Actualizado el 14 febrero, 2023
En mi último viaje al desierto del Sahara, al sur de Argelia, volví a encontrarme con los tuareg. Durante mucho tiempo fue el pueblo con el que soñaba y del que leía ávidamente lo poco que caía en mis manos. Me pensaba caminando con ellos por el desierto, observando sus vestimentas, joyas, turbantes de color añil que les ha dado el apodo de «hombres azules». En este post, con todo el cariño y el respeto del mundo, quiero hablarte de ellos 😊
Mi primera vez ante los tuareg fue en Mali
En la ciudad de Gao, de camino a Tombuctú, me encontré con los primeros tuareg de mi vida. Me impresionó tanto su presencia, que el primer día pensé que era todo un decorado. Que realmente no eran tuareg todos esos hombres con turbantes de muchos metros de tela y largas túnicas. No me lo creía. No podía haber tantos juntos así, delante de mí, con tanta naturalidad.
Hoy ya no tengo la misma imagen romántica de hace años. Los tuareg no me parecen tan misteriosos y me he vuelto un poco más crítica hacia algunas cosas. Mi mirada ha cambiado. No sé si soy menos inocente o qué, pero es así. Y aun así me niego a dejar de admirar su elegancia, porte y ese aura de misterio que les rodea. Sigo sintiendo simpatía y familiaridad hacia ellos.
Un pueblo de leyenda y fama
Hubo un tiempo en que los tuareg ocuparon algunas páginas de la literatura, aunque tengo la impresión de que eso fue hace unas décadas. Quizá conozcas la novela de Vázquez-Figueroa llamada así, Tuareg -ya es una trilogía-, en su momento todo un best-seller. Recuerdo que era una historia llena de acción, romanticismo y poco más. Mi mente adolescente la disfrutó mucho.
Entre los años 50 y 80 del siglo XX, lingüistas, antropólogos y etnólogos se ocuparon de desvelar a los Tuareg. Nos descubrieron un pueblo de nobles, vasallos y esclavos.
Describían a un pueblo con una economía cerrada, un sistema que parece matriarcado, una lengua, el tamashek o tamahaq, que es lo que hablan entre ellos aunque aún no se enseña en las escuelas y una escritura propia, el tifinar, de alfabeto y gramática extraños para nosotros.
«Hemos tenido de los tuareg la imagen de un pueblo velado, con la mirada perdida sobre la cima de las montañas inaccesibles o sobre el horizonte ilimitado…»
Odette Bernezat
Afamado por su carácter independiente y guerrero, la leyenda les tachaba de bandidos y asaltacaravanas.
Pero ¿qué pueblo nómada no pasa por esa fama? Todos temen a los que no tienen raíces. No obstante parece que sí, que practicaban el pillaje cuando no había otro remedio. Si no llegaban las lluvias acostumbradas, si caía una plaga de langostas, los precarios recursos del desierto desaparecen y llega el hambre. Hay que sobrevivir.
Es cierto que ellos han contribuido a su fama. Se sienten, comportan y presentan como nobles airosos. La elegancia ante los extraños es una de sus máximas.
¡Son muy presumidos! Las maneras, sus normas de educación, tan rígidas y distintas a las nuestras, también.
Difícil será que te confiesen que les pasa algo malo, que están cansados o que tienen hambre. Y no hablo sólo de sus conversaciones con los extranjeros. Hablar de sus debilidades a los demás no es su estilo.
Se llaman a sí mismos, en su idioma, los imusaq o imuhaq, palabra que significa “los libres” o “los nobles”. Una palabra muy similar a amaziq (bereber). También se llaman a sí mismos kel tamashek, los que hablan tamashek.
Los tuareg eran los señores del vasto Sahara de Libia, Argelia, Mali, Níger y Burkina Faso. Sin vivir nunca de manera opulenta, porque el desierto no lo permite. Sin palacios, porque no van con el nomadeo. Señores que pasaban y pasan hambre cuando hay sequía, dependientes de los pastos para sus rebaños, pero que no pierden la dignidad. Señores al fin y al cabo.
Para más información sobre su historia, te sugiero que consultes esta página web que he encontrado entre las referencias de Wikipedia.
Los Tuareg se han tenido que adaptar al siglo XXI
Los tuareg viven en los países citados, y no son oriundos de otros como Marruecos, a pesar de que es posible que allí te digan que sí, que siempre ha habido tuaregs. Puede que haya algunos exiliados a raíz de las guerras y conflictos del área del Sahara y el próximo Sahel, pero poco más.
