
Actualizado el 17 enero, 2021
La Oliva es un pueblo del interior de Fuerteventura que guarda historias y secretos del pasado de la isla. Historias relacionadas con el mando militar o coronelato (¡vaya palabra!) que se situó allí entre los siglos XVIII y XIX. Situada en un paisaje precioso, me quedé más que sorprendida visitando la Casa de los Coroneles, una mansión de la época muy bien conservada, rehabilitada ¿Te vienes a visitarla? ;-)
La Oliva es un buen plan en tu recorrido por Fuerteventura
Aunque no parece estar en los circuitos más turísticos de Fuerteventura, parar y pasear por La Oliva es un acierto.

Fui atraída por la promesa de visitar algunos edificios históricos, el Centro de Arte Canario – Casa Mané y el Mercado de las Tradiciones que se celebra los martes y los viernes.
Pero también era un poco escéptica ¿Valdría la pena realmente? Como la frecuencia de buses era uno por hora, decidí ir porque en caso de que no me gustase podría continuar hasta El Cotillo, mi objetivo principal del día, sin invertir mucho tiempo.
Justamente la guagua para al lado de la iglesia. Ya de entrada me sorprende la torre oscura que contrasta vivamente con los muros encalados del resto del edificio. Se trata de la Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria y fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1993.

Las obras de la Iglesia de La Oliva comenzaron a finales del s. XVI aunque el campanario es del siglo XVIII. Y como todo en esta villa, tuvo una relación directa con la familia Cabrera, el linaje de los Coroneles de la isla.
Primero entro en el interior de la iglesia, ya que está abierta y la entrada es libre. Consta de una nave amplia y diáfana con columnas de piedra y un altar barroco de no sé qué artista reconocido. No me emociona demasiado, o no tanto como el exterior. Así pues, doy una vuelta por la amplia y vacía plaza que la rodea, observando el cuidado jardín, muy de isla volcánica con sus cactus y palmeras.

Me detengo también en las evoluciones del edificio. Un arco y una escalera por aquí, las esquinas marcadas con rocas volcánicas por allí…


La Casa de los Coroneles o Casa de la Marquesa
Una calle amplia de dos carriles y generosas aceras se dirige hacia el exterior del pueblo. Camino gracias al navegador del móvil que señala esta casa-museo unas centenas de metros más adelante. El lugar está desierto. Si por mí fuera, pensaría que este no es el camino porque el pueblo se está acabando y no diviso nada. Vuelvo a comprobar mi posición y la de la Casa. El navegador insiste, así que continúo andando. La verdad es que algún cartel de indicación estaría bien. Si los hay, no los vi.
Enseguida llego a la altura del Centro de Arte Canario, pero veo que está “cerrado temporalmente”. Maldita pandemia.

En dos minutos empiezo a ver la Casa de los Coroneles. Está al final de esta calle moderna cuyo único objetivo parece ser llegar a “ése lugar”.
La Montaña del Frontón ya se perfila en el horizonte. Es un cono perfecto, más puntiagudo que otros, y sólo siento que el cielo nublado no le permita lucirse como me gustaría. Me encanta cuando veo que queda perfectamente enmarcado entre los edificios en ruinas que rodean a la Casa de los Coroneles.

Presupongo que estos edificios eran las casas de las familias que sirvieron a los poderosos de la isla. Vidas humildes junto a la insultante riqueza ganada con el acaparamiento de tierras y todo lo que contenían. Creo que hay intención de repararlos, pero por el momento se siguen desintegrando bajo el sol y el viento.

La Casa de los Coroneles podría ser el escenario de una novela de nuestros clásicos, o por qué no, de Saramago.
Seguro que allí acontecieron historias de esa vida de amos y sirvientes, pugnas con otras grandes familias de la isla, enamoramientos, infidelidades, avaricias, politiqueos, el honor, el qué dirán y las injusticias, muchas injusticias.
No encuentro demasiada información sobre estos entresijos, pero sí algo sobre los personajes más prominentes, así que vamos a ello 🧐
La historia de Fuerteventura a través de la Casa de los Coroneles
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si esta casa se construyó en el siglo XVII o en la segunda mitad del siglo XVIII. Todo un siglo de diferencia, qué curioso.

