Actualizado el 27 abril, 2019
Aquella tarde de Agosto del 2008 salimos del puerto de Mopti a bordo de una gran pinaza. Suavemente comenzamos a deslizarnos por el gran río. Río de curvas, río de agua en el desierto, centro de vida y comunicación, hoy curso de anhelos por una vida mejor, ayer el camino de los exploradores que buscaban el oro de Tombuctú. En un paisaje tantas veces soñado, llegamos a Ngomi, un pueblo del río Níger.
Hace poco nos despertábamos con la noticia de que parte de ése «oro», manuscritos medievales que versan sobre matemáticas, astronomía y otras ciencias, vuelven a España porque allí corren peligro. No son buenos tiempos para Tombuctú.
Navegando hacia un pueblo del río Níger
Recuerdo aquélla tarde con cariño. La calma del paisaje, el verdor de las riberas. Verde pequeño pero intenso entre tanta arena. Apreciamos mucho más las cosas cuando son escasas, y el verde allí es escaso.
Un pueblo de la ribera del Níger: Ngomi
Navegamos hasta Ngomi, un pueblo que nos recibía con una gran y orgullosa mezquita de estilo sudanés, recién remozada de barro. Cuando la vimos de cerca no me gustó porque tenía un color demasiado cercano al cemento, pero desde el río lucía soberbia.
Las casas que la rodean no tienen gran interés «estético» tampoco. Sin embargo lo interesante de Ngomi, un pueblo del río Níger, es el encuentro con sus gentes. El verdadero valor de estas tierras. En cuanto interactúas con ellos de alguna forma, todo cambia y lo demás no importa.
La gente de Ngomi son peul
Enseguida lo entendemos, en cuanto saludamos a las primeras mujeres con la boca tatuada. El tatuaje es una sombra oscura que rodea sus labios. Un toque de belleza que a nosotros se nos antoja extraño y quizá antiestético. Qué distintos son los gustos. Pero son guapísimas, y sus alegres vestidos de colores y estampados no hacen más que realzar esa belleza.
Nos sonríen, se ríen cuando les haces una foto, parece que se sienten honradas por elegirlas para la misma. Basculan entre un punto de timidez y un punto de presumidas, pero siempre todo con un gran porte de dignidad y elegancia.
Y los niños… ¡cantidad de niños que se abalanzan enseguida sobre nosotros! Todos quieren cogernos de la mano, jugar, reír, hacer monerías a la cámara para después verse en la pantallita como si fuera la de la televisión de la comunidad.
Éramos su acontecimiento del día, y para mi ellos eran el acontecimiento del día.
Nos enseñan orgullosos los hornillos de barro que fabrican para la venta y que en ese momento se secan al sol. Son trébedes para cocinar.
En el río Níger se vive el presente
¿Y los hombres? los hombres están en «el campo», con las vacas o pescando, buscando el sustento del día.
Porque allí se vive al día, y el futuro es tan incierto que es difícil de imaginar.
Quizá por eso, porque viven en el presente, sus sonrisas son así de anchas a pesar de que sus carnes no lo son por falta de alimento. No corren, no hay prisa, hay que saborear el momento. O quizá simplemente no merece la pena acortarlo.
Pero sus sonrisas son anchas, sus ojos parecen bañados en miel y su mirada es transparente y profunda a la vez.
Si ha habido un viaje en el que la gente me fascinara, en el que sintiera el contacto humano a flor de piel y la bondad de las personas, diría que es éste.
Malí, uno de los países más pobres de África, convulso en algunos de sus puntos, maltratado por la historia. Y con toda esa buena gente allí, viviendo el día a día.
Toca regresar mientras anochece en el río Níger
Baja la temperatura, el té verde fuerte y dulce a la vez que nos sirven en la pinaza reconforta. El mejor té que he probado, hecho en un pequeñísimo hornillo de barro y con cuatro brasas de carbón alimentadas por un abanico, servido en los dos únicos vasitos disponibles. Se hacen varias rondas para que todos puedan probar un sorbo, o dos. Hay que compartir.
Aquí todo se aprovecha al máximo y nos recuerda que no es necesario tanto para hacer un té, ni para vivir, ni para sonreír.
Observo las orillas cortadas por la crecida del río. Gracias a las lluvias albergan aves de muchos tipos. ¡Qué riqueza es capaz de concentrar un curso de agua aunque no haya casi nada alrededor!
De repente aparece una visión totalmente inesperada. Dos hipopótamos.
Están al borde de la extinción en el río Níger, así que somos muy afortunados.
El barquero no se acerca, todo lo contrario, se aleja. Aquí les temen, quizá más que en otros sitios de África porque casi han olvidado su presencia, pero no el peligro que representan.
Y a punto de caer la noche llegamos de nuevo al puerto de Mopti, ya oscuro.
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Felicitaciones por el post, y retratas muy bien los rostros de las personas, enhorabuena :)
Muchas gracias, Ale! me alegro de que te guste!! Un abrazo!
Ali