Actualizado el 20 junio, 2022
Fuerteventura es una de esas islas que no creo que sean para cualquiera. No me entiendas mal. Su naturaleza salvaje, su carácter de lugar remoto y su pátina de desierto hacen que para muchos pueda resultar un poco vacía, insulsa, monótona, o demasiado árida. No ha sido mi caso. Viajé a Fuerteventura con la ilusión de los grandes viajes, o casi, confiada en que me iba a gustar. Confiada en que iba a encontrar espacios abiertos y un poco de «aventura», ingredientes muy importantes tras el primer confinamiento de nuestras vidas. Y lo encontré. Quizá por eso le esté eternamente agradecida 🥰
Fuerteventura y mis humildes planes para pasar 6 días en la isla (quizá) más desértica de las Canarias
Yo no conduzco desde hace muchos años. Un día le cogí miedo y desde entonces no lo he arreglado. Conservo el carnet de conducir, pero no la confianza. Y esta es la principal razón para no haber elegido antes las Islas Canarias como destino de escapadas o viajes en solitario. Hasta ahora.
La primera pandemia del siglo limitó las ansias de viaje al territorio nacional. Sin embargo, una vez estaba claro que podríamos movernos, me asusté por los precios de los alojamientos en la Península (en agosto). No así en las Islas Canarias que ¡sorpresa! resultaban más baratas incluso sumando los vuelos.
La ecuación estaba clara: tenía la oportunidad de cumplir un viejo sueño dedicándole tiempo y ganas, a mejor precio que otras opciones.
Entonces decidí averiguar si había o no transporte público en las islas, y más en concreto busqué para Fuerteventura, que desde hace mucho tiempo estaba en mi lista de deseos viajeros. Voilá. En Fuerteventura hay una red de autobuses que allí llaman guaguas.
Muchos me dijeron que las guaguas no funcionan bien y que sería una pena. Que en Fuerteventura hay que alquilar coche, moto, o bicicleta. Me empeñé en ello. No para contrariarles, pero me empeñé en ello.
El reto lo he superado, pero me he visto limitada. Siento que no he visto todo lo que quería y que me he perdido una parte nada desdeñable de la esencia de Fuerteventura. Toda la mitad sur, que es mucho. Porque además no quise creer, desde la distancia, que es tan grande.
Sí, también calculé mal el número de días. Es posible que con dos o tres días más, y una mayor variedad de lugares donde alojarme, hubiera podido ampliar un poco la perspectiva, incluso en guagua. Confieso que en esto hubo un pelín de falta de confianza, de miedo a que las expectativas no se cumplieran.
También fantaseé con caminar lo que hiciera falta. Pero una vez allí me di cuenta de que el fuerte sol y viento -abrasadores-, y la escasa existencia de caminos con lugares donde proveerte de agua y un poco de sombra, no lo aconsejaban. Además las carreteras no suelen tener arcén, lo que las hace peligrosas para los viandantes y ciclistas.
En fin, lo hecho, hecho está y mira, viajando sola yo soy la única responsable 😅
A pesar de todo lo que acabo de contar, resulta que me he enamorado de Fuerteventura. Desde ya es uno de los lugares del mundo a los que volver con los ojos cerrados y para más tiempo.
Principios de agosto, Puerto del Rosario
Al salir de la terminal del aeropuerto me choco con el viento de aires saharianos. Caliente, cargado de polvo. Fuerteventura lo lleva en el nombre, no es negociable.
Desde el avión se veía una franja amarillenta suspendida sobre la isla. «Será la famosa calima«, me dije, pero la verdad es que desde tierra casi no se nota. Bueno, un poco en las fotos, sí.
Sonrío y espero paciente la guagua que me lleva a Puerto del Rosario por sólo 1,40 €. Precios imbatibles los de las guaguas. Al subir al bus observo que hay pocos viajeros y varios deben de ser saharauis o mauritanos, según la indumentaria de las mujeres. De alguna forma me teletransporto al continente más cercano: África, y eso me gusta.
Sin embargo, el trayecto desde el aeropuerto hasta la ciudad no me gusta a primera vista. Mucho campo de polvo y piedras sin ninguna gracia. Pistas y carreteras, alguna nave o almacén industrial, construcciones semi derruidas, o si acaso hoteles feos. Cuando llego a Puerto del Rosario confirmo esa «fealdad» anunciada, lo que me llena de temores. ¿Habré hecho bien?
Puerto del Rosario parece un barrio destartalado y humilde de las afueras de una gran ciudad. El panorama general son casas bajas que parecen de construcción barata y aparentan poca o ninguna identidad propia. Suena duro, pero es lo que me pareció en esos primeros momentos.
Las calles están muy vacías y bajo el sol y el viento se me antojan largas e inacabables, desoladas. Trato de pensar que es una ciudad muy “a la africana” o incluso de Oriente Medio, mientras hago los necesarios desplazamientos, que no paseos. Ya he estado en sitios así y encontré su poesía ¿lo lograré aquí?
