El oasis de Bahariya o el-Wahat el-Bahariya es uno de los cinco grandes palmerales que hay en el oeste de Egipto. Aquí tienes un artículo con lo que hay que ver en este oasis, un lugar donde se despertó «la fiebre del oro» entre sus habitantes, hace sólo unas décadas.
Los oasis de Egipto occidental
Los oasis de Egipto se extienden como manchas verdes a lo largo del Desierto Occidental de Egipto. Un desierto que siempre fue objeto de leyendas y temores porque, según la tradición, este es el reino de Set y Osiris, los dioses de la muerte, y está habitado por djinns o genios.
No obstante, los viajeros y comerciantes siempre encontraban refugio, paz y vida en los oasis. Su vegetación casi milagrosa frente al horizonte de arena y piedra desolador, y los cultivos de aquéllos que decidieron establecerse allí, fueron y son parte de sus grandes atractivos.
En el viaje que he hecho al Desierto Blanco tuve la oportunidad de pasear por Bahariya para conocer parte de su historia y fisgonear, fugazmente, cómo es la vida en un oasis.
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Me encantaría volver por más tiempo y recorrer los otros oasis, casi yendo tras las palabras que Jordi Esteva inmortalizó en su libro Oasis de Egipto:
“Bahariya sorprende por sus maravillosos vergeles y un vasto sistema de acequias de agua muy caliente, que desprenden en invierno una alta cortina de vapor. Quizá no sea tan bello como Siwa ni tan amplio y africano como Dahla, con sus acacias y cultivos extensivos, pero es sin duda mi oasis preferido por la llaneza de sus habitantes, su sentido del humor y su carácter abierto, tan distinto al retraído de los farfaronis de Farafra o al reservado de los siwíes” – Oasis de Egipto de Jordi Esteva
No puedo confirmar la comparación entre los oasis que nombra Jordi Esteva, pero sí puedo decir que los habitantes de Bahariya son abiertos y amables, y que las acequias siguen ofreciendo un reparador baño a los hombres (siempre hombres) con esas aguas calientes sulfurosas que desprenden olor a huevo podrido.
Qué ver en el oasis de Bahariya
Bahariya posee varios tesoros milenarios dignos de visitar, además de sus atractivos naturales y culturales.
La ciudad principal de Bahariya es Bawiti, y allí se concentra gran parte de la “vida moderna”.
En el centro hay una calle ancha llena de comercios de toda la vida, entre los que hay que destacar las tiendas de dátiles y frutas, muchas cultivadas en este oasis. Allí también están el colegio e instituto, la comisaría (no se pueden hacer fotos a este edificio y sus cercanías), y algunos cafés que sólo frecuentan los hombres.
Pero además de la vida cotidiana, en el centro de Bawiti encontramos dos joyas a visitar: el museo de las Momias de Bahariya y los hipogeos antiguos.
El Museo-almacén de las momias de Bahariya
Corría el año 1995 cuando un burro metió la pata en un agujero del suelo. Al ir a ayudarle, el dueño se dio cuenta de que “allí había algo”. Se trataba de una cámara subterránea que albergaba momias.
En esa área, a las afueras del oasis y hoy bautizada como el Valle de las Momias, se encontraron 200 cadáveres momificados. Muchas tenían una máscara cubierta de pan de oro y pectorales con pinturas del Libro de los Muertos.
La noticia no se hizo pública enseguida. Tuvieron que pasar cinco años antes de que se comunicara, así que fue en 1999 cuando el mundo supo de la existencia de este colosal descubrimiento.
En paralelo, entre los habitantes de Bahariya se despertó la “fiebre del oro”.
El famoso arqueólogo Zahi Hawass, ese que lleva un sombrero a lo Indiana Jones y lleva años protagonizando documentales sobre el antiguo Egipto, estimó que las 200 momias eran sólo la punta del iceberg. Afirmó que probablemente los suelos de Bahariya guarden miles de ellas.
