La última etapa del viaje a Mongolia consistía en pasar 2 días en el Lago Khovsgol, uno de los hitos naturales más famosos del país. Formando parte de la falla del lago Baikal, el Khovsgol Nuur es el lago más profundo de Mongolia, con sus 262 metros. También es el más largo, con sus 134 kilómetros de longitud. Otra cifra nada simple: contiene el 2% del agua dulce del mundo. Es francamente enorme y ya te adelanto que no lo recorrimos entero. En realidad, no visitamos más que un pedacito de su extensa costa, pero es que este puede ser un viaje en sí mismo.
No tenía expectativas formadas hacia este lago. Como ya dije en otro artículo, a mí los lagos me hacen abrir la boca de sorpresa en la primera visión, pero después me aburren. Su quietud, su ausencia de movimiento en muchos casos, hacen que me aburra. Y con este espíritu, además del de la despedida por ser los últimos días del viaje, me acerqué a él.
Pero no te confundas, también tenía curiosidad y mucha. Porque esta región es la tierra de los Tsaatan, una etnia cuyo nombre se traduce como “hombres-reno” o “los hombres que tienen renos”.
La historia y leyenda del Lago Khovsgol
El Lago Khovsgol se formó por la actividad volcánica cuando hace ¡55 millones de años! las placas de Asia e India se encontraron. Las montañas se elevaron en ése tremendo choque, y entre unas y otras se formaron grandes grietas. Realmente profundas. Así nacieron el Lago Baikal, en la vecina Rusia, y el Lago Khovsgol, que es algo más joven.
El Lago Khovsgol se nutre del agua de unos 90 ríos, mientras que sólo un río nace en él, el Egiin Gol, que discurre en dirección a Rusia. Hoy está rodeado de bosques y montañas, algunas de casi tres mil metros de altura.
Lo mejor de todo es que es Parque Nacional desde el año 1992, y por tanto es un lugar protegido. Hay que pagar una entrada en los controles de acceso que hay antes de que veas sus aguas. Como lo llevábamos incluido en el servicio de coche y conductor, no te sé decir cuál es el precio de dicha entrada.
Vamos con su leyenda, o mejor dicho, con una de ellas… porque estoy segura de que aquí han nacido muchos cuentos:
Hace muchos años, una anciana viajaba por las regiones del norte cuando se encontró con un niño diminuto, del tamaño de un elfo. Éste decidió acompañarla y ambos continuaron viajando durante tres días, sin comida y sin descanso. Llegaron a una gran roca. A los pies había un manantial de agua. Descansaron a la sombra de la roca y contemplando el paisaje primaveral que les rodeaba, se dieron cuenta de que aquél era un buen sitio donde establecerse. El niño creció, alcanzando una estatura normal, y se encargó de cazar para sustentar a ambos. Todos los días, después de beber agua del manantial, cortaban la corriente con una piedra para que el prado que les rodeaba no se encharcara.
Un día el chico estaba cantando y su voz atrajo a una bonita chica que pasaba por allí. Fue un amor a primera vista.
La anciana aceptó a la chica y todo fue bien, pero un día la joven pareja se olvidó de poner la piedra en el manantial y el agua inundó el campo que les rodeaba. Se formó un lago. Entonces vino un monstruo a beber, y el chico, que ahora era alto y fuerte, lo mató y enterró en la cima de una montaña. El agua siguió manando, así que la anciana se sumergió para buscar una nueva piedra y tapar el manantial, que había quedado en el fondo. El lago ya era muy profundo y, desgraciadamente, la anciana se ahogó.
La isla pequeña del Lago Khovsgol situada en su centro es conocida como “el tapón”, y la isla más grande es donde se dice que está enterrado el monstruo.
La pareja llamó al lago “el lago madre” en honor a la anciana.
Dicen que la orilla oeste del Lago Khovsgol es la mejor para visitarlo. Hay varias opciones de alojamiento (muchas, diría yo), siempre en el formato de campings de gers que se combinan con cabañas de madera y tipies como los del salvaje oeste americano. Este último formato es el que reproduce los hogares tradicionales de los tsaatan.
