Si te gustan los grandes horizontes. Si buscas un destino en el que sentir el silencio, la libertad y la soledad. Alejarte de todo y de todos. Mongolia es tu destino. Menuda entradilla de catálogo de viajes que te acabo de cascar, pero es que es así, y mucho más.
Para convencerte de ello y como ya es tradición, aquí traigo las primeras impresiones del viaje que he hecho en agosto de 2019 a este país de nómadas conquistadores. Prepárate, pues, para echar un vistazo a Mongolia y ver si te gustaría como destino, si es lo que te imaginabas, o cotillear simplemente.
Aviso: aquí no encontrarás mucha información práctica (o ninguna), pero ya estoy trabajando en una pequeña guía. Para otro día. Ahora vamos a lo que vamos. :)
Mongolia es el país de los nómadas orgullosos
Un país de nómadas que andan a caballo o en moto en medio de paisajes grandiosos con horizontes infinitos. Esta es la tierra que les inspira en sus creencias animistas, tradiciones, y la razón que les impulsa a seguir ahí cada día.
Muchos siguen recordando con añoranza, orgullo y mucho romanticismo a Gengis Kan, el guerrero implacable que pasó a fuego y cuchillo a toda Asia. Él y sus descendientes. Si hasta podemos decir que le debemos la Muralla China a él, puesto que los chinos la construyeron para defenderse de los nómadas. Ojo, que algunas cosas buenas también trajo o facilitó en esta casi mitad del mundo: libertad de culto o tolerancia religiosa, algo de libertad para la mujer, los fundamentos del cañón militar (esto bueno, lo que se dice bueno, no…). En fin, hay mucha tela que cortar con este personaje histórico.
Se dice que la mayoría de los mongoles llevan el ADN de Gengis Kan porque además de las conquistas se ocupó de plantar su propia semilla en cientos, sino miles, de vientres femeninos.
Nómadas que un día fueron guerreros implacables… algo de ese carácter luchador sigue ahí.
“Nosotros llegamos a reinar sobre la cuarta parte del mundo porque nos temían. No por nuestra cultura, ni por nuestro arte, ni por nuestra forma de pensar. Ochos siglos más tarde se nos sigue recordando por el terror y la destrucción que impusimos a culturas que eran muy superiores a la nuestra […]. Somos el imperio que hirvió vivos en 70 calderos gigantes a todos los mandos del ejército de un hermano de sangre. El pueblo que, por venganza, masacró a un millón de inocentes para aterrorizar a los supervivientes a los que se iba a esclavizar” – Yeruldelgger, muertos en la estepa, Patrik Manoukia.
Leo en distintos sitios que el invierno ahí, en la estepa, sin más protección que algún abrigo de roca o algún bosquecillo que no siempre hay, es durísimo. Por eso más de las tres cuartas partes de la población de todo el país, que es un territorio enorme, han tirado la toalla y se han concentrado en la capital, en Ulan Bator.
Algunos auguran que la vida nómada se pierde para no volver. El problema es que la promesa de un futuro mejor y sobre todo más cómodo se torna en una vida desarraigada y pobre de solemnidad. En arrabales formados por pequeñas parcelas con un ger, la vivienda tradicional, la tienda nómada que no volverá a levantarse para cambiar de lugar. Sin trabajo, sin servicios y sin infraestructuras que les permitan disfrutar de esa vida prometida en la gran ciudad. La triste historia de siempre.
Con todo, la Mongolia tradicional pervive. La de la gente que viste el deel (vestido tradicional) rojo, naranja, azul o verde brillante. La de los códigos de tradición y respeto que no han de romperse. Como entrar en un ger por el lado izquierdo, con el pie derecho, y esperar a que te inviten a sentarte donde ellos te digan. Como la invitación a beber té con leche y sal, yogur de leche de camella o queso.
No es extraño que el código de colores budistas haya triunfado en esta tierra, a pesar de que la vecina China extinguiera a los monjes y monasterios de Mongolia en la época de comunismo febril. Un budismo que vuelve muy lentamente a aposentarse. Hermano del tibetano. No parecen faltar fieles.
Pero las creencias en los espíritus de la tierra nunca se fueron, y la prueba son los altares en forma de montones de piedras que coronan los puntos más altos del paisaje. Son los ovoos. Se colocan allí donde creen que se manifestaron los espíritus de los ancestros, o los de la Naturaleza. Siempre con tangkas (pañuelos) de seda, muchas veces azul, el color que evoca el cielo. Hay que dar tres vueltas a su alrededor andando en el sentido de las agujas del reloj, de izquierda a derecha siempre.
Solamente echo en falta más banderas de oración que las que vi en Ladakh, donde profesan el mismo tipo de budismo.
Otro capítulo es la música tradicional. Si vas a Mongolia no pierdas la oportunidad de asistir a algún concierto de música folk que en algunos sitios ofrecen a los turistas. Fuera complejos. Es increíble. Las voces y las melodías son el canto perfecto a la tierra y la vida nómada. Recrean los sonidos del bosque y las cabalgadas a caballo con total perfección y poesía, mucha poesía. Sin entender nada, sabes que cuentan sus gestas, romances como los de antaño.
Un país más variado de lo esperado
He visto la Mongolia de verano, la amable, la de la primavera eterna. La que a veces se parece a Islandia y otros países nórdicos. Por sus formaciones volcánicas, por las cabañas de madera y de colores que hay en el norte (¡sí!), incluso por la visión de algún reno en las cercanías de Siberia.
Pero unos kilómetros antes o después, según el sentido de tu marcha, llegarás al desierto. No es muy puro, pero es desierto y lo notas. En la sequedad del aire, el suelo arenoso, la aparición de los camellos que describió Marco Polo en ese relato del que no sabemos cuánto hay de observación real directa y cuánto de mix de otros relatos.
