El valle del río Logone es la frontera entre Chad y Camerún. Hasta ahí todo claro, según los mapas. Otra cosa son las fronteras culturales, y esta, como muchas otras de África, no es tal. Los Moussgoum, Massa y otros grupos étnicos se vieron separados hace ya muchas décadas por el reparto de las potencias coloniales. Pero los lazos se mantienen vivos, tanto familiares como económicos.
Rumbo al valle del río Logone
Llegamos a Djamena a primera hora de la tarde, procedentes del Lago Chad. Tras esos días tan intensos, volvíamos a renovar la incógnita de qué ver en nuestro siguiente objetivo, el valle del río Logone.
Teníamos una ciudad en mente: Bongor. Y un contacto: Joseph y Rahel, de la Asociación Akwada, que serían nuestros anfitriones. También un objetivo concreto: conocer a los Musgum, su peculiar arquitectura y lo que surgiera. Pero había espacios en blanco que serían llenados con la experiencia en el terreno.
Arribamos a la estación de autobuses de Djamena. Un lugar abarrotado en los dos lados de la gran avenida-carretera de doble dirección.
El ambiente es agobiante, mucha gente yendo y viniendo, y muchos buscavidas a nuestro alrededor. Las constantes advertencias de Alonso sobre que tengamos cuidado con nuestras pertenencias no contribuyen a relajarnos, pero él tiene más experiencia que ninguno de nosotros así que mejor hacerle caso. Una pena cuando la sospecha y el temor se instalan en tu cabeza, porque no te dejan disfrutar de nada. Ni del caos humano.
El autobús que va a Bongor está medio vacío, lo que puede significar varias horas de espera antes de salir, y el día se está yendo. Alonso y Abu Bakar buscan una pick up 4×4 como alternativa y la encuentran. Negocian el precio, deciden que mejor la pagamos entera, es decir, para nosotros solos, para salir inmediatamente. Tenemos 220 kilómetros por delante, unas cinco horas de carretera que efectivamente es lo que tardamos en llegar a Bongor, ya entrada la noche. Nos cuesta 85.000 CFAs (125 €) a pagar entre los cuatro que somos. Más tarde nos dirían que es un buen precio.
Nos apiñamos en los asientos del interior y partimos. El conductor es prudente y bueno, aunque se ve que muy religioso. Ni tan mal, porque gracias a esa fe hacemos un par de paradas para que él rece y aprovechamos para estirar un poco las piernas. Durante la primera mitad del viaje va serio y es hasta un poco borde, pero después del segundo rezo se relaja y hasta nos regala alguna sonrisa. Aun así el viaje termina siendo mortal de cansado. Tengamos en cuenta que veníamos de otro viaje de unas tres horas y media después de visitar a las mujeres de la espirulina del lago Chad 😅
Por fin, a las 22.30 h o quizá algo más tarde, llegamos a la guesthouse de Joseph y Rahel, que nos han esperado pacientemente para ofrecernos una cena a base de pescado, ensalada de lechuga y algo de fruta. Mientras comemos hablamos de lo que vamos a hacer los próximos días. Son muy agradables y el sitio es casi un lujo. Me toca una habitación con cama amplia, sábanas. Además tenemos no sólo ducha sino también cafetera 💃💃
Explorando la ciudad de Bongor
Por la mañana temprano Joseph viene a recoger nuestros pasaportes para hacer fotocopias y llevarlos a la policía. Este es un trámite necesario en casi todas las ciudades del país. Hay que presentar los permisos de viaje, los pasaportes y explicar qué haces allí.
Nos dicen que el control es mayor del habitual en los últimos tiempos porque hay mucha inmigración de Camerún que huye de los yihadistas de Boko Haram. Al estar en la zona fronteriza, esto se considera “zona roja” casi como el Lago Chad, si bien allí todo el mundo afirma que no los han visto nunca.
De todas formas, es cierto que hace poco ha habido serios problemas que han provocado el desplazamiento de decenas de miles de personas. En diciembre de 2021 hubo enfrentamientos en el norte de Camerún, pero no por los terroristas, sino por la lucha entre granjeros, pastores y pescadores. En este artículo de ACNUR puedes leerlo con más detalle.
El caso es que Joseph vuelve y nos dice que tenemos que ir con él. Vamos a un puesto de policía donde tenemos una breve conversación con ellos. Nos envían a otra comisaría o puesto militar, no recuerdo bien. Después de esperar un ratito, tenemos que volver al primero para firmar unos papeles. A todo esto se quedan con una fotocopia del pasaporte. Es un vacile de al menos dos horas, pero terminan dándonos la bienvenida. Más vale presentar tu mejor sonrisa y adaptarte.
