Visitamos un poblado de la tribu Dasanech, a orillas del río Omo, sur de Etiopía. Está muy cerca de Omorate, última ciudad antes de la frontera de Kenia. De hecho, tenemos que pasar por un puesto del ejército a mostrar los pasaportes y rellenar unos formularios, aunque no nos los sellaron ni nada por el estilo.
La realidad de la tribu Dasanech impacta
En un paraje bastante árido, donde algunos camellos pastan aquí y allá (los camellos los ha donado el gobierno, no es un animal de aquí), y barrido constantemente por el viento y el polvo -con pequeños torbellinos elevándose cada dos por tres-, viven los Dasanech.
Las chozas son redondas y están cubiertas con chapas, plásticos y todo tipo de materiales «reciclados». Los traen de Omorate, la localidad más importante de la zona.
Algunas cabras esqueléticas andan entre ellas. Los niños están cubiertos de polvo y con las pancitas hinchadas.
Los Dasanech son un pueblo pastor. Vienen del Lago Turkana en la vecina Kenia, buscando un poco más de prosperidad junto al río Omo.
Los Dasanech son también un pueblo marginal y marginado por el gobierno etíope.
Considerados como migrantes, quizá nómadas. Se les considera atrasados y sobre todo vagos. Dicen que no quieren cultivar, porque no quieren vivir como les quieren obligar a hacerlo.
El río Omo fluye a unos 200 metros del poblado
Y nos preguntamos cómo y por qué, con tantísimo calor y polvo, no viven más cerca de la orilla. Tendrían más a mano el agua, y de hecho se nota un relativo frescor en la orilla.
Nos cuentan que hace dos años la crecida del Omo barrió la aldea -entonces ubicada más cerca de la orilla- y con ella unas 50 vidas. Vidas de un pueblo de poco más de 150 personas. Os podéis imaginar.
Justo al lado del río hay un gran árbol. Al amparo de su sombra, los dasanech nos hablaron un poco sobre su vida.
Enfrente se ve una mancha de color verde oscuro. El gobierno está desarrollando cultivos de regadío, pero los Dasanech no están incluidos en ese tipo de programas. Por ser considerados «vagos», supongo que «insolentes» al no querer dedicarse al cultivo, etc.
Nuestro propio guía etíope, oriundo de la capital, me dio la impresión de que se mostraba un tanto despreciativo con los dasanech. No me gustó nada y empecé a hacer oídos sordos a sus explicaciones.
Yo estaba cansada, así que decidí ponerme en cuclillas. Al instante fui rodeada por los niños y no tan niños, que entre risas empezaron a tocarme el pelo, algo diferente para ellos. Y de ahí a ponerse a hacerme trenzas fue un paso más. Tiraban muy fuerte, yo no sé si también querían comprobar la resistencia de mi pelo, pero fue muy divertido :-)
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