Los pozos de Chad son imprescindibles. Sin ellos no podrían vivir las 80 millones de cabezas de ganado que tiene este gran país. Ni sus gentes. Por eso son causa de conflicto entre los distintos grupos étnicos, tribus y linajes. Conflictos que se saldan con muertos en pleno siglo XXI.
Pozos tradicionales vs. pozos modernos
Nunca hubo en Chad tantos pozos como ahora, me atrevo a decir. Las distintas ONG y programas de ayuda han construido, excavado e instalado pozos con bombas de acción manual para que la población pueda disponer de agua potable más cerca de sus casas o de su ganado. Te dejo aquí un artículo donde se explica muy clarito cuál es la realidad de esta gente.
Por ello, la mayoría de pozos que te puedes encontrar por el país son “modernos”. Y por ello la manera de hacer en los pozos tradicionales se ha ido dejando de lado, aunque algunos se mantengan en activo. Estos últimos son, desde luego, los más interesantes a nuestros ojos. Son un pequeño viaje al pasado.
El inicio azaroso en nuestra ruta buscando los pozos de Chad
Emprendemos el viaje al remoto Ennedi, el viaje oficial a Chad, tras la semana de exploración entre el Lago Chad y el Valle del río Logone. Las ilusiones se renuevan, soy consciente de que vamos a cambiar de medio y de que por fin nos dirigimos a mi querido desierto del Sahara con letras mayúsculas.
Pero es un camino de más de tres días y Alonso de la agencia Kumakonda quiere enriquecerlo con una ruta llena de contenido, así que decide que vayamos por lo que él llama “la ruta de los pozos”. No es un nombre oficial, pero sí más que acertado.
Muy pronto lo comprobamos. Apenas salimos de la carretera, antes de alcanzar la gran estepa semi desértica que tenemos que atravesar, nos encontramos con una serie de pozos tradicionales. A diferencia de los demás, estos son para y por la agricultura, no el ganado.
Fue un encuentro por accidente. Nuestro guía Hamit se había desviado un poco de la pista por la que debíamos avanzar y estábamos un poco perdidos. Bendita confusión 🤗
Nos acercamos para preguntarles. Probablemente sean los pozos más antiguos de Chad, nos dice el propio Hamit, ya que no se accionan con animales.
Uno de los hombres nos cuenta que son kanembou y que los pozos se llaman karo. Son los pozos más antiguos de la región y han caído en desuso, pero aquí siguen utilizándolos porque son un sistema más rentable para cultivar el campo. Con las bombas de agua modernas no es igual.
Sinceramente no sé cómo se consigue más rentabilidad con unos que con otros, me imagino que es porque los tradicionales están junto a los campos y/o porque se hace un uso del agua más racional y óptimo, pero no lo sé a ciencia cierta.
Nos acercamos a uno de ellos. Está excavado a mano en el antiguo cauce de un río. Sus paredes son de tierra y están fijadas con brazadas de paja. Es realmente profundo. No quiero imaginar cómo es la construcción de estos pozos y los riesgos que corren. Imagina trabajar a 30 o 50 metros de la superficie en un sitio tan angosto y con el riesgo de derrumbe que supone.
Sacan el agua con un capazo sujeto con cuerdas, accionando una especie de catapulta. A continuación la vierten en el canal que distribuye el agua a los huertos cercanos.
Un poco más allá varios hombres están sembrando en cuclillas después de haber cosechado el mijo. El trabajo no se detiene, de ello depende su supervivencia.
Moussouru y el bar Facebook
Esa noche llegamos a Moussouru, una población de 16.000 habitantes. El aire está cargado de polvo y hace mucho viento. Esperemos que no continúe muchos días y podamos ver el Ennedi en todo su esplendor.
Conseguimos que nos dejen acampar en un edificio vacío del ayuntamiento. Extendemos nuestras colchonetas y sacos en el suelo de una gran sala con alfombras. Dormiremos resguardados.
A continuación nos vamos al bar Facebook a tomar unas cervezas y pasar el rato hasta la hora de la cena. Ya es de noche. Con la tormenta encima no hay mucho más que hacer.
El bar Facebook es, como otros bares chadianos, llevado por cristianos. Consta de un gran patio con una parte techada con mesitas, sillas y una zona despejada para bailar. La gran mayoría de clientes son jóvenes militares. Muy jóvenes. Con su uniforme, turbante y teléfono móvil en la mano, beben sin parar mientras echan miradas a las mujeres que hay sentadas en un rincón. En dicho rincón también hay un joven vestido de amarillo que baila lánguidamente.
