Los lugares de los que hoy os hablo son imprescindibles en vuestra visita al Valle Sagrado de los Incas. No están todos los que tienen que estar, habría que añadir como mínimo Chinchero, del que ya os he hablado antes, y me dejo para otro día uno muy especial que quiero mostrar con más calma. Además, claro está, Machu Picchu merece un artículo aparte que os regalé por Reyes.
Pero los sitios que traigo hoy creo que conforman un buen grupo que nos permiten entender algo mejor cómo eran los Incas.
Los tres imprescindibles del Valle Sagrado de los Incas son Pisac, Moray y Ollantaytambo
Una buena forma de aproximarse a ellos es ir recorriéndolos durante un par de días, como aproximación a Macchu Picchu. Mejor antes que después, por aquello de que la belleza de Machu no los eclipse ;)
El recorrido va de menos a más en espectacularidad, o así lo sentí yo en esos días.
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Ascendíamos por una carretera que trepa por la ladera de una montaña. En un desvío de la principal, observé cómo una parte de dicha montaña estaba perfectamente «labrada» en terrazas agrícolas. Inconfundiblemente incas, allá en lo alto.
Las ruinas de Pisac
Superamos el actual pueblo de igual nombre y llegamos al acceso a las mismas. El día estaba muy soleado y pensamos que hacía calor así que nos bajamos con una camiseta y poco más. ¡Gran error! el viento soplaba con fuerza y venía helado. No preguntéis por qué decidimos tirar para arriba (quizá las ganas de ver de cerca el lugar) sin volver a por una chaqueta. Resultado: en pocos minutos estábamos medio congelados. El mal estaba hecho, ya habíamos ingresado en las ruinas.
Pisac significa «perdiz». El pueblo está a 2.950 m., así que estábamos a más de 3.000 metros de altura.
Desde allí arriba se ve perfectamente el río Urubamba, ése que nos acompaña en buena parte del valle.
Parece que este lugar era sobre todo una hacienda real, la del inca o rey Pachacútec. De ahí los andenes agrícolas, almacenes o collcas, y los edificios tanto domésticos como ceremoniales.
Casi dando la vuelta a la montaña se abre una gran brecha en el terreno. En las paredes de roca y tierra de enfrente hay cuevas. Cuevas que son, o más bien fueron, tumbas. ¡Aquí se descubrieron nada menos que 2.000 tumbas con momias!
La cultura popular elaboró una leyenda para dar nombre y sentido a uno de los cerros que se alzan junto a las ruinas
El cacique de Pisac, Huayllapuma, tenía una hija llamada Inquill Chumpi con la que sólo se podría casar el príncipe capaz de construir un puente sobre el río Vilcamayo.
Asto Rimac aceptó el reto. Pero con la condición de que mientras él construía el puente, ella debía subir a la fortaleza sin volver la cabeza en ningún momento. Justo cuando estaba a punto de terminar la obra, Inquill no pudo resistir su curiosidad y se volvió a mirar, así que quedó convertida en roca, cuya forma de mujer cargada con alforjas se puede reconocer en uno de esos cerros.
¿Os suena esta historia?
Nos dieron la opción de hacer una caminata para llegar a otra zona de edificios. Había que seguir el curso de la montaña y terminar bajando a un nivel de la carretera más bajo que el de la entrada al yacimiento. Pero yo me rajé porque tenía realmente mucho frío y el sendero se veía como desbocándose al vacío.
El pueblo de Pisac y su mercado
Volvimos al pueblo para comer y dar una breve vuelta por su mercado. Éste ya es un punto neurálgico para el turismo y se nota. Las tiendas de artesanía se extienden abigarradas a lo largo de la calle principal, dejando tan sólo un pequeño pasillo para que la gente pueda ir y venir.
Para comer nos recomiendan las «famosas» empanadas de Pisac, de carne o jamón, que hacen en varios hornos. Localizamos uno antes de llegar a la plaza, en un patio abierto y rodeado de tiendas y de un restaurante. Y allí nos instalamos.
El horno era impresionante, enorme, y allí estaba el obrador sacando empanadas para todo aquél que quisiera comprarlas. Con un par de ellas y un refresco en el bar de al lado, regentado por una mujer de Barcelona y su hijo, almorzamos. Las empanadas no eran nada del otro mundo pero estaban recientes.
