Desde que leí que en el centro de Trípoli hay un auténtico zoco oriental como pocos quedan en Oriente Medio, ya no quise saber más. No quise saber más, sino ir y perderme en ese mercado laberíntico y lleno de madrasas, mezquitas, y vida local. Al mismo tiempo sentía algo de respeto, porque también había leído que es una ciudad más ortodoxa, llena de fieles musulmanes sunníes, y que conviene vestirse y comportarse con cuidado para no herir sensibilidades. ¿Sería amable la gente con una intrusa como yo? ¿podría hacer fotos? ¿me perdería? No iba sola pero mis ganas hacían que al mismo tiempo me temiera a mí misma. Sigue leyendo para descubrirlo :)
Trípoli es la segunda ciudad más importante de Líbano
Con unos 250.000 habitantes de mayoría sunní, Trípoli, también conocida como Trablous, es la segunda ciudad más importante de Líbano. No sólo eso. Situada a 85 kilómetros de Beirut, es la segunda ciudad con arquitectura mameluca más importante del mundo, después de El Cairo.
Sus orígenes se remontan a los fenicios, cuando crearon una serie de ciudades portuarias dedicadas al comercio. Trípoli formaba junto con Tiro y Arvad (en la costa siria) un trío de ciudades fenicias por las que circulaban la madera de cedro, el tinte y los tejidos púrpuras, y muchos otros artículos codiciados en el Mediterráneo. Y así la bautizaron los griegos! Trípoli significa las Tres Ciudades. No deja de resultar fascinante que se conserve su nombre como el primer día ¿no crees? Por cierto, Trablous es la traducción del árabe.
Por aquí han pasado, como en el resto de ciudades libanesas, todas las civilizaciones que aspiraron a hacerse con el poder en occidente. Asirios, Persas, Griegos, Romanos, Bizantinos, Árabes, los Cruzados y los Otomanos.
Un gran terremoto asoló la ciudad en el año 551, pero el emperador bizantino Justiniano I la reconstruyó, aunque fue unos siglos después, con los Otomanos, cuando Trípoli alcanzó su esplendor. Y los restos de aquéllo es lo que hoy podemos ver en su casco antiguo, que incluso bajo la lluvia impresiona.

Los tiempos modernos no han sido un camino de rosas para Trípoli, precisamente. Fue bombardeada duramente en la guerra civil, en los años 80s del siglo XX, y también ha sido el escenario de la lucha entre facciones palestinas. La proximidad con la frontera siria no ayuda.
En sus alrededores se ubican doce de los campamentos de refugiados palestinos de Líbano, y en 2007 hubo un conflicto durísimo entre el ejército libanés y la facción sunní Fatah al-Islam, financiada por los servicios de inteligencia sirios. En tres meses destruyeron el 90% de las infraestructuras de los campamentos y más de 30.000 refugiados se vieron desplazados (nuevamente).

Más tarde, en 2012 una bomba estalló en un café, matando a nueve personas. La proximidad de la guerra de Siria, grupos afines a Al Qaeda, facciones de grupos sunníes que luchan por el poder… Todo esto hace que Trípoli esté prácticamente tomada por el ejército. Una anotación más para sentir respeto, pero no suficiente como para impedir que vayas y recorras su gran zoco. No vivimos en un mundo seguro, ni aquí, ni allí, ni en Sebastopol.

La noche en Trípoli
Llegamos a Trípoli al atardecer. Sentí rabia por que esa hora de luz tan especial nos pillase atrapados en el tráfico de última hora del día.
Entramos circulando junto al río Abou Ali, y junto a las paredes de la antigua fortaleza que vigila a toda la ciudad y resulta imponente.
Cruzamos un zoco de productos frescos, y pasamos junto a fachadas de casas que parece que se van a caer y que sólo por eso merecen más de una foto.



Me enfado un poco más cuando descubro que nuestro alojamiento está fuera del centro, a casi tres kilómetros, en la costa. Pero al poco de llegar y revisar la guía descubro que al lado, a un minuto andando, está uno de los enclaves más antiguos de Trípoli: el barrio del antiguo puerto, Al Mina.
Y aunque ya era de noche, después de cenar nos fuimos a dar un paseo por dicho barrio.