Una de las poblaciones tuareg más estables está en la Argelia que nunca les quiso bien, y que sin embargo les trató mejor que las vecinas Mali y Níger. Quizá por eso nunca se levantaron en armas contra el estado como sí lo hicieron en Tombuctú.
Hace muchas décadas, pero no tantas como puedas imaginar, tuvieron que dejar el desierto y su nomadismo.
Ya casi no se ven tiendas en el horizonte y no se organizan caravanas de camellos. Se mueven en coches 4×4 y por supuesto utilizan la telefonía móvil. Pero saben que su desierto está ahí, al alcance de la mano, y que pueden volver cuando quieran. Siguen amándolo.
Dicen que un tuareg nunca se pierde en el desierto, pero eso no es del todo cierto. No se perderá en las pistas y caminos conocidos, que son “su casa”, pero si van a territorio desconocido, por ejemplo un targui del Tassili N’Ajjer que viaja a las montañas del Hoggar, cerca de Tamanrasset, la cosa cambia. Entonces tendrán que preguntar a los de allí, y no sé ahora, pero parece que antes no les gustaba contar los secretos de sus caminos a cualquiera.
Tampoco me suena tan extraña esa conducta. Vete a preguntar al paisano del pueblo de al lado que dónde coge setas. Verás qué te dice. En el desierto no se pregunta por setas, claro, sino por el lugar donde está el pozo más próximo.
Pensarás que hoy en día todo eso no hace falta porque hay carreteras y teléfonos satélite, pero no hay que confiarse. El Sahara es el Sahara, aunque ya no sea como antes.
Además, los jóvenes ya no aprenden de los mayores. Se centran en la escuela, su vida sedentaria, la universidad los más afortunados. No es culpa de ellos, claro. Si los mayores no salen a hacer las rutas de antaño y no se llevan a sus hijos con ellos ¿cómo van a aprenderlas?
Pero los Tuareg siempre fueron un pueblo libre y algo de eso queda en su ADN en estos tiempos modernos. Muchos viajan en cuanto pueden. Viajar forma parte de ser libre, y ellos lo quieren ejercer. Se van a Europa e incluso a América. Viajan más por negocios y ahorrando al máximo posible, pues su economía sigue siendo para vivir al día, pero viajan. Y no es extraño que alguno deje mujer e hijos en otros países. Son como marinos de tierra.
En circunstancias normales, vuelven. Estar mucho tiempo lejos del desierto no es bueno para la salud, para la paz mental, para el espíritu. Así piensan ellos y no dudan en decírtelo. Como dándote una lección, porque lo contraponen a la vida estresante que llevamos en Occidente. Razón no les falta.
Las maneras tuareg
Andan por Djanet sin prisas, con su turbante bien puesto excepto algunos jóvenes, que reniegan del vestido tradicional. No sabes si cuando cumplan unos años más volverán a vestirse como los mayores para sentirse ellos mismos. Sentir la pertenencia a un pueblo, cultura, identidad al fin y al cabo. Veremos.
Muchos son altos, muy altos. Delgados, de manos enormes y sonrisa ancha. Saben reír, cantar, bailar, bromear, contar buenas historias y disfrutar del silencio en compañía.
Al mismo tiempo cuidan mucho el código de cortesía por el que se muestran serios y distantes en según qué situaciones. El linaje sigue siendo importante. Las jerarquías están vivas, la “pureza de sangre”, la tribu, el clan, la familia. No es raro que una broma entre ellos sea “fulanito es árabe”.
Hay relaciones y famas que vienen de muy atrás. Buenas y malas. No siempre les gusta encontrarse con determinada gente, o tener que saludar a tal persona. ¿Te suena? Es igual que en los pueblos o ciudades pequeñas donde todos se conocen. La diferencia aquí es que ellos van velados. Casi no dejan ni los ojos a la vista. En esos encuentros no descubren su rostro a la primera de cambio. Primero hay que ver si se reconoce al otro por la voz, o por determinado arreglo. Hay que ver de qué va.
Basculan constantemente entre la obligación de ser hospitalarios, una de las máximas de la vida en el desierto, y la desconfianza de partida.
No les encantan los extranjeros, pero saben que somos una buena salida económica en una Argelia que nunca termina de levantar cabeza. Y eso que ya no hay época dorada del turismo, como sí lo fueron los 70s y 80s. Demasiados avatares en el país más grande del Magreb, y ahora de África desde la división de Sudán. Una lástima. No han tenido suerte.
