Viajar a los países de Oriente suele ser muy estimulante. Una puede entender enseguida la fascinación que se sentía en Europa por esa región del mundo hace poco más de un siglo. En esas tierras siempre me he sentido bien acogida. y si algo tengo que destacar no son las maravillas arqueológicas y paisajísticas, sino las Gentes de Oriente Próximo.
Aquí tienes algunos «micro relatos» de mis encuentros con ellos.
Andaba por el centro de Amman y llegué a la altura de la mezquita más antigua de la ciudad.
Allí estaba ella, llevando en brazos a una niñita. Parecían gitanas. Nuestras miradas se cruzaron y me pidió que le hiciera una foto. Así, sin más. Todo con gestos porque ella no hablaba inglés y yo no hablo árabe.
Se la mostré y se rió encantada. Entonces me pidió que le hiciera otra, que también le mostré, y empezó un pequeño juego entre las dos.
Me señalaba cosas para que yo las fotografiara y después ella pudiera ver el resultado.
Observaba cómo manejaba mi teleobjetivo y luego (supongo) analizaba la foto, la distancia real y lo que aparecía en la pantallita.
Un hombre que estaba sentado en el suelo junto a la puerta de la mezquita se acercó. Sonriente y de mirada dulce, con gestos delicados, me pidió que le hiciera una foto también a él. Se la enseñé y se quedó muy complacido, llevándose la mano al corazón. Ignoro si tenían algún tipo de relación.
La niña volvió a demandar mi atención y en ese momento, señalando hacia el interior de la mezquita, me invitó a acompañarla.
Le dije que no, porque me habían dicho que no está permitida la entrada a los infieles y no quería tener ningún altercado con nadie. Pero ella me cogió de la mano e insistió. Decidí seguirla.
Entramos a una especie de balconcillo y desde allí me pidió que hiciera una foto al patio de la mezquita, diciéndome con gestos que era un lugar muy bonito. Un hombre entró y me indicó que debía cubrirme la cabeza. Pedí disculpas y salí. La niña detrás.
No sé qué hacía esta niña y su bebé allí. No sé si pedían limosna. Aparentemente estaban solas en la calle sin hacer nada. Pero sólo me pidió observar cómo hacía fotos y ver el resultado. Y esta historia, esa niña, siempre las llevaré en mi corazón.

OMÁN
Al Hamra es un pueblo de adobe en el que las casas antiguas, que debieron ser realmente bellas, se caen a pedazos. Es una situación común en todo Omán, aunque ya están intentando ponerle remedio.
Una de esas casas se ha hecho museo y es regentado y presentado por mujeres. Una de tantas iniciativas que avanzan, silenciosas, a favor de una mayor autonomía para Ellas. En un país en el que, si bien no parece alcanzar los niveles de otros que tiene muy cerca, decididamente las mujeres lo tienen difícil.
Una chica joven nos explicaba en un inglés bastante aceptable cómo se cocinaba antaño, cómo se hacían los cosméticos o se tostaba el café. Dos mujeres mayores representaban las tareas que seguramente hicieron de niñas y jóvenes. Antes de que la modernidad llegara.
La joven no quería ser fotografiada, pero sí las mayores, quienes compartieron sus sonrisas y bromas con nosotras.
LÍBANO
Andamos por el zoco de Trípoli, en el norte de Líbano. El día está muy lluvioso, un fastidio porque el lugar es mágico. Como recién salido de una leyenda de Oriente.
Al girar un callejón las veo. A ella y a su compañera de puesto. Están pelando las verduras que venden, una especie de cardo, bajo un toldo de plástico azul. Sostienen en los labios un cigarrillo cada una. Son muy mayores y ahí están, trabajando, seguramente de sol a sol. Se las ve fuertes.
Me acerco y me intereso por lo que hacen. Nos preguntan de dónde somos. Nos hablan en árabe pero entiendo que su pregunta va por ahí.
Les digo «Isbania». Así es como se pronuncia España en árabe. Sonríen.
Les pido permiso para hacerles una foto y una de ellas accede. Se muere de la risa y del corte porque me acerco bastante. Queda inmortalizada con una mirada al infinito, soñadora.
Aquí tienes la serie de fotos.

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