Aunque quiero con locura a los rostros africanos, a los que fotografiaría mil y una veces, hay otro lugar en el mundo donde las miradas cautivan. Y estás de suerte si te gusta hacer retratos, porque en India la gente se fotografía, te fotografía, y te piden que les fotografíes. Un país intenso hasta en esto. Llevaba tiempo queriendo hacer un pequeño homenaje a su gente con algunos retratos de India. No serán mejores que muchos otros, si acaso peores, pero son los míos. Aquí están.
Retratos de India
Todas estas fotos son de mi tercer y por ahora último viaje a India, en Agosto de 2016. Por fin viajaba por el país con una cámara decente y algunos conocimientos de fotografía que van más allá de apretar el botón. Visitaba, además, algunos de los estados más bonitos y más variados a nivel cultural y religioso: Ladakh, Cachemira, Punjab…
Encontré las mismas miradas francas, fijas, curiosas, serias y sonrientes de los anteriores viajes. En esto India no ha cambiado al paso de los años, y eso que mi primer viaje fue recién iniciado el milenio.
Los rostros de India son rostros que cuentan vidas de todo tipo. Vidas a menudo muy justas de recursos, sobradas de dureza. Inimaginables para nosotros y a la vez contadas en muchas arrugas, prematuras. Son retratos donde la mirada profunda destaca sobre cualquier otra cosa. Será por el color negro de sus ojos, que a veces cambia a un verde oliva.
La cámara les quiere, y ellos a la cámara también. Aun así, no te olvides de pedir permiso antes de ponerte a ello, aunque sea con gestos. Cuando no son ellos los que te invitan o piden que les retrates, claro ;-)
Los rostros de Delhi
Visitando el mausoleo de Hazrat Nizamuddin Dargah, uno de los reductos de la minoría musulmana que sigue siendo vista con recelo por los hinduistas, entre otros credos, pasé por delante de este anciano con imagen muy ortodoxa. No una vez, sino varias veces. Le saludé con un salam aleikum y no sé si fue por eso, pero a la siguiente vez que pasé por delante suya me dijo con grandes aspavientos que le hiciera una foto. Se enderezó y sonrió para mi con gran orgullo. Al mostrarle el resultado se rió a carcajadas.
En Old Delhi, la zona más caótica de la ciudad, la gente viene y va. Hay mil oficios, pequeños negocios a puerta de calle o en la calzada, y mucho, mucho ajetreo. Quizá por eso me sorprendió la quietud de este trabajador que, apoyado en un mostrador, miraba con expectación lo que ocurría a su alrededor.
La mujer del tren
Los trenes en India van cargados de personas. Cuando estás en el andén, esperando a subir al tuyo, esas personas se ven enmarcadas en las dramáticas «ventanillas». Parecen encarcelados o algo peor, condenados, aunque no sea más que una trampa visual de ese diseño ferroviario tan antiguo.
Entre todas las fotos que realicé en ese marco, me quedo con esta mujer. Su mirada es indescifrable para mi. Creo que contemplativa, puede que sencillamente cansada. No sé qué pensaría de mi, aunque aceptó que le hiciera esta foto con un breve gesto de la mano que luego apoyó en los barrotes. Y así la dejé, mirando mientras pasa el tiempo hasta el destino que le aguarda.
Las mujeres de Rajastán
Guardábamos cola para subir al teleférico que te lleva al templo principal de Haridwar. Delante de nosotros había un grupo de mujeres y hombres. Pensé que serían de Rajastán por sus colores y joyas. Empezamos a intercambiarnos sonrisas, gestos y miradas de complicidad.
Nos hicimos entender, nos contaron por señas que en efecto venían de Rajastán, y después aceptaron que les hiciera unas fotos. De entre todas, me quedo con esta. Una mujer que me parece muy guapa, que lleva sus años con dignidad y alegría. Al menos en ése día de peregrinaje y quizá turismo local. Una mujer que mira a la cámara con franqueza y amabilidad.
El chico guapo
Algo más tarde, ya arriba, en el templo. En una fila de peregrinos le vi. Nos miraba con curiosidad, él y sus amigos, y no pude evitar pedirle que me dejara hacer una foto. Esos ojos color aceituna debían ser retratados. Accedió con gran contento, y por supuesto no fue la única toma… ellos se hicieron con nosotros unas cuantas, enarbolando sus teléfonos móviles. Quid pro quo.