En verano el sol se alterna con la lluvia, y eso es vida. Hay flores silvestres por todos lados, setas en los bosques, buenos pastos en la estepa.
Los camellos engordan, las vacas, caballos y yaks cuidan de sus retoños y están repletos de leche. El agua de los ríos y los lagos no está congelada y ni siquiera tan fría como para negarte un baño. Es la época de la abundancia.
Muchas familias de la gran ciudad aprovechan para conocer su país. Cogen el coche, la tienda de campaña, y visitan la tierra de sus ancestros que es de todos, no es de nadie. Y los jóvenes estudiantes aprovechan para trabajar en algún campsite para turistas y ganar así un dinero. Como en muchos otros sitios del mundo.
Decía que los horizontes son enormes, inabarcables. La palabra “estepa” contiene este concepto, forma parte de su significado. Pero a veces parece un engaño, un trampantojo. Cuando echas a andar por el monte y al rato te das cuenta de que has recorrido fácilmente lo que parecía una gran distancia. De la misma forma crees que tu mirada abarca kilómetros y kilómetros de terreno. Sientes que tienes el superpoder de la vista, podría decirse, pero quizá sólo sean ilusiones ópticas.
Con todo, las sensaciones son muy poderosas, y los primeros días de viaje los más intensos. Es como un choque para los sentidos. Hasta que te adaptas.
La soledad, el silencio que brama con el viento, te envuelven desde que pisas un pie en el campo mongol. Hay días enteros en los que no vemos a prácticamente nadie, o como mucho figuras lejanas. Los campsites en los que dormimos muchas veces están vacíos (¿cómo se mantienen? ¿será que en el mes de Julio están más concurridos?) y sin embargo cuando esto cambia, cuando coincidimos con más gente, nos damos cuenta de que no nos gusta. Hasta se nos hace extraño.
Preferimos seguir envueltos en el paisaje sin más compañía que la nuestra, la de los cuatro ocupantes de la furgoneta rusa UAZ-452 de los años 60 en la que nos desplazamos. Un poco bromeando, un poco en serio, decimos que nos hemos vuelto huraños, asociales.
Un país de paisajes animados
La línea del horizonte suele estar punteada de manadas de caballos, camellos bactrianos, cabras, ovejas, yaks. Incluso gacelas tipo springboks como las que vi en Namibia y luego en Tanzania y Kenia.
Cuando das un paseo te topas constantemente con ratones de campo o marmotillas -según el sitio porque no los vi juntos nunca- que entran y salen de sus agujeros frenéticamente.
Y hay todo tipo de aves. Buitres que se posan en las suaves lomas y se quedan quietos oteando el horizonte, pero sobre todo águilas, muchas águilas!
Dominan los verdes, azules y grises. Como en todas partes, Mongolia tiene luz y colores propios que no es igual a otros sitios. Los rayos del sol y las nubes juegan sobre la superficie de las estepas. El primer día de viaje piensas: ¿irá a mejor o a peor?, mientras disfrutas dejándote hipnotizar por el espectáculo de la naturaleza.
Los pastores llevan a sus rebaños montados en moto o a caballo. Los reúnen, les hacen avanzar y corren en pos de los que se despistan. Tampoco te cansas de observar sus evoluciones en la distancia.
Los niños, sus niños, juegan en completa libertad. Da gusto verles jugar con poca cosa y disfrutar tanto.
Recorremos cañones de piedra, pisamos dunas enormes, cruzamos kilómetros y kilómetros de ondulantes lomas de color verde, cruzamos frondosos bosques. Subimos a volcanes y montañas de más de 2000 metros de altura, paseamos por la ribera de lagos azules, descubrimos petroglifos de los primeros moradores y sus tumbas. Y abrimos la boca ante alguna cascada…
Te lo resumo en este vídeo:
Un viaje para recordar siempre, aunque voy a confesar que este no es uno de los destinos que me han atrapado tanto como para echarlo mucho de menos.
El viaje a Mongolia ha sido un viaje bonito, escénico, precioso para hacer fotos. Ha sido un viaje muy disfrutado en el momento de estar allí. Es natural y relajante, interesante, muchos ratos magnífico. Pero no termina de quedarse en mi corazón con la fuerza de otros. No es Ladakh, Nepal, Argelia, la Ruta del Okavango y la de la Seda. No es Irán, o Grecia.
Pero no pasa nada, esa añoranza de la que me libro, ji, ji. Y por favor, no quiero que te eches para atrás por esta confesión. Mongolia merece un viaje, sí. Al menos un viaje en tu vida :)
Una cosa que no me ha gustado de Mongolia
No es exclusiva de este país, pero no me voy a callar por ello: la basura que hay en todas partes. Está siempre presente.
En cualquier punto de la estepa te encuentras con botellas de vodka vacías, bidones de cerveza (la venden en botellas de plástico como las que utilizamos aquí para el detergente), bolsas rasgadas.
La población de Mongolia es ínfima en comparación con el territorio que ocupan, y además está el turismo, que tampoco es masivo. Y sin embargo entre unos y otros va quedando el inconfundible y mortífero rastro del plástico, metal y cristal, en esos paisajes de ensueño. No es sólo la cuestión estética lo que me preocupa, como espero que sepas.
Nos estamos cargando el planeta y nuestro futuro. No hay plan B. No formes parte de ello. Sé escrupuloso, no dejes nada. No uses toallitas húmedas, evita el plástico al máximo (puedes viajar con bolsas de algodón), llévate tu basura a algún sitio donde la recojan. Por favor.
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