Actualizado el 9 mayo, 2022
Al norte del Desierto del Gobi el paisaje cambia radicalmente. Nos transportamos a un valle que a ratos parece los Alpes y a ratos Islandia. El Valle de Orkhon es un lugar precioso que da para varios días de idas y venidas, dejándote sorprender por sus muchos rincones.
En esta región fue donde se formaron los primeros imperios nómadas de la estepa. Reserva al menos un par de días para recorrerlo en tu viaje a Mongolia. No te arrepentirás.
Estoy sentada en la puerta de nuestro ger, en medio del Valle de Orkhon. Suenan los balidos de un ternero de jak llamando a su madre, que está junto a la casa-restaurante del campamento. También suenan las risas de los niños de la familia que regenta el lugar. Tengo tres colinas delante, semicubiertas de abetos, como si fueran las montañas de Cachemira. «¡Esto es vida!» escribo en mi diario.
Pero antes, te cuento un poco del camino hasta aquí…
El reencuentro con las maletas perdidas
Para llegar al Valle de Orkhon desde el sur atravesamos inmensas estepas por pistas bastante buenas. Circulamos a 70-80-90 km/hora entre prados y suaves colinas verdes. Contemplamos el horizonte, las nubes, las manadas de caballos, cabras, los últimos camellos y muchos ratoncitos cruzando la pista.
Así hasta que llegamos a un cruce atravesado por una carretera de asfalto que une Ulan Bator con Karakorum. Un detalle gracioso: el cartel de direcciones está pintado a mano. No será el único que veamos en Mongolia.
En este punto hay algunas casas destartaladas y un poco más a la derecha un contenedor de mercancías convertido en restaurante, especializado en barbacoa.
Ahí, en este lugar solitario ¡esperan las maletas perdidas de mis amigos! Tunga, la manager de la agencia local con la que viajamos ha conseguido que las recuperen seis días después de nuestra llegada al país. Ni tan mal. La situación es de lo más curiosa, pero ahí están.
Alrededor de las casas hay un montón de águilas y también su comida: ratones de campo. En la lejanía se dibuja un pastor con su nutrido rebaño de ovejas. Va a caballo y las guía con un palo muy largo.
La estepa euroasiática se extiende unos ocho mil kilómetros atravesando el continente desde la llanura húngara hasta Manchuria, siguiendo el paralelo 15. Al norte limita con los bosques de taiga, y al sur con los desiertos de Karakum, Kizilkum y Gobi. Es una gran extensión de llanuras de hierba que no parece tener fin, interrumpidas sólo por las cordilleras de los Cárpatos y Altai. Son el medio ideal para que los pastores nómadas se muevan. La agricultura es difícil o imposible, al menos a gran escala, por la gran sequedad y temperaturas extremas, pero el desarrollo de grandes rebaños sí es posible. De ahí que la adaptación al medio sea esta forma de vida de nomadeo en la que los animales son el centro y razón de ser.
Después de comer en la famosa barbacoa continuamos camino hasta Khurji, una gran ciudad donde repostamos y compramos agua en un minimarket.
La ciudad, como todas las Mongolia, está conformada por casitas bajas de madera y chapa, pintadas de colores, con una cerca y a menudo un ger en el patio o jardín. También hay algunos edificios enormes de clara factura rusa o comunista. No me habría importado pasar unas horas haciendo fotos por allí.
Entrando en el Valle de Orkhon
Al llegar al comienzo del Valle de Orkhon paramos a fotografiar a nuestros primeros yaks ¡Qué ilusión! Tenía ganas de reencontrarme con este animalito que parece un bisonte ancestral, aunque enseguida me doy cuenta de que los yaks de Mongolia son diferentes a los que vi en la China uigur y en Cachemira. Aquí son más parecidos a las vacas y nuestro chófer Zorig nos lo confirma por señas. La gran mayoría son un cruce de vaca y yak.
