Comenzamos la ascensión a las alturas del Norte de India. Ya entramos en el estado de Himachal Pradesh. Y yo me pregunto qué ver en Manali, otro de esos sitios de los que no tengo referencias. Uno de esos lugares que te suenan a remoto.
Su nombre suena a algo inspirador: Manali. Tiene su propio sonido, podría ser el nombre de una persona.
De Rishikesh a Manali
Llegar a Manali desde la sagrada Rishikesh nos llevó un par de días, empezando por volver a Haridwar a coger un tren.

Contemplé desde la ventanilla el río Ganges por última vez. Los ghats que me habían fascinado. La gran estatua de Shiva.
Después, 4 horas o algo más de tren hasta Chandigarh, cruzando miradas en cada estación. Chandigarh es una ciudad de mayoría sij y con un diseño Le Corbusier que se te hace muy muy extraño en un país como India. También tiene un lago con barcas en forma de pato. Y tipos con pinta de negociantes que se hacen selfies junto a dicho lago. Está prohibido fumar en toda la ciudad.


Viajamos en 2ª clase sleeper, muy cómodos porque iba casi vacío. Allí volvemos a coger vehículos, 4×4.

Continuamos hasta Nalagarh.
Dormimos como príncipes y princesas en el antiguo fuerte, en lo alto de la colina más alta. Con la ciudad a nuestros pies, llegamos tarde y casi nos perdemos una de esas puestas de sol inolvidables por sus nubes y colores. Desde el coche veía cómo esas nubes deshilachadas se teñían de rosa y yo de impotencia. Llegamos al final del espectáculo. Algo es algo.

Los cánticos de los templos llegaban hasta mi, mientras hacía unas fotos desde las terrazas y atalayas del antiguo palacio-fortaleza. Un auténtico laberinto con capillas, pasillos y escalones, y fotografías de sus antiguos habitantes. También llegaban los ruidos de la ciudad, y es de esas veces en que parece que estás en una dimensión distinta de la realidad. Allí abajo discurre la vida cotidiana. Donde tú estás, nada, sólo tus pensamientos.


El día siguiente consistió en ir subiendo poco a poco, entre montañas muy verdes. Nos intercambiamos fotos con unos sijs impresionantes, observamos la vida en la carretera… lo normal en estos lares ;)

Sería fácil contaros qué ver en Manali, así que vamos a explorar sus alrededores (Valle de Kullu)
Bueno, vale, primero un poco de Manali
Llegamos de noche. Cayó una tromba monzónica y la luz se fue. Avanzamos entre cortinas de agua con la luz de algunos coches, nos reímos y asustamos a partes iguales.
Nos alojamos en la zona de Old Manali, un poco apartada del centro moderno, que está lleno de tiendas. Aquí se puede esquiar, hacer escalada y todo tipo de deportes, con más y menos adrenalina de por medio. La ciudad es la base de operaciones y posibilidad para comprar o alquilar el material necesario.


Además, este es el destino predilecto para la Luna de Miel de muchas parejas de India, las que lo pueden pagar, y de las vacaciones del famoseo de allí. Y me doy cuenta de que también son los escenarios en los que se graban muchas pelis de Bollywood que parecen ubicarse en los Alpes suizos.
En todos los alrededores de Manali las casas tienen tejados a dos aguas muy inclinados. Se nota que nieva, y mucho. Y a veces parece que te has transportado a una Europa un poco apocalíptica.
Los hombres llevan el sombrero típico, una especie de casquete de lana con bordados, además de un chaleco y pantalones de tipo bombacho. Está claro ¡Hemos cambiado de India!

Se agradece todo este verdor, y los árboles enormes que te hacen abrir la boca en forma de O. Valles encajonados, laderas que rebosan agua, ríos de aguas revueltas y su sistema de transporte de personas y bienes para cruzarlo, a falta de puentes.


Old Manali
Una calle en cuesta, llena de tiendas de «artesanía». Las mismas mercancías que se venden en El Rastro de Madrid. Tipos con rastas, gente vestida con ese uniforme pseudo-hippie, tan global ya.
Restaurantes y bares que anuncian cocina italiana, pizzas. Ambiente mochilero y «de low cost». Es cierto que me recuerda un poco a Thamel, el barrio de hostels y guesthouses de Katmandú, pero no me hace especial ilusión. Se parece a tantos sitios…

Las tiendas, por cierto, se nutren del trabajo de un buen puñado de hombres trabajando en verdaderos cuchitriles. Hacinados entre las máquinas de coser y las piezas de tela, hacen la ropa a medida que puedes encargar por unas pocas rupias.
Sí, todo muy hippie.

