
El Valle de Bekaa siempre fue, y sigue siendo, el granero de Líbano. Con nieve en las cumbres y campos verdes y floridos en primavera, es como una aparición. Así debía de ser para los que venían del desierto. Una especie de Paraíso en el que aún perviven las ruinas de otra vida, donde se producen los vinos libaneses y donde al mismo tiempo la presencia de Hezbollah y el ejército son más palpables que en otros rincones de Líbano.
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Salimos de Beirut y enseguida nos encontramos asciendo hacia las cumbres de las montañas que la rodean, como en las excursiones de los días anteriores. Esta vez, sin embargo, no volvemos a la capital. Dormiremos en Baalbek para visitar uno de los mejores yacimientos de la Antigua Roma que se conservan en el mundo. Pero antes hay más cosas, y de eso va este artículo 🙂
La anchura del Valle del Bekaa
Mientras ascendemos, trato de dibujar en mi mente cómo será el famoso Valle de Bekaa. Me lo imagino profundo y encajonado entre las dos cordilleras de las que tanto he oído hablar. La cordillera del Monte Líbano y la del Antilíbano. Me lo imagino estrecho, con bosques en las laderas de las montañas. Poco más. A todo esto circulamos envueltos en una niebla que no deja ver nada.

Después de superar los puntos más altos del camino comenzamos a descender y entonces sí, el Valle de Bekaa se despliega ante mi vista. Lo que veo en el horizonte contradice a mi imaginación.
El famoso valle es ancho, muy ancho. Tiene 120 kilómetros de anchura, así que fíjate. Nada que ver con esa imagen que me estaba formando. En cambio sólo tiene 16 kilómetros de longitud. Curioso.
Su fondo o lecho es, por otra parte, bastante plano. En realidad es una meseta que está situada a mil metros sobre el nivel del mar y es el resultado de las poderosas fuerzas geológicas que formaron el Valle del Rift en la vecina África.
El Valle de Bekaa es verde por los campos de cultivo y tiene pocos árboles. El río Orontes es el responsable de esta riqueza agrícola, junto con la propia composición de la tierra. Este día las nubes filtran esa “luz de agua” que tanto me gusta, y ardo en deseos de que paremos para salir a hacer fotos.
Alejandro Magno dio el nombre de Coele-Siria al Valle de Bekaa, algo así como “el agujero de Siria”. Durante esa época esta fue una de las principales fuentes de trigo para el pan de Roma.
Atravesamos alguna población llena de controles militares en la carretera, banderas de Hezbollah y carteles de mártires. Esta fue otra de las zonas que más sufrieron en la guerra del año 2006.


También empezamos a ver otra cosa que yo sí tenía en mente por las noticias que leo en los medios de comunicación: campamentos de refugiados. Hechos con lonas y plásticos de ACNUR, son núcleos medianos y pequeños que están plantados en medio de campos de labor, siempre a las afueras de los pueblos. Sé que ahí la vida es dura, especialmente en los crudos inviernos que les está tocando soportar. Me entristezco y me siento mal por estar de vacaciones mientras ellos han tenido que huir forzosamente de su hogar. Ojalá puedan volver en paz a su tierra y volver a una vida digna.

Al cabo de un rato nos desviamos de la carretera principal, que es como una comarcal de las nuestras. Con dos carriles, uno para cada sentido.
Hay una pequeña loma en el horizonte en la que despunta un minarete y una cúpula. Se recorta en ese fondo de montañas nevadas que nos acompañan como si de un decorado idílico se tratara. Es precioso.
El yacimiento de Aanjar
La primera parada del día es un lugar del que no tenía ni pajorela idea, pero que resulta que es Patrimonio de la Humanidad desde el año 1984.
Se trata del sitio arqueológico de Aanjar, cercano a la ciudad del mismo nombre.

Estas ruinas son el testimonio de una ciudad bizantina con mucha influencia romana. Dicen que aquí empezó a desarrollarse el arte islámico, nada más y nada menos, porque aquí está el origen de la dinastía de los Omeyas. De hecho es de los pocos lugares que no acumula restos de distintas épocas históricas, sino que es enteramente un vestigio del siglo ocho y de este Califato.

