Betancuria es un pueblo de cuento que no sospechas hasta que llegas. Un conjunto de casas encaladas, muros construidos con la técnica de la piedra seca, una iglesia preciosa, palmeras y cactus. Por el camino el paisaje es muy africano, con un horizonte de volcanes que te hipnotiza y campos de tierras aparentemente baldías, de colores ocres que contrastan con el cielo azul. Con cuatro horas por delante para estar allí, por eso de los horarios de las guaguas (un servicio para ir por la mañana y uno para volver por la tarde en agosto), confiaba en que me daría tiempo a verlo 😉
Betancuria fue una de las primeras ciudades fundadas por los europeos en Canarias
Los conquistadores normandos llegaron a Fuerteventura a principios del siglo XV y allí fundaron esta plaza. Era el año 1404. Su entorno protegido por las montañas de alrededor, y la presencia de agua dulce, serían los aspectos que les llevó a ello. En tiempos de piratas había que ser precavido, aunque más adelante las huestes berberiscas llegaron hasta aquí y arrasaron con fuego y hierro todo lo que pillaron.
Volviendo al principio, a la cabeza de dichos normandos estaba Jean de Bethencourt, quien ni corto ni perezoso decidió que la villa se llamaría como él. Del nombre Bethencourt al actual de Betancuria hay un paso.
Para empezar, construyeron una torre defensiva y una ermita donde pusieron una imagen de la virgen que habían traído de Francia. Lo primero era lo primero en aquéllos tiempos: guerra y fe. tanto monta, monta tanto.
Hoy no queda rastro de estas construcciones, y fue después, cuando terminaron de conquistar la isla, cuando se levantó el asentamiento que poco a poco fue cobrando el aspecto de hoy.
En Betancuria se asentaron los nuevos terratenientes, señores de Fuerteventura, y con ellos las principales autoridades religiosas, civiles y militares. La isla ya tenía capital.
Paseando por Betancuria, tan pequeña como bonita
Mientras sopla el viento a rachas que levantan dolor de cabeza, me apeo de la guagua en el cruce que se sitúa al pie de la iglesia de Santa María, en su parte posterior. Una escalinata de roca volcánica se aprieta junto a los muros grandes y blancos de la misma. Blanco, negro y azul con los penachos verdes de las palmeras. Es como una isla en el paisaje desierto, como un oasis, y en realidad lo es ¿no?
El centro histórico está impoluto. No sólo porque los muros encalados transmitan esa sensación de limpieza, sino porque todo está barrido y bien barrido.
La iglesia de Santa María se construyó en el año 1410 y fue la única parroquia de la isla hasta el siglo XVIII. Unos seis años después llegó un grupo de monjes franciscanos procedentes de Castilla y edificaron el convento de San Buenaventura un poco más allá, con una iglesia que hoy en día se mantiene en pie, sin techo, pero preciosa. Luego te hablo de ella.
En vez de ir directa al frente de la iglesia, por la calle que sale a mi izquierda en rampa ascendente, decido ir por la trasera. Por esas escaleras que invitan a subir. Un muro de piedra y unas casas blancas como la nieve parecen mirar hacia arriba.
Una vez en el nivel superior, giro a la izquierda y empiezo a aproximarme a la torre de la iglesia. La calle en la que me encuentro, de piso empedrado, empieza a descender ligeramente. Al fondo hay unas casas con balcones de madera oscura o pintada de negro, y grandes ventanas de la misma madera. Todo muy colonial. Después descubro que una de ellas es el ayuntamiento. Pero antes… antes me asomo a la izquierda y veo el patio de la iglesia desde arriba. El conjunto es muy hermoso, no cabe duda.
Rodeando la iglesia curioseo en la plazuela que hay justo enfrente, el palacete que ahora alberga un restaurante y las tiendas de recuerdos que están situadas en el interior de las antiguas casas. Sólo por eso merece la pena entrar en ellas, para verlas por dentro. Después sigo bajando y tras cruzar la carretera llego hasta el museo arqueológico.
No es un recorrido que hiciera en unos minutos, pero poder, se puede. La verdad es que Betancuria es pequeña, muy pequeña. Ideal para aquéllos que van con prisa 🤨. Pero si quieres y tienes curiosidad, se te puede ir un buen ratazo. También si te gusta la fotografía. Además es muy muy tranquila a pesar de ser uno de los puntos más turísticos de Fuerteventura.
Decido comer en la terraza del bar de tapas que está en pleno centro histórico. Más asequible que el restaurante que hay justo enfrente de la iglesia, me siento rodeada de palmeras y me como un plato de tomate de huerta muy bien aliñado y unas croquetas de atún, que junto con la bebida (agua con gas) y el café, asciende a 15 €. No es barato, pero tampoco una millonada y ¡estoy donde estoy!
La iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María que hoy podemos ver no es, en realidad, la iglesia original, la que ordenó levantar Jean de Benthencourt. Los piratas berberiscos la quemaron en 1596, así que cuando éstos se fueron hubo que volver a empezar.
Las obras empezaron muy poco después del incendio pero no terminaron hasta finales del siglo XVII, es decir, que tardaron casi 100 años en levantarla. Como resultado del paso del tiempo, y supongo que de diversos arquitectos y maestros de obra, en su interior se aprecian estilos góticos, mudéjares, renacentistas y barrocos.