Más tarde me acerqué a la Plaza. Aquí aún quedaban (por la hora lo digo) los puestos del mercado tradicional. Verduras, frutas, carne, tintes para la ropa. Enormes calabazas que dan testigo de la fertilidad de los campos y muchas otras hortalizas, quesos, carne. Lo necesario para la compra diaria, vaya.
Enseguida llegó la hora de marcharse con la música a otra parte, así que poco más puedo contar de este pueblo.
Urubamba, un buen lugar para pasar noche en el Valle Sagrado de los Incas
El principal pueblo del valle donde dormiríamos. Paseamos por sus calles y algunas parecían transportarnos a la época colonial o nos recordaban a los pueblos españoles del norte de España. Nos asomamos a la iglesia. Y cenamos más contundentemente en la Pizzería Wasi de la calle principal, con horno propio y música de los 90s de fondo.
Esa noche aproveché para intentar fotografiar el cielo cuajado de estrellas.
Ése día me habían confirmado que podría subir al Wayna Picchu, el pico que se alza sobre Macchu Picchu, y las mariposas empezaron a bailar en el estómago. En realidad la emoción iba creciendo poquito a poco cada vez que pensaba en que llegaría a esa especie de meta. Ese lugar famosísimo. Pero también estaba disfrutando muchísimo de la visión de los restos incas de los que poca o ninguna noticia tenía antes de ir allí, así que prosigo.
Moray, el ingenio agrícola de los antiguos incas
Moray es otro sitio que me dejó con la boca abierta, aunque ya había visto alguna imagen por ahí.
Cuando llegas al aparcamiento no te esperas lo que en unos segundos se abre a tus ojos. Una depresión del terreno totalmente edificada en terrazas incas, en formas circulares y concéntricas. Sí, parece el sitio de aterrizaje de una nave espacial y seguro que muchos han explotado el sitio por ése lado.
Este diseño fantástico que aprovecha la forma del terreno tiene más sentido del que aparenta. Se trata de un «laboratorio».
Aquí los incas aclimataban las semillas de cultivo, porque en cada terraza hay una altura diferente con una temperatura diferente, y esto servía para traer semillas de cultivo originarias de terrenos mucho más bajos.
Empezaban en el nivel más bajo, el del centro, para ir subiendo las plantitas poco a poco. O bien sencillamente iban plantando diferentes tipos de productos en cada nivel hasta dar con la altura en la que se daba bien cada uno. Como siempre, todo son especulaciones con mayor o menor lógica, pero no me digáis que no resulta ingenioso, eh?
En realidad los incas se sirvieron de los conocimientos del pueblo que allí habitaba cuando llegaron: los maras. Pero le dieron forma y más criterio.
Cada terraza tiene casi 2 metros de altura. Para subir y bajar hay que emplear los escalones que los incas hicieron para ello. No son más que unas piedras incrustadas en la pared, sin más apoyo que ése. Son muy resistentes, lógicamente, pero resulta que entre un escalón y otro hay una distancia considerable para mis cortas piernas. Total, que no fue fácil la bajada, ni la subida… Hay riesgo de caída, aviso a navegantes.
La emoción de pisar las mismas piedras que ellos empleaban durante sus quehaceres… eso no me lo quita nadie. Allí mismo iba pensando en ello y como siempre me pasa en estas situaciones, el lugar me resultó más mágico si cabe.
Por último, otra cuestión que hace a este lugar muy especial es lo laborioso de su construcción. Imaginaos rellenar de tierra y piedras toda la superficie de la montaña que nos interesa. Dándole la forma precisa (en este caso círculos de gran precisión), terminando con una capa de tierra en la que poder cultivar y por supuesto alzando los muros de contención. Sin olvidar que hicieron canales subterráneos para que el terreno no deje de drenar cuando llueve. Es digno de admiración ¿no?
Quizá sea esta la palabra que mejor define mis impresiones de estas obras incas, a medida que las iba conociendo: Admiración.