Se manejan dos posibilidades: que su construcción fuera ordenada por Ginés Cabrera Bethencourt, que llegó a ser comisario del Santo Oficio de la Inquisición de Fuerteventura (¿entiendes ahora por qué la iglesia está directamente vinculada con la familia Cabrera?), o por su descendiente Melchor Cabrera Bethencourt, que ejerció el coronelato de la isla en el siguiente siglo.
La historia de Ginés Cabrera Bethencourt arranca en Betancuria, otro lugar que hay que visitar en Fuerteventura sí o sí 😉. El obispo Suárez de Figueroa dijo de él “es cristiano viejo… es de conquistadores hidalgos, primeros que vinieron a esta isla”. En otras palabras, un individuo de “pura sangre” descendiente de los conquistadores que llegaron en 1402 a Fuerteventura.
A destacar también que Ginés detentaba un título de bachillerato, algo que le convertía en una figura letrada, y por tanto lo situaba automáticamente muy por encima de la gran mayoría de habitantes de la isla, incluida la mayor parte del clero. Dicho de otra forma, el analfabetismo era la moneda corriente en aquéllos tiempos y hasta los curas no sabían leer ni escribir.
Los Cabrera se hicieron con tierras en toda la isla de Fuerteventura y parte de Lanzarote. Se aprovecharon de los tiempos de sequías y hambrunas, ocasiones más que propicias para comprar a los que se tenían que endeudar para afrontar esos momentos difíciles. La miseria y la emigración fueron sus aliados, pero por si acaso se casaban entre primos. Así no perdían ni un ápice de lo conseguido. Prácticamente monopolizaron el comercio de cebada y trigo a exportar al resto de islas.
No eran miembros de la nobleza, sino “nuevos ricos”, pero por supuesto persiguieron los títulos nobiliarios a los que creían tener derecho, ya que eran los verdaderos señores de la isla.
En todo caso, la que empezó siendo una casa de campo más o menos amplia fue creciendo y transformándose con el correr de los años y la riqueza acumulada. Se cree que fue durante el coronelato de Agustín Cabrera, ya en el siglo XIX, cuando alcanzó su mayor ampliación, coincidiendo con el encumbramiento de la fortuna familiar.

Ya entrado el siglo XIX y hasta los años 20 del siglo XX, antes de ayer en la Historia, aún sufrió algunas reformas. Fue entonces cuando vivió allí la Marquesa de la Quinta Roja, doña María de las Nieves, la última habitante. Alcanzó el título por su matrimonio con un señor de Tenerife (marqués), pero enviudó siendo muy joven y se retiró a esta casona hasta el fin de sus días.
El apodo «Casa de la Marquesa» con el que se conoce en el pueblo a la Casa de los Coroneles viene de ella.

La Casa de los Coroneles llegó a tener unas 100 personas a su servicio. Había criados, mozos de cuadras, cocineros, sirvientas… Su declive fue llegando poco a poco, cuando no pudieron hacer frente a los gastos e impuestos. Tanto fue la «necesidad» que tuvieron que vender los muebles y obras de arte que habían acumulado las sucesivas generaciones de Coroneles.

¿Por qué se les llama “los Coroneles”?
En 1708 se creó el Regimiento Provincial de Milicias de Fuerteventura llamado después Batallón, que fue suprimido finalmente en el año 1856.
Durante esos 148 años se sucedieron 7 coroneles al mando. Excepto los dos primeros, todos los demás residieron en la Casa de los Coroneles.
Ellos eran los responsables de la seguridad de la isla, algo muy importante por los ataques constantes de piratas. Tanto, que éste era un cargo de nombramiento directo del Rey.
El tema es que los Coroneles no se detuvieron en su función militar, sino que ocupaban y se ocupaban de todos esos «otros asuntos» que claramente excedían sus competencias. Cuentan que hubo motines y muchas protestas de otros señores de la isla, nobles y terratenientes venidos a menos, y llegó un momento en que el Gobierno central decidió poner fin al mando militar. No así a la gran fortuna amasada, aunque ésta cayó por su propia deriva.
La visita a la Casa de los Coroneles
Me acerco a su fachada con curiosidad. Llama la atención lo pulcra que se ve de lejos (no tanto de cerca), con sus balcones y ventanas de madera oscura, noble y labrada, en los muros de color amarillo. A ambos lados hay sendas torres terminadas en almenas que le dan un aire de castillo o fortaleza y que recuerdan el carácter militar del gobierno que se instaló con los Cabrera.