Calles angostas, muchas cruzadas por bóvedas de ladrillo que recuerdan a la ciudad antigua que fue. Miles y miles de cables en un lío monumental, pintadas comunistas (sí, sí, con la hoz y el martillo), pequeños locales donde los hombres se agolpan fumando sishas y viendo la tele o conversando lánguidamente. Bares y pubs con aire hipster y moderno donde los jóvenes se toman unas cervezas, siempre en bajos de edificios con grandes bóvedas, como si fueran bodegas o cuevas. Todo peatonal.



En definitiva, un lugar muy chulo que ayudó a calmar la impaciencia por pisar el centro de Trípoli. Si buscas algo de vida nocturna en Trípoli, Al Mina es la zona.
También andamos un poco por la corniche que se extiende junto al mar. Hoteles y edificios altos, grandes y modernos, con alguna palmera y una zona llena de obras. Nada que ver, en mi opinión. Al menos de noche, aunque no sé cómo podría mejorar de día…
Lo mejor de Trípoli: el zoco y su gente
Amaneció lloviendo. Pero lloviendo, lloviendo. Tanto, que tuvimos que retrasar una hora o algo más la salida del hotel. Yo ya rezongaba un poco por mi mala suerte, pero por otro lado no había nada que hacer. El torrente que caía del cielo no dejaba dar ni un paso. Incluso granizó.

En cuanto amainó nos fuimos al casco viejo de Trípoli. Armados con paraguas, nos acercamos a una de las entradas del zoco. Ya se adivina el lugar.


Pasillos cubiertos, otros no, bóvedas, tiendas con productos locales, venta de dvds de películas orientales, alguna de souvenirs para el turismo…


Visitamos antiguos caravanserais. Los reconocerás por su arquitectura. Patios cuadrados con una fuente en el centro y dos pisos con galerías arcadas. Allí se alojaban los mercaderes que iban y venían de ciudad en ciudad.
Hoy, igual que ayer, hay fábricas de jabón y perfumes. El jabón es uno de los productos típicos de Trípoli. Lo venden tanto en tacos cuadrados como quizá fuera antaño, como sobre todo con formas y colores de fantasía. Muy del gusto oriental.


Probamos una especie de algodón dulce, casero, hecho como una bola de filamentos muy finos y de color amarillo claro. Sabe a almendra.

Un ratito después caemos bajo los efluvios de un horno de pan. Acaban de sacar unas tortas de pan ácimo con aceite de oliva y zaatar, la mezcla de especias que se utiliza para todo. Delicias que no se olvidan, y por menos de 1 euro.
También entramos en un antiguo hamman, similar al del palacio de Beiteddine, hoy museo. En realidad son unos cuantos, bastantes, los que hay en el casco viejo, aunque no sé si se pueden visitar todos. Con las mezquitas no tuvimos tanta suerte, estaban cerradas.



Y deambulamos por las calles. Justo lo que yo quería hacer. Las joyerías, el pescado, las verduras, los encurtidos, la carne… Un festival para los sentidos. Sin turismo.





Los callejones se suceden, con mezquitas y caravanserais incrustados entre las tiendas. Los artesanos, las panaderías, las cafeteras dispuestas para servir, los carteles, cables, andamios, alguna plaza que da un respiro, más callejones, soldados que vienen y van. De vez en cuando cae un chaparrón y tenemos que guarecernos como los demás. Cuando amaina podemos avanzar.



Pero lo que más recuerdo y con lo que más me quedo es con la gente. Amables, te sonríen dulcemente. Se suceden los saludos y los welcome. Intentan entablar conversación en árabe, siempre con respeto y discreción. Mira que me he sentido bien con los libaneses en todos los lugares que he visitado, pero en Trípoli me pareció que la gente es más amable aún. Quizá porque tenía algo de miedo a que no lo fueran.



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La fortaleza de Trípoli, uno de los mejores ejemplos de arquitectura mameluca
Llega la hora de salir del zoco, en el que me habría quedado muchas más horas, y subir al antiguo castillo. La fortaleza de Trípoli, guardada por tres o más tanques militares y muchos soldados, es la mejor atalaya para contemplar la ciudad antigua.

Estamos en el castillo de los Cruzados de Saint-Gilles. Construida en el siglo doce, fue su bastión durante los 180 años que se quedaron en la ciudad. La montaña donde se emplaza es conocida como el “Monte de los Peregrinos”.

