Actualizado el 11 julio, 2022
Llegamos a Arequipa una noche de calles vacías, un domingo. Extraño, pues al día siguiente me encontraría con una ciudad abarrotada de tráfico. Gente caminando deprisa y decididamente hacia sus destinos, con una luz implacable. ¿Quieres saber más? sigue leyendo 😊
Mi primera imagen de Arequipa fue la de una noche tranquila. No permitía adivinar la ciudad estresada de un lunes.
Esas prisas que llevaba la gente me chocaban. No tenía nada que ver con mi estado de ánimo («de vacaciones»). Ni con lo que me esperaba. Suelo pensar que allí donde viajo la gente no vive tan estresada como en Madrid. Qué presuntuosos somos cuando estamos de vacaciones.
Recuerdo que cuando nos internamos en las calles empedradas y tenuemente iluminadas pensé «esto promete». Fachadas y rejas de edificios coloniales de una sola planta. Aceras estrechas, algún arco, alguna iglesia.
Llegamos al Hotel Majestad, en la calle de La Merced, y todo me confirmó ese pensamiento. La fachada de casona antigua y colonial, a pocas cuadras de la Plaza de Armas, era mucho más modesta que un interior trazado alrededor de un patio larguísimo y lleno de plantas.
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Enormes cactus, trepadoras que se descolgaban desde el corredor del piso superior. Una especie de calle interior. Una miniciudad de viviendas esperando a los huéspedes.
Nos tomamos un mate de coca mientras esperábamos a que nos dieran las habitaciones. Probamos la wifi gratuita del hotel, que por cierto al día siguiente empezó a fallar. Por fin fuimos a la habitación. Era muy básica. Altísimos techos llenos de moho y humedad, y enormes camas de colchones muy blandos. Sin embargo, teníamos cobertores para la fría noche y un baño bastante agradable.
Sin darnos mucho respiro por aquello de no apalancarnos. A pesar de que ese día habíamos hecho muchos kilómetros de Panamericana pegada a la costa, sumergidos en una niebla espesísima que no dejaba ni adivinar la gran cantidad de camiones que van y vienen por dicha vía. A pesar del cansancio, en definitiva, salimos a dar una vuelta por la desierta Arequipa hasta la Plaza de Armas. Allí la catedral lucía orgullosamente iluminada.
El Convento de Santa Catalina
El día siguiente lo protagonizó el Convento de Santa Catalina. Tenía ganas y curiosidad por conocerlo. Me habían dicho que es como una ciudad en miniatura, y había visto algunas fotos. Realmente es una belleza de lugar.
Hoy es monumento dedicado al turismo. Pintado de añil y teja, con plazas y calles llamadas Sevilla, Córdoba o Toledo. Incluso está el Plaza de Zocodover donde los domingos las habitantes del Convento se intercambiaban hilos y labores.
El convento de Santa Catalina fue construido para las monjas dominicas en 1579
Y utilizado como recinto de clausura hasta que en 1970 una fundación privada se hizo cargo de su explotación turística. En 2020 se cumplieron 50 años de su apertura al público.
Parece ser que hoy en día siguen viviendo allí unas 50 monjas de clausura, que reciben un alquiler mensual de 40.000 soles. Por supuesto son invisibles ante los ojos de los visitantes.
Un gran complejo en el que se alojaban, se encerraban más bien, las hijas de las familias que podían pagar la dote. En principio venían en calidad de monjas, pero fue más de una y de dos las que tuvieron que salir a petición de la familia para ser casadas con tipos adinerados. Quizá, seguramente, mucho más viejos que ellas.
El encierro de las mujeres
En definitiva, venían aquí a ser guardadas a buen recaudo de las miradas y tentaciones de la juventud. Y a «estudiar» cómo ser una buena mujer: sumisión, virtuosismo y fe religiosa.
Lo necesario para doblegarse ante los hombres y la sociedad. Lo necesario para reforzar el rol de la mujer guardada a buen recaudo. Que piense poco, no proteste y tal y tal. Buen negocio el de las monjas, el de la Iglesia.
Las que tenían más dinero disponían de sirvientas que vivían en pequeños cubículos junto a ellas. Prestas a cubrir todas las necesidades (comida, limpieza), deseos y caprichos de las señoras-niñas. Aun con estas comodidades, estaban allí encerradas hasta que sus familias decidieran casarlas con un tipo. No las envidio por nada.
Tras esta primera visita que hicimos bien temprano para evitar el mogollón de turistas, nos fuimos a conocer la ciudad propiamente dicha. Bueno, a atisbarla un poco porque eso de conocer habría sido más apropiado si hubiera tenido más días.
Te dejo aquí un artículo sobre curiosidades de este monasterio.
Por las calles de Arequipa
Hacía un calor tremendo. El sol había subido a una velocidad vertiginosa o eso me parecía a mí.
Tras cambiar dinero en las inmediaciones de la plaza (mejores cambios que en esta misma), nos acercamos a otra de las visitas señaladas en todas las guías: «Juanita», una niña de 14 años que vivió en el s. XV y que encontraron congelada en el glaciar del volcán Ampato.
Me encontré con que te obligan a dejar todas tus pertenencias en unas taquillas, incluida la cámara de fotos y el móvil. Y con que la entrada cuesta 20 soles. Decidí rebelarme y no entrar. La historia sin embargo es muy interesante, y me contaron que la visita está muy bien.
No es la primera niña que se encuentran en los glaciares de los volcanes de la región. Gracias a ellas se sabe que los Incas ofrecían sacrificios como este a los apus, los genios de los volcanes. De esta manera evitaban que éstos se enfadasen y desatasen su fuerza destructora.
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Arequipa ha sido destruida algo más de 14 veces por la furia de los apus que habitan los volcanes que la rodean.
