Actualizado el 7 julio, 2019
Por fin me he decidido a escribir sobre Tombuctú, un sueño hecho realidad en Agosto de 2008. Quizá inspirada por un gran libro de Jordi Esteva que acabo de terminar y escribir la reseña para Leer y Viajar, Socotra, la isla de los genios. No es que Soqotra tenga algo que ver con Tombuctú, pero en este libro Jordi reflexiona sobre los destinos y viajes soñados. Y sobre la capacidad o no de perder la ilusión y la curiosidad con los años de viaje. No quiero perder esa capacidad, y escribir sobre ello me ayuda, en parte, a conseguirlo. Vamos con la llegada a Tombuctú.
Tombuctú, sólo oír su nombre puede generar evocaciones de viajes
Seguramente asociándolo a otros nombres como Sáhara, Níger, Malí, Sahel. Tristemente, quizá, muchos también lo estén relacionando con una zona peligrosa por la presencia de grupos islamistas como Al Qaeda o sus grupos afines. Con secuestros y asesinatos, o con el tráfico de emigrantes africanos, esos valientes que se ponen en manos de mafiosos para cruzar el Sáhara hacinados en camiones.
Tombuctú es una leyenda desde siempre, desde hace siglos
Los primeros europeos que se adentraron en el África Occidental parecía que nunca iban a arribar en la mítica ciudad. Buscaban oro, marfil y esclavos -que era con lo que traficaban los árabes. Algunos querían resolver el misterio del curso del río Níger, que se sucede al revés que el resto de los ríos: del mar hacia dentro. Buscaban sus fuentes, o su final.
El caso es que ya fuera por motivos más o menos «nobles», muchos intentaron adentrarse en esas tierras dominadas por reyes que tenían ejércitos y el firme propósito de no dejar avanzar a la «plaga blanca».
Muchos exploradores perecieron en el camino. Ya fuera por la malaria, ya por las flechas de unos u otros. Y así, la leyenda de Timbuktú iba creciendo en Occidente.
Tombuctú había sido un principal punto de encuentro de caravanas. Por eso se le atribuían grandes riquezas, incluso el sueño de una ciudad con calles pavimentadas de oro.
Los europeos llegaban ya tarde, y las leyendas hablaban mucho más del pasado que del presente.
Curiosamente, este es uno de los acentos que algunos ponen cuando hablan de Tombuctú.
–No es lo que esperas, su leyenda no tiene que ver con la realidad.
-Es una ciudad polvorienta y poco más, te decepcionará…
A todos aquellos que, hayan viajado o no allí, despliegan ese discurso, les digo: no, a mi no me ha ocurrido, no me ha defraudado y con gusto me hubiera quedado mucho más tiempo allí, tratando de entender y experimentar a la ciudad y sus habitantes.
No fui la única de los que me acompañaban, por cierto.
Yo no tenía grandes nociones de dónde estaba ni qué pasado histórico tenía esta ciudad. Sólo una gran idea: es un lugar remoto y mítico, tierra de Tuaregs, al borde del gran Sahara.
La llegada a Tombuctú sucede por fin en mi vida
Llegamos una mañana muy muy calurosa a las orillas del río Níger. Con ese calor que espesa el aire, que hace que el viento parezca una corriente que sale de un gran ventilador de aire caliente.
Allí teníamos que coger el transbordador para cruzarlo. Tombuctú no está en la otra orilla, sino que se sitúa unos kilómetros tierra adentro. En esa orilla apenas había unas chozas y poco más, o nada más.
El transbordador llegó. No sé cuánto tiempo estuvimos esperando. A esas alturas del viaje mi sentido del tiempo había cambiado, se había acomodado al suyo. Al menos relativamente. En cualquier caso no experimenté ningún tipo de impaciencia.
Surcando el Níger en ferry
Embarcamos los vehículos, las personas y alguna que otra cabra e iniciamos la travesía. Son sólo unos kilómetros río arriba, lo necesario para cruzar a la otra orilla sorteando las corrientes y supongo que bancos de arena. Sin embargo, y si no recuerdo mal, fueron alrededor de dos horas y media, puede que menos.
Me fijo, casi emocionada, en algunos de los pasajeros. Tuaregs vestidos con sus amplios bubús, sus turbantes enormes, mirada misteriosa.
El sol caía a pico sobre nuestras blancas pieles, a pesar del cielo plomizo. Decidimos sentarnos en cubierta a jugar a las cartas, después de contemplar la monotonía de las aguas del Níger y sus orillas arenosas. Después de intentar avistar a una mamá hipopótamo y su hijito porque unas señoras locales iban contando que el día anterior les vieron pastar en esas mismas orillas. La presencia de hipopótamos en el Níger es cada vez más raquítica. No tuvimos suerte, ces´t la vie.
