
Actualizado el 7 abril, 2019
Estamos ante el famoso Lago Titicaca!! Y la Península de Capachica es nuestra primera parada y fonda. Dormir en las casas de la Comunidad Llachón, estirpe de los antiguos habitantes del lago, bailar con ellos alrededor de la hoguera… Una experiencia inolvidable.
El camino del Valle del Colca a la Península de Capachica
Nos trasladamos desde Chivay por carretera. Ocho horas de camino con una parada al inicio para admirar el paisaje recién nevado y helado de las alturas inmediatas.

Antes, una parada para almorzar cerca del mirador Alto Lagunillas, a 4.413 metros de altura.


En el lugar donde nos comemos unos bocatas con lo comprado el día anterior en Chivay, presenciamos una triste historia. Os la cuento en la sección Gentes del mundo de este blog.

El tiempo no acompañaba mucho, y el paisaje de la pampa resulta bastante monótono. Para salir del aburrimiento trato de fijarme en los detalles del camino, pero únicamente me encuentro con extensiones de hierba ichu y muchos plásticos y botellas. Un verdadero basurero que sólo genera tristeza.
La modernidad mal gestionada, mal digerida, mal traída, mal llevada, mal entendida.

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La Península de Capachica y el lago Titicaca
A eso de las 15 h. llegamos a las orillas del Titicaca y todo cambia. Estamos en la Bahía de Puno, en la Península de Capachica.
Íbamos a dormir con la comunidad Llachón. En sus casas. Frente al lago navegable más grande del mundo, a 3.810 m. de altura.
El pueblo, situado en la costa que se extiende frente a Puno, se desparrama en caseríos y huertos por la escarpada ladera, junto al agua. Ahora están en proceso de arreglar las calles, seguramente cementándolas para permitir el acceso de los vehículos a todos los rincones. Pero de momento no son más que caminos pedregosos por los que hay que ir caminando.
En la coqueta plaza nos esperan las familias que nos van a dar cobijo y que forman parte de otra más de las iniciativas de «turismo vivencial» que está en pleno desarrollo en este país.
Os presento a Los habitantes de la Península de Capachica: los Llachón, descendientes de los antiguos Aymaras, si bien la conquista de los incas logró que terminaran hablando quechua.


Las mujeres van vestidas con trajes típicos muy coloridos, y sombreros de tres picos las casadas. Las solteras (incluyendo las niñas) llevan un gorro de punto ribeteado de alegres colores que les hace parecer una flor. Son los trajes que utilizan a diario.

Ellos también, con chaleco y pantalones negros, camisa blanca o beige.

El color es constante en los habitantes del lago. Siempre contrastando con la aparente monotonía del agua, el cielo y la suavidad de la curva de sus islas.
Y precisamente la preciosa niña de cerca de dos años que habita la casa donde me alojo se llama Flor. Su abuela (creo!) se llama Rosa, y son muy simpáticas, aunque tímidas y contenidas.

Llevamos una pequeña mochila con lo justo para pasar la noche, que se anuncia muy fría. Cometo un grave error. No llevo el trípode. Esa noche fue ideal para hacer fotos con las luces de Puno enfrente. Como amenazaba tormenta, estaba convencida de que no tendría oportunidad de usarlo. Sin embargo, al ir a acostarnos pudimos contemplar el lago Titicaca con la Vía Láctea cruzándolo. Una imagen que nunca olvidaré.
Cada uno nos vamos a la casa asignada. En mi caso descubro una pequeña habitación de paredes de adobe y techo de caña muy acogedora. Limpísima y con camas llenas de mantas de colores. A través de la ventana se despliega el lago.
Rosa nos ofrece unas botellas de agua caliente para no pasar frío. Botellas y no «bolsas de agua caliente» como las que conocemos. Con una botella de agua mineral se consigue lo mismo. El plástico aguanta la temperatura y no se sale ni una gota en toda la noche. Un buen truco para una noche fría.

Enseguida nos acercamos al comedor de la Comunidad. Allí nos dan de cenar y desayunar, y allí empezamos con un mate de coca para entrar en calor y hacer tiempo.
Dando una vuelta por el lago Titicaca con una puesta de sol grandiosa
El sol empieza a bajar y los Llachón quieren llevarnos a ver uno de sus orgullos: los criaderos de trucha que tienen cerca de la orilla. Las venden, y por supuesto las consumen. De hecho esa noche cenamos una trucha a la parrilla riquísima y recién pescada.


A golpe de remo surcamos por primera vez esas aguas que reflejan a la perfección las nubes, el sol, y cualquier figura que se alce sobre ellas.