En muchos de estos bares se ofrece todo tipo de servicios y para todos los gustos. Este es un buen ejemplo, aunque nadie lo diría por el aspecto recatado de las damas, todas con velo como las del resto de mujeres que ves en la calle.
Al cabo de un rato ellas se ponen en pie y se pasean entre la soldadesca, bailan, o se sientan en las rodillas de alguno de ellos. Está claro que son lo que son. Algunos chicos se ponen a bailar una canción con coreografía que debe de estar de moda. A pesar del uniforme siguen siendo adolescentes o veinteañeros. Lo que suena es pop sudanés, por cierto.
En el rincón de la barra surge una riña y echan al chico que la ha provocado. Nos damos cuenta de que los ánimos se pueden caldear y nosotros somos como una mosca en un vaso de leche, así que decidimos volver a nuestro alojamiento. Ni hablar de hacer fotos o vídeos allí.
Avanzando en la estepa chadiana
El día amanece tan cargado de polvo como terminó el anterior. Salimos de Moussouru envueltos en una atmósfera que parece fantasmal. Pero a medida que hacemos kilómetros y pasan las horas, el cielo se despeja. Qué gozada empezar a ver el desierto con cielo azul.
Circulamos por una pista arenosa bien marcada, aunque de vez en cuando se abre en varias. Yo me pregunto cómo pueden orientarse en el desierto. Nunca miran el GPS ni ningún otro mapa. Eso sí, siempre miran a todas partes buscando sus puntos de referencia. Una acacia especialmente grande, un pozo, una rueda de camión abandonada, cualquier cosa que destaque un poco.
A ambos lados se extiende una estepa enorme llena de hierba rala que bien puede parecerse al desierto del Gobi. Primero con más acacias, y después mucho más abierta. Cada vez se ven más dromedarios y menos vacas, además de los burritos y cabras de siempre. Otra señal clara de adaptación al medio.
No nos cruzamos con prácticamente ningún vehículo pero es frecuente tener que apartar a los dromedarios que se recuestan en la pista 😅. Por cierto, observo que hay muchísimas crías.
La vida salvaje en el camino de los pozos de Chad
Hay otro aliciente: la vida salvaje. Porque sí, entre los camellos y los burros de repente aparece un chacal que nos mira curioso a cierta distancia.
Un poco más adelante aparecen grupos de gacelas. Estas corren y saltan asustadas por el ruido de los coches pero ¡qué bonitas son! Me acuerdo mucho del Serengueti.
La población de gacelas del Sahara está en peligro de extinción o en situación de gran vulnerabilidad. Cazarlas era práctica común de los locales, formaban parte de su dieta, pero hoy en día está prohibido igual que en otros países como Argelia. Es muy probable que aún las cacen, pero ya no lo hacen con la libertad y frecuencia de antes.
Por otro lado, en una “parada técnica” observo de cerca las calabazas que llevo viendo desde hace un buen rato. Son las mismas que crecen en el Sahara argelino. No comestibles para los humanos, pero utilizables para fines medicinales. Al menos más al norte, no sé en Chad. Pueden servir para las infecciones urinarias, para la gonorrea, como purgante…
También, aunque muy de vez en cuando, aparecen casas. Son de adobe y techo de paja. Me gustan.
Por supuesto la ruta está salpicada de pozos, dando sentido al nombre oficioso. Los pozos se han ido estableciendo en esta ruta porque hay pastos y gacelas. También los hicieron aquí desde que construyeron la carretera a Faya en los años 90, más al oeste.
Aunque vemos unos cuantos no paramos porque necesitamos hacer kilómetros hasta nuestro objetivo para esa noche, pero son bien visibles por los rebaños de ganado que hay a su alrededor. Son como grandes manchas oscuras en medio del desierto.
Sí tenemos que parar en un momento dado porque se rompe un bidón de gasóil de los que llevamos en el maletero. El fuerte olor a combustible nos alerta. Por suerte estaba colocado junto a la puerta y el líquido ha escurrido hacia fuera. Lo vacían en el depósito de los coches y dejan el bidón allí, como señalizador de la ruta. Muchas rutas del desierto están señalizadas así. Reconozco que me sentí mal por dejar allí ese gran pedazo de plástico y lo dije en voz alta, pero sonó a «problemas del primer mundo».
La verdad es que llevarnos ese bidón vacío era absurdo: aún chorreaba gasóil y si lo llevamos a la siguiente ciudad, acabaría en un montón de basura de los que hay en cualquier lado. Este bidón quedó en la pista como ayuda para orientar a los siguientes viajeros. Puede que algún nómada lo coja y lo reutilice para dar de beber a sus animales o para guardar sus cosas.
