Actualizado el 25 enero, 2021
Mongolia Central es una sucesión de valles, lagos y volcanes. Tomando como referencia la ciudad de Karakorum, y sin olvidarnos del Valle de Orkhon, el camino hacia el noroeste está repleto de lugares con mucho interés, con el valle de Khorgo como estrella principal. Vamos allá :)
Tsenkher Hot Springs: un buen lugar en el que relajarse en Mongolia Central
Salimos de Karakorum por la mañana huyendo de la lluvia que llevábamos soportando desde la tarde anterior. Nuestros ánimos estaban un poco bajos, hay que reconocerlo. ¿Sería así el resto del viaje? Es frustrante estar en plena naturaleza bajo aguaceros. Por cierto, todo el mundo nos decía eso de «no es normal en esta época». Maldito cambio climático.
El caso es que tras unos kilómetros poniendo tierra de por medio, el sol vuelve a salir y nuestro ánimo a subir.
Unos 160 km después llegamos a nuestro destino. Hacia el fondo de un valle regado por un arroyo, hay varios campamentos de gers. El nuestro es el Shiveet Mankhan Camp. Los gers están bien de tamaño y las instalaciones de baños y restaurante también.
Aquí todos tienen sus propias piscinas de aguas termales que traen del manantial que hay en la linde del bosque próximo, a través de tuberías instaladas a cielo abierto. Son aguas sulfurosas, cargadas de minerales, que salen de la tierra a más de 80 grados, y así llegan a la piscina principal. Después de que se enfría un poco, se traspasa a la piscina de al lado. Los clientes sólo tenemos que ir cambiando de un lado a otro. Con cuidado en la más caliente, claro está. ¡¡Pero qué maravilla darse un baño termal al sol y cómo se te queda la piel!! :)
Aparte de bañarte, y si quieres también darte un masaje, lo único que puedes hacer allí es pasear. Eso sí, hacia donde tú quieras, libremente.
Si algo te da Mongolia es la sensación de libertad, ya sea con sus anchos horizontes, o sus montañas.
El paisaje se anima y te anima observando a los nómadas con sus caballos y rebaños, a las águilas reinando en los cielos, y con un poco de suerte el arco iris cruzando el valle. En los bosques de alrededor hay fresas silvestres, setas y flores. A nada que te internas un poco en ellos, reina la quietud a pesar de los concurridos campamentos que están a tiro de piedra.
Junto a la fuente de aguas termales, que es de cemento y nada sexy con todas las tuberías de los campamentos, hay un altar hecho con ramas. Tiene forma de tippie y muchos pañuelos de seda anudados por los mongoles que quieren orar a los espíritus de la tierra.
Muchos de los turistas, por cierto, son mongoles de ciudad. Como los tres hermanos que se acercaron a saludarme y practicar inglés. Me contaron que andaban recorriendo Mongolia Central con sus padres, en coche y con la tienda de campaña. Como yo misma cuando era pequeña.
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La ciudad de Tsetserleg y el Monasterio de Zayain Khüree
Al día siguiente ponemos rumbo, con la piel renovada por esas aguas, al valle de Khorgo. Pero antes paramos en la ciudad de Tsetserleg, que significa «jardín».
Su principal atractivo es el Monasterio de Zayain Khüree y el Museo Palacio de Arkhangai (este es el nombre de la provincia en la que estamos).
El monasterio fue construido en 1586 y se expandió en 1631. En sus tiempos fue uno de los más activos de Mongolia, con 20 templos y 2.000 monjes viviendo allí a principios del siglo XX, y acogiendo hasta 4.000 monjes en los grandes eventos.
Las purgas de los comunistas chinos, en la década de 1930, tiraron abajo dos de sus edificios principales. Pero los otros tres templos, llamados Gandan, Niser y Labran, sobrevivieron a la purga para servir como almacenes.
La arquitectura y decoración es una mezcla de estilos mongol y tibetano. Los cinco colores que ya te expliqué hablando de los monasterios que hay alrededor de Leh, brillan a pesar del paso del tiempo.
Las estancias están llenas de antiguos objetos de culto, estatuas de Buda en sus diversas facetas, y antiguas fotografías de la época comunista. Está prohibido hacer fotografías en el interior.
Fuera, en el centro del jardín, hay varias estelas de piedra labradas. Son de la Edad de Bronce y en una de ellas se distingue claramente el sol y la luna. Es preciosa.
Detrás del museo, en la ladera de la montaña Edernebulgan, hay un Buda enorme con un pequeño edificio detrás y una gran escalinata, así que decidimos subir.
