Un rincón del Valle Sagrado de los Incas como éste merece un post propio en el blog. Las salinas de Maras es uno de esos sitios que no parecen de este mundo. Hacía tiempo que lo había visto en algunos blogs, y tenía muchas ganas de estar allí, de verlo con mis propios ojos.
Empezamos esa mañana bien temprano haciendo una parada previa en el pueblo de Maras.
Era el día en que los escolares se reincorporaban a las clases después de sus vacaciones invernales. La quietud de la mañana se interrumpía con sus pasos apresurados. Caras somnolientas pero sonrientes. Me sorprendía lo silenciosos que son allí frente al bullicio de las escuelas españolas.
Paseamos, simplemente para admirar sus calles de claro sello inca y colonial al mismo tiempo. En los escudos de los dinteles de las puertas el sol y la luna, dioses incas, se entremezclan con las cruces cristianas.
En cuanto veía algo de horizonte al fondo de las calles rectilíneas, los nevados saludaban resplandecientes. El día era soleado, luminoso, no muy frío, perfecto.
Los vecinos se saludaban, recién levantados, y algunos ya faenando en sus quehaceres. Como aquella casa en obras, de patio presidido por el retrato de una pareja. Acaso los padres, acaso los abuelos.
Y los sempiternos carteles electorales llenaban las esquinas estratégicas para la mirada de los futuros votantes. Alguno también nos recordaba que a tan sólo 5 km se halla Moray, un centro cósmico para la imaginería inca.
Pero también es cierto que mi cabeza andaba ya pensando en «ése» sitio que quería ver: las salinas de Maras. Y un rato después allí estábamos.
Recuerdo que la carretera empezaba a descender y de repente pareció que la montaña estaba nevada. O que desaparecía para dar paso a una fantasía blanca. Mirando con más atención, llena de colores.
Más de 3.000 pozas, comunicadas por canalillos donde circula el agua que brota de las entrañas de la tierra con la sal que más tarde quedará para ser recogida, gracias a la acción del sol.
Paredes casi verticales, que te hacen preguntarte cómo se sostiene todo aquello.
Un deseo
Verlo de más cerca. Sumergirte en esa locura. Dejar que su luz te invada. Fundirte en esa superficie que aparenta ser suave.
Un pequeño temor
Ser achicharrado por el efecto espejo del sol. Caer en una piscina y que la sal te corroa la piel Me he puesto dramática, sí.
La historia de las salinas de Maras
Estas pozas se heredan familiarmente desde que el encomendero Pedro Ortiz de Orue, fundador de Maras, los distribuyó entre los pueblos de la zona en el siglo XVI.
Un sistema de explotación a pequeña escala que está perfectamente organizado.
Cada familia trabaja en sus pozas en días alternos, para dar tiempo a que se llenen de agua y ésta se evapore. Para no estorbarse mutuamente en el esforzadísimo trabajo que implica estar allí, rascando, llenando sacos y transportándolos sobre la espalda hasta la salida para poder cargarlos en sus vehículos.
Parece increíble, pero sólo un pequeño manantial, apenas un reguerillo de agua, alimenta esos miles de terrazas. En concreto, fluyen 20 litros por minuto.
Hoy en día no sólo la venden al por mayor, sino que han sabido adaptarse a los tiempos modernos con el empaquetado y venta de sal «gourmet», en varios formatos.
Sí, no me resistí a llevar unos paquetes de recuerdo. Está muy buena, así que si vais por allí no dudéis en hacer hueco para este souvenir :)
Paisaje lunático, que no lunar.
De cerca parece que estés en otro mundo, un mundo paralelo al nuestro, un escenario de película, «otra cosa».
No os tengo que explicar lo que disfruté haciendo fotografías en un lugar como este ¿verdad?
Consejos para la visita
Al menos en día soleado: gafas de sol, sombrero, crema solar, y a correr… Bueno, a correr no, que os podéis caer, je, je.
No se pueden recorrer en su totalidad, sólo dar un paseo por el caminito de la parte superior.
Si sois más comodones os podéis quedar en el mirador, un balcón al que se accede desde la entrada y después de atravesar las tiendas donde venden sal y otros productos (también agua y otras bebidas).
Pero os recomiendo vivamente que bajéis a ver de cerca las terrazas, sus colores y la sal.
Eso sí, el camino es muy estrecho y puede ser resbaladizo así que mirad bien dónde y cómo pisáis cada vez que os mováis de posición.
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Maravillosas fotos, de este extraordinario lugar como las salineras que está ubicada en el Valle Sagrado de los Incas en Cusco.
¡Gracias!