El Misti (5.821 m.), el Chachani (6.075 m.) y el Pichu Pichu (5.669 m.), son los tres volcanes que la rodean. Guardan y amenazan a partes iguales. El caso es que de allí viene la piedra con que está construida y que le ha dado el apodo de «ciudad blanca».
Yo quería ver a la luz del sol las calles que la noche me había prometido, pero me decepcionó un poco. Quizá yo estaba acalorada, cansada. Un tanto agobiada por el ajetreo urbano. Después de más de una semana campestre entre la Cordillera Blanca y la costa peruana, puede que no estuviera preparada para la vida urbana. O es que la ciudad está menos cuidada de lo que parecía a la luz de las farolas.
Quizá querer ver muchas cosas en un día, en una ciudad que seguramente merezca más tiempo, no te deje disfrutar y apreciarla como se merece. O quizá había alimentado demasiadas expectativas para lo que es Arequipa. No lo sé. Supongo que a todos nos pasa en alguno de nuestros viajes con algún lugar.
Mercado de San Camilo
Nos acercamos al Mercado de San Camilo, en pleno centro histórico. Ya en las calles cercanas los comercios de ropa y otros cachivaches proliferan. Los maniquíes imposibles reclaman la atención del viandante en las estrechísimas aceras llenas de gente. Por fin aparece el gran edificio de hierro y chapa que alberga los puestos de carne, los de las vendedoras de jugos recién hechos de mil frutas, los de pan. Fue en uno de esos donde una señora mayor se tapó un ojo con un panecillo al vernos con la cámara de fotos. Probablemente para evitar el mal de ojo.
Un festival para los sentidos, donde –como siempre me ocurre en los mercados– me relajé y disfruté.
La iglesia de la Compañía
No sé si fue antes o después que entramos en la Iglesia de la Compañía. Muy cerquita de la Plaza de Armas. Es la iglesia más antigua de Arequipa. Es también la que ha soportado, por tanto, mayor número de terremotos.
Dedicada a un tal Santiago Matamoros, la fachada de estilo plateresco mestizo me encantó. Junto a ella nos encontramos con un claustro jesuita lleno de columnas talladas desde la base hasta el techo.
Lástima que la cantidad de comercio turístico ubicado en los soportales desvirtúe un poco el ambiente.
En el interior de la Iglesia está la capilla de San Ignacio, en un lateral. Sus paredes están pintadas con frescos que representan el mundo animal y vegetal de la selva tropical. Hay que pagar una entrada de 2 soles y está prohibido hacer fotografías. Sin embargo, nos quedamos un momento solos y…
Dónde comer en Arequipa
Se acercaba el mediodía y después de preguntar nos decidimos por ir a comer al restaurante Montonero, al otro lado del río Chili.
Nos dimos un homenaje casi sin pretenderlo, je, je, probando un menú degustación que incluía algunas de las especialidades de la variada cocina arequipeña. Doy fe de que todo estaba realmente rico! Pagamos 42,5 soles cada uno (11 € y pico).
Por cierto, de Arequipa es uno de los mejores chocolates del Perú, cuya marca más famosa es La Ibérica, que podrás encontrar en muchos sitios y en locales propios en la Plaza de Armas. También probamos el «Queso helado», que es un helado pero no, no es de queso, sino de canela.
Mirador de Sachaca
Tras esta opípara comida, ya habíamos decidido ir a uno de los miradores desde el que apreciar la ciudad y los volcanes que la rodean.
Hay varias opciones, pero nos recomendaron el mirador de Sachaca, y como sólo teníamos un atardecer disponible, allí que nos fuimos.
Resultó que Sachaca es un pueblo que está a unos 4 kilómetros de Arequipa, en dirección contraria a los volcanes. Para ir, cogimos un taxi. Después de regatear un poquito el precio, llegamos al «mirador».
El lugar es sencillamente una torre bastante fea, con un gran Cristo en medio. Arriba hay una plataforma pequeña desde la que ver el panorama. Cobran 2 soles por subir, y sólo hay escaleras.
Las vistas son muy buenas y de 180º, no lo vamos a negar. Sin embargo, después de estar un rato allí no teníamos mucho que hacer y era algo pronto. Total, que pensamos en volver e intentar llegar al otro mirador recomendado en todas partes. Está dentro de la ciudad, en el distrito de Yanahuara, a dos kilómetros del centro pero en dirección contraria a Sachaca.
Sin embargo, no había forma de conseguir un taxi en la carretera. Optamos por tomar un ómnibus local que por 0.80 soles te deja en el centro.
Iba abarrotado, pero con las constantes subidas y bajadas de gente al final nos hicimos hueco en los asientos. Lo malo fue que estuvimos como una hora retenidos en las calles de Arequipa porque era hora punta. No nos orientábamos y además el ómnibus no lleva el camino más corto, sino el que más movimiento de pasajeros le puede procurar. Lógico. Pero yo me agobié de nuevo. Terminamos en la Plaza de Armas ya siendo de noche y dejamos de lado la opción de ir al otro mirador.
Entramos en la Catedral de Arequipa aprovechando que estaba abierta por la misa de la tarde.
Uy… allí se toman muy en serio esto. Nos permitieron el paso sólo si les prometíamos que nos sentaríamos a escuchar misa. Le dijimos que sí al señor de la puerta, y no lo hicimos. Lo mejor fue cuando vino a ver si le obedecíamos. En fin, salimos enseguida y he de decir que no me impresionó demasiado el templo, en su mayor parte a oscuras.
Terminé agotada, sin ganas de salir a cenar, con dolor de garganta por los cambios de temperatura y un sabor de boca un poco agridulce. Tendré que volver a Arequipa para mejorarlo!! 😜
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