Los cruzados fundaron cuatro condados: Antioquía, Dessa, Trípoli y Jerusalén.
Saladino intentó conquistar la fortaleza pero no pudo. Después llegaron los Mamelucos en el siglo XIII y lo consiguieron. Destruyeron el castillo y la ciudad antigua, que después reconstruyeron en la que hoy es la ciudad vieja de Trípoli.


El castillo sufrió más avatares, siendo bajo el mandato de Suleimán el Magnífico cuando se construyó la versión que vemos hoy. Así está registrado en la inscripción en mármol que recibe al visitante.

Aquí trabajaron artesanos de Al Andalus, que ya había caído en manos de los Reyes Católicos, pero sigue habiendo vestigios (y los que habrá) de las épocas anteriores. Columnas y sarcófagos bizantinos, por ejemplo.



Dónde dormir y cenar en Trípoli
El hotel que te voy a recomendar es un lugar precioso llamado Vía Mina. Es uno de esos “hoteles con encanto” u “hotel boutique” con un pequeño jardín en la puerta. Como ya te he dicho, está a un minuto andando del barrio Al Mina, y puedes reservar habitación aquí.
Al caer la noche decidimos preguntar en recepción por si nos recomendaban algún restaurante para cenar. Tuvimos la suerte de que el dueño estuviera en el mostrador en ése momento, y enseguida nos propuso un lugar donde comer pescado fresco y comida típica libanesa.
Le dijimos que sí, y mandó a uno de sus hombres de seguridad, un tipo como un armario de grande, a acompañarnos. No porque las calles sean inseguras, sino porque es un poco laberíntico y no lo habríamos encontrado solos. Prueba de ello es que no nos esperó y después sí, rehicimos el camino por nuestra cuenta.
El restaurante Minos, pues así se llama, es total. Se le conoce más como «el Capitán», y está regentado por un marino que decidió echar el ancla hace unos años. Te dejo aquí una reseña que está en inglés, en una web bastante interesante llamada «SoBeirut» que he encontrado buscando la página del restaurante.

La puerta es pequeña y está bajo un cartel de neones rojos que lleva a pensar en otra cosa. En un callejón por el que a lo mejor no hubiéramos entrado solos. Pero dentro es un lugar de ladrillo, bóvedas y piedra, como una bodega antigua, con hornos de leña donde asan pescados y otras viandas. Nos decidimos por un menú degustación de varios platos o mezzes que incluía una dorada salvaje a la brasa. El menú cuesta 20 dólares pero se puede compartir, cosa que hicimos. Todo estaba delicioso.
El lugar es frecuentado por gente local y tienen vino, cerveza, y bebidas más subiditas. De hecho observamos con estupor cómo dos tipos solitarios, cada uno en su mesa, se plimplaba una botella de Johny Walker mientras cenaban. Cada uno. Sin comentarios. Pero no temas, al lado había una familia con niños, nosotros… Un poco loco, pero así es Líbano, je, je.
Otra opción que puedes hacer es dormir en Byblos (está muy cerca) y visitar Trípoli en un ir y venir. Así lo hicieron unos chicos españoles que nos encontramos, aunque estaban teniendo problemas para conseguir un taxi y volver a Byblos. Intenta informarte bien de cómo volver, porque es cierto que las calles están un poco vacías cuando cae la noche.
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Gracias por tus posts.
Muy interesantes. Estoy planeando un viaje por Líbano por mi cuenta, unos 8 días, y me gusta la manera de contar lo que ves.
Siento especial predilección por los caravanserais…yo creo que en otra vida fui comerciante y me pasé los días viajando por las rutas comerciales de oriente…si no no me explico este vicio de viajar y esos nervios en el estómago cuando leo la palabra caravanserai.
Un saludo!
Gracias Jose, y no hay de qué!! Yo también me pongo así cuando oigo la palabra caravanserai, jajajajajaja!
Gracias, tocaya. Voy al Líbano en abril y gracias a tus magníficos posts estoy conociendo ya el país. Me parece que me va a gustar tanto como a tí.
¡Qué guay! gracias por comentarlo, espero que te encante y que me cuentes a la vuelta si te acuerdas! 😊