En mi tercer viaje a Chad fui al encuentro del festival Gerewol de los Wodaabe. Un sueño que llevaba años labrando. La vida ha querido que fuese en un año de lluvias extraordinarias, así que la aventura estaba servida.
El año de las grandes lluvias en el Sahel
En África occidental y central la temporada de lluvias se suele desarrollar en los meses de verano, hasta mediados de septiembre, bajo el fenómeno climatológico de la Zona de Convergencia Intertropical.
En algunos sitios lo de “lluvias” es un eufemismo, ya que pueden pasar años sin llover, o caer cuatro gotas. Pero en el verano de 2024 esto no ha sido así. De repente, los meteorólogos alertaron de que a finales de agosto habría lluvias hasta 500 veces más abundantes de lo habitual.
En realidad en 2022 ya hubo un episodio de lluvias mucho más abundantes, al menos en Chad, pero este iba a ser, y fue, algo mucho más bestia.
Hubo grandes inundaciones que arrasaron miles de pueblos e infraestructuras como carreteras y pistas. Murieron más de 1.000 personas, que se sepa. Países como Níger y Chad se vieron muy afectados, no siendo los únicos.
También se formaron lagos en el Sáhara, o más bien se «rellenaron» porque las cuencas de los mismos están ahí, pero suelen estar secos.
El caso es que no dejó de llover en muchas semanas y la estación de lluvias se prolongó hasta el mes de octubre. Hasta el viaje que tenía programado con Kumakonda para ir a ver el Gerewol de los wodaabe, uno de los festivales más famosos de África. Ya no había vuelta atrás.
No puedo dejar de registrar aquí que cuando llegué a NDJamena, y cuando salimos de la ciudad, aluciné con el paisaje. Muy verde, con mucha agua. Mi visión de Chad siempre ha sido la de la temporada seca, con arena y polvo básicamente.
Breve contexto ¿quiénes son los Wodaabe y qué es el festival del Gerewol?
Los Wodaabe o Bororo son uno de los pueblos fulani, la gran tribu nómada que se extiende por buena parte del Sahel.
Hablé de quiénes son los Wodaabe y de sus orígenes en el post Acampando con nómadas Wodaabe, los más presumidos del Sahel.
También en el artículo que escribí para el blog de Kumakonda, Los wodaabe de Chad, mucho más documentado.
En el caso de Chad, la mayoría se encuentran en el suroeste del país, en las regiones de Chari-Baguirmi y Mayo-Kebbi. Se mueven de sur a norte y cuando se desplazan llegan a hacer unos 30 kilómetros al día con su ganado y todas sus pertenencias. La trashumancia les lleva un mes aproximadamente.
Al final de la estación de las lluvias, cuando el pasto es muy abundante y es fácil encontrar agua, los clanes se reúnen por espacio de una semana o más.
Este encuentro es la ocasión en la que se forjan o refuerzan alianzas entre clanes y, sobre todo, sirve para algo muy concreto: los matrimonios.
En la vida nómada del Sahel, las familias se dispersan durante la época seca en un territorio muy amplio. Necesitan encontrar agua y pastos para su ganado. No hay forma de reunirse con otros clanes porque la tarea sería imposible. El problema es que así no se pueden relacionar entre ellos, y el matrimonio está prohibido dentro del mismo clan.
Así pues, cuando hay agua y pastos más que suficientes, se reúnen y celebran el festival Gerewol, una especie de fiesta para que los solteros puedan ligar entre ellos. Hoy en día, con el Islam, ya no tiene el carácter libertino del pasado, pero mantienen la tradición con algunas variaciones.
Otro rasgo de los Wodaabe o mbororo es el código de conducta que siguen, llamado Pulaaku. Según este código, los wodaabe valoran el sentido común y los buenos modales, la discreción, la capacidad de ser fuerte ante la adversidad y aceptar la desgracia, la dignidad, la caridad, la generosidad, la libertad…
Dentro de los Wodaabe hay distintas ramas o familias. Nosotros fuimos a un campamento de Sudu Sukaya, originarios de Níger, aunque después llegó una familia de Ndjapto, los que llevan complicados y llamativos tatuajes escarificados en la cara.
El camino hasta el campamento de los Wodaabe: toda una aventura
Como decía, las lluvias extraordinarias habían hecho de las suyas y nos temíamos una larga jornada de conducción. No íbamos desencaminados, aunque no esperábamos tanto.
