Actualizado el 26 abril, 2022
Salimos de Tombus. Nos esperan nuevos encuentros y pequeñas charlas con la gente de Sudán y la sorpresa de los restos de la antigua civilización de Kerma, una de las primeras del mundo. Pero para mí el final de este día fue lo mejor, sin lugar a dudas. Un momento que llevaba tiempo esperando ¿Quieres verlo? pues ya sabes, sigue leyendo ;)
La agradable ciudad de Kerma
Llegamos a la ciudad de Kerma, junto al río Nilo, en Sudán. Antes de llegar al centro vemos una casa enorme, muy decorada. Saludamos a las vecinas, que no me permiten hacerles una foto. Lástima.
Hoy no es día de mercado, así que este está bastante despoblado de gente y trajín. Todo está muy tranquilo y la vida se desarrolla con parsimonia. Nos tomamos un refresco junto a la orilla, en un pulcro chiringuito de zumos naturales, que no probamos por si las moscas. Y me da pena, aunque al final del viaje me felicite por la decisión 🤗
En el otro lado de la calle un grupo de hombres están sentados en un camastro. Al levantarnos, me llaman y nos acercamos. Charlamos un rato, pues uno habla bien inglés. Otro les echa la bronca porque no nos ofrecen té o café.
Andamos por la calle principal. Las escenas se suceden una tras otra. No me canso de contemplar cómo pasan por la calle ellos, con sus yalabías blancas. A veces llevando un carrito, otras montados en un burro.
Hay muchas mujeres con el niqab negro. Esa pieza de tela que cubre todo excepto la franja de los ojos. Llevan guantes y medias negras. Ni hablar de hacerles una foto, como las vecinas de la primera casa.
Shadia nos cuenta que son familias sudanesas que han vuelto de Arabia Saudí después de unos años trabajando allí. Y que no sabe cómo, pero ellas vuelven muy cambiadas.
El Islam de Sudán no obliga a cubrirse así. Ni a muchas otras cosas como renegar de la música y la diversión. Nos dice, textualmente, que vuelven con el cerebro lavado. Y lo dice con conocimiento de causa porque su hermana es una de ellas. También lo cuenta con pena.
Contemplamos el punto donde el ferry cruza coches, ganado y personas a la otra orilla del Nilo. Siempre el río Nilo.
Una de las civilizaciones más antiguas del mundo
Pero nuestro propósito no es estar en la moderna ciudad de Kerma, sino visitar el yacimiento que hay cerca. Un lugar espectacular. Insospechado.
No sabía nada de la antigua civilización de Kerma hasta que fui. Para esto sirve viajar (también)
En el centro de un enorme oasis hubo, hace entre 4.000 y 5.000 años, en la Edad de Bronce, una ciudad que albergó a unos dos mil habitantes. Sin embargo, el comienzo de la antigua civilización de Kerma se estima en hace un millón de años!
Dicen que es una de las primeras civilizaciones del mundo. Fueron los primeros nómadas que se asentaron y desarrollaron una arquitectura con todas las letras. También desarrollaron el trabajo de los metales y una cerámica hecha con torno, fina, de color rojo y negro. Es preciosa.
Resulta que en el Museo Nacional de Arqueología de Madrid hay algunas piezas procedentes de este lugar. Te dejo el enlace a su web aquí para que lo veas con tus propios ojos.
Mientras caminamos por allí, observo que hay muchísimos restos de cerámica antigua en el suelo. En el centro hay un palacio que se eleva sobre los restos de los cimientos de las casas, templos y otras dependencias. Subimos a sus terrazas y desde allí entendemos mejor este lugar.
El círculo es la forma más común de las plantas de los edificios. Hay algunas escaleras reconstruidas, y bases de columnas en lo que serían patios, o a lo mejor salones.
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El museo de Kerma completa la visita
En el museo del yacimiento se guarda una buena muestra de los restos hallados en la ciudad, aunque las excavaciones siguen.
Vitrinas llenas de cerámicas, una maqueta de la ciudad… Shadia nos señala algunas piezas que ella misma encontró en su trabajo de arqueóloga. La envidio muchísimo.
En la sala principal hay un grupo de estatuas de granito oscuro de faraones egipcios. Tienen unos tocados extraños en la cabeza y su expresión facial es diferente, pero su postura es la de siempre. Con un pie hacia delante y las manos cerradas y pegadas a los costados. Parece que van a empezar a andar en cualquier momento.
Juego con la niña del encargado del museo. Está con su madre en el único banco de la sala, un lugar fresco que es como un oasis dentro del oasis de fuera, que a esas horas hierve de calor.
Todo esto fue destruido por el Imperio Nuevo del Antiguo Egipto, los faraones de la XVIII dinastía, del que vimos la señal de sus límites esa misma mañana en Tombus.