Justo allí, en Djanet, nunca ha pasado nada. Y que siga así, en paz. Que vuelvan los turistas, unos pocos más, y lleven prosperidad a una vida precaria. Espero contribuir a ello con este y otros posts.
La vestimenta de los tuareg, los hombres azules
Hubo un tiempo en que los tuareg eran conocidos como “los hombres azules”. Esto era así porque tiñen sus turbantes de añil, un azul oscuro casi negro, y ese tinte pasa a la piel en cuanto sudas un poco.
En realidad los ché-chés o turbantes de este color sólo se utilizan en las grandes fiestas, sean bodas, bautizos, o festivales como el Sebeiba. Ojalá pueda asistir a esta fiesta algún año.
Para el día a día, el ché-che que predomina es el de color blanco, azul o negro, aunque hay muchos más colores gracias a la química y según se quiera ser más o menos moderno, más o menos presumido.
Suelen llevar un collar con amuletos, bolsitas de cuero finamente labrado que contienen papelitos con aleyas del Corán.
[Tuareg de Tombuctú en el año 2008]
Son musulmanes y cumplen con sus ritos, pero también temen el mal de ojo y los djinn o espíritus que pueden perturbar tu vida cuando menos te lo esperas. Por eso hay que protegerse.
En el vestido de gala no puede faltar una buena espada con su empuñadura llena de filigranas, y las sillas de montar son otro objeto que, según su refinamiento, completan el ajuar de príncipe.
Las mujeres lucen enormes pendientes y collares que se confunden en el pecho. El rostro descubierto, los velos también de color añil y un maquillaje a base de khol y henna en los ojos, labios, y manos.
La curiosa escritura targui: el tifinar
Merece la pena que haga un aparte sobre el tifinar, la escritura de los tuareg, porque me parece curiosa y bonita.
La ves en las paredes de roca pero no en los carteles o escritos oficiales. Me contaron que no se enseña en las escuelas, pero sí veo que algunos la utilizan incluso en lugares como la red social Instagram. Parece que se está perdiendo, pero sigue estando ahí. Hay promesas del gobierno para incorporarla a los estudios reglados. In shah allah!
A primera vista el tifinar son líneas de signos en forma de círculos, cruces, rayas, triángulos, corchetes… Algo así como: +|O:| +][+|
Según Odette Bernezat, una francesa que vivió y recorrió el Sahara de Argelia durante varias décadas, el tifinar se escribe en cualquier dirección. Sólo algunas letras mantienen siempre la posición. Son las guías que permiten saber hacia donde tienes que leer la frase.
Por otra parte, es una escritura que no tiene vocales. Hay que adivinar un poco cada palabra (una vez resuelta la dirección de las palabras…).
El tifinar antiguo, el que dejaron los ancestros cerca de los grabados neolíticos, ya no lo entiende nadie. Eso me contaron. El que aún se usa, que también se puede ver en las rocas, se utiliza para dejar mensajes. Como anuncios por palabras entre nómadas, se escriben saludos a fulanito o menganito. Frases de afecto como “sólo nos faltan tus ojos…” para indicar que te echan de menos, o simplemente se deja escrito el nombre.
Supongo que por esta costumbre los antropólogos piensan que los grabados y pinturas rupestres eran mensajes entre grupos nómadas, describiendo la caza del lugar o la presencia de ganado. Recuerdo que lo conté hablando de Twyfelfontein, en la lejana Namibia.
La mujer tuareg
Las mujeres tuareg están muy presentes en el hogar, en la familia.
Recuerdo que leí y escuché más de una vez que son un ejemplo de «libertad» en el contexto de las sociedades árabes e islámicas. Quizá porque nunca se vieron obligadas a tapar su rostro, algo más que inconveniente para la vida nómada. O porque tenían cierta libertad sexual.
Pero esto es muy discutible desde mi punto de vista. Aun así, reconozco que no sé mucho del tema.
Cuando pregunté por los matrimonios, me aseguraron que siguen siendo concertados en su mayoría. No me quedó muy claro qué pasa si ella no quiere casarse con él.
También me contaron que hoy en día las chicas van a la escuela igual que los chicos, e incluso les superan en número. Este dato ya lo he oído antes, en otros lugares del mundo. No sé si es porque la población femenina es más numerosa, o porque quienes lo enuncian hacen así un apunte sobre los avances hacia la igualdad. ¿Es ya una frase hecha, una fórmula, o la realidad?