Admiración por un pueblo que durante no tantos siglos como pensamos desarrollaron un montón de inventos y soluciones, con los medios casi prehistóricos que tenían. O los mejoraron según los tomaban de las culturas que vivían en los lugares que se anexionaban.
Ollantaytambo, lugar majestuoso
Otro imprescindible indiscutible del valle sagrado de los incas: Ollantaytambo. Con su nombre parece que resuenan tambores. Hace honor a lo majestuoso del lugar.
En realidad no es una palabra inca, sino aimara. Viene a significar «Sitio para vigilar el valle». En quechua significa «Albergue de Ollanta» en honor a un general inca.
La fortaleza y el pueblo fueron construidos poco antes de la llegada de los españoles, y hay muchos edificios que no llegaron a terminar.
Aun así sirvió para que Manco Inca se refugiara de los soldados de Hernando Pizarro, quienes no pudieron atraparle. Bueno, hasta que llegaron los refuerzos de Almagro y entonces sí, ganaron la fortaleza.
Lo que destaca por encima de los restos del pueblo es precisamente eso, la fortaleza, con una enorme escalinata y bancales que permiten el acceso.
Tras subir por esos escalones perfectamente labrados, junto a las terrazas que aquí no son agrícolas sino que sirven para sujetar la montaña, me encontré con la visión del valle con las montañas haciendo una perfecta V.
Y dando la vuelta, con la emocionante visión de piedras enormes labradas de manera muy fina, perfecta. Aún no había visto lo que Cuzco y Macchu Picchu podían ofrecerme.
Y entre todo eso, seis grandes bloques de granito rosado que miden unos 4 metros de altura, 2 de anchura y 1-2 metros de grosor
Semejantes colosos fueron subidos hasta allí arriba desde las canteras que están a 6 km de distancia sólo con la fuerza de los hombres y los escasos ingenios similares a los de los antiguos egipcios (el método de la rampa inclinada).
Si miramos de frente, desde la terraza que tiene diez nichos donde seguramente colocaban estatuillas de oro para que refulgieran al sol y la gente del pueblo viera el esplendor de sus dioses, hay una montaña. Hacia la mitad de la misma, sobresale un gran rostro esculpido que, según la leyenda, fue mandado hacer por Pachacútec para memorizar su victoria sobre el general Ollantay.
Así lo hacían los incas: cuando se encontraban con un lugar «de aura mágica» por la forma de las montañas, la disposición del río y los campos, la armonía del entorno… decidían que allí había que quedarse y adorar a los dioses como se merecían, incluyendo las mejores edificaciones por los mejores canteros y arquitectos.
Bajamos al pueblo y como en Pisac, inundado de puestos para turistas, comimos algo rápido para poner rumbo a Aguascalientes, la antesala del mítico Macchu Picchu, en el tren que recorre el valle.
El tren a Aguas Calientes
En el trayecto de tren de hora y media las emociones y ensoñaciones se me dispararon.
El tren ya ha perdido bastante romanticismo, porque los vagones son muy nuevos. Llevan techo de cristal aparte de las ventanillas y hay azafatos que sirven un piscolabis. Después pasan con el carrito de productos para turistas: elegantes ropas de lana de alpaca de la mejor calidad, chalecos de expedición de esos con un montón de bolsillos, por supuesto gorras y pañuelos con el logo… No sólo los ofrecen, sino que hacen un pase de modelos en toda regla!! Tanto a la ida como a la vuelta, alucinamos con el numerito.
Antes y después del show me concentré en el paisaje. Este iba cambiando visiblemente y de una manera pasmosa, otro detalle que no conocía en absoluto antes de ir.
En poco rato pasamos a verdes de mil tonalidades y una vegetación claramente selvática.
¿Pero no íbamos a Machu Picchu, esa ciudad en ruinas que está en lo alto de una montaña y a más de 2000 metros de altura? Sí, pero también está en la selva. Esto es así.
Es otra cosa, es especial, es diferente, es como un sueño.
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Articulo impresionante. Gracias. Tenemos tres mas semanas en Cusco.
Muchas gracias Bob!! perdona que haya tardado en responder, no podía acceder desde África!!
Un abrazo
Alicia
Definitavamente toda la razón, en esta lista de imperdibles. Felicitaciones!!!
¡Gracias!