Las gentes de África siempre sorprenden. Siguen tocándose y tocándote. Con la mano, con la mirada profunda de sus ojos, con el alma. En este continente te vuelves a sentir vivo y vuelves a creer en un mundo más humano. Sobran las razones para viajar a África, pero de tener que elegir una, me quedo con su gente.
Vamos con las pequeñas historias que he reservado para esta sección:
Idriss es el hijo del jefe del pueblo que hay cerca del Guelta de Bachikele, en pleno parque nacional de Ennedi.
Su padre le mandó acompañarnos en nuestra visita a dicho guelta con una misión muy clara: tomar nota en caso de que los camelleros se enfrentaran a nosotros, los turistas.
No es la primera vez que pasa, y él no quiere que lo hagan porque, al fin y al cabo, el escaso turismo procura algunos ingresos a la comunidad.
Idriss es un chaval supercurioso que en cuanto se sube al coche lo toca todo. Desde el botón de subir y bajar la ventanilla, hasta el cinturón. Al mismo tiempo mantiene una mirada seria, de frente, un poco altiva. Creo que es consciente de su rango en todo momento, excepto cuando vuelve a ser un niño trepando por las paredes y raíces de los árboles del guelta.
Si no recuerdo mal, nos dice que tiene 14 años. Su altura y complexión me hacen pensar que tiene unos cuantos menos y no es la primera vez que me pasa. Quizá es porque en Chad se pasa hambre recurrentemente. Incluso los hijos de los jefes.
SUDÁN
Los bares de carretera de Sudán son lo más. Un montón de chapas dispuestas de tal forma que se aprovechan todas las corrientes de aire. Mucho polvo y mugre, aunque puedes llevar tu propia comida y prepararla allí si no quieres comer lo suyo.
Los bares de Sudán suelen constar de unas mesas, sillas y siempre una bienvenida como mínimo educada.
Este tabernero, mesonero, o como lo quieras llamar, me llamó la atención desde el primer minuto. Su bienvenida no era amable. Era cálida, entrañable.
Haciendo bromas, con un estilo muy mediterráneo aunque estemos tan lejos. Una especie de Sancho Panza. Muy castizo y cañí, como decimos por Madrid. Y mi instinto me decía que con buen corazón. No podía dejar de observarle mientras comíamos.
Al final me armé de valor y le pedí permiso para hacerle una foto. Se la enseñé, me dio las gracias y yo a él. Nos estrechamos la mano, que es lo que se acostumbra a hacer. Siguió con sus cosas, sus clientes fieles y de paso, sus bromas y su atención.
No te pierdas mis relatos de Sudán, escritos en forma de diario.
KENIA
Visitamos un pueblo de la etnia luo en la isla de Takawiri, en el mítico Lago Victoria.
De un callejón de casas de chapa ondulada salió ella. No llegaría a los dos años de edad. Vino directa a mí y me cogió de la mano.
Seria pero decidida, no se soltó y continuamos avanzando.
Empecé a preocuparme un poco, me sentía como una secuestradora. ¡Era demasiado pequeña! Pero ella seguía a mi lado, y si le soltaba la mano para hacer una foto, esperaba pacientemente hasta que recuperaba su lugar.
De vez en cuando lanzaba alguna mirada hacia atrás, pero seguía caminando conmigo. Otros niños y niñas más mayores andaban con nosotros y también nos íbamos cruzando con mujeres, sus madres o vecinas… era lo que me tranquilizaba, porque nadie parecía alarmado.
En África la infancia no es como en España. Los niños mayores cuidan de los pequeños, y esto puede suponer que con 7 años de edad te haces cargo del hermanito que tiene 2 años. Andan con aparente libertad por aquí y por allí y deben enfrentarse, muchas veces, a largas distancias incluso para un adulto. Por ejemplo para ir a la escuela, para acompañar al rebaño, o para ir a buscar agua.
Pero no son niños que estén descuidados, ni son menos queridos. Ojalá esta preciosidad crezca sana, fuerte, y con mejores oportunidades.