Sin embargo, al menos de momento, las chicas tuareg estudian como máximo hasta la secundaria. Continuar estudiando en la Universidad implica muchas cosas: traslado a Argel o a Tammanraset si son de Djanet, el desembolso económico que supone, la «desprotección» de la familia, de los hombres de la familia. Y retrasar el matrimonio, claro. Los chicos sí, si son buenos estudiantes y se lo pueden permitir, decididamente continúan sus estudios en la universidad. Ojalá esto vaya cambiando.
En Djanet puedes ver mujeres por la calle, pero son pocas y bien tapadas ante las miradas de extraños. No así en su casa, donde aunque haya visita de alguien ajeno a la familia, se muestran a cara descubierta sin mayor problema.
En la carretera puedes ver a alguna pastora con su rebaño, pero también son escasas las ocasiones. Rara vez posarán para tu cámara, lo normal es que se den la vuelta o se tapen el rostro completamente.
Es cierto que el linaje se organiza en su rama familiar. Por eso los antropólogos hablaron siempre de «matriarcado». Quizá tenga que ver con el hecho de que antes los maridos pasaban hasta ocho meses fuera de casa con las caravanas.
Sin embargo el hogar siempre se estableció en el campamento del marido. Era ella la que tenía que dejar a su familia y trasladarse a un nuevo sitio para crear la suya. Así que ¿es suficiente sólo con el linaje, el apellido, para afirmar que esta es una sociedad más igualitaria, o incluso un matriarcado?
Si ellas no pueden decidir libremente sobre muchos aspectos de su vida. Si no tienen más voz que la doméstica, aunque incluya la educación primaria de los niños (leer, escribir, hacer cuentas, cantar). Cuando no son tan libres como ellos ¿podemos hablar de un papel más igualitario?
El tiempo tuareg
En el desierto todo transcurre sin prisas. Las horas están ahí, por supuesto, y no se descuidan. Hay que llegar al campamento antes del anochecer. Se hace una pausa para rezar las oraciones, siendo muchos los que no se saltan ni una de las cinco prescritas por el Corán. Tampoco se saltan la pausa de la comida y el té.
Pero más allá de los momentos que regulan las necesidades básicas del día a día, las cosas se hacen con su propia cadencia. Sin mirar el reloj y sin agobiarse.
La costumbre del té tuareg
El té es la ceremonia que no cesa. Cuando llegas después de una caminata, mientras esperas la cena, después de comer.
Si alguien viene de visita, o pasa por allí y se detiene a saludar, se comienza de nuevo.
Oyes Atei! Y sabes que el té está listo.
Siempre, cada vez, son tres tés:
El primero, amargo como la vida.
El segundo, fuerte como el amor.
El tercero, dulce como la muerte.
Puede haber un cuarto té para los niños. El más suave y dulce.
La diferencia entre los tres tés es el sabor y dulzor, que a su vez es el resultado de dejar hervir la misma hoja varias veces, cambiando el agua y añadiendo azúcar.
Se utilizan varias teteras, mínimo dos. Una para hervir las hojas de té con el agua justa: primero un pequeño hervor y se cambia el agua, así se limpian las hojas. Después, a esperar que hierva unos minutos con el líquido renovado.
Otra para mezclar el té con el azúcar. El té se traslada a un cazillo y desde ahí se vuelca en la segunda tetera lanzándolo desde 20 o 30 centímetros de altura. Así se genera la espuma que después se aparta. Porque una parte importante de la delicatessen es servirlo con un buen “gorro” de espuma.
Sube y baja, cambia de recipiente, aparta la espuma para coronar los vasos. Sube y baja. Una y otra vez. El ritmo, sonido, cadencia y color hipnotizan tanto como el fuego. No hace falta hablar, sólo mirar y anticipar ese sabor único. El tercer té llevará hojas de menta que realzarán el dulzor. A veces se añade otra hierba que se encuentra en el desierto.
El «maestro del té» (un título que me invento) lo hace todo imperturbable hasta que tira las hojas de té junto al fuego. Ahí quedarán.
A veces llegas a un campamento vacío y ves el montoncito de té junto a los restos de la fogata. Apuesto a que los tuareg saben calcular cuánto tiempo hace que se fueron los hombres que dejaron esa inevitable marca.
El té tuareg es té verde, traído de China. Esta una costumbre muy reciente, no tiene más de un siglo, y sin embargo ya es fundamental, imprescindible. Impregna todas las relaciones sociales y hogareñas.
