Actualizado el 5 septiembre, 2020
Cuando decía que me iba de viaje a Sudán, muchísima gente me preguntaba por lo mismo: ¿no están en guerra? ¿vas con una ONG? ¿por trabajo? Se quedaban estupefactos cuando les decía que no, que iba por turismo. Creo que esta imagen es la más extendida de un país que no lo merece. Es cierto que, al menos eso dicen, fue refugio de Bin Laden y algún otro de sus secuaces. Que han estado en guerra hasta hace pocos años y que el país se escindió en dos en 2011. Desde entonces hay dos países: Sudán y Sudán del Sur. Y Sudán soporta una dictadura férrea y un bloqueo de Estados Unidos por estar incluido en el Eje del Mal. Pues bien, para contrastar esos datos, te cuento mis primeras impresiones de un viaje nada convencional y muy soñado por mí a Sudán, que no Sudán del Sur.
El extraño sueño de viajar a Sudán
Por fin llegaba la hora de volar hacia este extraño sueño. No tenía muchas nociones sobre Sudán, ni había leído muchas cosas. Algunas imágenes de gente de mi entorno, y saber que es un país de la franja sahariana y saheliana, me bastaban. También me acordaba de aquél día en que el vuelo que me llevaba a Etiopía en el verano de 2010 hizo una escala técnica en Jartum. Cotilleé todo lo que pude a través de la ventanilla, y recuerdo que pensé «Jartum, fantástico, me bajaría ahora mismo». Una atracción casi inexplicable.
La promesa de pasar 10 días en el desierto, conocer a sus gentes, y visitar algunos de los yacimientos arqueológicos del Antiguo Egipto menos conocidos, era suficiente.
Mis gratos recuerdos del primer y más alucinante viaje al África subsahariana de Mali me servían de referente de deseo. No se trataba de volver a vivir aquéllo, pero sí de buscar algo similar. Poco a poco fue tomando forma y por fin se hizo realidad a finales de Marzo de 2018.
Cuando pongo un pie en Jartum y me enfrento a un aeropuerto desangelado, sucio y viejo, a las tantas de la mañana, no dejo de sonreír
Estoy en el África que más quiero. La de la gente, el desierto, la vida sencilla. La hospitalidad.
Sin embargo las sensaciones no son las mismas que las de hace diez años. He cambiado. Miro las cosas de forma muy distinta. Ya conozco este tipo de aeropuertos, no es el primero que veo. Ahora llego con un cariño incondicional, no con miedo ni con grandes incógnitas. Confío. Entregada al destino, he de confesar. No voy a ser, ni en los próximos días ni después, nada objetiva. A mi esto me va.
Muy cansados, pues voy con el amigo Santi al que conocí en aquél viaje de Mali (otro al que le va la marcha y excelente fotógrafo por otra parte, aquí puedes ver sus fotos), esperamos pacientemente a que nos arreglen el tema del visado. La agencia local que hemos contratado, Lendi Travel, se encarga de que un hombre de los que trabajan dentro del aeropuerto se gane una propina haciendo la gestión.
Transcurrido un rato nos enteramos de que no encuentran mi visado, previamente gestionado, en el sistema informático. Ya te contaré cómo va esto en la guía que estoy preparando. La espera se alarga. Resulta que en vez de escribir una I mayúscula del número del pasaporte, estaban poniendo un uno. Sugerencia para los que hacen pasaportes: eviten la letra I, que no es la primera vez que me pasa esto. En fin.
Esa primera noche duermo cuatro horas. Al llegar tan tarde es lo que hay.
En el hotel Plaza de Jartum la cama me recibe con unas sábanas muy manchadas, creo que de ceniza. Sin embargo el baño está impoluto. Extiendo mi saco-sábana. A los cinco minutos los moecines empiezan la llamada a la oración de las 4.30 de la madrugada. Primero una mezquita, le sigue otra, y otra… Sonrío al techo. Siempre me gustó esa llamada que tiene mucho de poética.
Qué «me llevo» de Sudán
Los encuentros con su gente, por encima de todo
La gente de Sudán es especial, y tanto es así que les he dedicado un post entero que puedes leer aquí. Son sencillamente maravillosos. Amables, chistosos, con ganas de hablar contigo.
Dos minutos de conversación en un titubeante inglés con alguna palabra de árabe que has aprendido a duras penas -y que ellos valoran mucho-, y te invitan a un té o un café para prolongar el encuentro. Si lo rechazas no pasa nada, lo entienden, pero el lenguaje de la hospitalidad es sagrado. Por ellos que no quede.