¡No me digas que no parece un galán de cine!
El maestro de ceremonias
Llegamos a Haridwar y nos encontramos con un festival en honor a Shiva en el río sagrado. Un hombre orquestaba a una gran multitud de fieles que, sentados en cuclillas, seguían sus evoluciones. Con gran gestualidad les animaba a comenzar cánticos, oraciones, o a callar en el momento preciso. Más tarde tuvo un detalle conmigo, que me había quedado atrás. Me invitó a sentarme en un sitio más cómodo, y yo le pedí que me dejara hacerle un retrato, a lo que accedió con simpatía. Un tipo curioso que nunca olvidaré.
Los sadhus
Miradas perdidas, extraviadas, con un punto de locura. Los sadhus dejan todo y viven de la limosna entre los efluvios de la marihuana. Buscando el nirvana, o como lo llamen. Suelen impresionar por su estética. Muchos llevan marcas en el rostro y rastas gigantescas en el pelo. Muchos son pícaros. Los de Rishikesh no me lo parecieron, aunque habrá de todo. Desde luego su delgadez extrema indica que pasan hambre como el que más.
La abuela orgullosa
La abuela tibetana o ladakhí que, en la ceremonia de recepción del lama de su pueblo, ríe con su nieto en brazos porque el nene ha puesto sus manitas en actitud de oración. Un gesto, una reacción igualita a la de cualquier abuela de cualquier punto del planeta que me enterneció.
La madre demasiado joven
No pude evitar pensarlo. En un pueblecito de Ladakh, en los alrededores de Lamayuru, me encuentro con esta madre y sus hijos. Posiblemente no tenga más de 18 años. La niña es su vivo retrato. Visten con lo que pueden, y parece que no tienen una vida fácil. Esta es la realidad de muchísimas mujeres de India y del mundo. No nos olvidemos. No las olvidemos.
La chica valiente
Y pensando en esas mujeres con escaso futuro más allá de ser casadas para tener hijos y trabajar para sus hombres, me acuerdo de este retrato. Una niña que, junto a su amiga, a buen seguro desafió las normas accediendo a que le hiciera una foto. Estamos en un pueblo de la irreductible Cachemira. Tiene una mirada valiente, desafiante, difícil de olvidar. Ojalá su familia apueste por su educación y libertad. Ojalá.
El vendedor de Srinagar
Bolsos, monederos y otros artículos de ante, bordados con hilos de algodón. Nos perseguía con su preciosa mercancía mientras estábamos en nuestra houseboat disfrutando del atardecer, en la que fue nuestra cárcel de oro en la capital de Cachemira. Intercambiamos algunas frases, y al final me cayó bien.
La limpieza de su mirada, sus ademanes suaves, amables, nada agresivo. Acabé comprándole un bolso, no por el objeto en sí mismo sino porque yo sabía que en Cachemira lo estaban pasando de mal en aquél verano de conflicto del que nadie te hablaba. Sabía que ese dinerillo le vendría muy bien porque prácticamente no había turistas.
El sij del Templo Dorado de Amritsar
Salíamos del comedor del Golden Temple y nos íbamos ya del pequeño universo mágico que es el lugar. Alguien me tocó el brazo.
Con un pulcro turbante azul en la cabeza, me pidió por gestos que le hiciera una foto. Se cuadró, se puso muy serio, y esperó a que yo hiciera. No me pidió verla, pero yo se la mostré y me lo agradeció con la mano en el corazón.
¿Por qué me eligió a mi y no a otro turista para que le hiciera una foto? No lo sé, pero me alegro de que lo hiciera.
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Unas fotos alucinantes. Como dices al principio del post, es un lugar en el mundo donde las miradas cautivan. India es ese lugar, y los momentos que allí capté con la cámara son de los mejores.
Fuerte abrazo y enhorabuena por las fotos.
Muchas gracias Antonio, me alegro de que te gusten! la verdad es que llevaba tiempo queriendo dedicar un espacio propio a esas miradas que siempre me llevan a querer volver :)
Abrazos!!