Pregunto si es tarea de hombres, si todos saben hacerlo, o si hay «maestros del té». Me cuentan que tanto los hombres como las mujeres saben hacer el té. Todo el mundo ha de estar preparado para no romper esa regla de hospitalidad que incluso a regañadientes se ha de cumplir.
Lo que es diferente es tener que prepararlo para cinco personas, o para quince. Y lo peor, no saber para cuántos hay que hacer té. Puede darse el caso de que vaya llegando gente sin avisar ¡Las teteras no cambian de tamaño! Además el ejercicio con el brazo se duplica o triplica. Uf.
Los vasitos son pequeños, la medida justa para un par de tragos. Si es necesario no se llenan del todo, pero aun así hay que saber calcular la cantidad que debe llevar cada uno para repartirlo equitativamente desde el principio.
Al terminar enjuagan los vasos en un cazo con un poco de agua, y hasta la siguiente ocasión. El menaje se guarda en una caja de madera, antigua, con sus respectivos espacios. Es el precioso ajuar de todo hogar y viajero targui (targui es el singular de tuareg).
La comida tuareg
Esta noche hay taguella, un pan cocido bajo las brasas directamente sobre la arena.
Me emociona saberlo, me pone muy contenta. Lo he visto en las fotos de los viajes de mi padre, en libros, documentales. Por fin allí, de verdad. Preparo la cámara, aunque siendo de noche y con la luz cambiante del fuego y los frontales, está difícil la cosa. Algo sale y servirá para recordarlo.
Biji, nuestro cocinero, trae una masa que ha hecho antes y que seguro ha reposado hasta coger volumen. Es la receta árabe. La taguella targui es más líquida y por tanto se impregna más de arena al ponerla en el suelo.
La masa se extiende sobre el suelo allanado y se cubre con brasas. Después toca esperar media hora o tres cuartos de hora hasta que se retiran las brasas y voilá, ahí está el pan. Redondo y bonito. Se sacude lo máximo posible para limpiarlo de ceniza y arena y se procede a preparar el plato.
Lo desmigan a tres pares de manos y Biji trae una rica salsa hecha con hortalizas y algún pedacito de carne con la que mezclaremos esas “migas” del desierto.
Nos invitan a que añadamos mantequilla targui, que es casi líquida y con lo que ellos suelen acompañar esta comida básica y deliciosa. Tiene un sabor un poco ácido. Me gusta. Recuerdo cuando vi a una mujer batiendo leche en un odre de piel de cabra allá en Burkina Faso.
Está buenísima, incluso aunque mastiques algún que otro granito de arena. A pesar de que la limpiaron bien antes de cortarla, el desierto se cuela hasta muy adentro, incluso en las almas de los hombres y mujeres.
Además de la taguella los tuareg hacen queso con la leche de sus cabras, mantequilla que baten en odres de piel de cabra, y cuando pueden comen carne de cordero, cabra, o pollo.
Los dátiles también son parte de la dieta cotidiana tradicional y actual (y los de Argelia son buenísimos), así como el cus cús.
Lo que llama la atención es que incluso los señores más grandes, más altos, comen frugalmente. La contención ante los demás es otra de las virtudes que los buenos tuareg deben saber desplegar en público. Además, se suele considerar de buena educación comer en silencio y eructar al finalizar, porque prueba tu satisfacción.
En fin, aquí te dejo estas pinceladas de un pueblo al que me sigo sintiendo unida de alguna manera.
Cine y lectura sobre los tuareg y pueblos nómadas de Argelia
“Entre los tuareg” Odette Bernezat – este es un libro maravilloso, sencillo y honesto, de una mujer que caminó junto a los tuareg durante años. Si lo encuentras (no sé si estará descatalogado), no dudes en leerlo. La verdad es que me he inspirado en su estructura para escribir este post, y parte de la información que doy aquí proviene de este libro.
“En el desierto no hay atascos” Moussa Ag Asarid – el relato de un tuareg y su mirada cuando viaja a Occidente. Muy entretenido y recomendable.
“Los hombres que caminan” Malika Mokeddem – Esta novela es sencillamente preciosa.
Película Timbuktu (director: Abderramahmane Sissako): además de mostrar con una gran fotografía la horrible situación de Tombuctú cuando fue tomada por los islamistas, nos regala algunas escenas de la vida tradicional de una familia tuareg. Es una película tan maravillosa como dura, que fue nominada a los Oscars en el 2015.
Nota: como todos mis escritos, este es un post subjetivo, parcial y seguramente haya que hacerle correcciones. Espero seguir aprendiendo en próximos viajes y conversaciones con mis amigos tuareg.
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