En el enorme y bello lago Tana se encuentra el nacimiento del Nilo Azul. Este es el gran ramal que se une al del Nilo Blanco en Sudán, formando el gran Nilo que atraviesa todo Egipto y va a morir al Mediterráneo. El gran Nilo que fue y es habitado por cocodrilos enormes, y surcado por los faraones y los sacerdotes adorando al dios Sol, Ra, y a todo el panteón que se extendía bajo sus alas. Durante mucho tiempo se creyó que Tis Isat, las cataratas del Nilo Azul, eran el lugar donde este nacía…
Descubrir el nacimiento del Nilo Azul (río Abay en etíope) fue uno de esos grandes objetivos de los antiguos exploradores. Uno de esos misterios, junto con el del Nilo Blanco, que trajo de cabeza a muchos. Y durante mucho tiempo se confundió con las cataratas que se encuentran unos kilómetros más allá del lugar correcto. De estas cataratas os quiero hablar hoy.
No habiendo visitado (aún) las Cataratas Victoria, ni las de Iguazú, éstas fueron mis primeras cataratas grandes. Enormes, espectaculares, sobrecogedoras, hipnotizantes. Todos estos adjetivos y muchos más creo que les hacen justicia.
El camino a las cataratas del Nilo Azul
De camino a las cataratas del Nilo Azul el paisaje y el ambiente resultaron mágicos.
Dejando el vehículo a pie de carretera, sin adivinarse aún ni un pequeño rastro de estos enormes saltos de agua, emprendemos una caminata por un sendero o camino de mulas.
Era día de mercado en una población que habíamos dejado atrás. Constantemente nos cruzábamos con gentes que, cargadas con sus mercancías (miel, por ejemplo), se dirigían al mismo.
Su porte, aderezado con las telas que se producen allí y que les sirven de ligeros mantos, sus finos rasgos, su delgadez, su ritmo tranquilo pero constante… les hace parecer personajes bíblicos. Personajes de otra era.
¿Sabíais que el primer europeo que anduvo por estas tierras era un español, misionero jesuíta para más señas, que se llamaba Pedro Páez?
Allí estuvo este buen hombre que procedía de un pueblecito de la que hoy es la Comunidad de Madrid.
Le costó muchos años de esfuerzo llegar a Abisinia, incluyendo unos siete de cautiverio en el sur de la Península Arábiga. Además de tener que remar como galeote en un barco. Abisinia, tierra del Preste Juan que se creía descendiente de los mismísimos rey Salomón y reina de Saba, era su horizonte.
Pensando en sus andanzas, en la relación que estableció con los nativos (aprendió la lengua, se dedicó a ayudarles cuando estaban enfermos incluso arriesgando su vida para ir de aquí a allí, etc.), y en la emoción que le embargó la primera vez que vio este espectáculo natural, el lugar se me hace más grande.
«Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César»
Pocas cosas parecen haber cambiado desde entonces
Parece, claro, pero a la izquierda hay una presa hidroeléctrica que es la responsable de que las cataratas ya no lleven tanta agua como antes. Cosas que nos recuerdan la nefasta política del gobierno etíope con respecto a la «venta» de su energía y tierras a otros países, impidiendo al suyo desarrollarse, o al menos vivir con dignidad con el uso de ese caudal. Os dejo el enlace a un artículo de National Geographic sobre los proyectos que están planeando esas mentes.
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El primer puente de piedra construido en Etiopía, o eso dicen…
Pero, siguiendo con el relato, íbamos por ése camino de mulas bajando entre rocas y haciendo sitio a los que van al mercado. Hasta que aparece un puente de piedra que cruza un curso de agua muy encajado en una especie de canal de rocas volcánicas.
El agua viaja muy rápido y de forma violenta. Es el Nilo Azul, recién salido del lago Tana como aquél que dice. Y éste es el puente que se construyó por orden del emperador Sunseyos en 1626. Un artesano portugués venido de la India fue el que dirigió las obras. Unos 10 años después de que Pedro Páez andara por allí.
El puente es rústico y precioso. Encaja perfectamente en ese paisaje de paredes de roca negra, con ocho ojos. Parece que da la bienvenida al camino que queda hasta las cataratas, que aún siguen sin intuirse.
Cruzarlo no es fácil en época de lluvias. Está muy embarrado y sobre todo resbaladizo. De nuevo, compartimos con las mulas y las buenas gentes del lugar, avanzando.
Ya cuesta arriba, siguiendo la ladera por un caminito muy estrecho, entre hierba, árboles y arbustos llenos de flores, y también entre algunos vendedores de telas típicas que «acechan» a los viajeros y turistas que hasta aquí llegan (no vimos a nadie más, por cierto), seguimos.
¿Dónde están las cataratas? -me pregunto- ¿cómo serán, si ni siquiera se oyen?
Después de un repecho un poco más empinado, continuando el sendero por un tramo bastante más horizontal, de repente empiezo a oír el fragor del agua.
No se ven las cataratas, sólo llega el sonido, y algo en mi estómago se empieza a mover. Esas mariposillas que aletean cuando te emocionas por algo. Supongo que sabéis a qué me refiero.
Quería llegar, quería verlas ya mismo, y a la vez quería esperar y paladear ese momento de «no sé qué voy a ver pero seguro que es grandioso por cómo suena».
Las cataratas del Nilo Azul
Y lo fue. Primero sólo una, luego otra, y luego ya me encontré de frente con ese gran salto de agua marrón por la cantidad de barro y limo que arrastra con las lluvias. Saltos de entre 30 y 45 metros de altura.
Tis Isat. Este es el nombre amhárico de las cataratas. He leído varias traducciones así que como no sé cuál será la más acertada, las pongo todas: vapor de agua, humo de agua, agua humeante, humo sin fuego.
Cualquiera de ellas transmite esa poesía que las lenguas milenarias utilizan para describir la naturaleza. Otra cosilla que hemos perdido los «modernos», me temo.
La nube de millones de gotitas que flota constantemente en la base de las cataratas es, supongo, el origen de este nombre.
Allí se alojan los arco iris los días de sol, como el mío!!! :-)
Ya sólo quedaba sacar fotografías, sentarse en la hierba y mirar embobada, como cuando te quedas mirando al fuego. Son momentos en los que se te puede olvidar hasta pestañear. Momentos en los que la mente se te puede quedar en blanco o todo lo contrario. Son grandes momentos de grandes viajes.
Aún resuenan en mi cabeza las voces de algunos amharas que a una distancia prudencial nos observan. Voces guturales que casaban perfectamente con el ruido del agua, como si siempre hubieran estado ahí…
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