En realidad casi todos los años, según me dijo Alonso de Kumakonda, cuesta entre 8 y 10 horas llegar al campamento señalado, pero en 2024 la situación era mucho peor. Además, los nómadas habían acampado más al sur de lo habitual porque las crecidas de los grandes ríos no les permitían llegar más al norte hasta que dejara de llover.
Para ser más concreta: la distancia entre NDJamena y el campamento al que íbamos a ir era de sólo 180 kilómetros, pero tardamos 21 horas ininterrumpidas en recorrerlos.
Entre DJamena y Dourbali tuvimos unos kilómetros de asfalto. Disfrutamos del avance viendo por la ventanilla la cantidad de campos anegados de agua, con árboles sumergidos hasta la mitad del tronco. Yo ya iba pensando que estaba claro que no había posibilidad de salirse de la carretera.
En la ciudad de Dourbali, la última “importante” que pisamos antes de entrar en el campo, es necesario hacer el registro en la policía. Aprovechamos para comer un bocadillo y un plátano. Luego continuamos tratando de no prolongar mucho la parada. Nos esperaba lo peor, aunque no sabíamos hasta qué punto.
Justo antes de entrar en la ciudad, por cierto, nos encontramos con un grupo de nómadas Alidjan que estaban trasladándose con todas sus cosas.
La visión de los grupos nómadas trasladándose
… es algo frecuente en Chad y una de las cosas que más me gustan de este país.
Me parece fascinante ver cómo llevan empaquetadas sus cosas, sus miradas, su andar. Cada etnia con sus señas de identidad.
Un rato después, empieza la pesadilla. Para nosotros fue una paliza, pero aún no me explico cómo lo resistieron los conductores. Para ellos sí que fue un infierno de esfuerzo, tanto a nivel físico como mental.
Las pistas que debíamos seguir estaban asediadas por la vegetación. Los arbustos habían crecido tanto que superaban la altura de los coches. El intenso calor mezclado con la humedad no ayudaba.
Poco a poco empezamos a encontrarnos con charcos y barro blando. Al principio bien, pasamos sin dificultades, pero llegamos a un punto en que no.
Cuando no era un coche, era el otro o el otro el que se quedaba atascado en el barro. Con media rueda o la rueda entera sumergida.
Cada atasco podía llevar unos minutos o una hora en resolver. Se intentaba con las palas, con las planchas, con la cuerda para remolcar con otro coche, empujando…
Nos quedamos totalmente a oscuras, una vez se extinguió la luz solar. Sólo se oían los sonidos del bosque y los motores de los coches.
En un momento dado nos planteamos parar en algún sitio más o menos seco, acampar y continuar al día siguiente, pero después se decidió que no. Estábamos «cerca” y lo mejor era seguir aunque lleguásemos muy tarde.
La verdad es que a mí tampoco me parecía que tuviese sentido montar el campamento para tres o cuatro horas, y desmontarlo al amanecer, en una de esas pistas.
“Sólo nos quedan dos horas”, nos dicen a eso de la una de la mañana. Ilusos. Muy poco después nos quedamos enganchados en un tramo de pista durante tres horas completas. Apenas unos cientos de metros para que pasaran todos los coches.
Al final, a eso de las cinco de la madrugada, llegamos a un lugar más seco y los conductores pararon a rezar y echar un sueño de una o dos horas. La verdad es que no sé cuánto tiempo estuvimos allí porque yo iba dormitando, como podía, en mi asiento.
Sí recuerdo que en ese amanecer no me encontraba bien. Tenía ganas de vomitar, la tripa revuelta, dolor de cabeza. Creo que estaba deshidratada porque no habíamos comido nada desde el bocadillo del mediodía, aparte de algunos frutos secos y un par de cervezas de las que llevábamos en el coche. Llevaba demasiado tiempo sin beber suficiente agua.
También recuerdo que con el despertar del día y los motores apagados, los sonidos del bosque selvático brotaron de manera increíble. Cantos de pájaros difíciles de describir. Mugidos de algunas vacas de los nómadas que acampaban por allí, aunque no les veíamos. Las libélulas volando en el cielo y los ciempiés circulando por el suelo ¡Nunca había visto tantas y tantos!
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Llegada al campamento del Gerewol: observando la vida nómada
A eso de las 9 de la mañana, por fin, llegamos al que sería nuestro campamento por los siguientes dos días. O eso creíamos.