De todas formas, he de reconocer que a esas alturas una pizza sí me hacía ilusión, después de tanto paneer. Silvia y yo acabamos en un restaurante en el que la gente fumaba marihuana tranquilamente, un músico tocaba y cantaba muy bien, y unos chicos de Chandigarh nos invitaron a una shisha. Nos intercambiamos nuestras cuentas de Facebook. Esto es así, ya no tiene sentido pedirse el email. La cosa va de FB o de Instagram (y de Whatsapp si hay más intención).

Explorando los alrededores de Manali: Naggar
Salimos de nuevo a la carretera al encuentro de un pueblo que suena a Nepal, y un poco a Tibet: Naggar. Allí hay un lugar muy especial.
Casa-museo de Nicholas Roerich
Vamos a la antigua casa, hoy museo y también tumba de Nicholas Roerich.
Roerich es uno de esos personajes extraños para la historia de un sitio como este. Un ruso orientalista, filósofo, escritor, arquéologo, pintor, etnógrafo y viajero.
Vivió aquí 20 años con su mujer e hijo. Se estableció en Naggar porque encontró un lugar casi idílico donde pintar algunos de sus más de 7.000 preciosos cuadros del Himalaya, que hoy se exhiben en lo que fue su casa. No permiten fotografiarlos así que sólo puedo dejaros el link al Museo de Nicholas Roerich de Nueva York (sí, hay un museo sólo para su obra). Y os diré que transmiten mucha fuerza y calma a la vez, y que me encantaron. También escribió más de 30 libros.

Ay, qué casa. Me imaginé perfectamente viviendo allí. Sentándome al atardecer en la galería o terraza del piso superior, contemplando las montañas y el valle con el río Beas discurriendo en su seno.

Algunos de sus antiguos sirvientes siguen allí, atendiendo el altar de dioses que se halla junto a la casa museo y manteniendo todo limpio.


Después de visitar la tumba de Nicholas, bajamos por la calle hasta llegar a una preciosa pagoda, Tripura Sundari Temple.
Dedicada a la diosa Madre Tierra local, es un templo construido en madera y lleno de tallas con mandalas, escenas de dioses y tejados muy verticales. Una arquitectura que también me recuerda a los templos de algunas zonas de Birmania.


Continuamos por las callejuelas de vida lenta y tranquila. Otros templos aparecen, encajonados entre las viviendas montañesas que en muchos casos ya no siguen la arquitectura tradicional. Los templos son muy antiguos, del siglo XI.
Me llama mucho la atención uno de piedra, creo que dedicado a Shiva.

Junto con la casa museo de Nicholas Roerich, el Castillo de Naggar es la principal atracción de este pueblo
Un castillo que no lo parece. Conceptos de arquitecturas que son muy distintos a nuestros parámetros.
La entrada cuesta 30 Rps para los extranjeros. Dentro hay un hotel y un restaurante (se come bien, por cierto).
Naggar fue la sede del reino de Kullu durante varios siglos
Construido en piedra y madera en el siglo XVI, se trata de una técnica himalachí anti-terremotos con nombre propio: Kathkooni. Consiste en alternar enormes vigas hechas con troncos de una pieza, con hileras de piedra. Sin argamasa de ningún tipo.
Dicen que una cadena humana de hombres y mujeres posibilitó traer la piedra de la antigua fortaleza situada en otro pueblo.

Dentro nos espera un pequeño templo, el Jagti Patt, de delicada factura, lleno de filigranas de madera.

Y de repente les veo. Monjes tibetanos armados con una tablet haciéndose fotos aquí y allá. Imagen chocante, que se repetiría ya a lo largo de todo el viaje (no siempre con tablets, pero sí con smartphones). Su actitud es la misma que la de cualquier turista.
De hecho otro monje viene después y te hace una foto a ti, todo sonriente. Pues nada, oye, ahí intercambiando experiencia turística con auténticos monjes tibetanos. Ver para creer, je, je.