El camino al lago y la caída de expectativas
Salimos del lago Zuun Nuur para hacer 220 kilómetros, que se dice pronto pero no lo son, y más tratándose de Mongolia. Aun así, “disfrutamos” de un trecho de asfalto al pasar por Mörön o Murun, ciudad donde paramos a comer en un hotel llamado 50 100º. Este nombre hace referencia al paralelo 50 y el meridiano 100 de la Tierra, que es donde nos encontramos. Bueno, el punto exacto no es este hotel-restaurante con wifi, pero está a un par de kilómetros a la salida de la ciudad en dirección al lago Khovsgol (un cartel junto a la carretera lo anuncia).
Durante todos esos kilómetros seguimos cruzando montañas y el paisaje se va haciendo cada vez más boscoso. Vemos muchos nómadas, siendo el deel de los hombres de un color fucsia con fajín amarillo que me encanta.
De Mörön no puedo decir mucho. La ciudad es de corte soviético, con avenidas anchas y edificios feos. Las calles de ése día de verano aparecen bastante desiertas, y parece que todo el mundo se desplaza en coche. Entramos en un supermercado grande a comprar algunas provisiones de agua y algún paquete de té. Eso sí, los pasillos de supermercados mongoles dedicados al té suelen ser grandes y estar bien surtidos :)
Seguimos camino y cuando estamos muy cerca del lago, Zorik para el vehículo junto a dos tiendas tipi que están plantadas en un prado junto a la carretera. Al lado ¡hay un reno en la hierba!! ¡qué emoción!
Bajamos de la furgo, cruzamos la carretera, y vemos que hay otros dos o tres renos bajo un tejadillo, echados en el suelo y atados. Hace calor, algo que a estos animales me temo que no les sienta muy bien. La escena es un poco lamentable. En el tipi hay una familia compuesta de padre, madre e hijo. No es una casa, sino una tienda sin nada más que unas telas en el suelo con una exposición de collares, pulseras y otras cosas hechas con cuerno de reno. Es una tienda de souvenirs. Ellos son tsaatan que han dejado la tundra de mucho más al norte por una vida más ¿próspera? en el sur, cerca de la ruta más turística.
Más adelante Zorik vuelve a parar junto a la carretera, pues hay un mercadillo con más tsaatan vendiendo su artesanía y un poco de todo. Damos la vuelta de rigor y continuamos camino.
Esa tarde-noche, en el campamento, nos hablaron de una excursión a un pueblo tsaatan que hay cruzando el lago. Nos lo estuvimos pensando. ¿Qué hacer? ¿intentar curiosear un poco cómo es esa gente, aunque sea en el plan más turístico del mundo mundial, pero de alguna forma ayudando a que ellos ganen un dinerillo? ¿o no participar de este concepto de turismo que se acerca más a la idea de «parque temático» que otra cosa? Al final no confirmamos, y además había que esperar a ver si más gente se apuntaba, porque el precio es fijo tanto para tres personas como para ocho. Esa tarde cayó una lluvia torrencial, así que no habríamos ido de ninguna de las maneras porque cruzar así el lago, como que no.
El pueblo Tsaatan llegó a Mongolia huyendo de la escasez de alimentos en la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Su vida depende en gran parte de los rebaños de renos, y por ellos se mueven en busca de pastos. Aprovechan todo lo que este animal puede ofrecerles: las pieles para vestir y hacer sus casas, los cuernos para fabricar utensilios de cocina, adornos y como moneda de cambio, y por supuesto la carne y leche como base de su alimentación. Por otra parte, son animistas. Es decir, creen que los espíritus de los muertos habitan en los bosques y lagos, protegiendo a los vivos.
Así pues, la única expectativa que me había formado con respecto a nuestros días en el Lago Khovsgol, que era la de encontrarme con esta gente y sus renos, se vino abajo.
El área más accesible, que es en la que nos encontramos, no es más que la «puntita sur» del lago. Los tsaatan son muy pocos y suelen vivir más al norte. Aquí te dejo el mapa para que lo localices, por si tienes más curiosidad.