Yo me seguía encontrando mal así que, sorprendiéndome a mí misma, no quise ni sacar la cámara. Sólo quería tumbarme en una esterilla, beber agua y tomar un paracetamol. Al cabo de un rato reviví y pude empezar el día más bonito de este viaje.
El día por el que mereció la pena pasar la pesadilla de las pistas.
Los primeros que se acercan son los niños desplegando su curiosidad. Es infinita e inagotable. Nos miran atentamente, se fijan en cualquier detalle, piden todo lo que creen que pueden pedir: mi pulsera de bolitas de colores, pendientes, la botella de agua mineral. Huelen mi pañuelo y dicen “mmmmm”. Y a continuación lo quieren para ellos.
La consigna es no complacer sus peticiones. Son caprichos como los de cualquier otro niño del mundo, que abandonarán en la siguiente esquina atraídos por otra novedad. Lo digo con cariño, no con desprecio.
Sabemos que ellos disponen de comida, agua y ropa. Nuestra expedición les ha llevado, además, varios sacos de azúcar, harina y cosas que pueden necesitar para su fiesta y próximas semanas.
Su modo de vida es sencillo, sí, pero no extremadamente pobre. Nosotros somos visitantes y hemos ido allí con un acuerdo previo, obvio. Que nadie se engañe. Sería casi imposible coincidir con un Gerewol.
Otra cosa es lo que hacen algunas agencias, que van a campamentos instalados alrededor de la capital, pagan a cuatro wodaabes y estos se maquillan para representar la fiesta. Cada vez hay más turismo que quiere ver este mítico festival, por cierto.
Poco a poco se establece cierta confianza, aunque siempre habrá algún pequeñuelo que huirá espantado de los blancos.
Como todos los niños del mundo, jugar con ellos es fácil. Si les enseñas una canción, la repiten esforzándose al máximo y con entusiasmo. Si les hablas en tu idioma, también repiten todo. “Hola” “cómo estás” “muy bien”. Lo hacen con voz y pronunciación clarísimas. Cualquier gesto de cariño puede generar un abrazo, un cogerte de la mano y no querer soltarte.
Buscan el contacto con nuestra piel. Para ellos es tan extraña como para nosotros la suya. Algunas mujeres se ríen al estrechar mi mano con la suya, precisamente por ese tacto raro que experimentan.
Las casas de los wodaabe se llaman «denki» y se alzan dispersas en el sitio de acampada elegido. Es la forma de procurar la intimidad de cada unidad familiar.
La arquitectura está perfectamente adaptada a la vida en movimiento: una estructura de madera, alzada sobre el suelo para evitar a los animales y la humedad o el polvo del suelo.
Suelen cerrarla con esterillas durante la noche, y mantenerla abierta durante el día. La decoración no falta, otro signo del sentido de la belleza de este pueblo.
En el primer nivel, bajo techo, el “dormitorio”. Sobre el “tejado”, sus pertenencias, entre las que destacan las calabazas decoradas, que son la propiedad de las mujeres, su riqueza. Si dejan al marido, sólo se pueden llevar eso.
Cada casa es de una mujer y sus hijos. Los Wodaabe son polígamos, así que cada hombre tiene varias mujeres y decide con quién duerme.
La comida la preparan delante de su casa, en ollas de hierro sobre el fuego.
Aunque las mujeres llevan el rostro descubierto y se arreglan mucho, están al servicio de los hombres. Ellas se encargan de recoger la leña, ir a buscar agua, limpiar el campamento, ordeñar a los animales, fabricar mantequilla y queso, tejer, hacer la comida, cuidar de los hijos.
Los niños también aportan su esfuerzo a las tareas diarias. Pastorean a los animales desde muy pequeños, también recogen leña o van a buscar agua. Según sus capacidades. Siempre imitando a los mayores, quizá el mejor método de aprendizaje del ser humano.
Las manifestaciones de cariño hacia los niños y entre los adultos, aunque sean marido y esposa, no están bien vistas. Prácticamente no les ves relacionarse entre ellos, y en general se muestran severos, hieráticos, porque es la conducta honorable que deben seguir según su código moral.
Pero siempre puedes conseguir una sonrisa 😊
Recuerdo cómo un hombre nos dijo que los niños con los que estábamos jugando eran sus hijos mellizos, y la mujer que estaba al lado, una de las más guapas, era su mujer. Yo le dije que los mellizos dan “baraka” o buena suerte, y asintió feliz y orgulloso.