Hombres y mujeres, niños, ancianos y ancianas, jóvenes y de mediana edad. Nunca hubo un mal gesto. Muy pocos «no» a una foto. Hubo abrazos, a su manera (chocando el hombro derecho con el izquierdo, juntando la mejilla). Muchos apretones de mano. De esos que te permiten sentir la piel diferente del otro. Una de las cosas que más me gustan de África es esta. El contacto, el tacto.
Además, en su grandísima mayoría aún miran al visitante con inocencia. No hay buscavidas, no te miran como a un dólar con patas, no hay una producción de souvenirs que colocar al turista. No les interesas más que como persona, y aunque en algunos casos representas su fuente de ingresos (casas que alquilan habitaciones por ejemplo), la amabilidad e interés por ti es la misma que si fueses un invitado local.
Sólo en un par de sitios los niños nos pidieron bolígrafos. Los mayores les amonestaban. Vimos cómo una turista repartía globos. Como otras veces, insisto: así no arreglas el mundo ni nada que se le parezca, y sí modificas su conducta hacia el visitante. No lo hagas, o hazlo de forma organizada: en asociaciones y ONGs, en escuelas que acepten este tipo de ayuda porque les hace falta. No en la calle.
El desierto surcado por el Nilo
El desierto en muchas de sus facetas es una constante de este viaje. Plano, con dunas, con rocas negras pulidas por el viento, de granito, de arenisca. A veces aburrido y feote. Demasiadas veces lleno de plásticos que no se degradan en décadas y se aferran a las raquíticas ramas de los arbustos, especialmente cerca de las carreteras y poblaciones. Es cierto que una gran asignatura pendiente de este país, igual que de otros, es la sensibilidad y cuidado del medio ambiente. Espero que se pongan las pilas, por su bien.
Pero volvamos al desierto. Inmenso, implacable, bello, insondable. Cuando ves un carrito tirado por un burro, venir de no sé dónde y yendo a no se sabe dónde, meneas la cabeza y sonríes.
En ese escenario el Nilo Azul y el Nilo Blanco se unen en Jartum. A partir de ahí caminan como uno solo hasta el Mediterráneo. Contemplarlo en ese punto y sobre todo en otros de cualquier recorrido por el Norte de Sudán es siempre una tregua y mucho más.
El Nilo no es un río. El Nilo es mucho más. El mayor de los ríos africanos es el corazón de cientos de pueblos y el testigo infatigable del ascenso y el ocaso de las dinastías de faraones más poderosas de la Tierra.
El Nilo brota de lo más profundo de África y a lo largo de 6.640 kilómetros sortea montañas, pantanos y desiertos hasta llegar al mediterráneo.
Su nombre evoca secretos ocultos en pirámides o cámaras subterráneas y alimenta el orgullo de civilizaciones milenarias que aún hoy luchan por su supervivencia. En la Antigüedad, el río que no teme al Sáhara incluso fue venerado como un dios llamado Hapy y su cauce estaba considerado el centro del mundo.
El Nilo no es un río.
El Nilo es un pedazo de alma de la cultura occidental. Porque, en el devenir de la historia, el río de ríos ha sido sobre todo una oportunidad. El Nilo es el misterio que nos hizo viajar y nos invitó a aprender de los demásXavier Aldekoa – Hijos del Nilo
Las tormentas de arena
En primavera son comunes las tormentas de arena en Sudán. Es el límite que marca la estación en la que no es aconsejable viajar allí, ni a muchos otros países del entorno. Las temperaturas ya han empezado a subir, pasando de los 40ºC fácilmente. Quizá este fuera mi mayor temor, el calor.
Sin embargo, los días de tormenta no hace tanto. Respiras y mascas polvo y arena, sobre todo si hace viento, pero no pasas tanto calor. Y te ves inmerso en un mundo de aire apocalíptico. Muy Blade Runner 2049.
Se pierden los contrastes, hay una especie de niebla, todo es sepia e incluso naranja. Parece que has viajado en el tiempo más que nunca.
Me gustó, me sorprendió, fue algo nuevo eso de vivir en la arena. De las fotos qué contar :)
Los yacimientos arqueológicos
Hubo un tiempo en que Sudán también fue tierra de faraones. Sus llamadas al turismo presumen de tener más pirámides que el mismísimo Egipto, y no seré yo quien lo niegue, aunque no haya contado ni unas ni otras.