El pozo de los Grillere
Del distrito de Bar el Gahzel, de dominio tubu, hemos pasado al distrito Batha, donde los árabes son los que controlan el territorio.
Hamit nos cuenta que además de estos grupos están los ágara, antiguos esclavos que mantienen su diferencia con los antiguos señores. Viven en barrios propios en ciudades como Moussouru. Y hay otro grupo más, los cameyá, considerados de casta inferior a los ágara. Son los que trabajan en los oasis.
Además están los anakasa, que en realidad es un pueblo que vive en Borkou, mucho más al norte, pero cada vez bajan más al sur por falta de agua. A consecuencia de ello está habiendo conflictos con los tubus y los árabes por el control de dicha agua.
Va cayendo el sol mientras nos acercamos a uno de los pozos de Chad más tradicionales que siguen en uso. Antes de llegar vemos a dos hombres montados en sus dromedarios recortándose en el horizonte, contrastando con el sol. Paramos para hacer unas fotos y se acercan a preguntar quiénes somos. Los saludos se suceden y continuamos.
Así es un día de muchos kilómetros en Chad. Entre la prisa por avanzar y llegar al lugar de acampada deseado, y las paradas que regalan momentos espectaculares.
El pozo de los árabes Grillere aún tiene algo de actividad a pesar de lo avanzado del día. Hay cuatro chicos jóvenes y varios niños entre el par de rebaños de camellos y vacas que están abrevando.
No quieren que les hagamos fotos, pero Alonso les enseña unas que trae impresas. Son del viaje anterior y quiere regalárselas a los que aparecen en ellas, si es que logramos coincidir con el mismo grupo. Uno de ellos sí aparece en las fotos. Flipan.
Nos retiramos a unos cientos de metros del pozo para acampar y esperar el amanecer. Al día siguiente el cielo se tiñe de púrpura y rojo mientras se escuchan los sonidos de los rebaños. Desayunamos a las seis de la mañana y nos vamos para allá.
Escenas de otro tiempo con una luz fantástica
Esta vez no son tan recelosos. En realidad los árabes son más amables que los tubus. En cuanto se ven en nuestras pantallas quieren más. La mayoría son muy jóvenes, adolescentes. Está claro que este trabajo es para los más fuertes.
Sin dejar de trabajar sonríen, se acercan a ver las fotos, posan. Todo un juego.
Dos de ellos le piden a mi compañera Ana que les pase por bluetooth las fotos en las que salen ellos, de móvil a móvil, cosa que consigue hacer después de varios intentos ¿qué te creías, que no saben de tecnología? 😅 La modernidad no siempre está reñida con la tradición.
Accionan el pozo con ayuda de unas poleas de madera. Estas tienen varias acanaladuras para apoyar las cuerdas que sujetan los grandes odres cargados de agua. Las poleas son de quita y pon. Cada pastor lleva la suya para colocarla en el pozo.
Los odres ya no son de piel de cabra como antes, ahora son de una lona plastificada que imagino es muy resistente. Deben de contener 50 litros. Tienen que llevarlos entre dos hombres a los pequeños depósitos que hay alrededor del pozo y que es donde beben los animales. Además utilizan cámaras de rueda de camión para llenarlas de agua para su propio consumo.
Para tirar de las cuerdas se ayudan de la fuerza de los camellos. Estos son conducidos por los niños y niñas, pero al mismo tiempo los hombres tiran y guían las cuerdas como puedes ver en las fotos. Unas cuerdas que mojan primero con agua, imagino que es para que no se rompan con la fricción.
Primero beben los dromedarios, después las vacas y después los corderos y cabras. El tamaño sí parece importar aquí.
Me asomo al pozo. No veo el fondo. Me dicen que tenga cuidado porque podría enredar el pie en una de las cuerdas y caer dentro. De allí no me sacan viva.
Nos cuentan que viven en este área casi todo el año, moviéndose entre pozo y pozo, excepto en la época de lluvias que se van a otro lugar con pastos más adecuados para el ganado.
Mientras terminan la tarea un hombre mayor prepara un té con mucha leche. Es hora de reponer fuerzas. Entre tanto otro rebaño se acerca por la planicie. El pozo no para.
Nos despedimos. Tenemos que continuar camino y aún nos faltan muchos kilómetros para Ennedi, pero las imágenes imborrables de los pozos de Chad siempre estarán en mi retina.
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