Los wodaabe o bororo se consideran el pueblo más bello del mundo
Así es. Ya lo he anotado. Los Wodaabe tienen un gran sentido de la belleza y dedican mucho esfuerzo a ser guapos y guapas. Siempre según sus cánones. Y de esto va el Gerewol también, por cierto.
Hoy en día utilizan muchísimas cuentas de colores de plástico, algunas con formas de conchas cauri. También suelen llevar gri-gris, los amuletos que utilizan los musulmanes en muchísimos lugares de África. La diferencia que he visto es que los Wodaabe los llevan en gran número y en distintos sitios. Desde los tobillos hasta los brazos, además de colgados del cuello.
Los gri-gris son bolsitas de cuero que contienen un papelito con una sura del Corán, hierbas, hojas o raíces mágicas. Su función es la protección contra los malos espíritus. Igual que los tatuajes del rostro, en especial los que hay alrededor de la boca, ya que pueden impedir que dichos espíritus entren por ella.
He leído que a los niños, además, les alteran la cabeza para hacerla más alargada, siendo este otro signo de belleza. Y les encantan las narices chatas, así que las madres aprietan las narices de sus hijos, cuando son bebés, para conseguirlo.
Precisamente, jugando con unas niñas, ellas empezaron a hacer el gesto de apretar mi nariz (sin fuerza). Imagino que querían decir que la mía no está bien porque no es tan chata como la suya 😅😅
También valoran mucho el hecho de ser altos y delgados. Comer poco es una seña de buenos modales y un valor.
El festival Gerewol: danzas y seducción
Mientras paseamos por el campamento saludando a los vecinos, los chicos se preparan para la fiesta que empieza por la tarde.
Reunidos en pequeños grupos o en solitario, se aplican capas de maquillaje grueso en la cara, muchos de color amarillo. Luego aprendo que ese es el maquillaje de los Sudu Sukaya, mientras que los Ndajpto no se ponen casi maquillaje.
Es una fantasía increíble. Sobre la base de maquillaje realizan dibujos a base de puntitos y rayas finas en otros colores. Además suelen dibujar una línea vertical desde la frente hasta la punta de la nariz, para resaltar su perfil.
Además del maquillaje en la cara, realzan sus ojos y labios con kohl de color negro. La idea es destacar el color blanco de los dientes y de la mirada, que forma parte de su ideal de belleza masculina. Las muecas que realizan durante sus danzas son también para eso, para demostrar sus habilidades y belleza.
Muchos utilizan una especie de gorro que me recordó al del famoso busto de Nefertiti, nada más y nada menos, y otros terminan su tocado con un turbante y plumas.
Todos están pendientes de su aspecto y se miran al espejo (quizá su bien más preciado) cada dos por tres, repasando su maquillaje y ensayando las muecas. Si a alguno se le ladea la pluma o se le descoloca algo del atuendo, uno de sus compañeros le ajusta la pieza. Antes muerto que sencillo, amigo.
Con cantos rítmicos y un poco monótonos, van calentando la voz hasta que les toca salir a “escena”.
La primera danza que realizan es la Yaake, destinada a impresionar a las chicas solteras. Para ello forman una fila que poco a poco va creciendo en número de participantes. Con sus potentes voces, se mueven ondulando sus cuerpos, saltando, dando palmas…
Varios hombres mayores se encargan de “dirigir” la danza. Les dan indicaciones, les animan a mostrar sus mejores muecas para seducir a las mujeres, para ser más guapos que el de al lado. O se burlan de ellos para que se esfuercen más.
Las mujeres se acercan al cabo de un rato y se ponen a un lado. También bailan y cantan, aunque con un estilo diferente, y en un momento dado se acercan a ellos. Es cuando van a elegir al chico que más les gusta o les impresiona. Le invitan a bailar con un gesto leve, casi invisible.
Cuando llega la noche, es el momento del Gerewol propiamente dicho. El baile se traslada en torno a una hoguera. No importa que haga calor.
Antes de que los hombres se pusieran a bailar, nos encontramos con los niños que estaban imitando a los mayores. Algunos se habían pintado los labios de negro, otros ni eso, pero todos estaban haciendo una representación calcada de los adultos. Estaban los que bailaban y hacían muecas, los que les dirigían llevando grandes bastones… Fue muy gracioso.
En el pasado, durante la noche las mujeres elegían al chico y se lo llevaban a los matorrales para disfrutar de una noche de amor. Incluso había mujeres casadas que se iban con otro hombre que no era su marido, ya fuera para una noche o para abandonarle.
