Actualizado el 7 enero, 2024
Me despierto temprano en la habitación de la casa privada de Karima donde pasamos un par de noches. No sé por qué, enseguida siento que hay algo extraño en el ambiente. Sin conocer los ruidos familiares de esa calle, de ese vecindario, siento como que el mundo se ha parado. Salgo de mi habitación, paso por la sala contigua en dirección al patio destartalado donde están los baños y al abrir la puerta lo veo. Lo entiendo todo. El mundo está sumergido en arena. Es la gran tormenta de arena. Hacía años que no se veía una así en Sudán.
Primeros pasos y sensaciones sumergida en una gran tormenta de arena
Estoy parada unos segundos como tratando de entender. Vuelvo a la habitación a por el móvil para registrar ese momento, y después me lo pienso mejor y voy a por la cámara. Es el automatismo que ya tenemos instalado en este siglo XXI.
Cruzo el umbral de la puerta y salgo al patio. Compruebo que respiro normalmente. El polvo es finísimo y no noto que, seguramente, se esté colando hasta el alma.
En el baño me encuentro con todo teñido de naranja. El polvo y la arena han pasado por debajo de la puerta que guarda una distancia de dos o tres centímetros con el suelo. Cuando vuelvo a la casa me doy cuenta de que también hay una capa de ese polvo finísimo. Recién levantada ni me había fijado.
Me visto, cojo la cámara de nuevo y salgo a la calle. Unos niños pasan montados en su bicicleta. Un rickshaw traquetea al fondo. En general hay silencio o ruidos amortiguados. Yo creía haber vivido ya una tormenta de arena dos o tres días antes, pero esto es mucho más. Esto es «la gran tormenta de arena».
Los demás aún no se han levantado, pero no tardarán.
Andando como si acabarámos de llegar a la Luna
Todos irán saliendo poco a poco de debajo de la manta y andarán los primeros pasos del día como si acabaran de llegar a la Luna. Aturdidos, tratando de entender cómo las cosas han cambiado tanto en tan pocas horas. Nos miramos unos a otros con el ceño fruncido. Sí, parece que vamos a cámara lenta.
Anoche estaba despejado, se veían las estrellas más allá de los muros del patio. Estuvimos tomando un té en la gran plaza de Karima y como nosotros todo el mundo estaba en las terrazas en torno a las tea lady haciendo lo propio. Incluso me planteé ir a la cercana Jebel Barkal a hacer fotos nocturnas, pero como la noche anterior casi no había dormido en el desierto, no quise forzar la máquina.
¿Cómo podía ser que hoy fuera todo tan, pero tan diferente?
Toca rehacer los planes del día
Queríamos cruzar el Nilo para visitar una isla pero no es posible. El agua está muy revuelta y es peligroso. Además, no se ve nada.
Al final decidimos dar una vuelta por el mercado de Karima y hacer tiempo por si el viento se lleva el polvo a otra parte. Un poco ilusos sí que somos, porque esta gran tormenta de arena cubre todo el país. No se va a marchar con un chasquido de dedos o con un par de soplidos de viento.
Un escenario de Blade Runner 2049
Hoy es día de mercado en Karima. Los puestos exhiben sus mercancías y la gente viene y va.
Allí la hilera de carnicerías, que es como una cámara de los horrores a nuestros ojos. Allá las frutas y verduras con vendedores gritando sus ofertas por megáfono. Como en los mercadillos de España 😅
Tiendas abarrotadas de enseres. Una sección cubierta para ropa y zapatos. Gafas de sol. Ollas para la cocina. La calle de los garajes y mecánicos. Panaderías.
Nos dicen que el puerto está ahí mismo y que es donde descargan las mercancías. La actividad es muy baja, casi nula. No se ve apenas. El agua ni se adivina. Hay hombres saliendo de la bruma, yendo y viniendo. Algún carrito tirado por un burro, y sacos.
Cruzamos las vías del tren, un sueño de «civilización» que no duró mucho. Hoy en día sólo circula algún convoy de mercancías de vez en cuando. Hay carros y burritos. Cada uno sujeto al suyo, a su destino. Se quejan. Ellos también deben de sentirse inquietos en esa atmósfera apocalíptica que ha creado la gran tormenta de arena.
Vamos y venimos por el mercado. Saludamos, sonreímos, recibimos la misma respuesta. Unos quieren que les haga una foto con mi cámara, accedo gustosamente. Otros aceptan mi petición.
Estoy entusiasmada tratando de capturar ese mundo fantástico sumergido en el color sepia, naranja. No hago fotos constantemente porque no quiero incomodar a nadie, pero me contengo a duras penas.
También hago unos vídeos a lo largo de este día fantástico. Aquí tienes un pequeño montaje, para que entiendas a qué me refiero 🙂
Decidimos hacer un par de visitas más
La bola del sol se empieza a ver allá arriba, perfectamente definida. Casi sin darme cuenta empiezo a notar las señales que indican que la gran tormenta de arena está amainando. Pero aún le quedan muchas horas por delante.
Nos dejamos llevar por el juicio de nuestros guías y nos vamos al yacimiento de El Kurru, que está a unos pocos kilómetros de Karima. Pero no te lo voy a contar hoy. Hoy me centro en la gran tormenta de arena. Por eso paso a otro momento del día, que es el del bosque petrificado.