En verano están gordos, ya que han de acumular grasa y carne para soportar un nuevo invierno, y se acompañan de sus crías, que maman insaciables. Algunos llevan, precisamente, una lata de refresco o una pieza de madera atada de tal forma que les impide meter el morro en las ubres. Es el método de los pastores para destetarlos cuando ya son demasiado mayores y han de acostumbrarse a alimentarse sólo de pasto.
El paisaje ha cambiado y más que lo va a hacer. Las colinas son más abruptas y la llanura se estrecha en torno al río Orkhon, que se dibuja aún pequeño. Cobrará fuerza a medida que nos adentramos en su valle. En estos días las montañas Khangai nos acompañarán.
Nos espera un río que discurre por su propio cañón de rocas volcánicas, tumbas de la Edad de Bronce, monasterios budistas en la montaña y muchos pastores.
El testimonio de los primeros pobladores de Orkhon
De repente nos metemos por un pequeño cañón de roca volcánica. El campo está minado de eso, de rocas volcánicas, pero aquí hay como una avenida flanqueada por paredes de roca que casi parece una obra humana. Al final está el río Orkhon en todo su esplendor. No es muy ancho ni muy caudaloso, pero es mucho más que el riachuelo que vimos al principio. Las paredes verticales son mucho más altas y pronunciadas. El agua es de color verde claro y muy transparente.
Zorig nos señala las rocas de uno de los lados ¡Hay petroglifos! Menuda sorpresa 🥰 Son figuras de cabras salvajes de largos cuernos, ciervos, y símbolos que no sabemos identificar. Poco a poco vamos descubriendo más y más. La ladera está llena de esos grabados antiguos.
También aquí saludamos a las primeras marmotas, que sustituyen a los ratones de campo en las tierras de mayor altitud.
Estamos encantados y esto es decir poco. ¡Qué contraste con los días anteriores en el Gobi!
El Valle de Orkhon es Patrimonio de la Humanidad desde el año 2004
La historia de los pastores nómadas de Asia Central es apasionante. Antes de Gengis Kan hubo tres imperios de pastores nómadas.
Señores de buena parte de la Mongolia actual guerrearon contra China para extraer de esta todo lo que les hacía falta, exigiendo tributos en forma de productos agrícolas y objetos para su vida cotidiana. Las divisiones políticas, como siempre, hicieron que dichos imperios se diluyeran.
En el río Orkhon y los montes Altai habitaban uno de los tres grupos de pastores nómadas que se impusieron localmente en el siglo XII. Se llamaban naiman, y estaban en conflicto permanente con los kitan. Eran los antepasados de los mongoles actuales.
Precisamente el siglo XII fue una época muy conflictiva en la estepa mongola. Llena de tensiones y maniobras político-militares. Poco a poco se fue abriendo paso en el sistema igualitario de clanes y tribus una pequeña aristocracia que se servía de guerreros independientes para acaparar y repartirse el botín conseguido. Y en este ambiente nació Temujin, el que más tarde se llamaría Gengis Kan.
Gengis Kan no nació exactamente aquí, en el río Orkhon, pero sí acampó en invierno. Por eso es recordado con una gran figura hecha con piedras blancas en la ladera de una montaña que parece darnos la bienvenida.
Qué ver en el Valle de Orkhon
Orkhon Khürhree (cascada)
No sé cuántos kilómetros hacemos por el valle, con el río Orkhon y sus paredes de roca a un lado y otro de los caminos… y no siempre caminos. En más de una ocasión Zorig nos lleva campo a través entre las rocas volcánicas.
Este hombre lleva un GPS en la cabeza, no me cabe duda, aunque creo que su secreto es la observación atenta de los puntos de referencia que ha memorizado tras hacer muchas veces estas rutas. Siempre está mirando hacia atrás, a un lado, a otro, atentamente. Supongo que buscará un pico concreto, una curva del río, alguna construcción.
En un momento dado nos dice que si queremos ir al campamento (con palabra “camp”, ya que no habla nada de inglés!), o ir a una cascada (con gestos). Decidimos lo segundo, que ya habrá tiempo de descansar.