Y esto es lo que despertó la «fiebre del oro» en el oasis de Bahariya. Muchos vecinos decidieron excavar por su cuenta. Todos querían encontrar una momia antigua y sacarle partido.
No tuvieron suerte. Si la estimación de Hawass es cierta, lo más seguro es que muchas estén bien enterradas en el subsuelo de las casas de Bahariya. De todas formas, si alguien encontró algo no creo que lo contara por ahí, sobre todo si quería venderla en el mercado negro 🤷🏻♀️.
El caso es que de las 200 momias catalogadas, al menos 10 son exhibidas en el museo-almacén del centro de Bahariya llamado “The Golden Mumies Hall”.
Se trata de una sala alargada y pequeña, pero bien cuidada y con climatización controlada.
Tras pagar 100 libras egipcias (2€ al cambio cuando yo fui, en marzo de 2024), esperamos a que abran un candado enorme para poder entrar.
Estas momias son de entre el siglo IV a.C. y el siglo IV d.C., de la época Ptolemaica, que fue una transición de los egipcios antiguos a la época grecorromana. En otras palabras, mantienen características de los faraones, pero tienen su propias variaciones.
Por otro lado, no estamos ante momias de faraones, sino de comerciantes y artesanos pudientes. Hay que pensar que ser momificado no era un servicio barato.
El proceso de momificación de esta época era distinto al de los antiguos. Por supuesto vaciaban los cadáveres de vísceras para parar el proceso de descomposición, pero los rellenaban con juncos y palos para mantener la forma del cuerpo.
Después, aplicaban una capa de resina y envolvían el cuerpo en lino de una forma muy artística. En las momias de este museo hay algunas con una envoltura que luce unos diseños geométricos perfectos.
Terminaban con la máscara que representa el retrato del difunto hecha de papiro y yeso. Las familias más ricas, además, cubrían dicha máscara con pan de oro. De ahí que las llamen las “momias doradas”.
También se puede observar la recreación de los peinados con rizos apretados.
Los hipogeos de Bahariya
A cinco minutos andando desde el museo, cruzando la calle principal y avanzando un poco por una secundaria, llegamos al recinto de los hipogeos.
Son dos, se pueden visitar y tienen varias salas llenas de pinturas del Libro de los Muertos. Aunque su diseño es ligeramente distinto, ambos cuentan con una sala central para hacer los ritos funerarios y varias cámaras adyacentes donde reposaban los cadáveres. Estos estaban metidos en sarcófagos de piedra.
Lo bueno de esta visita es que es muy raro que te encuentres con otros turistas, a diferencia de las tumbas antiguas de Egipto de los sitios más populares. Y la verdad es que entrar en una de estas cámaras casi a solas es un privilegio que ya viví en algunos lugares de Sudán y nunca olvidaré.
Ver cómo los colores de hace miles de años se conservan en sus paredes es difícil de explicar. Ojalá que se conserven por mucho más tiempo.
Como decía, las pinturas son del Libro de los Muertos. Representan el paso del alma del difunto hacia la “otra vida”. O el intento de ello deberíamos decir, porque ese paso está sujeto al juicio de Osiris.
El juicio de Osiris consta de 42 preguntas sobre 42 pecados y se hace delante de 42 jueces. Cada uno de ellos formula una de las preguntas.
El corazón del difunto se deposita en la balanza que sostiene Anubis (el dios con cabeza de perro), y su peso debe equilibrarse con la pluma de Maat, la encarnación del Orden y la Justicia.
Las preguntas, como he dicho, se referían a «pecados» o cuestiones morales del tipo ¿Has matado a alguien? ¿Has robado…?
Y la respuesta correcta debía de ser siempre «no» si quería pasar a la Otra Vida.
Si el difunto reconocía alguno de los pecados, su corazón se hacía más grande y por tanto pesaba más que la pluma. Mala cosa. No superar este examen significaba ser devorado por un monstruo con forma de perro y adiós definitivamente. Ni «otra vida» ni nada.