Sorpresa positiva: el campamento y su ubicación
Tras el par de paradas de «shopping» seguimos camino por una pista junto al lago, como decía antes. Los campamentos turísticos se sucedían uno detrás de otro, y nosotros íbamos pensando en cuál sería el nuestro. A decir verdad, aquéllo tenía una pinta de lugar de vacaciones masificado, si se puede hablar de masificación en Mongolia.
El caso es que continuamos rodando durante una hora y media aproximadamente, y los campamentos empezaron a escasear. Y nosotros a sonreír. Por fin llegamos al Art 88 Resort , un campamento que dispone de los tres tipos de alojamiento, una pequeña piscina cubierta, y una cabaña grande para el restaurante y recepción. Se sitúa a unos 50 metros de la orilla del lago y lo mejor es que está relativamente aislado del resto. Esto es así porque está unos cuantos kilómetros al norte del inicio del lago, donde las orillas ya han sido ocupadas como he dicho antes.
Nos dieron a elegir si queríamos cabaña de madera, ger o tipi, y nos decidimos por una cabañita. En realidad teníamos contratado el ger, pero la agencia quiso tener un detalle. Las cabañas tenían una pinta estupenda, y como temíamos pasar más frío que los días anteriores, no nos costó mucho elegir. Fue una gran decisión. Las camas eran comodísimas, con edredones, y teníamos un calefactor. El diluvio de la siguiente tarde confirmó aún más (si cabe) que hicimos muy bien en quedarnos con ella, y como fin de viaje ¡a nadie le amarga un dulce!
Tras acomodarnos salimos a dar una vuelta a la orilla del lago. Cruzamos un prado de turba bastante encharcado y alcanzamos la playa de guijarros. La verdad es que cuesta tener perspectiva de este lago inmenso así, a ras de tierra (o de agua), así que al poco rato decidimos pasear por el bosque que comenzaba allí mismo. Estaba lleno de vegetación pero con poca vidilla, aunque yo había leído que el Parque Nacional del Lago Khovsgol es un gran sitio para observar aves.
Andamos un rato por la carretera, en dirección opuesta a la de nuestra llegada, y enseguida nos encontramos con otro campamento. En este caso hay varias cabañas pintadas de colores. Me vinieron a la mente las imágenes que he visto de Noruega y Groenlandia.
Un trekking maravilloso para descubrir las montañas del Lago Khovsgol (y gratis)
En el campsite se ofrecen diversas actividades, todas de pago, para hacer que tus días no se reduzcan a la contemplación de la orilla, los caballos y los yaks. Puedes hacer rutas en bici, la excursión al poblado tsaatan, y alguna cosa más.
Otra opción que nos comentaron es que subiéramos a un pico cercano que ellos llaman “Chuchun” o algo así. La verdad es que no he logrado localizarlo en el mapa. La actividad es gratis. Simplemente Zorik nos acercaría al comienzo del camino en la furgoneta, y con unas instrucciones que nos dio un guía que hablaba español, ya sólo nos quedaba subir para arriba.
Nos insistieron mucho en que no tomáramos el desvío equivocado una vez subiéramos por el camino de montaña, porque podíamos perdernos y podía ser fatal para nosotros. Si vas por allí, entérate bien o contrata a un guía.
Fue una caminata de 12 kilómetros relativamente exigente. El camino no era muy empinado salvo en algún tramo, pero hicimos un desnivel de 700 metros y la altura siempre pone las cosas un poco más difíciles. La cima está a unos 2.400 metros. El caso es que lo hicimos y fue maravilloso.
Caminamos en soledad prácticamente toda la mañana. A nuestro alrededor la naturaleza nos regalaba prados llenos de flores silvestres, mariposas, saltamontes.
Partimos de un terreno boscoso, pero a medida que subimos los árboles empiezan a escasear y dan paso a lomas de hierba y flores. Después, rocas.
No olvidaré nunca cuando, a falta de un par de kilómetros para llegar a la cima, empezaron a asomar las grandes moles de roca gris en sentido opuesto al lago. Son las montañas Khoridol Saridag. Peladas, grises, parecen un mundo de roca que bien podría ser el escenario de una saga épica.
Con grandes pliegues que parecen cortados a cuchillo, está claro que ellas son el resultado del encuentro entre las dos placas tectónicas ocurrido hace millones de años.
