seguro que meto la pata (si no la he metido ya en este mini resumen… agradezco las correcciones).
Aun así, no acabaré este apartado sin mencionar a Haile Selassie, emperador autoproclamado que llegó al poder en 1930 y estableció una Constitución para su régimen absolutista, aunque suene contradictorio.
Selassie se revistió de Poder Divino y fue un iluminado muy bien relatado en el libro del gran Rizard Kapucinski “El Emperador”. Y por si no caes en la cuenta… el movimiento rastafari, del que era tan seguidor el mismísimo Bob Marley, creía que este emperador era el Mesías Negro o Cristo salvador (y negro).
Tras este largo camino recorrido, en el año 2020, que es cuando escribo este post, Etiopía tiene una presidenta al mando. Se llama Sahlework Zewde. Y el primer ministro, Abiy Ahmed Ali, galardonado con el premio Nobel de la Paz en el año 2019 por firmar la paz con Eritrea, ha nombrado el primer gobierno paritario de la historia y lleva unos cinco años realizando un proceso de apertura y democratización sin precedentes.
Qué bien suena ¿no? Pues justo después de escribir el borrador de este artículo me asalta la noticia de que en el norte del país ha comenzado un conflicto que día a día está tomando proporciones más que preocupantes. Está habiendo masacres en la región de Tigray, ya hay varias decenas de miles de refugiados que huyen al vecino Sudán. No se permite que haya prensa, internet está bloqueado, y las noticias son pocas y confusas.
El primer ministro, con el Nobel de la Paz en la mano, como que está saliendo rana… 😫 No puedo dejar de recordar el también reciente caso de Birmania y los rohinyas.
Ojalá encuentren la paz pronto, la de verdad, la duradera, la que se merecen las buenas gentes de Etiopía.
Hablemos de los paisajes y naturaleza de Etiopía
Sigamos rompiendo esquemas sobre lo que sabes de Etiopía, o intentémoslo. Aunque lo había visto en algún libro de fotografías, por aquél entonces no iba preparada para la variedad de paisajes que me encontré. Ya sabes, por mucho que lo veas en una pantalla o un libro, no es lo mismo. Hay que ir.
En el sur domina el paisaje saheliano, pre desértico y de sabana. Quizá lo más parecido a lo que te esperas de «un país africano», según los clichés de turismo y cultura general que tenemos por aquí. Esos tópicos con los que nos empeñamos en unificar a todo un continente.
Sin embargo, a medida que avanzas hacia el norte y oeste te encuentras con muchos lagos y grandes ríos, entre los que hay que destacar el Lago Tana, donde nace el Nilo Azul.
Domina el verde en el mes de agosto, época de lluvias. Tanto, que podrías decir que estás andando por el norte de España. Tanto, que podrías pensar que estás en un vergel. Y así continúan siendo un poco más al norte, donde está Gondar, la puerta de entrada a las Montañas Simien. Unas montañas que son Patrimonio de la Humanidad y alcanzan los 4.000 metros de altura. Y ojo a los castillos medievales de la misma Gondar.
El verde continúa siendo intenso en Lalibela, al este de la capital del país, con sus mesetas altas y llenas de iglesias excavadas en la roca.
Hacia el noreste, en la misma frontera con Eritrea, la base volcánica de este lado de África aún es joven. Allí están el Dallol y la gran Depresión del Danakil. Son paisajes propios de otros planetas, desiertos de roca volcánica llenos de colores rabiosos por el azufre y otros minerales, volcanes en activo y grandes salinas donde un puñado de nómadas se ganan la vida arrancando la sal de la tierra. Uno de esos lugares remotos que están en mi lista de viajes deseados desde hace mucho tiempo. Porque no, no llegué a ir. En verano no se puede por las altísimas temperaturas y además ese viaje te lleva un mínimo de 10 días. Algún día.
Por supuesto que 23 días no son suficientes para recorrer Etiopía como se merece. Harían falta meses, siendo un país enorme, realmente enorme, y en el que necesitas al menos dos estaciones para pisar algunos de los lugares que he mencionado. El invierno para el Danakil, la estación seca para las Montañas Simien… Estos dos lugares y la mítica ciudad musulmana de Harar, antaño centro caravanero del sureste, son los que me gustaría conocer.
Sin olvidarnos de sus gentes
Más allá de los paisajes, Etiopía sorprende por la variedad de pueblos que la habitan.
Desde las tribus del gran sur que aún conservan buena parte de su vida tradicional, hasta las gentes de tez más clara y rasgos menos “africanos”, quizá un poco más árabes y a ratos incluso asiáticos si piensas en India.
Muy diferentes en cualquier caso, te sorprenden una y otra vez según vas recorriendo el país. ¡Tanto cambio en tan pocos días! Es como visitar varios países, y es que en realidad es eso. De ahí los conflictos.
No me extiendo más en este apartado porque escribí un artículo completo dedicado a ellos y que puedes leer aquí.
Lugares de Etiopía que quiero destacar
El Lago Chamo
Por totalmente insospechado, el Lago Chamo me impresionó. Técnicamente fue la primera vez que hice un «safari fotográfico» en África, aunque corto.
Recorrimos el lago en barcas cuyas bordas no levantaban dos palmos del agua y nos vimos cara a cara con gigantescos cocodrilos tomando el sol en las orillas del mismo. Después vimos hipopótamos, pelícanos y un montón de aves diferentes. Fue increíble ver pasar a un cocodrilo junto a la barca, a escasos centímetros, y guardar silencio observando a estos seres vivos en su medio.
El Sur y sus tribus
Andar entre los Hamer, los Karo, los Arboré, los Dasanech, los Hari o los Bannah, es como estar en otro mundo. O en otra época de la historia de la humanidad.