Los arqueólogos sospechan que esos egipcios tomaron el nombre de esta ciudad para llamar así a la región: Kush. Es una teoría, porque no se ha encontrado ningún registro de dicho nombre, pero me gusta.
A unos cuantos kilómetros se encontró una enorme necrópolis con miles de cadáveres. Parece que no hay mucho que ver allí, así que no vamos. En el museo hay algunas recreaciones de las tumbas y paneles con fotografías que explican lo que se encontró. Muchos estaban amontonados en lo que debían ser enterramientos rituales. Repito: miles de cadáveres.
Cuando un rey fallecía mataban a los servidores y les enterraban al lado para que siguieran sirviéndole en la otra vida. También el ganado e incluso sus perros. Triste destino para el que no estaba en la cúspide del poder.
Otra visita: los exiguos restos de Kawa
Antes de irnos a buscar una zona de acampada en el desierto, que era lo que yo más quería hacer, pasamos por Kawa. Un lugar aparentemente anodino.
Los restos de lo que allí había casi no se ven. El desierto los reconquistó con su arena después de las excavaciones que los británicos llevaron a cabo en los años 30 del siglo XX. De aquí se llevaron una gran esfinge de granito con la cabeza del rey, que hoy está en el British Museum.
Aun así te puedo contar que Tutankhamon construyó un templo aquí. Y que el rey nubio Taharqa, que murió en Tebas tras 26 años de luchas en el reino de Kush, construyó otro templo junto al anterior: el templo de Amón. Dicen que este era una cosa espectacular, revestido de oro y con un techo de madera de cedro del Líbano.
Y, por fin, el desierto en su versión más libre
Tras salir de la carretera, empezamos a rodar a campo abierto. Se ve bastante vegetación, a veces grandes palmeras que sorprenden por su tamaño y frondosidad.
El suelo es plano y lleva bastante piedra pero poco a poco empieza a aparecer la arena y con ella las dunas. Enormes, preciosas, con forma de media luna. Aisladas unas de otras sobre el suelo pedregoso, haciendo de este un paisaje extraño.
El sol está ya bajo cuando nos decidimos por una de ellas. No hay absolutamente nadie y no se escucha nada más que el viento. Montamos las tiendas y en cuanto cumplo con la tarea me voy con la cámara a disfrutar de la puesta de sol.
El paisaje es precioso (¿lo he dicho ya?). Trepo por la arena de «nuestra» duna, que está bastante dura. Desde arriba contemplo lo que nos rodea y me siento de lo más relajada. Me siento libre. No puedo quitarme la sonrisa. Añoraba el desierto, está clarísimo.
Por la noche Santi y yo montamos los trípodes y hacemos fotos nocturnas. El reto es, a pesar de la luz de la luna, conseguir hacer una foto de trazas de estrellas. Este es el resultado.
Me voy a dormir a regañadientes cuando es casi media noche. La noche es perfecta. Casi no hay viento, no hace nada de frío, se ve el paisaje gracias a la «farola» del cielo :)
Una sorpresa de madrugada
El viento golpea la tienda de campaña de tal forma que parecen pasos. Al principio me da miedo, un poco de paranoia ¿Será alguien? ¿o un animal? Al cabo de un rato me doy cuenta de que el sonido es siempre el mismo, como una película que se ha enganchado en la misma escena. Esto es algo que me pasa siempre, en cada acampada en el desierto ¡parezco nueva! 😂
Veo por la tela fina del techo de la tienda que se ven las estrellas porque la luna ya se ha ido a dormir. Decido asomar la cabeza. No hay nadie y en el cielo luce la Vía Láctea. Había dejado el trípode montado fuera, así que salgo y hago unas fotos. Después vuelvo a intentar dormir pero la verdad es que la emoción de estar en el desierto no me deja.
A las seis de la mañana ya estoy en pie y después de desayunar temprano recogemos el campamento.
Nos vamos a estirar las piernas en esa mañana ventosa. Aún no lo sabíamos, pero estaba llegando una terrible tormenta de arena como hacía años que no se veía en Sudán.
El terreno está salpicado de rocas basálticas que han tomado formas caprichosas con la acción del viento. Abundan las que tienen forma de bolita. Son perfectas, parecen balines hechos por el hombre, pero no, es la magia de la naturaleza. También encontramos pequeños trozos de cerámica antigua.
Es hora de continuar viaje. Me despido con pena de ese rincón de puro desierto y sé que nunca olvidaré la antigua civilización de Kerma.
No te pierdas el resto de capítulos del viaje a Sudán
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- Cuarto día en Sudán: la antigua civilización de Kerma y una noche perfecta en el desierto
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- Primer día en Sudán: historias junto al Nilo y la ciudad de Dongola
- Guía de viaje a Sudán para 10 días: itinerario y consejos prácticos
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