Con el paso de los días, tengo que reconocer que la capital de Fuerteventura se está esforzando en cambiar, y lo hace a golpe de arte moderno y mejora de infraestructuras. Quizá algún día encuentre su camino.
¿Sabías que Miguel de Unamuno fue desterrado -confinado– en Fuerteventura por sus críticas a la situación política de España durante la dictadura de Primo de Rivera? Durante cuatro meses vivió en las dependencias de un hotel de Puerto del Rosario, hoy casa-museo, trabando amistades, charlando con los intelectuales de la isla y escribiendo. Enamorándose de este reducto de arena y volcanes poco a poco.
Después de comer frente al mar y unos antiguos hornos de cal, que son estructuras hechas a base de roca volcánica y mampostería, me dirijo a Playa Chica.
Esa primera tarde no tengo más planes que pasear un poco por Puerto del Rosario, darme mi primer baño en el mar desde hace no recuerdo cuánto tiempo, aunque sea en una «playa urbana», y quedar con Lucy, Rubén y Koke, la familia de Algo que Recordar. Me hace mucha ilusión este reencuentro, no les veo desde el mes de enero y les tengo mucho cariño 🥰.
Así transcurre mi primer día de vacaciones en Fuerteventura. Vuelo, playa, reencuentro con amigos y cena a base de tapas majoreras frente a la Playa Chica… No estamos más tiempo juntos por eso del “bicho”, ya que yo acabo de llegar de la Península y quién sabe. Una verdadera lástima, pero menos es nada.
Playa Chica es pequeña y urbana, pero tiene unas aguas turquesas y una arena blanca envidiables. El público es escaso y se compone de algunas familias, algún solitario/a como yo misma, y algunos migrantes africanos que disfrutan del agua como el que más, pero un poco más allá. A pesar de su cercanía al puerto industrial, la playa y el agua están realmente limpias. Escribo en mi diario que necesito este descanso. Yo que no soy de playa. Remojarme, tumbarme y no pensar en nada. Hasta que vienen mis amigos, claro :)
Al día siguiente comienzo mis idas y venidas por Fuerteventura. Tengo cinco días completos para tratar de ver lo que pueda en guagua y caminando.
Betancuria, Costa Calma, Las Playitas, Corralejo y sus espectaculares dunas, la maravillosa Isla de Lobos y la no menos bonita costa de El Cotillo, haciendo escala en La Oliva. Ahora que lo enumero, ni tan mal.
Sensaciones de Fuerteventura, un lugar lejano
¿Qué fue de esos primeros temores? Se diluyeron, como en otros viajes. A fuego lento, Fuerteventura fue entrando dentro de mí, y no creo que se vaya.
Fue un viaje lleno de horizontes vastos y solitarios, donde me sentí tan aislada como libre en un tierra que se me antoja épica, valiente. Un lugar donde el tiempo se detiene y cualquier cosa excepto respirar es poco importante.
La sensación de estar en África es tan intensa como real. Geográficamente hablando desde luego es África, pero es que lo confirmas escuchando las conversaciones en árabe a tu alrededor. Tan frecuente como las que suenan en castellano. La población migrante está ahí y contigo. Me cruzo con señores y señoras de Mauritania o del Sáhara Occidental, Marruecos, Senegal y quién sabe qué otros países. Personas que han logrado llegar y establecerse. Bien por ellos. Muchos no pueden decir lo mismo.
En el fondo quería volver a sentir el viaje a un lugar remoto y a ser posible así, más africano que otra cosa. En Fuerteventura lo encontré.
También reparo en el carácter dulce y amable de los majoreros, que así se llaman los habitantes de Fuerteventura. Muchos me dicen mi niña, y lo hacen en un tono que me hace sentir querida y más joven 🤗.
Puede que ellos entiendan mejor que nadie la importancia de ser hospitalario. Como los hombres y mujeres de los desiertos de otras latitudes.
Observando y reflexionando sobre Fuerteventura desde la guagua
En los viajes en guagua siempre hay algo que observar además del paisaje. Por ejemplo, hay gente que se baja en paradas que están en medio de la nada. No hay casas, sólo la carretera y el campo infinito. Parecen desintegrarse cuando echan a andar y desaparecen tras una loma, azotados por el viento. Puede ser un abuelo, o una joven con su niña pequeña.
Recuerdo a personajes de novela como aquélla señora muy anciana. Tendría 90 años o más. Vestida de blanco con puntillas, medias de encaje del mismo color que la falda y camisa, y guantes de lana azul (¡con ése calor!). Tocada con un pañuelo en la cabeza anudado a la barbilla, subió a la guagua pidiendo ayuda para salvar las escaleras. Pidió ayuda, pero traía con ella una cesta y una bolsa grandes llenas de cosas ¿Cómo las llevó hasta la estación? ¿A dónde iría? ¿Cómo habrá sido su vida en esta isla de grandes vacíos y mucho viento? ¿Conocerá otros lugares, otros mundos? Mis preguntas se quedan en el aire, no quiero importunarla.