El acceso a la cascada se hace a pie a partir de un pequeño parking donde se quedan los vehículos. Es un camino agradable de un par de kilómetros.
Hay bastante gente yendo y viniendo. Muchas familias mongolas que pasan sus vacaciones en sitios tan preciosos como este, igual que nosotros. También algún español, italiano, coreanos, japoneses. De todas formas no hay una afluencia masiva.
Por fin llegamos y la escena es preciosa. Hay una gran poza circular sobre la que se precipita un salto de agua de unos 20 metros de altura. El lugar se formó hace unos veinte mil años, no se sabe si por las erupciones volcánicas que conformaron el valle que pisamos o por un terremoto.
Junto a la cascada veo que hay una especie de tótem cubierto de pañuelos de seda donde predomina el azul. Las antiguas creencias animistas de Asia Central siguen vivas.
Doy vueltas alrededor de la cascada, observando unas grietas profundas que hay en la roca, cuando veo que al fondo de una especie de pasillo natural hay una pequeña plaza, también natural, llena de pequeños altares hechos con piedras redondeadas. La mayoría son de un color claro casi blanco. Observo a dos chicas arrodilladas frente a uno de estos montones de piedra y doy una vuelta preguntándome a qué están dedicadas ¿A los espíritus de la tierra? ¿a los de los muertos?
El monasterio Tövkhön o Dövkhön
En nuestro segundo día en el Valle de Orkhon teníamos previsto ir a un monasterio que está en las montañas, entre bosques. El día se levantó con nieblas y muy nublado, y para cuando llegamos al pie del camino a seguir llovía con mucha fuerza.
Esperamos unos diez minutos pero no parecía que amainase. Aun así Zorig nos miró y dijo “¿vamos?”. Parecía que nos echaba la bronca, en plan “venga, turistillas, que esto no es nada”.
Por delante teníamos tres kilómetros de ruta por el bosque con un ascenso de poco más de 300 metros. Era pan comido pero con tanta lluvia… yo temía por la cámara, ains. El caso es que nos echamos al monte, como se suele decir, y al poco rato dejó de llover.
Este es el primer bosque que pisamos en Mongolia y es fantástico. Los árboles, pinos y alerces enormes están cubiertos de líquenes. Señal de la limpieza del aire.
Hay muchos troncos caídos claramente por la acción de los rayos en las tremendas tormentas que deben descargar por aquí. También hay muchas flores silvestres y setas de distintos tipos. Una primavera combinada con el otoño a pesar de que estamos en pleno agosto. En estas latitudes las estaciones tienen un aspecto distinto.
Por el camino nos cruzamos con un grupo de personas mayores, bastante mayores. Creo que están entre los 70 y los 80 años de edad. Son mongoles, creo, y todos llevan un impermeable azul de plástico barato que seguramente han comprado en la cercana Karakorum. También llevan unas botellas de leche que cada cierto tiempo esparcen sobre las plantas. Supongo que serán ofrendas a los espíritus de la naturaleza.
Poco a poco va dejando de llover y puedo sacar la cámara. Al llegar arriba nos encaramamos por un camino de piedra hasta los edificios del monasterio. Hay peregrinos subiendo más arriba aún, donde hay una piedra sagrada. No nos atrevemos por lo resbaladizo del terreno. Ya estamos empapados.
La atmósfera, con la niebla que oculta gran parte de las vistas, es misteriosa y solemne. Dicen que aquí meditaba Zanabazar, un líder espiritual mongol. Son muchas las historias fantásticas que siguen circulando alrededor de los monasterios arrasados por los comunistas.
Los ancianos contaban que en el monasterio de Yelintey sólo un monje había escapado a la razia de los revolucionarios y continuaba enseñando, entre las ruinas del templo, un pensamiento más lúcido y puro que el del budismo más ortodoxo. También se decía que los revolucionarios habían regresado en dos ocasiones para eliminar para siempre al supersticioso, y que habían sido derrotados dos veces por una fuerza invisible y misteriosa. Luego, en los años 40, el mariscal Tchoibalsan hizo que el ejército del aire soviético le prestara un Yak-9 y lo envió a ametrallar las ruinas del monasterio.
