El maravilloso sueño de tres semanas en el que estaba inmersa estaba tocando a su fin, y no podía dejar de sentir cierta desazón. Cruzamos la frontera entre Botswana y Zimbawe desde Chobe, después de despedirnos con un gran amanecer. Pero nos esperaba un gran hito del viaje: ¡las Cataratas Victoria!
La frontera está muy cerca y los trámites no tienen mayor problema. Aparte de hora y media haciendo cola bajo el sol del mediodía, nada que reseñar. Bueno, sí, en un momento dado decidimos sentarnos a la sombra de un camión, en el suelo. Uno de los gendarmes del puesto fronterizo se acerca, muy serio, y nosotros hacemos ademán de levantarnos. Por si acaso. El gendarme nos regala una gran sonrisa y nos dice: no, no, no, no se muevan, African style, good, good!!, partiéndose de risa. Una bromita que es de agradecer. Le hizo gracia que andáramos así, sin complejos, por los suelos :)
En poco más de un breve paseo rodado estábamos junto a las Cataratas Victoria!!!
El gran broche final ya estaba ahí mismo. Lo primero que hicimos, después de registrarnos en el hotelazo del que en unos momentos daré cuenta, fue ir a reservar una actividad que a mí me hacía especial ilusión. Sobrevolar las Cataratas Victoria en helicóptero. Lo haríamos al día siguiente, y me interesaba que fuera en la hora de la tarde más avanzada que pudiera ser. Quería coincidir con la bajada del sol.
Hotel Victoria Falls, también conocido como «hotelazo»
Rebobinemos: hotelazo. Pues sí, un lujo para este fantástico viaje.
No soy amante de este tipo de hábitats, de hecho soy bastante feliz en los lugares infinitamente más modestos, donde me siento más en mi medio. Pero no voy a negar que me dejó con la boca abierta. Te recomiendo que, si pasas por allí, por lo menos «te cueles». No es tan difícil, estira bien la camiseta y entra con confianza!!
Se trata del Hotel Victoria Falls, un cinco estrellas que dicen que forma parte de los «big five» del mundo mundial. Seguro, seguro, que es donde se alojan todos los jerifaltes del universo cuando van por allí.
Te diré que se come de maravilla. Ya sea un brunch típicamente inglés a la hora del té, cosa que hicimos un día en sustitución de la comida, o un desayuno, o una cena.
Y, por cierto, los precios del restaurante no son astronómicos. Por ejemplo, la cena buffet sale a unos 30$ por persona. No es barato, pero creo que está al alcance de un capricho. En dicho buffet encontrarás todo tipo de delicias europeas y africanas, incluso brochetas de cocodrilo, que están riquísimas. Sí, es cierto lo que dicen, sabe un poco a pollo o pavo.
Pero lo que en realidad me gustó del hotel fue su atmósfera del pasado
Parecía que nos habíamos transportado a la época victoriana. Los empleados del hotel con sus uniformes y saludos impecables. Todos los detalles de los salones, pasillos. Rincones como la pequeña biblioteca junto a una salida lateral, con los sillones dispuestos para sentarse a leer (cosa que hice).
Todo representaba a la perfección aquélla época del colonialismo inglés. A modo de decoración, muchas fotografías antiguas y recortes de prensa te hablan de la historia del lugar y de las cataratas. En parte es como un museo.
En los jardines te puedes encontrar a algún que otro facocero. También monos sueltos, y en el horizonte el «humo de agua» de las cataratas te recuerda dónde estás.
Y todo esto, sin tener una habitación para echar cohetes. Las más modestas, como la mía, aún mantienen el mobiliario de época y esto, por ejemplo en el baño, se nota…
La coqueta y mítica estación de Victoria Falls
Muy cerca del hotel se halla la estación de tren Victoria Falls. Es un lugar muy recomendable para ir a curiosear la llegada y salida de los trenes. Llegan cargados de trabajadores que van y vienen a este punto hipermegaturístico que es el de las Cataratas Victoria. Y estando muy cerca del lujo del Hotel Victoria Falls, el contraste se masca en el aire.