BENIN
Nos acercábamos a su casa, una preciosa construcción típica del País Somba, con un gran despliegue de fetiches en la puerta. Sobre ellos, sobre los fetiches, estaba sentada ella.
Había otra persona, la que podría ser su nieta. Era una joven de entre 15 y 18 años. Se mantenía encorvada y de espaldas a nosotros. Hacía movimientos raros, como buscando algo en el suelo. Era diferente.
Nos acercamos a la mujer mayor para pedirle permiso para visitar y fotografiar su casa (con un intérprete, claro).
Nos dimos la mano, como siempre se hace en África, donde tan importante es el contacto, la piel contra la piel.
La figura «diferente» se volvió un momento y nos miró ausente. Esa chica tenía algún tipo de discapacidad. La anciana nos indicó por gestos que no la tocáramos ni la fotografiáramos. Sin autoridad, más como un ruego.
La mujer no sé qué edad podía tener. Era anciana, y en África es raro y no lo es. Los que superan la edad media de supervivencia pueden llegar a vivir muchos años. Aunque sea con muy poco (suele ser con muy poco).
Hicimos algunas fotos de la casa después de que ellas se apartaran. Cuando nos íbamos, la anciana pidió que también le hiciéramos fotos a ella.
Quería también un poco de dinero. Quería ganárselo. También divertirse. Quizá hasta se sentía coqueta en ese momento. Y se puso a bailar. Al principio dándonos la espalda. Y después jocosa, de frente.
Nos ofreció su pipa para que fumáramos, pero no aceptamos por esas «manías» que tenemos los blancos de intentar no pillar infecciones. Le dimos, si no recuerdo mal, 1.000 CFAs.
Se lo había ganado, sus derechos de imagen y su derecho a la sonrisa. A pesar de todo, a pesar de la vida.
BOTSWANA
Confieso que sentí alegría y envidia de verles.
Estábamos en el Delta del Okavango, esperando a las mokoros (barcas) que nos llevarían a una isla desierta para pasar una noche allí.
Alrededor de nosotros había algunas mujeres, niños, y ellos dos.
Yo no sabía entonces que él sería uno de los mokoreros que nos llevarían hasta la isla y pasarían la noche con nosotros. Cuidaría de que el fuego no se apagara y estaría pendiente de que no viniera un elefante o peor, un hipopótamo, y nos pisoteara mientras dormíamos.
Yo sólo me fijé en los gestos de cariño y las miradas de profunda complicidad. A él se le veía muy sonriente y contento, y no dudó en posar con ella para alguna de nuestras cámaras. Ella, se notaba, estaba un poco cortada. Pero también se leía la felicidad en sus ojos. Puede que fueran recién casados, o que ella estuviera esperando su primer hijo, o sencillamente que se quieren muchísimo.
Él mudó esa expresión de contento una vez nos fuimos. A buen seguro la echaba ya de menos.
Una pareja guapa aquélla 🫠
NAMIBIA
Aquella vendedora de pulseritas y collares, cerca del mercado de Opuwo, tenía una sonrisa franca y una mirada limpia. Guapísima, con los colores de su pañuelo realzando el rostro, no dudé en curiosear en su puesto en busca de algún recuerdo.
Nos pusimos a regatear y poco a poco llegamos a un acuerdo. Con risas y guiños conseguí el precio que a ella también le convenía y le pedí permiso para hacerle esta foto.
Mujeres trabajadoras. Son las que sacan adelante a sus familias en toda África. Jóvenes como ella que, espero, sean felices.
BURKINA FASO
Vuelvo a recordar la región del Sahel, siempre precaria y quizá por eso fascinante. Hoy tan amenazada por los islamistas y su crueldad despiadada en algunas zonas.
Recuerdo esa noche en un campamento de Kel Tamashek, «parientes» de los tuareg.
Nos dejaron montar las tiendas al lado, y en el rato que compartimos hubo cantos y risas con los chavales del campamento.
Chavales que al día siguiente nos regalaban sus sonrisas delante de su hogar. Han pasado varios años, serán ya unos hombrecitos y unas mujercitas, en esa sociedad donde la adolescencia tiene poca cabida.