También tomo nota de nombres preciosos a través de la ventanilla y pienso un poco en cómo suenan, como si llevaran mensajes ocultos, historias encerradas:
- Betancuria, que suena a capital de país de cuento.
- Tindaya, que parece un nombre de princesa. Podría ser la hermana de Timanfaya de Lanzarote.
- Triquivijate, que suena a juego, a trabalenguas para niños y no tan niños.
- Gran Tarajal, que me lleva a pensar en un lugar lleno de espíritus libres.
- Jandía, que transmite frescura.
Y observo los edificios en ruinas, antiguos caseríos en medio de los campos yermos. Volcanes. Carreteras estrechas que no tienen arcén. Iglesias con torres negras. Castillos que fueron asediados por piratas sanguinarios venidos de la mismísima Argelia y que dejaron un triste recuerdo entre las gentes que habitaban la isla hace un par de siglos.
¿Sabías que el nombre romano de Fuerteventura era Planaria, por lo llano de su territorio? ¿Y que antes de la llegada de los conquistadores europeos (1402) estaba dividida en dos reinos guanches, con su muro y todo?
La vida en Fuerteventura nunca debió de ser fácil, fuera por el clima extremo y la falta de agua, fuera por los ataques, fuera por la soldadesca allí destinada para «proteger la plaza» de los invasores.
Lava negra, arena dorada, tierra naranja
Los paisajes del centro de la isla me sorprenden. Horizontes salpicados de volcanes, campos de colores ocre, canela y amarillo que compiten con el azul del cielo. Palmeras solitarias que señalan lugares donde debe de haber algo de agua. Chumberas que se recortan entre las casas de los villorrios y cultivos de aloe vera. De vez en cuando se deja ver alguna cabra, pero no me encuentro con tantas como se supone que hay (dicen que más que personas).
En el norte de Fuerteventura la lava negra cae en el mar toda retorcida. Tal y como se quedó después de llegar bullendo en su viaje desde el Centro de la Tierra. Y entre colada de lava y colada de lava, se suceden playas espectaculares y grandes arenales.
Una tierra que produce una flora autóctona valiente, rara, africana, que se abre paso en el desierto.
¡Las higueras de Fuerteventura, aquellas higueras evangélicas, palestinianas, que sacan jugo de la escueta roca! -Miguel de Unamuno-
Aguas de Omán y de las Islas Galápagos
No, no me he vuelto loca. En muchos rincones de Fuerteventura tuve este pensamiento. ¡Cuánto se parece esta playa a las costas de Omán! ¡esos azules, turquesas y verdes son los mismos de las Islas Galápagos!
Vuelve a hacerme mucha ilusión curiosear en los fondos marinos con unas gafas de snorkel, y los colores de esas aguas me hipnotizan como la primera vez. Esta isla queda registrada en mi memoria como otro pequeño paraíso que nada tiene que envidiar a lugares tan exóticos como los mencionados.
Entre todos los rincones visitados, me quedaría con las dunas de Corralejo. Un lugar tan bello que no te lo crees. Puede ser agresivo si hace mucho viento, pero es tan bonito que no importa. La arena cegadora se alza en montes de varios metros de altura, compitiendo con los volcanes que dominan y frenan su avance.
Y me quedaría con la Isla de Lobos, un santuario natural, ecosistema único que se merece todo un día… porque no se puede pasar la noche en ella. Una isla, un islote, que tiene hasta su propia poeta: Josefina Pla.
«Por ella supimos que se pueden cambiar sombras por sueños»
Blanco sobre azul
Cuando menos te lo esperas hay un cambio de registro en los colores que te rodean. En el norte de la isla me encuentro con un mundo de pueblos blancos que se recortan en el azul del cielo y el mar. El azul que se recrea en las puertas y ventanas de madera. Entonces me vienen ráfagas de recuerdos de Grecia. Sin ser el Mediterráneo, puede llegar a parecerlo.
Fuerteventura contiene no un viaje, sino muchos viajes. Estar allí es estar allí, pero también volar a otros sitios, y eso no lo pueden decir en todas partes.
Sólo me queda preguntarte …
¿Crees que Fuerteventura también es una isla para ti?
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Fuerteventura es mágica. Tanto mi marido como yo somos unos enamorados de Fuerteventura. Esta isla es magnética, atrae. Nosotros somos de Tenerife pero todos los veranos vamos con nuestros chicos. Te recomiendo ver Lanzarote, Gran Canaria, La Gomera y La Palma. Llevo 30 años viviendo en Tenerife y aún no conozco El Hierro pero te aseguro que desde este año no pasa. Disfruta de tu paso por estas islas afortunadas. Gracias por tu artículo.
Gracias Mariana!! Después de Fuerteventura fui a Lanzarote, que ya conocía y no defraudó, y este año fui a La Palma por primera vez, pero me sigo quedando con el amor a primera vista de Fuerteventura!! 🥰