Por fin llegamos al «puerto» de Tombuctú. Un pequeño muelle donde atracan los transbordadores (hay uno de ida y otro de vuelta), y una orilla de pendiente pronunciada donde descargan los barcos de mercancías que han subido desde Mopti y Djenné.
Lo primero que veo es un pueblo de casas cuadradas, algo anodinas, que atravesamos después de pasar un enésimo control militar (en todo Malí es así). Enfilamos por una pista-carretera que se ve bordeada de altos chopos. Pienso que no parece las puertas del desierto. Nada de esto sabía.
¿Dónde está ese Tombuctú soñado del que apenas he visto fotos?
Sensaciones equivocadas al llegar a Tombuctú
Por fin llegamos después de superar otro control militar con mordida incluida para entrar en la ciudad, y nos dirigimos al hotel, en el perímetro exterior pero no muy lejos de la mezquita Djingareiber. Dejamos los equipajes y saludamos a algún que otro mochilero en la destartalada recepción. Aún es pronto, el sol aprieta mucho y decidimos comer y salir un poco más tarde.
En la misma recepción del hotel, que hace las veces de comedor, aparece un tuareg vestido con sus ropas tradicionales. Es un hombre mayor, que me resulta imponente en su aspecto y su mirada. Lleva un montón de collares, pulseras, y mil cosas más de artesanía tuareg (una de las más bonitas que conozco), y mi emoción se desinfla un poco.
Pienso «uy, esto parece una turistada. Los tuareg se visten para los guiris y para venderles lo que puedan, sin más».
Esa sensación me empieza a perseguir con más fuerza cuando damos un primer paseo, al atardecer, por la ciudad.
Se nos empiezan a acoplar tuaregs. Pegan hebra hablando de todo un poco, bromeando con las chicas, y al final sacan algún colgante o lo que sea. Me entra cierto desasosiego y pienso que quizá sí, quizá esta ciudad me decepcione.
Estaba equivocada. El día terminaba y nos fuimos a dormir, pero al día siguiente todo cambió. Eso ya os lo cuento en la siguiente entrada… ;-)
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Tombuctú era también uno de mis destinos soñados, donde desde pequeño al leer las historias de quienes intentaron alcanzarla, (muchos de ellos como dices, pagando con su vida el intento) ya me prometí llegar. Tuve suerte de hacerlo, en autostop, desde Marrakech, este verano pasado.
Me enamoró la ciudad, y tuve que pedir que me echasen a los varios días por que no era capaz de irme por mi cuenta.
Viendo tus fotos, acabo de recordar como un touareg, en el transbordador que cruza el Niger, me pidió que le llenase un recipiente de agua del río (él estaba encima del camión que nos llevaba) y se la bebió tal cual, no menos de litro y medio, delante mía. Para que digan que todos tenemos el mismo cuerpo, jeje.
Te recomiendo por cierto el diario de René Caillié, y otro libro llamado "Los otros españoles. Andalusíes en la cuenca del Níger", por si nos los has leído. Igual vuelven a despertar la ilusión.
Me alegro de que pudieras hacerlo realidad. Viajar aparte de aprender, debe ser, creo yo, ¡perseguir sueños!
Espero tu segunda entrada.
¡A seguir así!
Hola Antonio! sí, leí tu blog y me pasó lo mismo que a ti al leer éste… en un par de días tienes la segunda parte, je, je :-). Me apunto los libros que me comentas, porque sí me apetece mucho, especialmente el de Ismail Diadié y Pimentel :).
Yo también me alegro de haberlo hecho realidad, me siento bien por ello y "privilegiada".
Efectivamente, perseguir sueños y cumplirlos es lo mejor de viajar, aunque no siempre los sueños crecen al mismo ritmo que las ganas de viajar, por eso, creo, hay viajes más especiales que otros :-).
Gracias! un abrazo!
Y estupenda también la cita de Jordi Esteva. Es increíble la capacidad que tiene para inspirar viajes. En cuanto a Tombuctú, me temo que la violencia fundamentalista ha llegado para quedarse. Qué rabia. Gracias por el post.
Gracias por pasarte por el blog, Ruy! si, los libros de Jordi Esteva son maravillosos :)
Ay, ni Tombuctú, ni tantos otros rincones… en mi caso, el Sáhara argelino y libio me llaman desde hace muchos años, pero no hay manera. Espero, sobre todo por las buenas gentes que viven allí, que las cosas cambien a mejor.
Saludos
Alicia