Ojalá las cosas les vayan bien, ojalá. ¡In sha allah!
ETIOPÍA
Llevábamos apenas unos minutos de visita en las iglesias talladas en la roca de Lalibela cuando descubrí a este monje joven sentado a la puerta de una de las iglesias.
¡Cómo no hacerle una foto en tamaña pose y con ese gorro de color amarillo o naranja!
Mientras pensaba en cómo hacérsela para ser discreta y que no se molestase, empecé a observarle. Él estaba a su vez observando a los occidentales que andábamos por allí, con una expresión divertida. Incluso, en un momento dado, alguien llamó a otra persona en voz un poco alta y el monje se echó a reír bajo su manta. En fin, creo que se lo pasó bien! 😅
ETIOPÍA
Ante el majestuoso río Omo, en el sur de Etiopía, la vida de los Karo se ve interrumpida de vez en cuando por algún grupito de guiris que llegan hasta allí en sus 4×4.
En ese par de días que pasamos con ellos, un niño pequeño que apenas hablaba no paraba de revolotear entre nosotros. Enseguida empezó a coger las cámaras de unos y de otros, y adoptaba todos los gestos que nos había visto hacer.
Aparte de eso, de vez en cuando se mostraba mimoso, posaba para las fotos como el mejor modelo y nos tenía a todos enamorados, para qué negarlo 😊.
Sus padres vinieron a por él cuando era de noche y nos disponíamos a cenar. ¡Tenía que irse a dormir!! Él no quería y lloriqueaba, y la madre se lo llevó con gesto severo. Cuando nos fuimos, al día siguiente, después de presentarse en el desayuno apenas había amanecido, lloraba de nuevo desconsoladamente.
Espero que el contacto con estas gentes tan diferentes que somos nosotros, con esa tecnología que es la de las cámaras, lo integre bien con su condición de karo. Sólo lo espero, lo anhelo y lo deseo.
A veces me entran dudas al respecto y no sé si está bien que vayamos allí, que irrumpamos en sus vidas así.
MALI
Frente a la ciudad de Gao subimos a la Duna Rosa, en plena Curva del Níger. Enseguida nos vemos rodeados de niños correteando y pidiéndonos las botellas de agua que llevamos con nosotros. Las querían vacías, para reutilizarlas o para jugar con ellas. Así es en todo el Sahel.
Nos fuimos separando, cada uno iba a su paso, y hubo un momento en que me quedé sola con al menos doce niños a mi alrededor.
Me puse a cantarles canciones a voz en grito y ellos a imitarme. De ahí seguimos jugando. Ellos haciendo el tonto con sus chanclas y sus carreras duna abajo – duna arriba. Un sitio mágico y vivo gracias a ellos.
CAMERÚN
Sabga es un pequeño asentamiento peul, pastores tradicionales, que está muy al sur del hábitat de esta etnia, en el Noroeste de Camerún.
Dando un paseo por el pueblo, me fijo en un cartel donde se anuncia una cooperativa de mujeres que hacen leche y yogur.
Estaba cerrada, pero acariciamos la posibilidad de que nos la abrieran y nos vendieran un queso. Ya salivábamos sólo de pensarlo.
Preguntamos a una mujer y le decimos que queremos comprar queso. Entra en una casa y al poco sale otra mujer con la llave y nos lleva allí. El local es muy pequeño, tienen todos los aperos clásicos para hacer queso y dos neveras domésticas.
Malas noticias. No hay queso, pero sí yogur. Lo probamos y… increíble ¡¡qué sabor!!!
Un hurra por las mujeres emprendedoras de todo el mundo, incluso (o más) de lugares tan apartados como éste.
CAMERÚN
En muchos lugares ponerse ante la cámara significa adoptar una postura seria y formal. Como cuando aquí la gente iba al «fotógrafo» a hacerse las fotos de familia o destinadas a documentos oficiales.
Seguramente, viendo esta foto, pensarás «no quieren ser fotografiados»:
Y sin embargo… vaya cambio, eh? 😜
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