El encuentro con el adivino
Ya a media mañana vamos a ver a un adivino. Es un guiraida o adivino de la tribu Massa. Los adivinos de esta zona tienen muchos rasgos comunes con los de las montañas de Camerún, que tan cerca están geográficamente. Al menos el método adivinatorio es similar: utilizan las piedras como elementos sobre los que buscar respuestas. Su estilo, sin embargo, es distinto.
👉 Aquí te cuento y enseño cómo es una adivinación en Camerún, en el Monte Ziver.
Los adivinos guiraidas responden a las preguntas de todo aquél que quiera ir a resolver sus dudas. Suelen ser cuestiones de salud, qué hacer ante una gran decisión, o cosas que atañen a toda la comunidad como la cosecha, la llegada de las lluvias o la evolución de una epidemia de cólera.
Estas personas suelen ser elegidas por el guiraida predecesor, quien habrá observado que un chico o joven en particular tiene las cualidades que se necesitan. A partir de ahí, se encarga de su iniciación, transmisión de conocimientos y técnicas de adivinación. Por supuesto, todos esos conocimientos son secreto para los demás.
Nos contaron que cuando llegó la noticia de la pandemia del coronavirus, todos los días iba gente a preguntarles. Su respuesta fue que no llegaría a Chad, e hicieron un sacrificio para protegerse de ello. Por si te lo preguntas: los animales sacrificados son cocinados y compartidos entre la comunidad.
El caso es que llegamos y nos hacen sentar en unas sillas a la sombra de un gran árbol. El guiraida viene con su ayudante y un cubo lleno de piedras, y a continuación se dispone a colocarlas de una en una a su alrededor. Con toda la atención y calma que se requiere.
Nosotros observamos, hacemos algunas preguntas sobre este oficio, y vemos cómo la vida continúa a su alrededor como si nada. Los niños corren, gritan y juegan. Las mujeres vienen y van en sus quehaceres. Nada perturba al adivino.
Casi una hora después, las piedras están colocadas en varios óvalos concéntricos a su alrededor. Es el momento de que hagamos nuestras preguntas y él responda.
Formulamos sólo dos cuestiones:
- Qué equipo va a ganar la semifinal de la Copa de África, cuyo partido se jugaba esa tarde o al día siguiente entre Senegal y Egipto. Sin mojarse al cien por cien, dice que tiene más probabilidades Senegal. Es el equipo favorito en Chad, quizá porque Senegal se siente como un país más cercano que Egipto. Acertó. Ganó Senegal. Por penalties, por cierto.
- La otra pregunta fue ¿Vamos a sufrir el harmatán en nuestro viaje a Ennedi? Nos dice que todo va a estar bien pero que debemos sacrificar una cabra hembra cuando estemos en ruta, e invitar al pueblo donde lo hagamos. También acertó al cien por cien. El harmatán llegó justo cuando salimos de Ennedi. Y sí, sacrificamos una cabra para nuestra comida, algo que se suele hacer en estos viajes, aunque no invitamos a nadie del pueblo… Será por eso que el harmatán (tormenta de arena) nos alcanzó en los Lagos de Ounianga.
Muy cerca de la casa del adivino hay un gran baobab. Es la primera vez que vemos un ejemplar de este árbol africano tan maravilloso y sus dimensiones son colosales. Tiene algunas telas rojas anudadas en sus ramas, seguramente porque es considerado sagrado y allí se hacen rituales animistas. No vimos muchos más en todo el viaje, aunque me imagino que más al sur debe de haber más.
A continuación vamos a ver un gran huerto lleno de árboles de mango y una piscifactoría pequeña. Es una cooperativa de gente local y nos lo enseñan llenos de orgullo. Joseph les ayudó con la construcción del pozo que produce este pequeño milagro. Como en todo el mundo, la gente quiere prosperar y lo intentan.
El mercado de Bongor
Como ya se nos ha hecho realmente tarde, decidimos acercarnos a un mercado tanto para dar una vuelta como para buscar un sitio donde comer.
Este mercado no nos parece tan tradicional como el que habíamos visto en Isseirom, pero aun así en un mercado típicamente africano. Personalmente, fue como transportarme a mis días en el vecino Camerún.