El caso es que es alucinante visitar cámaras funerarias que aún conservan sus pinturas de colores y perfectos bajorrelieves de dioses, reyes y reinas, en la más absoluta intimidad. Y pisar el desierto apartando trozos de cerámica antigua a cada paso.
Fantasear con que eres arqueólogo, o explorador, es muy fácil allí. Te ves allí en soledad, excepto tus acompañantes.
Eso sí, ni se te ocurra llevarte algo. Más allá de que te expones a la ira de las aduanas, ten respeto, por favor.
Descubres que las pirámides de Sudán no son tan altas como las de Egipto, y que tienen su propio estilo
Los faraones del antiguo Sudán no tenían tantos recursos para tanto dispendio como el que supuso la construcción de las del Egipto actual, pero son preciosas. Además hay templos como el de Soleb, o los de Naqa, que no tienen nada que envidiar al gigante del norte.
La huellas de la Historia no se acaban con el Antiguo Egipto
Los restos del Antiguo Egipto se alternan con los grabados rupestres junto al Nilo, fortalezas y monasterios de los primeros cristianos que se establecieron aquí antes de la llegada del Islam, incluso termas romanas. Todo esto encontrarás en Sudán.
Poco a poco daré cuenta de la Historia que explica todo esto. De momento aquí, en estas primeras letras, sólo diré que me encantó y disfruté muchísimo volver a encontrarme frente a frente con la llave de la vida o Anj, y las imágenes y símbolos de Horus, Amón Ra (el dios Sol), o Apis, entre muchos otros.
Los bares de carretera
Sí, ji, ji, igual te sorprende leer esto, pero la verdad es que «me enganché» a los bares o cantinas de carretera. Como las antiguas posadas, se extienden a lo largo de la vía directa entre Jartum y El Cairo. No hay muchos, no creas.
Todos tienen el mismo patrón: paredes de chapa ondulada, algunos pintados de lo que en su día fueron vivos colores, hoy con una buena capa de polvo. Techo de hojas de palmera o de chapa. Frente completamente abierto al camino y a los viajeros. En general tienen buenas corrientes de aire y por tanto son un buen cobijo del calor.
Siempre con una hilera de bidones y tinajas de barro que contienen agua para todo aquél que necesite beber (también en los pueblos encuentras estas «fuentes», en incluso en puntos anodinos de la carretera). Ojo, si no eres de allí mejor no te sirvas de ese agua o atente a las consecuencias.
Mesas y sillas de plástico, y algunos camastros son su mobiliario. También hay un apartado marcado con una gran alfombra que ya casi ni se la ve entre el polvo. Allí es donde los hombres hacen sus oraciones antes de comer.
El ambiente es relajado, en alguno hay televisión emitiendo pelis de Bollywood, que por lo visto hacen furor.
Los camioneros y viajeros llegan, rezan, comen una gran bandeja de fuul (el plato nacional) con pan y se marchan.
Los taberneros suelen ser amables, hacen chistes, saludan con abrazos a los que conocen, o estrechando la mano a los que son nuevos clientes. Aquí te he contado la historia de uno de ellos.
El único «pero» es el baño. Lástima que al haber trasiego en la carretera no sea aconsejable hacer tus necesidades en el campo, que además no suele ofrecer escondrijos.
Las tea lady
Una de las curiosidades propias de Sudán. Las puedes encontrar en Jartum, o en localidades como Karima.
Las tea lady son mujeres que tienen su microempresa: un puestecito minúsculo donde se arraciman un montón de botes de especias y azúcar. Venden té y café recién hecho en grandes teteras de cobre siempre al fuego de carbón.
En su metro cuadrado ellas son las reinas. Tú sólo tienes que pedir tu té o café con las especias que más te gusten: genjibre, canela, pimienta, cardamomo, menta. Ellas te lo sirven en un par de minutos. Algunas incluso tienen vasos de papel para que te lo lleves si no tienes tiempo de tomártelo allí. Pero siempre hay sillas dispuestas a su alrededor para que te quedes.
Burritos, carros y yalabías por doquier
Y camellos, pick ups llenas de gente, rickshaws igualitos a los de la India… En Sudán se dan cita varios siglos a la vez, y las estampas son de lo más variopintas. No te digo si además lo ves a través del filtro de una tormenta de arena :)
La mayoría de los hombres visten la yalabía de color blanco o crema. Algunas llevan encima más mierda que el palo de un churrero, con perdón, pero otras aparentan una limpieza casi impoluta. El turbante es uno de los posibles tocados para cerrar su atuendo, o un gorrito bordado similar al que se utiliza en Omán y en Zanzíbar. Los beduinos llevan un chaleco oscuro encima de la yalabía.