Tras pagar los 3 € del ticket de entrada (precio de agosto 2020), cruzo el umbral que me lleva al patio interior. Es cuadrado y unas hermosas palmeras aportan algo de vida y sombra según la hora. Todas las habitaciones se abren a dicho patio, tanto en la planta baja como en el segundo piso.

Hago el recorrido un poco como me apetece porque hay muy pocos visitantes, y me dejo llevar entre las salas y los detalles disfrutando en soledad.
La atmósfera es señorial pero también campestre, rural. Admiro las columnas de madera del patio y las habitaciones enormes de la planta baja, que fueron cuadras y almacenes para el grano. La arquitectura recuerda a algunos edificios coloniales de Sudamérica, como los de la Plaza de Armas de Lima, en Perú.


Tanto en la planta baja como en la superior hay exposiciones de arte, fotografía, y señales de la vida cotidiana de antes.
Llego a la antigua cocina. Está en una esquina del segundo piso, impoluta, ya sin alma. En la sala contigua hay una bañera y en la siguiente una habitación llena de postes de madera que son los soportes de los estantes de la despensa. ¡Qué extraño que la bañera esté en una sala de paso entre la cocina y la despensa!
Más allá están las habitaciones nobles en las que destaca el antiguo comedor. Tan señorial. Allí es donde cuelgan de sus paredes los retratos de la familia Cabrera, entre paneles explicativos de la historia de cada personaje y de la vida en el campo de Fuerteventura hace un siglo, dos, y tres.



Me llaman la atención las fotografías antiguas, y en particular la de este campesino que posa con su arado tirado por varios asnos, una vaca y un camello ¿no es fascinante? 👇

Pero si algo me encanta es salir a la terraza de la parte trasera de la casa. Desde allí disfruto de unas magníficas vistas del campo y los volcanes de alrededor. Se divisan también las ruinas de antiguas dependencias de la casa con ése aire tan decrépito como poético. Un paisaje que extrañamente no se adivina desde la fachada principal.
No se puede subir a las torres, como me hubiera gustado, pero la vista alzada desde la terraza es mucho más “aérea” que la que puedes tener a pie de calle, así que ni tan mal.
Justo por ahí se llega a una pequeña capilla con baldosas de cerámica pintada. Otro signo de distinción eso de tener tu propia capilla. Allí buscarían expiar sus pecados los coroneles.






Advertencia: estas fotos no hacen justicia al lugar, sobre todo al interior de la casa. Me da rabia encontrarme con fotos malas cuando busco información de los sitios para decidir si merece la pena ir o no, y por eso me gusta cuidar cuáles selecciono para el blog, pero en este caso no puedo ofrecer nada mejor. Insisto en que es un lugar mucho más impresionante que lo que te muestro aquí, además de interesante.
Cuando salgo y me voy alejando de la Casa de los Coroneles me llama la atención un viejo edificio con forma circular. La puerta de hierro está cerrada con candado y no tiene tejado. Me asomo y veo que es un aljibe donde aún se queda atrapada el agua de lluvia. El agua es de color verdoso porque no se usa y está semioculta por las salvajes aulagas que ya nadie limpia.

Me despido con una última mirada a una casa que me ha encantado de principio a fin, y de la que sigo pensando que sería un excelente escenario para una novela o una película.
Para terminar, como es martes, decido acercarme al Mercado de las Tradiciones. Resulta que es un lugar llamado “La Casa del Coronel”… otra vivienda de la omnipresente dinastía, aunque mucho más humilde que la anterior.
Son unas cuantas habitaciones en torno a un patio pequeño, encalado, y en cada una hay uno o dos puestos donde se venden frutas y verduras de las huertas cercanas y algunos otros productos artesanos de la isla, incluyendo los famosos quesos majoreros. Me hubiera gustado comprar un queso, pero me encuentro con que hay demasiada gente y mucha cola que esperar, así que decidí no arriesgar a perder la guagua para El Cotillo.

P.D. En un verano normal habría podido adquirir el bono “Ruta de los Coroneles” que por 6€ te permite visitar la Casa de los Coroneles, el Museo de Arte Canario (la entrada son 4€ sin el bono), la iglesia (la vi gratis, no entiendo por qué la incluyen en el bono), y otra galería de arte que también estaba cerrada.
Te dejo aquí el link a la web oficial de La Casa de los Coroneles para que puedas consultar las exposiciones y eventos que realizan.
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