Las opciones para comer eran escasas y no tenían muy buena pinta, pero al final nos apañamos con unos buñuelos, algo de carne a la brasa que tenía mejor pinta en el plato que en la parrilla, unas latas de atún que llevábamos nosotros y unas barras de pan.
En realidad este retraso nos vino de lujo porque así pudimos recorrer el valle del río Logone con la mejor luz del día: el atardecer.
Los paisajes naturales y humanos del río Logone
El camino hacia Katoa, la ciudad principal de la región de los Musgum, discurre por una pista de arena junto al río Logone.
El río Logone, Logon o Logome, es el principal afluente del río Chari. El mismo que alimenta el Lago Chad y que pasa por Djamena. En sus pantanales se cultiva el arroz que se exporta a Nigeria. Aquí prefieren el mijo o sorgo. Entre ambas orillas hay, además, un importante tráfico de mercancías entre las que destaca la cerveza. Precisamente nuestro anfitrión Joseph se dedicó, durante su juventud, a este tráfico.
Teniendo el río a la vista a nuestra izquierda en el camino de ida, una especie de murete de arena explica que en la época de lluvias el Logome crece e inunda los campos que ahora están a la vista.
El agua llega a cruzar la pista en los peores años (esa especie de muro de contención está para evitarlo, pero no siempre lo consigue) y arrasa con las casas de adobe. Esta es una de las explicaciones de por qué los Musgum han dejado de construir las casas tradicionales, pero esta es otra historia que contaré en su momento.
El sol va bajando y las piraguas que cruzan el río se recortan en negro, con las siluetas de los barqueros impulsándose con largas pértigas. Cuando vemos esta escena, paramos. Estamos junto a un puesto de policía “fronteriza” pero nos conceden permiso para hacer fotos al río. Muy amable por su parte, la verdad. La imagen es bellísima.
En la orilla chadiana hay muchas personas bajándose de las piraguas. Es gente que vuelve a casa después de un día de trabajo en Camerún, país que parece ser más próspero en cuanto a salidas económicas.
Encuentro con los nómadas fulani o peuls
Un poco más adelante divisamos un campamento de fulanis o peuls, los nómadas del Sahel. Sin dudarlo, paramos de nuevo. Están llevando sus rebaños a abrevar en un brazo del río. El polvo revolotea levantado por las patas de los animales mientras el sol va bajando como todos los días. Para nosotros es una escena onírica e impresionante.
Decidimos acercarnos para verles de cerca y comunicarnos con ellos. Y, por supuesto, para fotografiarles. Hay mujeres y niños, pero enseguida aparecen los hombres.
Ellas están ordeñando las vacas y preparando la comida. Observo que junto a sus casas, esa especie de mesa alzada sobre el suelo y llena de cachivaches, hay pequeños paneles solares. Bien por ellos.
El encuentro es flipante. Las vacas tienen cuernos enormes, pero realmente enormes. Nos piden que no nos acerquemos mucho porque las revolucionamos, así que hacemos caso.
Al principio las mujeres se tapan, se dan la vuelta y no quieren que les hagamos fotografías.
Hablamos con los hombres, les explicamos que nos interesa saber quiénes son y cómo viven. No es que nos cuenten toda su vida, pero algo sí.
Son fulani alidjan, uno de los grupos o linajes de esta etnia. Y acceden a que les fotografiemos. Al verse en las pantallas las defensas bajan, se ríen. Sobre todo les gustan los selfies y que yo aparezca en la imagen junto a ellas. Imagino que el contraste de la piel blanca con la suya es lo que más gracia les hace. Protestan si yo no salgo.
Abro un paréntesis: después de este encuentro llegamos al pueblo de los Musgum y lo que allí ocurrió lo dejo para otro artículo. Es lo más intenso de estos días y se merece muchas más palabras, así que quiero darte el respiro que yo no tuve. Sigo, no obstante, con el relato del Valle del río Logone porque hay más.
Hipopótamos a la vista y otras maravillas del río Logone
Al día siguiente nos volvemos a asomar al río Logone. El panorama es tan bello como el día anterior, aunque con más luz se aprecia mejor. Volvemos a ver a gente cruzando el río o esperando a alguna barca para hacer lo propio.
Hay pequeñas islas o bancos de arena porque el cauce está en sus horas bajas, siendo la época seca. Su profundidad debe de ser de pocos metros en las partes más profundas.