Los días de mercado, así como los ya citados bares de carretera, son los mejores momentos para contemplar a los hombres, los carros y los burritos. Una animación relajada pero constante, animada por los vendedores que gritan sus mercancías con megáfono, y que supongo dirán algo tipo «melones, melones, melones!!» .
La seguridad absoluta
También me llevo esto de Sudán. Una tranquilidad pasmosa. No te digo que no cuides de tus pertenencias, dineros y esas cosas, pero estate tranquilo que la seguridad a este nivel es casi total. Ni un gesto sospechoso ni nada que se le parezca. Viajar así es un verdadero placer.
Las casas nubias
Una de las muchas peculiaridades de los nubios son sus casas. Pintadas de alegres colores, con decoraciones que en su momento explicaré, alegran la vista, el paisaje y la vida. Las mujeres son las responsables de esta tarea decorativa.
Las casas nubias son amplias, bien ventiladas, y me recuerdan a las que se reproducen en las maquetas del Antiguo Egipto de los museos y libros ilustrados ¿Será posible que haya pervivido esa forma de construir y de vivir? Será.
Qué No me he podido «llevar» de Sudán
Cielos limpios
No infinitamente azules, por la cantidad de polvo que hay en la atmósfera en esta época del año, la primavera.
Por la misma razón, no encontré una puesta de sol «apoteósica». El sol siempre se ocultaba en una franja de calima antes de aterrizar en el horizonte.
Sólo hubo una noche en la que, levantándome a las cuatro de la mañana ya que el viento no dejaba de golpear mi tienda de campaña, en el desierto, pude contemplar la Vía Láctea (y hacerle un par de fotos). Al viajar en las fechas de Semana Santa la luna ha estado presente durante todo el viaje, y su luz en la noche.
Ver una caravana de camellos en la Ruta de los 40 días, que va de Jartum a El Cairo
No sé si por la época del año o porque los tiempos han cambiado irremediablemente. Esas caravanas transportaban camellos para comer su carne, no otras mercancías.
Ahora lo siguen haciendo, pero en camión. Seguramente aún quedan algunas tradicionales, y quizá hagan el recorrido en una época más benigna del año (invierno). El caso es que yo había soñado con verles aparecer por el horizonte y… no hubo suerte.
Son objetivos para fotografiar, no lo puedo remediar, pero también objetivos para vivir. Los viajes no se desarrollan siempre como una quiere en todos los aspectos, y eso es lo bueno que tienen. Además, así tengo buenas excusas para volver algún día. Inshallah!
Para terminar… ¡Mira este vídeo si quieres teletransportarte unos minutos a Sudán!
Todos los posts de Sudán
- Jartum, la ciudad que no pudo ser
- Gentes de Sudán: si te lo cuentan, no te lo crees
- Viaje a Sudán: Las pirámides de Meroe
- Viaje a Sudán: los yacimientos arqueológicos de la región de Karima
- Viaje a Sudán: cómo es vivir bajo una gran tormenta de arena
- Cuarto día en Sudán: la antigua civilización de Kerma y una noche perfecta en el desierto
- Tercer día en Sudán: la tercera catarata del Nilo y grabados rupestres
- Segundo día de viaje en Sudán: el templo de Soleb y los pueblos nubios
- Primer día en Sudán: historias junto al Nilo y la ciudad de Dongola
- Guía de viaje a Sudán para 10 días: itinerario y consejos prácticos
- Sudán, imágenes y sensaciones de un viaje nada convencional
Alicia, muy buena entrada.
Nosotros acabamos de volver hace pocos días de Sudan, aunque hemos estado buceando….con unas aguas y un buceo fantástico, lleno de coral, mucha vida marina y muy muy pocos buceadores. De tierra solo vimos Port Sudan, pero nos apuntamos tus comentarios porque posiblemente en otra ocasión vayamos de Port Sudan a Jartum y ampliemos la visita al país.
Un saludo
Hombre Iñaki! Pues ya contaréis qué tal Port Sudán! Sí, he oído que es un paraíso para el buceo. Desde luego lo que he recorrido merece la pena así que os lo recomiendo mucho mucho 🙂
Wao! Definitivamente este relato cambio mi perspectiva acerca de Sudan… y me dieron ganas de hacer un viaje para allá en un futuro. Muchas gracias!
Me alegro Eli!! 🙂