Actualizado el 13 mayo, 2019
Aquélla mañana del mes de Agosto pusimos rumbo a Saboo. La idea era hacer un trekking cerca de Leh, sencillo, hasta esta aldea que está tan cerca o lejos de la ciudad como tú quieras.
Saboo, que se pronuncia «sabú» es uno de esos nombres bonitos de los que no tienes ninguna referencia. Y es fácil no tenerla. En principio allí no hay «nada» especial para ver. No más que otros muchos rincones de Ladakh.
Un trekking cerca de Leh
Empezamos caminando con paso tranquilo rodeando el Palacio de Leh por detrás. Al poco tiempo, comenzamos a ascender la primera ladera, bastante empinada. Y así fueron las tres horas y media de caminata. Subiendo y bajando. Acusando la falta de oxígeno por la altura.
Primero un pie, luego el otro. Lo mejor es concentrarte en dónde pisas porque el terreno de piedras y tierra puede ser peligroso. Y torcerte un tobillo por ahí, aunque estés mucho más cerca de la civilización de lo que te piensas, puede dar para unas horas de espera con dolor. Y eso no mola nada.
El paisaje es muy seco, lunar, después de superar las últimas casas de Leh. También imponente. El sol cae a plomo, una vez se despejan las nubes, y yo me siento contenta de no haber olvidado la gorra.
Subir y bajar. Piensas que lo peor es lo primero. Subir por esas laderas tan empinadas que requieren tanto esfuerzo. Pero también tienes que andarte con mucho ojo en las bajadas, igual de empinadas.
Hacemos una aproximación en forma de media luna hacia Saboo, que cuando aparece se me antoja como un oasis en el desierto.
Momento escatológico: justo antes de entrar al pueblo… sencillamente no puedo más, así que me hago a un lado del camino mientras los demás siguen adelante. Hay una serie de montículos y allí que voy, desesperada. Cuando quiero darme cuenta, ya estoy agachada en medio del basurero del pueblo. Algunos cuervos revolotean a mi alrededor. Anda que…
Volvamos al pueblo, ja, ja, ja. En verdad está rodeado de árboles y huertos muy verdes, que contrastan fuertemente con esos colores terrosos y casi desérticos de las laderas que lo rodean. Seguro que hace muchos, muchos años, había prados y quizá bosquecillos. Seguro que la necesidad de leña y el Cambio Climático han hecho de las suyas en este entorno.
La aldea de Saboo, un oasis entre montañas peladas
Según la Wikipedia, en Saboo viven en torno a 2.000 personas («censo estimado» del año 2010). Lo que sí es más cierto es que este pueblo está situado a 3.486 metros de altura, y que pertenece al Distrito de Leh. No hay mucha más información.
Un río cruza la aldea y los huertos, delimitados por chopos o abedules muy altos, o muretes de piedra. Las casas de uno o dos pisos y tejados planos donde se seca el grano, son de adobe y madera en su mayoría. Decoradas a la tibetana o ladakhí.
Nos alojamos en el Saboo resort, un establecimiento de reciente apertura que espera atraer a parte del turismo de la zona. Es un conjunto de bungalows que respeta la arquitectura popular. Son comodísimos, muy limpios, y con decoración y servicios modernos. Realmente me sorprende, porque no es lo usual por estos lares. Esperemos que dure. Ah, se come también de lujo y tiene wifi. Por todo esto, se ha ganado este comentario ;)
Con la tarde para descansar y relajarnos en el oasis, nos vamos a dar una vuelta. Un riachuelo atraviesa todo el pueblo, aportando frescor y vida.
Hay poca gente en la calle. El bus escolar llega con los pequeños estudiantes, en su ruta por los pueblos alrededor de Leh, y algunas personas están haciendo tareas agrícolas en los patios de sus casas. Amables, algunos se prestan para que les hagas una foto.
Encontramos el monasterio de Saboo en plena resaca de la visita del Dalai Lama
Pues sí, como ya os comenté anteriormente, el Dalai Lama estaba de gira por Ladakh en agosto de 2016 y en el monasterio de Saboo nos contaron todo contentos que había estado allí el día anterior. ¡Por sólo un día no coincidimos con él!
Este monasterio es un pequeño complejo de edificios.
Un poco apartado del pueblo, parece otra pequeña aldea con casas más cuidadas. El templo principal, como tantos otros monasterios budistas, ruge con colores viejos y nuevos. No me canso de verlos, como no me cansé de estar allí, nunca.
Observamos cómo los artesanos ponen a punto precisamente eso, los colores del lugar.
Una niña nos mira y se ríe con nosotros mientras mordisquea su botella de cola. Su madre, trabajadora en las obras, presumo que natural de Saboo, la llama de vez en cuando.
Quizá el atardecer más espectacular de todo el viaje lo contemplé aquí, en Saboo
La luz va bajando, y aunque llegan nubes amenazando lluvia, Silvia y yo subimos al pequeño monasterio habitado por algunos monjes.
Desde la gompa que hay junto a la vivienda de los monjes las vistas del pueblo son muy buenas.
Unos cuernos de cabra nos recuerdan las prácticas de magia del budismo tibetano.
El silencio sólo es roto por el viento o por nuestra conversación, en voz baja, porque el sitio lo impone y porque no queremos molestar a los monjes que están cerca. Ni a los espíritus que quizá rondan por allí.
Los colores se intensifican, los rayos de sol crean figuras entre las nubes y una atmósfera dramática. Parece que viene una gran tormenta, aunque en realidad no llega nunca.
Jugamos con la cámara y sus posibilidades… y la sensación de que ese fue un gran día quedó en mi alma.
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Leo tu relato… y vuelvo unos momentos allí…. Ese atardecer, en mitad de las montañas, con un contraste de luces naranjas, azules, amarillos… quedará siempre retenido en mi memoria.
Tal cual 🙂 un abrazo!!