El Yak-9 disparó los 10 proyectiles de 20 mm de su cañón y lanzó seis misiles RS-82 en tres pasadas, pero nunca regresó a la base. Nunca se encontraron sus restos, pero se contaba que al día siguiente el mariscal había recibido un paquete pequeño, cuidadosamente elaborado con técnica origami, dentro del cual había una magnífica piedra negra, pulida y de densidad extrema. Cuando el mariscal la tomó en la mano para deleitarse con su belleza increíble, la piedra se deshizo en una arena gris que se escurrió como agua entre sus dedos, dejándole en la palma un mensaje escrito en un pergamino enrollado alrededor de una varilla roja. “En eso se convertirán tu corazón y tu lengua”. Los militares necesitaron varios días para identificar la varilla. Se trataba del altímetro de un Yak-9”
–Yeruldelgger, muertos en la estepa– Patrick Manoukian.
Vestigios del pasado en la estepa
Además de los petroglifos, en el Valle de Orkhon hay muchas oportunidades de explorar los vestigios del pasado, y no hablo de la Edad Media sino anteriores.
Uno de los sitios más accesibles es este cementerio de tumbas de la Edad de Bronce. Está junto a una de las pistas principales y se extiende a lo largo de un pequeño valle perpendicular al Río Orkhon.
Aún se adivina la forma de esas tumbas ancestrales, en algún caso excavadas por los arqueólogos.
Son rectángulos hechos con piedras planas grandes. Seguramente tendrían un techo también de piedra. Recuerdan mucho a los dólmenes, aunque la proporción de las piedras es menor.
Revisamos casi todas buscando grabados y los encontramos en un par de ellas. Símbolos que han quedado en el olvido pero que ahí siguen. Los arqueólogos han encontrado huesos y restos de cerámica.
Visitando a los vecinos nómadas
Por fin llegamos, después de un día que resultó más cansado de lo que pensábamos, al campamento. Es uno distinto al de la primera noche, se llama KhasKhan.
Este campamento está más cerca del río, en uno de los tramos en que se hunde en su propio cañón, con una cascada más modesta que la anterior pero igualmente bonita. Otro escenario idílico por el que no me resisto a dar un buen paseo a pesar de que las nubes amenazantes no aconsejan alejarse demasiado del ger.
Me acerco a mirar desde la valla cómo nuestros vecinos nómadas traen el ganado a su campamento, y a hacer fotos al atardecer que se dibuja entre las espesas nubes de verano. Entonces un chico viene y en un buen inglés me propone ir conmigo hasta el campamento ya que en ése momento las mujeres están ordeñando a los yaks ¡No puedo creer mi suerte! ¡Yo quería ver y hacer una foto de ese momento! Total que salimos del campamento y nos acercamos.
Una mujer de mediana edad, guapísima, con un deel verde oscuro, está ordeñando a los yaks. Acepta que le haga unas fotos. Mientras, habla a gritos con otra mujer que está haciendo lo mismo un poco más allá, en otro grupo de yaks. Supongo que le diría algo así como “ay madre, esta chica haciéndome fotos y yo con estos pelos!” Nos sonreímos mutuamente y yo me voy feliz.
Para aportar algunos datos sobre el lugar y sobre la cultura nómada me he documentado con el libro Breve historia de Gengis Kan de Borja Pelegero Alaide, que te recomiendo que leas. Puedes comprarlo aquí.
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Muy buen artículo. Uno de nuestros grandes sueños viajeros es conocer las estepas mongolas y aprender algo de los nómadas de Mongolia. Confiamos en conocerlo algún día 😍
Gracias! Sí, es muy interesante, confío en que lo hagáis! 🙂