Cada pocos escalones nos encontramos con una estatua de piedra. Cada una representa a un animal diferente ¿tótems? A ambos lados del gran Buda hay unas campanas de piedra. Tocando con otra piedra se produce un sonido increíble. Y en la base de la gran estatua, velas encendidas y ofrendas.
El viento nos refresca mientras contemplamos la ciudad y montañas que la rodean. Detrás de nosotros hay Budas pintados en las rocas, en vivos colores. Un abuelo juguetea con sus nietos mientras su hijo les fotografía.
El monumento de Thaikar Chuluu
De camino al valle de Khorgo, nuestro destino final, paramos a comer junto a la roca de Thaikar. Es una visión extraña, pues se alza solitaria en una llanura de hierba.
En la roca de Thaikar Chuluu se encontraron muchos grabados y pinturas de las primeras tribus nómadas de Mongolia Central. Símbolos y figuras de animales antiquísimos, leemos en una placa informativa que está en inglés. Cuando nos acercamos contemplamos con horror que está abarrotada de graffitis. Pero abarrotada. Los hay de hace muchas décadas, incluso de más de un siglo, y también recientes. Y hay tantos que es casi imposible distinguir las señales de los primeros moradores de estas tierras. Una barbaridad.
A su alrededor se despliega una pequeña industria turística al más puro estilo dominguero, pero con sabor local. Yacs engalanados para que la gente se suba a hacerse fotos, algunos puestos de artesanías, y venta de quesos hechos por los nómadas.
La leyenda de la Roca de Thaikar
Hace mucho tiempo una gigantesca serpiente asoló la región. Se comía a las personas y animales sin piedad. El pueblo, desesperado, pidió ayuda a un hombre llamado Bukhbilegt, nombre que significa “grande y sabio”.
El hombre grande y sabio luchó contra la serpiente y consiguió encerrarla en un enorme agujero, poniendo encima esta gran roca. La serpiente intentó salir, pero Bukhbilegt puso su arco y flecha en la cima de la roca. Ya no pudo salir nunca más.
La gente del lugar dice que si logras ver la cima, encontrarás el arco y la flecha del héroe que les salvó de la gran serpiente.
El Valle de Khorgo en el Parque Nacional Tsagaan Nuur
La guinda de esta ruta es Khorgo y su volcán, que alcanza los 2965 metros de altura. Un escenario idílico en el que pasamos dos noches de maravilla, haciendo caminatas y soportando también algo de lluvia.
El volcán Khorgo Uul se alza en un pequeño mar de lava gris sólo roto por helechos muy verdes y algunos árboles, lo que te puede dar una idea de lo viejo que es.
Destaca en el paisaje casi como la roca de Thaikar, mostrando su cono perfecto, invitando a explorarlo. De hecho lo hacemos. Es posible subir y asomarse a los dos cráteres, primero el pequeño y luego el grande. Desde arriba las vistas son increíbles y el paisaje es mágico. Al fondo asoma el gran Lago Blanco o Terkhiin Tsagaan Nuur.
En los prados de alrededor hay muchas flores Edelweiss, algunas familias nómadas pasando el verano, rebaños de yacs, y unas aves que son como gaviotas de mar. ¡Con lo lejos que estamos de cualquier mar!
En mis caminatas me detengo a observar todos los detalles que puedo. Es una forma de salir del paisaje de ensueño en el que estoy, y sentir que piso un sitio real.
Me llama la atención una especie de flor de cebolla de color púrpura. Hay muchísimas y son preciosas. Por supuesto, las marmotas asoman cada pocos pasos, y el mugido de los yacs es constante. Caminar sin rumbo fijo es un placer, tanto como sentarte a leer al sol o hacer fotos nocturnas. Así que así pasamos el día y parte de la noche cuando las nubes se van :)
El gran Lago Blanco o Terkhiin Tsagaan Nuur
Detrás de una colina de apenas unos cien metros de altura, comienza el Lago Blanco. Se llama así porque durante el invierno se congela completamente, algo impresionante si piensas en la gran masa de agua que es.
Zorik nos lleva en la furgoneta hasta la orilla, en una escapadita desde nuestro campamento. Allí hay una especie de monumentos a los dioses, hechos con piedras volcánicas amontonadas. Paseamos entre ellos soportando un fuerte viento. El suelo es una turba esponjosa y hay que mirar por dónde pisas porque puedes meter el pie en el agua con mucha facilidad.
Frente a la orillas hay algunos edificios de madera y más campamentos de gers.
Al día siguiente, cuando abandonamos Mongolia Central rumbo al norte, hacemos un buen puñado de kilómetros siguiendo el curso del lago. Es como un pequeño mar interior, enorme. Habría parado en cada “esquina” para hacer fotos.
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