Salimos de Delhi en un tren hacia Haridwar, nombre que no había oído en mi vida. Comenzaban nuestros encuentros con el hinduismo, una de las pocas religiones politeístas que quedan en pie, y lo hacíamos por la puerta grande.
Viajamos en Primera Clase por ser el primer tren que cogíamos, je, je, en la Estación Central de Delhi. Butacas, aire acondicionado y servicio de desayuno incluido. Casi me impresionan.
El viaje fue plácido, sin demasiado retraso, siendo sólo 200 km. Íbamos a lo nuestro, charlando, durmiendo o leyendo. También viendo la vida pasar en las numerosas estaciones.
Haridwar, una de las siete ciudades santas del hinduismo
Al llegar a Haridwar y bajarnos del tren, nos encontramos con peregrinos vestidos de naranja. Llevan unos unos artilugios hechos de bambú y tiras de colorines. Por supuesto también hay mendigos. Gente que vive en los andenes (o eso parece). Puestos de chucherías para los pasajeros. Una señora que se le cae no sé qué y baja para deslizarse entre el tren y la vía, como si nada.
El río Ganges pasa por Haridwar, y como aquí comienza su periplo por la llanura indogangénica, este es su nombre: Puerta de Dios.
Haridwar es famosa por la fiesta del Khumba mela, que se celebra cada 3 años. Los años se suman hasta un ciclo de 12 años y en 2016, cuando yo la visité, se había llegado a uno de esos ciclos. La fiesta fue en los meses de febrero y/o marzo, y congregó a varios millones de personas. Pero no, no es la fiesta que nos encontramos, y casi te diría que menos mal.
Lo que había en esos primeros días de agosto era un festival en honor a Shiva
Lo que nos encontramos en Haridwar, en el mes de agosto, fue el festival en honor a Shiva. Y es que claro, en una de las siete ciudades sagradas para el hinduismo, es bastante fácil coincidir con algún evento de este tipo.
El festival de Shiva dura tres días, y nosotros llegamos en el tercero. Como no podía ser menos, cambiamos un poco el plan. Lo que iba a ser una visita más bien rápida antes de continuar a Rishikesh por carretera, se convirtió en todo un día hasta el atardecer para ver la ceremonia del fuego en el Ganga (río Ganges).
En realidad, haya o no festival, todas las noches se celebra una ofrenda de fuego en los ghats de Haridwar -los ghats son las escaleras de acceso al río, de hecho la palabra significa «peldaño»-, pero esta era más especial por la gran cantidad de peregrinos que habían llegado de muchos rincones de India dispuestos a llevarse un poco de agua de su río sagrado.
Increíble suerte, me digo. Sin saber qué me voy a encontrar, me siento expectante mientras avanzamos con el coche y rodeamos una gigantesca estatua de Shiva, pintada de colores, donde predomina el azul de la piel.
Reconocible por su tridente, tercer ojo y serpiente enroscada alrededor del cuello, Shiva es un dios temible.
Pero como todo en el hinduismo, no todo es lo que parece, las cosas son cambiantes. Real como la vida misma.
Quizá un día hable en profundidad del hinduismo, aunque me da mucho miedo meterme en ese jardín, la verdad sea dicha.
Al verla desde el otro lado, me fijo en que hay toda una familia de dioses hindues en el agua, cerca de la orilla. Familia con todas las letras, que recuerda a tantas otras presentes en otras religiones y mitologías. Dioses que son reflejo, modelo, o una manera de mirar a la vida humana.
Shiva y seguramente la diosa Shakti, la que contarresta la energía negativa de aquél con la suya positiva, se apoyan en un toro sagrado mientras contemplan a su hijo Ganesh (el de cabeza de elefante).
Ganesh es el dios de la Buena Suerte, el dios al que primero se reza en todos los templos, siempre situado en la puerta para tal fin. También parece, más cerca de ellos, que está Chandi apoyada en un tigre. Junto con Ganesha. Dicen que son los únicos dioses que responden inmediatamente a las oraciones de la gente.