El bosque petrificado en medio del desierto
Como lo oyes. Un bosque entero de piedra que me recuerda al que visité en Namibia hace unos años y que es Patrimonio de la Humanidad. Este es incluso mejor, o eso intento adivinar entre la arena y el polvo.
El viento arrecia cuando llegamos. Nos mantenemos en pie a duras penas y la arena nos agrede. Se lanza contra nosotros. Intentamos taparnos y a la vez entender dónde estamos. Andamos entre enormes troncos que hoy son de piedra precisamente por la acción de millones de años de arena y viento. Un proceso perfecto de desecación y mineralización.
Apreciamos la forma de las raíces, los anillos que delatan la edad de aquellos ¿abetos? ¿acacias?
Es un escenario más apocalíptico aún que el mercado.
No hay nadie ni nada más que dunas y troncos diseminados por todas partes. Hasta donde alcanza la vista. Aunque la vista hoy no alcanza para mucho, la verdad sea dicha.
Después de luchar un ratito tratando de hacer algunas fotos decentes volvemos a Karima. Por el camino decidimos subir a la cima de Jebel Barkal en cuanto veamos que la cosa se calma un poco. En todo caso, después de comer y de un rato de siesta. Así hacemos tiempo.
La subida a Jebel Barkal bajo la tormenta de arena
Llega la hora y sí, la gran tormenta de arena ha amainado un poco. O eso creemos. Seif nos lleva hasta el pie de la montaña en el coche. Jebel Barkal es una enorme mole de piedra en medio de una llanura, junto a la ciudad y oasis de Karima.
Jebel Barkal parece inexpugnable desde tres de sus lados, con paredes verticales de gran altura. Pero hay un lado que ya ha empezado a convertirse en gran duna de arena…. y un poco más allá, en ladera pedregosa por la que subir.
Temíamos que el reto fuera mayor, que nos enfrentábamos a una escalada en toda regla, así que Santi y yo nos acercamos un poco recelosos.
Empezamos a subir, a ratos azotados por fuertes rachas de viento. Cuando me doy la vuelta después de unos minutos resulta que ya voy por la mitad. Y resulta que ya veo las pirámides allí abajo, pequeñitas, entre la bruma arenosa. Sí, hay pirámides junto a Jebel Barkal.
Shadia nos acompaña calzada con unas chanclas muy malas. A veces me detengo a esperarla y en algunas ocasiones cojo su mano para asegurarla. Además padece vértigo, así que ella está afrontando un doble reto.
En unos 15 minutos, menos de lo habitual según dicen, llegamos arriba del todo. Si el día hubiera estado claro habría hecho mucho calor y nos habría costado más. No hay mal que por bien no venga.
Una montaña mágica
Estamos en una meseta enorme y bien definida. En el centro más o menos hay un hito de cemento que marca el punto más alto.
Sólo hay un chico, supongo que de Karima, que ha subido unos minutos antes que nosotros tres. Está por allí a su rollo, sentándose y andando junto al borde. Contemplando lo que no se ve. Quizá imaginando el paisaje que se debería ver. Supongo que disfrutando de un rato de soledad, o pensando en sus problemas, en su amada, en sus proyectos de futuro. Quién sabe. Ningún otro loco parece haberse animado a subir con este tiempo.
Cruzamos la meseta hasta el otro extremo. El viento nos impide charlar. La anchura no es muy grande pero si andas por el centro, por donde la gente ha abierto un caminito, no ves apenas nada de lo que hay alrededor. Como si estuvieras en una nave espacial alzada en medio de la nada. Bueno, una nave espacial de Los Picapiedra.
Cuando llegamos al final contemplamos desde arriba las paredes que caen totalmente verticales. Y las columnas del templo de la diosa Mut que hay allí abajo y que parecen de juguete.
Y pensar que los antiguos habitantes de Karima excavaron la montaña, que anduvieron por sus entrañas, para adorar a sus dioses…
El viento es muy fuerte y Shadia se pone muy nerviosa cuando ve que nosotros nos asomamos al cortado para hacer algunas fotos. En ese momento a Santi le pica una abeja que va a darse contra su nariz. Suerte que llevo una barra de ésas que te calman las picaduras.
Volvemos hasta el punto donde la montaña se está convirtiendo en duna de arena, igual que Jebel Dosha cerca de Soleb, y bajamos por ahí, con las pirámides enfrente.
En los días buenos la gente se desliza con gran divertimento, lo había visto la tarde anterior. Observo que un hombre y cuatro niños, presumo que sus hijos y algún amiguito, suben por esta ruta.
Es viernes y por tanto festivo, pero la gran tormenta de arena ha echado para atrás a las familias que les gusta venir a disfrutar de este tobogán natural.
La tarde va cayendo, y hoy no se verá la puesta de sol. Tampoco volvemos a la plaza después de cenar porque las tea lady no van a encender sus braseros. Hace demasiado viento. No hay té, no hay fiesta. Es el día de la gran tormenta de arena y todo ha cambiado.
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Ya tengo dentro el gusanillo de viajar a Sudán y conocer sus ciudades, sus pirámides y sus gentes bajo el color sepia de la gran tormenta de arena.Gracias Alicia por compartir tus viajes
Me alegro mucho de que te inspire Irene! Es un país que lo merece 🙂🙂