Y para terminar, un rincón secreto del valle de Beas cuyo nombre no voy a revelar
Pusimos rumbo a un pueblo escondido en la montaña. Allí no va nadie, no está en las rutas turísticas.

La intención era simplemente dar una vuelta por sus calles, ver cómo es un pueblo tradicional, interactuar con sus gentes y poco más. Pactamos no sacar las cámaras, y sólo si nos daban permiso, después de una o dos horas, hacer alguna.


Al llegar, pasando por un campo de marihuana y una fuente donde las mujeres lavan la ropa, nos encontramos con una explanada que sirve de campo de juegos a los niños de la aldea.

El pueblo se despliega en la ladera empinada de la montaña. Las calles son pasos estrechos, apenas para una persona, pavimentados con rocas, como los tejados.
En los patios de las casas el telar está dispuesto para ser utilizado, las ropas se secan y el forraje para los animales descansa junto con frutos que se guardarán para el invierno. También hay antenas parabólicas.


Nos encontramos con un edificio que parece un palacio. Es realmente magnífico, y un chico joven que pasa por allí nos dice que es la casa del alcalde o algo así.

Prácticamente nadie habla inglés. Andando vemos que hay mucha gente reunida en el patio de una casa, un nivel por encima de nosotros. Una mujer nos dice por señas lo que entendemos como que no podemos pasar, después de preguntarle. No hay problema, faltaría más.

Unas niñas empiezan a seguirnos a Silvia y a mi. Entusiasmadas nos guían por varias calles. Nos hemos perdido y no encontramos a los demás. Ellas, sonriendo todo el rato, nos dicen que las sigamos… y claro, nos llevan a su casa. La que parece su madre, con otro bebé, se queda sorprendida, se ríe un poco y después nos dice que nos vayamos.
Me siento una intrusa en un cuento.

Observamos los antiguos graneros, otro ejemplo que parece llevarnos al tiempo de los Mogoles. Sólo hay un par de lugareños que nos miran silenciosos. O nos vigilan. Será que aquí no son de andar mucho por la calle, o que están todos reunidos en esa celebración que no sé por qué pensé que era un funeral.
Allí quedó ese pueblo, que espero siga como siempre, tranquilo y a su ritmo. Por eso no comparto su nombre.
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Precioso relato como siempre, y anda que no nos has puesto los dientes largos con ese pueblo sin nombre…
Gracias Sara!! ja, ja, pues lo siento, pero el secreto me lo llevo a la tumba ;)
Genial vuestro articulo . Me he topado con el en el bus camino de Manali, my poetico el relato 🙂 vamos con la mochila para unos 4 o 5 dias, vamos a old Manali la primera noche, espero haber Hacertado con la zona. Un saludoo!!!
Gracias Alejandro!! Espero que disfrutes mucho de la ruta! 🙂
Me ha encantado el artículo y las fotos, gran trabajo! Pues en Manali me hallo, perdiéndome entre sus calles, montañas y gentes. Después de meses viajando por India esto es un regalo 🙂 Gracias por comapartir y veremos si en mis comunes despistes y afán por perderme me encuentro sientiendo ser la intrusa en el cuento!
Oh!! Qué afortunada! Espero que tengas la suerte de adentrarte en el cuento. Mil gracias por leer y comentar desde allí! ❤
Excelente Alicia!! Justo estamos en Manali con mi marido y buscando en google me apareció tu blog.
No haces mención a ningún templo en Manali y hay dos muy bonitos! Vamos a seguir leyéndote!
Qué bien Teresa!! Gracias por el apunte! La verdad es que dedicamos poco tiempo a Manali, nos centramos en ver los lugares de los alrededores antes de seguir camino a Ladakh ☺️
Un abrazo y que disfrutéis mucho por allí!!
Ali
Hola!!!
Que viaje más bonito, estamos pensado en hacer algo así en verano. Pero una duda, vas de Manali en coche a Leh y luego de Srinagar avión para ver templo dorado???
Muchas gracias!!!!!
Hola Fernando! sí, es un viaje precioso. Efectivamente, fuimos de Manali a Leh en coche, y seguimos en coche hasta Srinagar. Allí se quedaron los coches (y conductores) y cogimos vuelo a Amritsar (templo dorado). Desde Amritsar volvimos en tren a Delhi.
Saludos