Actualizado el 28 marzo, 2022
Partimos de Jartum en un día soleado y muy caluroso. No sabes qué esperar de este primer día en Sudán, pero confías en que como mínimo te va a sorprender. Y entonces, tras un par de horas de ruta, el cielo se llena de polvo y arena. Empiezas a comprender la situación. Es tu primera tormenta de arena y tú con estos pelos. ¿Será así el resto del viaje? ¿Cómo va a afectar esto a la ruta? ¿cómo vas a ver los sitios? ¿vas a hacer fotos bonitas así? Una sombra de preocupación te invade, pero decides poner buena cara al mal tiempo y ver qué pasa…
El primer día en Sudán lo pasamos en la carretera
La mañana de carretera es algo monótona. Cruzamos Omdurman, localidad que se está uniendo a Jartum a un ritmo vertiginoso. Ya es más grande que la capital, nos cuentan. Este es un lugar que se está construyendo poco a poco con la emigración del campo a la ciudad. Jóvenes y familias en busca de una vida mejor y la universidad.
Cuando el cielo aún es azul, paramos junto a la carretera. La idea es ver de cerca uno de los termiteros que desde hace un rato salpican el terreno desértico que se abre a ambos lados de la vía.
He dicho desierto, pero al lado hay un campo de cultivo rodeado de árboles. Uno de los primeros ejemplos de que la tenacidad humana, al menos en Sudán, logra arrebatar al desierto brotes de vida aunque haya varios kilómetros entre la arena y el gran río llamado Nilo. Será el primero, pero no el último que veamos.
El termitero es más alto que cualquiera de nosotros y hay más como este a cierta distancia. Parece vacío, a lo mejor lo está. Por si acaso no vamos a comprobar si un ejército de termitas lo habita aún…
Mientras, nuestros anfitriones de la agencia Lendi Travel nos ofrecen un sandwich muy especial. Está hecho con el típico pan sudanés. Pequeño, redondo, plano, hecho en horno de barro, sin levadura, un poco como las pitas griegas y el pan que encuentras en otros países árabes y asiáticos. Está relleno de fuul, las habas que parecen judías pintas y se cocinan en aceite de cacahuete.
«Un bocata de legumbres», pienso mientras lo pruebo aun sin haber hecho la digestión del desayuno de esa mañana. Lo iré comiendo a ratos por el camino, aunque realmente no me apasiona. Y lo siento, porque ellos están esperando tu aprobación. No sólo con palabras, también comiéndotelo.
Observando cómo se transforma el paisaje
Continuamos camino de manera más decidida. La idea es llegar a la ciudad de Dongola. No confundir con el yacimiento de Old Dongola, que veremos unos días más tarde.
El paisaje ha ido cambiando poco a poco. De un desierto de matorrales y mucho plástico en el suelo y las ramas, llega un amago de dunas que lo hacen más interesante. Acacias que animan el horizonte, camellos sueltos, alguno cruzando la que es, ya lo he dicho, la carretera más importante del país.
De vez en cuando algún carrito conducido por un adolescente, balanceándose en vertical porque sólo llevan dos ruedas atrás y una delante que queda en suspensión. Corriendo sobre la arena. Parece que flotan. Por el camino ya aparecen los primeros camiones cargados de sacos hasta límites insospechados.
El horizonte se va emborronando. Se empieza a espesar una densa «bruma» seca. Arena y polvo en suspensión que hacen que el paisaje torne a sepia. Nos vemos envueltos en esa extraña niebla, pero en realidad la tormenta es suave y al bajar del coche no nos vemos azotados por los granos de arena. De hecho la temperatura se ha suavizado.
¡Cuidado con la cámara!
Paramos a comer en nuestro primer «bar de carretera», en Al Dabbah. Hay una gran parrilla con carnes a la brasa de donde sale bastante humo. Mesas y sillas en orden caótico. Hombres a los que aún no me atrevo a mirar a la cara. Un puesto de té. Nos conducen a una habitación abierta a la carretera, pero resguardada del viento y de las miradas. Antes cruzamos para ir al baño en la cantina de enfrente que está extrañamente vacía. Shadia aprovecha para hacer su oración del mediodía allí.
En la habitación donde comemos hay unos sacos llenos de cebollas arrinconados en una esquina. Al fondo una esterilla en el suelo. También una mesa de plástico con sillas del mismo material donde nos sentamos.
Nos traen la comida. Más fuul, pasta o arroz, unas verduras cocinadas… Así será el menú, con ligeras variaciones, en los siguientes días.