Los hombres pescan desde sus piraguas. Echan las redes dibujando un círculo, como vi en Benin hace tiempo. Conviviendo con ellos hay bandadas de aves entre los que hay cormoranes, patos, garzas y alguna especie de ganso salvaje. Y de repente… ¡un hipopótamo! Hay dos en realidad, pero uno de ellos es bastante esquivo y permanece sumergido casi todo el tiempo.
Los hipopótamos están situados junto a unas redes de pesca fijas y nos dicen que se están aprovechando de las mismas para comer a placer. Cualquiera va a espantarlos, teniendo en cuenta que es el animal que más muertes causa en África.
Nos prometemos volver al atardecer para ver si hay suerte y les vemos salir del agua, ya que es lo que hacen los hipopótamos cuando cae la noche, pero al final no se tercia.
Avanzando hacia Katoa, que ya está muy cerca, también vemos algunas casas pintadas con mucho arte. Son muy bonitas pero no logro saber por qué pintan unas sí y otras no. Sólo obtengo como respuesta que en la época seca se aprovecha para arreglar los desperfectos causados por las lluvias, y de paso las decoran con pigmentos naturales a la manera tradicional.
Otro detalle que me encanta es ver los manojos de paja del mijo que acaban de cosechar. Los tienen apilados en los muros de las casas, en los rincones de los patios. La tarde anterior vimos cómo las mujeres estaban aventando el grano y machacándolo. Este es su alimento diario, tanto con azúcar como salado.
Aunque aún utilizan la paja del mijo para hacer los tejados de las casas, esta es una práctica en desuso. Los tejados de chapa aguantan 10 o 20 años, mientras que los de paja hay que cambiarlos cada año después de las lluvias. La ventaja práctica está clara, aunque no sé yo si la chapa será tan fresca e higiénica como la paja.
En nuestros trayectos por el valle encontramos otro campamento de nómadas fulanis. Las casas delatan que se trata de un grupo tribal distinto. En este caso tienen “más cuerpo”, hechas con esteras, de forma semicircular.
Después de un rato tratando de comunicarnos con las mujeres, que al principio se ocultan ya que no hay hombres a la vista, llega el jefe. Se llama Adum Ali y tiene 76 años de edad. No conseguimos que nos diga a qué grupo concreto de fulani pertenecen.
Ellas, mientras, nos observan cautelosas desde detrás de una de sus casas, pero de repente veo que se están poniendo sus collares de bolitas de colores. De alguna forma, sin llegar a aceptar abiertamente que les hagamos fotografías, o sin querer posar, se arreglan para la visita.
Moukulu y los massa, uno de los pueblos divididos entre Chad y Camerún
El último día vamos a Moukulu aprovechando que es día de mercado. Este mercado nos parece más interesante, tanto la zona de animales, como la de comida y resto de mercancías.
En estos mercados las mujeres son las que llevan los puestos de alimentación, mientras que los hombres se encargan del ganado y de los «restaurantes».
No sólo vamos para eso, también nos han preparado un encuentro con los Massa, otra de las tribus del valle del río Logone.
Han organizado un baile y espectáculo de lucha libre. Los hombres llevan un atuendo de lo más ecléctico, con tiras de rafia sujetas al cuerpo, plumas en la cabeza, gafas de sol y otros complementos modernos. Ellas también llevan una especie de cinturones hechos con cuentas de plástico.
Se congrega un nutrido grupo de curiosos alrededor del espectáculo y lo gozan con la lucha libre, en la que participan tanto parejas de hombres como una de mujeres. Son combates rápidos, limpios, que terminan en menos de un minuto cuando el ganador logra derribar al contrincante.
Aparece, además, un joven griot. Es un chico adolescente que, nos explican, ha sido elegido por el griot mayor, un poco como el caso de los adivinos. Los griot son una figura muy respetada en muchos sitios de África del Oeste. Son músicos y cuentacuentos que transmiten los mitos y tradiciones con su arte.
Este griot tiene una voz bonita que te llega adentro. A pesar de su juventud es serio, hierático, y con sus gafas de sol más de uno pensó que era ciego, pero nada de eso. Mientras canta tocando su instrumento, le rodean varios móviles y un micrófono dorado grabando su actuación. El siglo XXI dándose la mano con el siglo XII.
Y hasta aquí las maravillas del valle del río Logone, que seguro dan para muchos más días y vivencias. Como he dicho hace un rato, en otro post hablaré de la experiencia con los Musgum, posiblemente la más bonita que he tenido en Chad, y también del proyecto de Joseph y Rahel.
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