Ahora, con el Islam, me temo que ya no es así, pero quién sabe lo que ocurre en las sombras de la noche.
Mientras cenamos, nos comunican que al día siguiente debemos irnos 🤯 El plan era quedarnos todo el día siguiente y una noche más, pero había habido lluvias a varios cientos de kilómetros de allí, y el río Chari, el más caudaloso que debíamos cruzar, estaba creciendo. Corríamos el riesgo de quedarnos atrapados en esos campos y bosques por no sé cuántos días.
A pesar de esa noticia, confieso que no aguanté en la fiesta hasta muy tarde. Posiblemente me perdí la parte más auténtica o interesante. No lo sé porque estas fiestas llevan su propio ritmo y puede resultar muy lento para los foráneos, en especial porque buena parte de gestos y acciones se nos escapan.
El caso es que mi cuerpo llevaba demasiadas horas levantado. Llevábamos unas 48 horas salvo las cabezadas en el coche, sin descansar.
Nueva odisea por las pistas llenas de barro
Madrugando mucho, desayunamos y recogemos nuestro campamento, tarea que lleva al menos una hora. Damos los buenos días a los wodaabe que ya están saliendo con las vacas. Los niños y niñas vienen a revolotear una vez más a nuestro alrededor.
Quizá pensaban, como nosotros, que estaríamos más tiempo juntos. En pocas horas les hemos cogido cariño, sé que no soy la única del grupo, y durante los siguientes días nos acordaremos mucho de ellos mirando las fotos y vídeos que tenemos de ellos.
De nuevo nos encontramos con las pistas en mal estado y los coches se atascan. Ahora es de día, pero la situación no es diferente.
En un momento dado, nos encontramos con que el camino es una capa de barro gruesa que tiembla a nuestro paso. Debajo debe de haber agua, es como una balsa y resulta increíble.
Después de toda la mañana luchando, llegamos a una aldea donde hay mercado. Está lleno de nómadas de distintas familias y bajamos de los coches un ratito, pero debemos darnos prisa porque el río Chari sigue creciendo y hay que cruzarlo antes de que sea demasiado tarde.
Lo conseguimos a primera hora de la tarde, ya por los pelos. Los campos que quedan a nuestra derecha están inundados y la altura del agua puede ser de medio metro o más.
Poco después, los coches se embarrancan de tal manera que, cayendo la noche, decidimos acampar en la pista.
Un dato ilustrativo: ese día hicimos 28 kilómetros en… ¡9 horas!
Nada más terminar de montar las tiendas de campaña y guardar nuestras cosas, siendo noche cerrada, llega una gran tormenta eléctrica seguida de un aguacero gigantesco.
Nos metemos en los coches con todo lo que de valor: pasaportes, dinero, cámaras fotográficas, etc. Los relámpagos y truenos son espeluznantes. Menos mal que sólo dura alrededor de media hora, porque cuando para de llover y salimos, la pista está totalmente encharcada. Afortunadamente la mayoría de las tiendas aguantaron secas en el interior. Si la tormenta se hubiese prolongado, no sé yo…
A la mañana siguiente comenzamos de nuevo. Aún nos quedan 150 kilómetros hasta la capital, aunque unos 100 kilómetros serán por la carretera desde Dourbali.
De nuevo nos cruzamos con grupos nómadas que avanzan entre la espesura con sus animales. Por estos encuentros merece la pena estar aquí.
Los coches se siguen atascando cada dos por tres hasta que, por fin, llegamos a una zona más seca y luego a una población con mercado semanal.
Aprovechamos para parar un rato, comer algo de carne asada y conseguir alguna bebida fría. En este mercado hay nigerianos que vienen a Chad para trabajar en la agricultura. Debe ser por eso que el ambiente es algo distinto al de otros. Por ejemplo, aquí hay muchos hombres que nos llaman y coquetean con nosotras abiertamente.
Ya sólo queda llegar a NDJamena, un paseo frente a lo que hemos dejado atrás.
Los wodaabe y el Gerewol han sido todo un reto a alcanzar ¿Valió la pena? Sí, rotundamente. ¿Se quedó corto? También. No sólo por ver más tiempo sus danzas, también por extender esa convivencia mágica con ellos. Ojalá pueda volver, aunque preferiría que sea en un año más normal a nivel de lluvias 😅😅
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