Cuando vamos de vuelta, una pequeña competición llena de buen humor se establece entre las barcas. Nuestro remero en ese momento es Clever, un guapísimo niño de 10 años muy tímido y silencioso, pero que ríe con orgullo cuando logra adelantar a la otra barca. Por supuesto le aplaudimos y animamos, aunque acaba cansado antes del fin de trayecto y su padre le releva.



Una fiesta inesperada en la Península de Capachica
Cae la noche por fin. Toca refugiarse del frío y probar la cena tan rica que nos han hecho. Sopa de quinoa, papas de varias clases, boniato, arroz y trucha. Todo sencillo y delicioso, además de hecho con cariño en la cercana cocina.
Hay algunos movimientos raros mientras estamos de charla sentados a la mesa junto a un mate calentito. Las mujeres vienen y van con grandes fardos de tela y por fin se desvela el misterio.
Nos han preparado una fiesta. Ay, ay, ay, … Nos invitan a vestirnos con su traje típico!! En pocos minutos nosotras nos calzamos una de esas voluminosas faldas. Ellas nos ponen la faja y el chaleco bordado y nos coronan con un sombrero de tres picos. Todo entre muchas risas.
Mientras, en el patio en el que están cayendo algunas gotas encienden una hoguera y parte de los hombres se aprestan con sus instrumentos. Es el momento de bailar alrededor de la hoguera.
Las niñas (tres de cuatro años, nuestra Flor se ha ido ya a la cama rendida) están encantadas y son las que más bailan y a mejor ritmo.
La verdad es que aunque contado pueda sonar a «turistada» el ambiente es cálido, amigable y acogedor. Esa gente sabe hacerte sentir bienvenido y al final nos echamos unas buenas risas, que es de lo que se trata.
Eso sí, un rato de baile a esa altura y con un sombrero difícil de llevar con un mínimo de dignidad -se me cae constantemente- cuesta ¿eh? (qué dura la vida del turista, ja, ja, ja). No, no vais a ver mis pintas… pero sí este vídeo.
Después, Rosa nos guía hasta su casa. Acordamos ir por su atajo, y resulta que incluye trepar por los muretes de piedra que aterrazan la ladera para los cultivos.
Esto en una noche sin luna y un poco cargadas con las ropas que nos había prestado y nuestros enseres.
Llegamos sin más tropiezos, nos despedimos de los burritos del corral y me acuesto contenta. Es ahí cuando me doy cuenta de que la Vía Láctea reina sobre el Lago Titicaca.
Una breve introducción al Lago Titicaca o Titikaka
¿Sabéis que su nombre en quechua suena parecido a Titijaja? Pues dicho en voz alta y como carraspeando las jotas es, para nuestro oído… muy divertido!! (haced la prueba)
El lago Titicaca tiene dos nacionalidades, la peruana y la boliviana. Su extensión es de casi 150 km de longitud, 60-70 km de anchura y 281 m. de profundidad estimados. Se alimenta con las aguas de 25 ríos y tiene una ligera salinidad. Cifras que marean.
En total, se calcula que viven algo más de dos millones de personas en todo el lago, siendo algo más de un millón los del lado peruano.
Tanta masa de agua logra atemperar el clima de un lugar tan alto, pero aun así los cambios de temperatura son bastante drásticos entre el día y la noche. El lago está amenazado por la contaminación de la ciudad de Puno.
Tras dormir como un tronco, volvemos al comedor para desayunar buñuelos y tortitas recién hechos a las 7 de la mañana. Simplemente delicioso. Acto seguido nos muestran cómo viven allí ya que el turismo es sólo un complemento a su humilde economía.

El cultivo se hace con rústicas herramientas que requieren de mucha fuerza física. Es variado en cuanto a tubérculos, y como ya habíamos visto el día anterior esto se completa con la trucha (que no es un pez original del lago sino que ha sido introducido). Además, producen algunas artesanías, aunque la mayor parte de sus tejidos son de uso propio o para vender en los mercados locales.

Los motivos de flores y colores designan a la comunidad a la que se pertenece, como en tantos y tantos lugares de este mundo. El DNI o la Partida de Nacimiento ya se inventaron hace muchísimo tiempo.
No me resisto a comprarle a Rosa algunas pulseritas y marionetas hechas de punto para traer de regalo. Mejor a ellos que no en una tienda ¿no?



A nuestro alrededor las pequeñas juguetean entre ellas y con nosotros. Ya la tarde anterior nos ganaron los corazones. Fue entonces cuando una le dijo a otra «¿ése? ése se llama ¡Turista!» y todos nos partimos de risa.
La nueva generación empieza a normalizar la convivencia con gentes venidas de muy lejos. Espero que lo encajen bien.
Por supuesto, nos despiden con un pequeño discurso que a su vez debemos corresponder con nuestro agradecimiento.

Es un honor conocerles, la verdad sea dicha, y se está muy a gusto allí, frente al lago navegable más grande del mundo…

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