Digo que éste es un lugar es muy turístico porque es un pueblo prácticamente creado en torno a las cataratas y el negocio que suponen. El pueblo de verdad está a un par de kilómetros.
Lo más visible son las tiendas de artesanía y souvenirs, los restaurantes y las agencias de actividades. Volar en helicóptero sobre las cataratas, pasear con leones, navegar en canoa por el Zambeze, hacer el rafting más bestia que te puedas imaginar por el cañón del Zambeze, etc.
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Por fin, las Cataratas Victoria
Volviendo al principio. Llegamos de Botswana, nos vamos a reservar el helicóptero, comemos una hamburguesa cutre justo al lado de la oficina de turimo a eso de las 15 h. y… ¡¡salimos pitando a ver las Cataratas Victoria!!!
Tendríamos tiempo al día siguiente, o al otro, pero queríamos verlas ya mismo. Lástima que cobren una entrada de nada más y nada menos que 30$ / 25€ por cabeza (precio del año 2013), porque yo habría ido todos los días de nuestra estancia.
Llegar allí es muy fácil, sólo hay que bajar por la vía principal del pueblo hasta un puente, y coger un caminito a la derecha que lleva directamente a las taquillas.
En agosto cierran a las 18 h., cuando se pone el sol. Teníamos algo más de dos horas para recorrer las Cataratas Victoria por el lado de Zimbawe. Dicen que es el más espectacular.
Un camino paralelo permite recorrer fácilmente la mayor parte de su longitud, un kilómetro y medio largo. Para verlas hay que salir a los miradores que hay cada pocos metros. Desde ahí te asomas al vacío. Por suerte mi vértigo no hizo aparición, aunque soy prudente desde la vez que me tocó padecerlo.
Dicen que el caudal de las Cataratas Victoria está en torno a un millón de litros de agua por segundo, que caen sobre los 108 metros de altura del cañón que el río Zambeze ha excavado en la roca siglo tras siglo
Es lo que más me gustó, ése cañón infinito, medio cubierto por el agua vaporizada que parecía jugar a tapar el sol.
Y los Arco Iris, onmipresentes como no podía ser de otra forma, no dejan de impresionarte.
Aun así, no pude evitar sentirme un poco «decepcionada» porque el entorno está realmente civilizado. Las taquillas, el camino… Y porque, inexplicablemente, no oía el rugir del agua con toda la potencia que me había imaginado. Quizá fuera cosa del viento.
En las cataratas del Nilo Azul el entorno totalmente rural hizo que fuera capaz de imaginar a Pedro Páez, aquel intrépido jesuíta español, acercándose en la única compañía de los etíopes del lugar. Y eso esperaba de un lugar mítico como las Cataratas Victoria. Ay las expectativas, qué malas son.
No fui capaz de «ver» a Livingstone con sus acompañantes acercarse a esta maravilla, aquél 13 de Noviembre de 1855, como he visto en los dibujos y grabados de la época.
Livingstone fue el primer blanco en contemplar estos increíbles saltos del Zambeze. Un viajero que fue capaz de muchas más hazañas, antes y después, y que renegó del mal trato que los boers dispensaban a los africanos. Se convirtió en un firme defensor de los derechos de éstos, pero eran malos tiempos para los poetas… (¿y cuándo no?).
Pero no voy a negar que vivimos un atardecer magnífico, en el que el sol jugó con el agua, o esta con el sol, no sé.
Ese día lo culminamos con una cena a base de búfalo guisado en el «Mama África», un restaurante que recomiendo encarecidamente. Está nada más cruzar las vías del tren, casi enfrente de la estación. Por si vas algún día… ;)
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Madre mía qué cara es la entrada para ver las cataratas!!! Verlas desde el helicóptero seguro que fue una pasada porque yo hice igual pero con las de Niágara y fue una experiencia que no olvidaré jamás!
Saludos
Si, muy caro, una lástima porque habría repetido. Las vistas desde el helicóptero en el próximo capítulo!! Gracias