Una ciudad de la que no has oído hablar nunca, no genera ninguna expectativa
Para mí Haridwar no existía en el mapa. Ni siquiera el Estado de Uttarakhand donde está ubicada. Me costó aprenderme su nombre mucho más tiempo del que duró mi estancia allí, y eso que no es complicado. Sencillamente, no tenía ninguna referencia anterior.
Será por eso que me encantó, sin fisuras. A pesar del calor con alto grado de humedad al que aún no me había acostumbrado. A pesar del bullicio, a veces loco, aunque no tanto como el de Old Delhi.
¿Qué hay que ver en Haridwar? Te preguntarás, si estás preparando un viaje a esta zona de la India. Pues yo te diría que no te pierdas al menos estos tres lugares, de los que te hablo a continuación:
El templo de Chandi devi
El templo de Chandi devi se encuentra en lo alto de una colina, desde donde se domina Haridwar y la gran llanura por donde discurre el río Ganges, y está dedicado a la diosa Chandi.
Empezamos subiendo en funicular. Sobrevolar en una cabina que huele a antiguo las lomas de rabioso verde pobladas por monos (las estribaciones del Himalaya, en realidad, por el lado sur), mientras el ancho río Ganges se va haciendo cada vez más pequeño, ya fue un puntazo.
Arriba, lo primero que te encuentras es una especie de callejón llena de puestos de venta de objetos religiosos y ofrendas, además de comida que expande el olor a fritanga.
Después del último puesto hay que descalzarse para empezar a pisar el mismo suelo que ellos, con el mismo barro y mierda. Esto ya es en sí toda una experiencia. Yo llevaba calcetines, pero ante el piso mojado era mejor rendirse y quitárselos, porque sería peor el remedio que la enfermedad.
No hay extranjeros a la vista, aparte de nosotros.
Yo esperaba gente en actitud muy devota y poco pendientes, o puede que incluso molestos por nuestra presencia, pero en su lugar me encontré con gente que quiere hacerse fotos contigo constantemente, que te saluda, que te acoge con sus sonrisas y miradas de diversión. Se ponen serios con lo suyo, pero también disfrutan de la fiesta y alegría de estar allí, contigo y entre ellos mismos.
Hacemos su mismo circuito, parando ante la diosa Chandi e inclinándonos. Más adelante hay una especie de minitemplos con sacerdotes que te bendicen a base de golpes en la espalda con una especie de churro de tela gigante. Y nos entretenemos después entre los puestos, para volver al funicular y bajar de nuevo a la ciudad, al encuentro del Ganga.
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El mercado de Haridwar
Después de comer en un restaurante local en pleno bazar, y terminar con un café y vistas desde una terraza, toca zambullirse en las calles del mercado.
Abarrotadas de tiendas que venden todo tipo de recuerdos para los peregrinos, comida fresca y cocinada, y rodeada de peregrinos vestidos de naranja, hago tiempo hasta la hora convenida para encontrarnos en el ghat y ver la ceremonia, cuando caiga el sol.
Me voy con una compañera de viaje y nuestras cámaras, y nos colamos por callejones semidesiertos que dan paso a urinarios públicos para hombres, abiertos al callejón, o plazas llenas de vacas sagradas.
Admiro las caras de la gente (no los urinarios, por los que pasamos lo más rápidamente posible), el ambiente, los colores.
Estoy en mi salsa, y hacer fotos casi libremente es maravilloso. A la gente, pidiendo permiso, que es la mejor forma. Creo, por cierto, que este fue el día en que hice más y mejores retratos, de todo el viaje.
No son muchas calles, discurren paralelas al río, y aunque a veces te da la sensación de que te estás perdiendo, enseguida te encuentras 😊
Pero lo que a mí de verdad me atraía poderosamente eran los ghats y lo que allí ocurre
Aún es pronto, pero el sol empieza a caer y quiero darme una vuelta por allí. La gente nos saluda constantemente, nos pregunta de dónde somos, nos piden que les hagamos una foto, o que posemos con ellos.
Familias enteras descansan, escurren sus ropas después de bañarse en el río según manda la tradición, custodian sus artilugios de cañas y colorines, los recipientes ornamentales con los que simbolizan la recogida del agua sagrada. Se echan una siesta, hablan…
De vez en cuando unos tipos con uniforme azul vienen a preguntarnos. Parecen policías, pero no lo son. Lo que quieren es que hagas un donativo y te dan un recibo en papel a cambio.