Todo era nuevo, extraño y fascinante. Sus arreglos, sus gestos adustos al principio y amables unos días después, su curiosidad y la nuestra, constatar que hay cosas que son universales. La combinación imposible entre el siglo XIX, el XX, el XXI y las épocas casi prehistóricas está ahí, delante de tus ojos. Nunca me hubiera imaginado presenciar un rito de paso como el “jumping bull”, que fue realmente alucinante.
Aquéllos días me sentía bien, llena de curiosidad, y me hubiera encantado pasar mucho más tiempo con ellos tratando de conocerles un poco más. De verdad que me dio pena tener que seguir camino hacia otras tierras.
Su vida es más complicada desde que la modernidad les empuja y parece que quiere hacerles desaparecer. Su capacidad de adaptación al medio ya no es suficiente, entre otras cosas porque este medio ha cambiado. Ya no llueve como antes, por ejemplo. Lo que hacemos allí repercute allí. Además están la amenaza de construcción de grandes carreteras (están en ello desde hace décadas), y sobre todo de presas hidroeléctricas que les quitarán el agua, las tierras y el sustento.
El Lago Tana y las cataratas del Nilo Azul
Volando desde Addis Abeba, tras invertir casi dos semanas en el recorrido en 4×4 por el sur y parte del centro del país, llegamos al Lago Tana. Entramos en territorio cristiano y todo cambia completamente.
El paisaje, las gentes, el ambiente, la aparición de monasterios medievales llenos de pinturas y monjes esqueléticos por el ayuno. Nos relajamos un poco, hay más códigos compartidos y parece que allí son más abiertos y sonrientes de entrada. Llegar a Bahar Dar fue un cambio tan radical como agradable.
Cerca del lago Tana están las cataratas del Nilo Azul o Tis Isat, y es uno de mis lugares favoritos de Etiopía. Eran las cataratas más grandes que había visto hasta la fecha y el camino hasta ellas me enamoró. Aquí te lo conté con detalle.
Lalibela y sus iglesias trogloditas
Días después, tras una jornada de muchos kilómetros por carreteras entre montañas muy verdes, llegamos a Lalibela.
Este es el lugar donde está la iglesia de Bete Giorgis (San Jorge), excavada en la roca con forma de cruz. Es una de las imágenes más icónicas de Etiopía, pero lo que no sabía es que fuera tan alta y a la vez tan profunda, pues está excavada en la roca hacia abajo.
Tampoco sabía que se pudiera entrar, ni que hubiera más iglesias por allí. En concreto 12 iglesias trogloditas (atención al número) que se comunican entre sí por pasadizos y túneles tallados en la roca que ya está cubierta de musgo. Y todo ello con peregrinos y monjes que vienen y van envueltos en su shama o telas de algodón blancas. Como si fueran personajes de la Biblia. Fantástico.
Más allá de la maravilla de las iglesias, en Lalibela me sentí muy bien desde el principio. Tenía algo familiar, de sitio tranquilo, pequeño y donde todos se conocen. Más allá de visitar las iglesias nuestro quehacer se basaba en andar por las calles entonces de barro y pararnos a curiosear en el mercado, mirar cómo un monje se sentaba para que le limpiasen las botas, y jugar con los críos que nos seguían llenos de curiosidad.
Gastronomía de Etiopía
Fue en el norte donde empezamos a degustar la comida local. En el sur llevábamos un cocinero que se hacía cargo de nuestras comidas, ya que la gastronomía de las tribus no es especialmente llamativa ni muy accesible para nosotros, pero en el norte la cosa cambia.
Comimos la injera no una sino varias veces.
La injera es una especie de torta húmeda hecha con teff, un cereal propio de Etiopía (apto para celíacos), sobre la que se ponen porciones de platos sabrosos como verduras hervidas, lentejas guisadas, pollo y otras carnes en salsa. La textura de la injera es extraña, pero la mezcla con estos guisos es muy sabrosa (y picante).
Por supuesto tomamos el famoso café etíope, que se sirve con palomitas de maíz. Incluso una buena señora de Lalibela, a quien tuvimos que prestarle nuestras linternas para que pudiera terminar de hacernos la cena durante el típico apagón, hizo toda la ceremonia del café para nosotros. Así, espontáneamente, aunque ello supuso alargar la velada unas dos horas más, pero ¿quién dice “no” a un gesto tan generoso como ése?
También probamos el “chat”, unas hojas que ellos mascan constantemente, igual que en el vecino Yemen. Es una droga relajante y he de confesar que me gustó (no fui la única).
Podría seguir hablando de otros sitios, pero me quedo con éstos como los más significativos del viaje. Ojalá pueda volver algún día a Etiopía para visitar los pendientes y volver como mínimo a Lalibela y Tis Isat.
¡No te pierdas el resto de posts de Etiopía!
- Recuerdos de Etiopía, un país que rompe esquemas
- Iglesias de Etiopía: Mekina-Medhane-Alem
- Lagos de Etiopía: Shala, Abyata y Langano
- La aldea de la tribu Dorze y su mercado
- Gentes de Etiopía
- Lago Tana, donde nace el Nilo Azul
- Gondar, castillos medievales en Africa
- Las iglesias de Lalibela, un lugar mágico
- Lalibela, pueblo humilde donde se está muy bien
- Tis Isat, las cataratas del Nilo Azul
- El Sod, la casa de la sal
- La sesión de chat (catha edulis)
- Los Dasanech, una realidad aparte
- Korcho, visitando a la tribu Karo en un lugar espectacular
- Mercados del Sur etíope
- Antropólogos inocentes en Etiopía: la tribu hamer y el jumping bull
- Antropólogos inocentes en Etiopía: Turmi y los hamer
- Primeros pasos en Etiopía: Arba Minch y el Lago Chamo
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