Los hipogeos de Bahariya corresponden a la tumba de Bannentiu y la tumba de Zed Amun Iuf Ankh, ambas de la Dinastía XXVI (años 664 a 525 a.C.), la última dinastía nativa que reinó en Egipto antes de la llegada de los persas.
Como espero que se pueda apreciar en mis fotos, el estilo de las pinturas es más tosco que las que se pueden ver en otros lugares de Egipto.
Un último dato curioso sobre el valor arqueológico de este oasis: en Bahariya se construyó el único templo dedicado a Alejandro Magno en esta orilla del Mediterráneo.
El gran conquistador vino desde Alejandría, primero de camino al oasis de Siwa para visitar el oráculo de Amón, y después hasta Bahariya, mucho más al sur.
Hoy sólo quedan los cimientos de dicho templo y no vale mucho la pena ir a verlo. Está a un par de kilómetros o más del centro de la ciudad.
Las calles de Bahariya y el palmeral
Tras esta visita, circulamos por las estrechas e intrincadas calles de la parte más antigua de Bawiti. Hay muchas casas semiderruidas, señal del proceso de abandono que está sufriendo. El adobe no se mantiene en pie si no se arregla después de las lluvias.
También hay algunas plazas con árboles y poca gente en general. No sé si es porque estamos en Ramadán, o porque se vive más de puertas adentro, o porque la mayoría de los vecinos se han mudado a zonas más modernas.
Eso sí, cuando nos encontramos con alguien, sonríen y nos dedican unas palabras o saludo. Algo que siempre se agradece.
Por fin llegamos a un alto desde donde se divisa buena parte del palmeral de Bahariya, que se extiende varios kilómetros en el horizonte.
Al fondo se puede distinguir el “lago salado”, y a nuestro lado los restos de una de esas excavaciones no oficiales que hicieron los vecinos de Bahariya. Todo un destrozo en la colina 😅
De camino al palmeral pasamos junto a varias de las fuentes o albercas de aguas termales. Suele haber hombres enjabonándose y disfrutando de ese agua que te deja la piel de maravilla. Eso sí, la suciedad de que queda tras su paso, je, je, quita un poco las ganas de hacer lo propio.
Pasear por la carretera que discurre junto a las palmeras, no digo ya entrar en los huertos, supone un cambio de temperatura y frescor que sorprende.
Huele muy bien, hay garcetas blancas entre los canales de riego, y los campesinos se aprestan a fecundar las palmeras en el mes de marzo, la época más propicia para ello.
La modernidad, no obstante, se empeña en estar ahí con el ir y venir de las motos y motocarros echando humo.
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El lago salado de Bahariya
Al otro lado de las palmeras llegamos al lago salado de Bahariya. Su visión nos sorprende tanto o más que el bosque de palmeras, y me acordé un poco de los lagos de Ounianga en Chad, salvando las distancias.
De escasa profundidad, su agua es salobre y de un azul intenso que contrasta muy bien con las palmeras y las altas dunas que dominan el horizonte.
En la orilla algún visionario ha montado un chiringuito con servicios, un columpio, un par de barcas que puedes usar gratis y una jaima donde preparar tu comida y tumbarte a la sombra.
Nosotros comimos allí, aunque hubiera preferido hacerlo dentro del oasis sobre la hierba fresca y con el rumor del agua de fondo.
En conclusión, merece la pena visitar el oasis de Bahariya y contemplar los rostros de las momias doradas, descubrir las tumbas antiguas, darse un chapuzón en el lago salado y refrescarse bajo las palmeras, además de compartir algunos ratos con sus habitantes. Desde luego queda en mi recuerdo como un lugar de gentes amables en el que me hubiera gustado pasar más tiempo 🥰
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- El oasis de Bahariya y las momias doradas, un rincón sorprendente de Egipto
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