Observamos los montones de basura formados con los desperdicios de todo el mundo. Están en el centro de una especie de muelle que discurre paralelo a los ghats de la ciudad. Probablemente sean recogidos durante la noche (esperemos que no caigan al río!).
Descansamos en las escaleras de uno de los puentes y, cuando nos queremos dar cuenta, nos tiramos al menos 15 minutos posando para los móviles de ellos.
Lo diré más veces, en India esto es constante y para mí una sorpresa que no recordaba de mis anteriores viajes.
Todo el mundo te pide un selfie. Lo hacen de manera muy amable y es realmente difícil, o imposible, decirles que no. Además, tú lo que deseas es fotografiarles a ellos.
Quid pro quo, y me encanta que sea así. En pocos viajes sucede esto. A decir verdad, creo que es la primera vez (en este volumen). Unos años más tarde he vuelto a experimentarlo en Islamabad, la capital de Pakistán.
La ofrenda de fuego en el Ganga o Ganges
Llega la hora, y tomamos posiciones en las primeras líneas al borde del río. Frente a nosotros los ghats donde se preparan los fuegos sagrados, un templo, y gente bañándose como habíamos visto un rato antes.
Al poco de estar allí me doy cuenta de que no es una buena posición para hacer fotos. No podré levantarme ni moverme entre la gente, y yo quiero aprovechar la ocasión así que me voy hacia atrás.
Hay tipos de uniforme azul que se encargan de ordenar el espacio, y uno de ellos además ejerce de animador de la ceremonia. Lleva un bigote enorme, la frente teñida de naranja y un enorme bindi rojo en el centro de la misma. Collares, pendientes… no le falta de nada.
Por lo que sea le caigo en gracia, me indica dónde puedo sentarme o apoyarme en la retaguardia, me permite que le haga unas fotos, sonríe y luego se va a lo suyo. A ejercer de animador. Muy teatrero, pero tiene un punto adorable. Por lo visto cuando era más joven era aún más enérgico. Uno de esos personajes que aportan carácter al lugar.
El suelo se va alfombrando de saris y ropas de todos los colores. En la orilla de enfrente aparecen en la escena varios sacerdotes vestidos con lo que parecen togas blancas. No puedo evitar pensar en que se parecen a los ciudadanos de la Antigua Roma!
Cantan, rezan, levantan las manos
Y la multitud les sigue en todos estos movimientos. En ese momento no puedo evitar compararlo con los conciertos de música o las manifestaciones reivindicativas en las que he estado. Al fin y al cabo esto es una experiencia colectiva y hay sensaciones que sólo se viven así.
Llega la hora de hacer la ofrenda de fuego, lanzándolo al río.
Durante todo el tiempo hago fotos, grabo vídeo y paro cada tanto porque, como he dicho, a la vez estoy inmersa en esa experiencia colectiva. A veces sonrío, otras me siento relajada, o me sorprendo, me sobresalto. No entiendo nada. No sé qué va a pasar a continuación ni cuándo se ha llegado al clímax. Siento que estoy viviendo algo maravilloso.
Ya es de noche, todo acaba, y la gente se retira con tranquilidad.
Precioso, intenso, Haridwar queda así en mi memoria.
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Fantástico como siempre, una pasada. Yo si había oído hablar de Haridwar, y de hecho me llamaba más la atención Gangotri y Haridwar Uno de mis planes era ir a Haridwar, Gangotri y el llamado valle de las flores, prescindiendo por completo de Rishikesh que lo veía como tourist-trap a cuenta de que los Beatles anduvieron por allí hasta arriba de LSD. Finalmente mi ruta fue por otros lugares así que tengo que volver a la India para hacer esta ruta
saludos
Muchas gracias Salva!! Hay mucho que ver en esa zona, está claro ?
Que pasada! Nos encanta como nos relatas cada detalle de la ceremonia, por unos momentos hemos viajado contigo! :) gracias!
En breve iremos para allí, así que estaremos pendientes de tus entradas!
Un saludo!
Y magnificas fotos :)
Muchas gracias!! Qué bien que vayáis, mucha envidia sana!!! ?
Abrazo!