Mientras pedimos un té para terminar, un hombre entra y se echa sobre la esterilla. Nos mira de soslayo. Me gustaría tanto hacerle una foto… pero no me atrevo a pedirle permiso, y ni hablar de hacer un «robado».
Salimos y nuestra guía Shadia nos invita a hacer fotos al lugar mientras ella va al baño al otro lado de la carretera. Levanto la cámara hacia una mezquita pintada de verde y blanco que hay al otro lado de la vía. No me he dado cuenta de que hay militares, pero mientras estoy midiendo la luz, encuadre y tal, veo a uno por el visor que viene hacia mi haciéndome señas. Su andar es airado, sus gestos también. No disparo, menos mal. Bajo la cámara y me dirijo al coche donde están nuestro chófer y cocinero enfrascados en sus móviles. Toco la ventanilla y les pido ayuda. Mientras, llega el militar.
La importancia de los gestos y el tono
Me dice cosas en árabe que no entiendo. Está muy enfadado aunque no me grita. Sin mirarle a los ojos, manteniendo una actitud más bien sumisa, le digo que no he hecho ninguna foto y que lo siento. Mientras, enciendo la cámara y le muestro lo que hay. Sólo había hecho la foto del termitero que ves más arriba en este post. El resto de la tarjeta estaba vacía. Me pide varias veces que vaya adelante y atrás para ver más fotos. Le enseño el marcador del número de fotos donde dice «1/1» (foto 1 de un total de 1 fotos). No termina de entenderme.
Mientras tanto Seif y Mishal le hablan en tono y gestos muy tranquilos y amistosos. Sonriendo. Muy amables. El militar sigue muy serio, pero no se cabrea más. Algo es algo.
Seif me dice que suba al coche y que no me preocupe para nada. Cuando estoy dentro, el militar vuelve a pedirme la cámara y que le enseñe la foto del termitero. Creo que les pregunta a ellos dónde la he hecho, y también qué es exactamente. Finalmente se va, agitando el dedo a modo de advertencia. Solamente suelto la cámara para dársela a Mishal y que le enseñe al militar que no hay ninguna foto más.
A todo esto Shadia y Santi ya están conmigo y ella me dice que me tranquilice. Que sí, que hay una zona militar allí al lado, pero que ellos no saben que existe Google Earth y que por tanto pueden ser objeto de espionaje con total comodidad. Je, je, je. Me gusta esa forma tan clara de ver las cosas. Ella es muy crítica con la dictadura.
Insiste en que no pasa nada porque yo no paro de decir lo siento. Me da vergüenza y sobre todo me preocupa meterles a ellos en problemas por mi ignorancia.
Moraleja: ojo con los policías y militares
Ojo con los policías, los militares… y también con los puentes, comisarías, aeropuertos y cualquier edificio oficial a la hora de hacer fotos en Sudán.
A partir de entonces, durante todo el viaje aunque más este y los días inmediatos, mi radar busca constantemente policías y militares a los que evitar en las fotos que voy tomando en ciudades, pueblos y carreteras. Santi y yo nos avisamos siempre. Por si alguno va despistado.
En Sudán hay que tener cuidado con esto, y más si no vas acompañado de un local, porque entonces serás blanco fácil para la búsqueda de una propina. Y aunque no busquen un soborno la paranoia característica de los gobiernos dictatoriales hacia el espionaje está a la orden del día. Años después he viajado a Chad y más de lo mismo. En realidad, algo peor. Puedes leerlo aquí.
Eso sí, ya no hay que tramitar un permiso de fotos junto con el visado para viajar a Sudán. Algo es algo.
Al Khandaq, nuestra primera «visita turística» en Sudán
Llegamos por fin a Al Khandaq. Es media tarde y la tormenta de arena está en pleno apogeo.
La ciudad de Al Khandaq se sitúa junto al Nilo pero no se ve a tres palmos, así que tienes que intuir sus aguas, incluso estando en la misma orilla.
Aquí hay unas ruinas cristianas del siglo XIII. Porque sí, los cristianos habitaron Sudán en la Edad Media. Después serían desplazados por los mamelucos que venían de Egipto. El testigo son los restos de la fortaleza construida por estos.
Caminando por las calles aparentemente abandonadas te encuentras con casas que en su día debieron de ser elegantes y bonitas. A la salida del pueblo unas tumbas grandes y circulares, de adobe, nos sorprenden. Creo entender que son tumbas de hombres santos.
Parece un lugar deshabitado, pero algunas de las familias que emigraron a la ciudad están volviendo a arreglar las casas para venir en vacaciones. Junto al Nilo hay árboles grandes y hierba, como un parque. Incluso hay una hilera de farolas y algunos bancos al más puro estilo «paseo marítimo».