Tras una pausa de cierre a media mañana aproximadamente, vuelven a abrir y entro. El altar mayor es muy lucido, con un retablo barroco y dorado presidiéndolo todo, pero a mí me sorprenden más sus altares pintados de colorines.
Y al fondo, entrando por una puerta lateral, llego a la sacristía. El techo está cubierto de un artesonado mudéjar que le da un aire más que señorial, y las paredes están cubiertas con cuadros de gran formato. La verdad es que sorprende y te obliga a quedarte un buen rato observando sus detalles.
La iglesia conventual de San Buenaventura
Después de la visita al interior de la iglesia, a pesar de que es el centro del día y hace calor, decido acercarme a ver las ruinas de la iglesia del antiguo convento. Digo de la iglesia porque del convento apenas quedan los cimientos.
La iglesia conventural de San Buenaventura se divisa desde el cruce que hay al pie de la iglesia, pero me resulta difícil calcular la distancia. Luego compruebo que son cinco minutos andando o poco más.
No veo que vaya nadie, ningún visitante.
¿Por qué tanta prisa? La gente llega aquí con sus coches, paran, algunos entran a la iglesia y dan una vuelta rápida por las cuatro calles y tiendas que la rodean. Se hacen sus fotos y selfies, y salen pitando a otro lado. No creo que les dé tiempo ni a respirar el aire de Betancuria. A lo mejor yo soy la que está equivocada, no sé.
A pesar de las dudas sobre la distancia, me pongo en marcha tomando el camino que está señalizado. Se ve cuidado, y admiro las altísimas palmeras y me cruzo con una ardilla que se sumerge en el interior del uno de los muros de piedra seca.
No obstante, a los pocos metros veo que he de desviarme por un sendero. Es agreste y sube y baja entre plantas polvorientas. Cactus, aloe vera, chumberas, aulagas y plantas espinosas.
Un poco más adelante me doy cuenta de que estoy bajando al cauce del río. En esta época del año está completamente seco y lo atravieso sin ningún problema, pero me pregunto por dónde se irá cuando lleve agua. Puede que me haya salido del camino oficial, aunque yo seguía los carteles…
Después de ascender un poquito contemplo los muros de la iglesia abandonada por primera vez. Está al otro lado del pequeño cañón excavado por el agua. En un momento dado dudo de si voy a poder cruzar, pero enseguida veo que hay un puente un poco más adelante.
Justo antes de dicho puente veo que a mi izquierda hay una pequeña iglesia. Es la ermita de San Diego. Está cerrada pero me acerco a mirar su bonita puerta y a saborear la paz absoluta que reina en el lugar. No hay ruidos, ni coches, ni voces.
Por fin cruzo la pasarela y entro en las ruinas. La construcción es sencilla, a base de mampostería y piedras volcánicas en las esquinas, pero es uno de esos lugares con energía especial. O a lo mejor es porque estoy sola.
Los grandes arcos terminados en medias columnas te llevan a mirar hacia arriba y encontrarte con el cielo, ya que los techos se cayeron hace ya mucho tiempo. Hay un par de altares vacíos, empotrados en los muros, de piedra labrada. También pequeñas ventanas de piedra. El paisaje asoma por el otro lado de las puertas ya sin goznes ni tablas ni nadie que las abra y cierre.
Me gustaría tanto, pero tanto, ir allí por la noche y hacer fotos de estrellas contrastando con los muros y arcos de este lugar… Quién sabe, algún día.
Al cabo de un buen rato volví. No quería arriesgarme a perder la última guagua que me devolvería a Puerto del Rosario. Puede que no hubiese pasado tanto tiempo si hubiera ido en mi propio coche, pero es cierto que por culpa de ello no pude visitar otros lugares cercanos que comento alrededor, o haberme acercado otro día para visitar el museo arqueológico.
Lo que no pude ver de Betancuria
Betancuria puede presumir de tener un Museo Arqueológico, pero no pude verlo porque era lunes y ya sabemos que éste es el día de descanso y cierre de muchos museos. Está ubicado en una casa tradicional y dispone de dos salas con una colección de arte aborígen. Otra razón para volver a Betancuria.
A unos 3 kilómetros de Betancuria, carretera arriba (ojo que es empinada y no tiene arcén para peatones), está el Mirador de Guise y Ayose. Se distingue fácilmente por las enormes estatuas que representan a dos hombres semidesnudos, con pelo largo y una lanza en la mano. Lo vi a través de la ventanilla del autobús, pero aunque me planteé subir andando, no encontré ningún sendero y tampoco tenía claro que me fuera a dar tiempo.
Guise y Ayose fueron los reyes de Fuerteventura. Cada uno gobernaba su mitad, pues la isla estaba dividida en los reinos Jandía y Maxorata. Dicen que había un muro dividiendo sus territorios que pasaba justo por el mirador.
Otro lugar a visitar es el Mirador del Morro Velosa. Está en la cumbre de la montaña del mismo nombre, a nueve kilómetros de Betancuria. El lugar es, además, obra de César Manrique que aunque era lanzaroteño y fue en la isla vecina donde dejó más huella, también pasó por Fuerteventura.
Para más información sobre Betancuria, consulta su página web oficial aquí. Y para reservar visitas guiadas, no te pierdas estas propuestas:
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