Son espectaculares, las mires por donde las mires, y dan ganas de acercarse a tocarlas con tus propias manos… pero todos te advierten de que internarte en ellas puede ser mortal si no vas con un guía experto.
De espaldas a estas imponentes montañas pudimos contemplar el lago Khovsgol en casi toda su extensión. Me sorprendió el color turquesa del agua en las zonas poco profundas de la orilla. Señal de su limpieza. Y cómo la luz se abría paso entre las nubes borrascosas que anunciaban lo que ocurriría unas horas más tarde: lluvia a raudales.
La bajada dolió más que la subida. Tardamos la mitad, hora y media frente a las tres de subida, pero me dolía todo. Las rodillas, las pantorrillas, los gemelos, los tobillos, los muslos, las plantas de los pies. ¡Pero que nos quiten lo bailao porque sólo por esta caminata valió la pena llegar al Lago Khovsgol!
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Después de comer en el campamento y refugiarnos de la lluvia vespertina, decidimos darnos un último paseo por los alrededores. El cielo había vuelto a despejar, así que disfrutamos de los últimos rayos del sol contemplando cómo un chaval pastoreaba a sus yacs. Qué poco nos quedaba para salir de los entornos naturales rodeados de horizonte y tranquilidad…
Despedida y cierre
Al día siguiente madrugamos aún más para ir a coger nuestro vuelo de vuelta desde Moron. Dejamos atrás el lago Khovsgol con sus luces del amanecer, y aún tuvimos la gran suerte de sorprender a un par de ciervos corriendo por la orilla.
Llegamos a las 9 de la mañana al pequeño aeropuerto, a tiempo para nuestro vuelo de las 11 horas. Nos despedimos de Zorik, nuestro compañero que no hablaba más de dos palabras en inglés, y facturamos.
Todo normal, pero cuando llega la hora de embarcar, anuncian que el vuelo se retrasa seis horas!! ¡Qué me cuentas! Resulta que las tormentas en Ulan Bator habían obligado a parar el tráfico aéreo, y nuestro vuelo fue relegado al último puesto en las llegadas previstas para ese día. Menos mal que teníamos margen para los vuelos de vuelta a España, que eran al día siguiente, porque si no…
El aeropuerto de Moron está en medio de la estepa, a unos kilómetros de la ciudad. Hubo gente que se fue a la ciudad con sus chóferes, pero nosotros nos quedamos en la pequeña terminal. No confiábamos en que fuera a haber un nuevo cambio de planes, la verdad. Comimos algo en el precario bar, leímos, yo me dediqué a escribir, y nos aburrimos mucho durante las 8 horas de estancia en ése edificio pequeño y sin ningún aliciente.
Llegamos de noche a Ulan Bator y ahora sí, me despedía de Mongolia sin haber visto su capital. La verdad es que tanto la entrada como la salida fue de lo más accidentada, pero no me arrepiento del viaje y de haber saciado mi curiosidad hacia un país con el que soñaba desde hace muchos años.
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Cómo llegar al Lago Khovsgol
Puedes acceder al Lago Khovsgol desde la ciudad de Moron con un vuelo desde Ulan Bator.
La otra opción es la nuestra: llegar a través de pistas y carreteras desde el Lago Zuun Nuur, viniendo de las provincias centrales de Mongolia. En cualquier caso, necesitas un vehículo y chófer que conozca los caminos. Puedes consultar los consejos para preparar un viaje a Mongolia que publiqué hace tiempo en este enlace.
Antes de que Moron tuviera aeropuerto, la ciudad más importante de la región y de acceso al Lago Khovsgol era Khatgal. Khatgal fue un antiguo campamento de soldados manchúes que se convirtió en ciudad dedicada al comercio con Rusia. Cuando hicieron el aeropuerto de Mörön, Khatgal se vio sumida en el olvido, pero con la creación del Parque Nacional del Lago Khovsgol se ha reactivado mucho gracias al turismo.
Nosotros no paramos en Khatgal, tan sólo la cruzamos, así que poco más te puedo contar, salvo que allí puedes encontrar tiendas y alojamientos en tu camino al Lago Khovsgol.
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