Y llega nuestro primer encuentro con la hospitalidad sudanesa
Un par de familias hacen picnic en esos momentos. Les saludamos, se muestran contentos y contentas de vernos, y nos cuentan que celebran un compromiso matrimonial.
De hecho la prometida y una de sus amigas me piden que les haga una foto. Saludándolas observo cómo se arreglan. Las cejas depiladas y totalmente pintadas de una forma algo exagerada. Las manos luciendo arabescos de henna. Las joyas…
Esta es la primera de un montón de peticiones. Con la cámara, con el móvil, jugamos con los chavales y aceptamos un vaso de té de las mujeres. Algunas llevan el niqab, el velo negro que tapa todo excepto los ojos, y medias negras tupidas para los pies. Pero sus ademanes son igual de simpáticos que los de las demás, algo que ya me encontré en Jordania.
En realidad no hago todas las fotos que quiero. Decido dejarme llevar y centrarme más en el momento. Nos miramos, nos sonreímos, nos saludamos con la mano. Después vamos a donde están los hombres, un poco más allá. Nos encontramos con la misma amabilidad y alegría.
Vivo el momento y es lo que más voy a recordar.
Una niña de 14 años me dice con decisión que ella viajará a España, y que también quiere viajar a Australia entre otros muchos países. Me sorprende y me alegra mucho oírle decir eso. Con esa determinación en la mirada. De alguna forma me siento conectada a ella. Le digo que me parece fantástico y que viajar es una de las mejores cosas que podemos hacer en esta vida. Me responde con un Sí rotundo.
Dongola de noche y de día
En poco menos de una hora llegamos a Dongola, nuestro destino final para este primer día. Vamos al hotel Qsar, junto a los campos de cultivo del Nilo.
El hotel aparenta mucho por fuera, pero me reciben dos cucarachas en el baño, bastante suciedad y una ducha rota. Esa noche entrarían algunas «visitantes» más, aunque se quedaron en una papelera junto a la puerta y ahí las dejé. A pesar de esto, este parece ser el mejor sitio de la ciudad y es donde se aloja el personal de la ONU.
Dongola es la capital del estado del Norte de Sudán. Su aire de prosperidad viene de los cultivos que la rodean. La verdad es que da gusto ver sus campos.
Nos vamos a cenar a la calle principal. De aquí salen los autobuses a otras ciudades y hay muchos chiringuitos con terraza. El 99% del público es masculino. Si ellas van a un restaurante, comen dentro no en las terrazas.
La temperatura es muy agradable. Dicen que esta es tierra de mucho mosquito, sobre todo cuando las palmeras de dátiles están en flor, pero esta noche sopla el viento. Nos libramos de ellos y disfrutamos de nuestros falafel, pollo a la brasa, y fuul. Todo con pan y con las manos. De postre, dulces con mucha, mucha, mucha miel y azúcar.
Mi primer mercado sudanés
Empezamos la mañana en las calles del centro de Dongola. Aquí no hay un día de mercado concreto, a diferencia de otras ciudades y pueblos. Todos los días de la semana hay público y animación.
Nos encontramos con un dédalo de calles donde se organizan los puestos de verduras y frutas. Por lo visto Dongola es conocida por las cebollas que desde luego son bien hermosas y hay por todas partes. También abunda la fruta en muchas variedades. Casi toda proviene de las huertas de allí al lado.
Más allá está la zona de la carne y me doy cuenta que Shaida evita llevarnos. No será la primera vez. Quizá se haya encontrado con algún turista demasiado sensible al espectáculo de las reses y pollos destripados al aire. A mí no me importa, forma parte de su vida.
Pasamos por la zona de los cachivaches, la ropa, la tecnología. Mucha mercancía china, como en el resto del mundo.
La población de Dongola es una mezcla de nubios y población árabe de la tribu Shaquiya, de origen turco-egipcio.
Algunos nos piden que les hagamos una foto. Otros responden a nuestro saludo. Repartimos sonrisas, estrechamos manos, muchos salam aleikum. Nos gustamos.
De nuevo creo que hago pocas fotos y me centro más en verlo, en vivirlo.
Después de algo más de una hora tenemos que irnos. Seguimos hacia el norte, por la misma cinta de asfalto que llega hasta El Cairo. En este tramo se ve muy nueva, pero es asediada continuamente por la arena del desierto. El primer día en Sudán, en realidad día y medio, fue sólo una introducción a lo que vendría después. ¡Maravilloso país!
Si quieres seguir leyendo sobre este viaje a Sudán…
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