En la entrada del sitio arqueológico un cartel advierte de que no puedes pasar ni con perros, ni con drones, ni con pistolas. También hay un cartel que habla del genocidio armenio. Resulta que en este rincón de Oriente hay una comunidad de varios miles de armenios. Se establecieron en este rincón del Valle de Bekaa tras escapar del genocidio que el Imperio Otomano cometió en el año 1915 contra ellos.
Pero volvamos a la historia de Aanjar:
El Califato Omeya fue el que fundó el imperio del Islam. Con sus breves 100 años de existencia, alcanzó y sometió las tierras entre el Valle del Indo y el sur de España. Se cree que Aanjar fue fundada por el Califa Abd el-Malik entre los años 705 y 715 d.C., y que sólo duró unos 50 años. Entonces llegaron los Abbasidas y la destruyeron mientras echaban del poder a los Omeyas.
La ciudad tiene dos partes. La avenida principal flanqueada por hileras de tiendas donde se vendían y compraban todo tipo de productos. Se han identificado hasta 600 tiendas, todo un centro comercial de primer orden. Por aquí pasaban las caravanas que comerciaban con alimentos (trigo, frutas), y tenían que pagar impuestos por los productos que traían, algo no tan común en aquélla época. Sus rutas discurrían entre Jerash, en Jordania, y Damasco, en la vecina Siria.

Hacia el final comienza la parte de las casas de nobles y ricos comerciantes, ya que aquí venían a disfrutar de la vida. Cazando y celebrando fiestas, fuera de la vista del populacho. Me acordé mucho, pero mucho, de Medina Azahara y en realidad es que estamos en el mismo momento de la Historia, con sólo dos siglos de diferencia (la ciudad palatina de Córdoba es posterior a Aanjar).


Uno de los puntos más bonitos es donde se cruzan las dos avenidas principales. Allí se alza el Tetraplylon, una estructura con cuatro columnas.
Los Tetraplylon eran monumentos que se construían en las encrucijadas de las grandes avenidas. En la época helenística tenían que ver con el dios de las puertas, intersecciones y cruces: Jano. Después, en la época bizantina, parece que tenían que ver más con un símbolo de los cuatro evangelistas.

Un poco más allá está la zona más interesante o monumental. El Palacio pequeño, la mezquita y por fin el Palacio Grande, del que aún quedan delicados arcos y columnas.

Entre capiteles con hojas de acanto, antiguas lápidas romanas utilizadas para levantar paredes, muretes que delimitan las antiguas casas, restos de capiteles, y el horizonte de montañas, andarán tus paseos por el lugar.
Visita a Baalbek: qué ver más allá del yacimiento que la ha hecho famosa
Continuamos viaje hasta la ciudad de Baalbek. Se acerca el mediodía, así que comemos unos pinchos de carne a la brasa, hummus y ensalada en un sitio muy apañado junto a la carretera, ya en la ciudad.

En el sur de Baalbek visitamos una de las canteras que abastecieron al gran centro religioso de la Antigua Roma.
El lugar se llama Hajjar al Hibla, por si vas a ir por allí.

Un enorme monolito, pero enorme de verdad, sigue ahí, anclado al suelo de piedra. Es una pieza que quedó a medias. Los romanos excavaban directamente en la montaña, como tantos otros pueblos y civilizaciones de hace miles de años. Desde la Isla de Pascua hasta el Antiguo Egipto, son muchos los testigos de esta forma de construcción. Admirable es decir poco.

Un poco más allá de la cantera se recorta una gran cúpula dorada. Es la mezquita chií Sayyida Khawla. Nuestros guías deciden que igual está bien que visitarla, aunque no es algo que tuviéramos programado. Me encanta la propuesta y allá que vamos. Y para mi fue como volver a Irán, aunque con un punto bastante kafkiano.

Sayyida Khawla fue bisnieta de Mahoma, hija del Imam Hussein. Tras la muerte de éste, todos sus familiares fueron capturados y trasladados a Kufa, después a Karbala, Damasco y por fin Baalbek. Por el camino, y mientras estuvieron detenidos, sufrieron todo tipo de torturas y vejaciones. Sayyida murió al llegar a Baalbek y fue enterrada en esta mezquita, construida a su vez en honor del Imam Hussein. Algunas historias cuentan que cuando tenía tres añitos de edad se cayó del camello y sufrió graves heridas de las que nunca se recuperó. No me queda claro a qué edad murió, pero aquí se la venera e incluso se refieren a ella como «Nuestra señora de Baalbek».
La mezquita está rodeada de barras de hierro gruesas que forman una especie de barricada. La idea es contener o frenar posibles atentados con coches bomba. De hecho, hay un coche bomba “expuesto” en el patio exterior de la misma. Dicen que no llegó a explotar, pero está destrozado por dentro.

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Entramos en la mezquita
Las mujeres por una puerta, y los hombres por otra. Una mujer con chador negro nos mira las bolsas, muy amable, y nos indica que vayamos a ponernos un chador nosotras también.

Vestidas de negro, como ellas, tratando de sujetar la cámara, las bolsas y el velo en la cabeza, y tratando de no pisarnos los bajos porque la prenda es larguísima, nos dirigimos al edificio donde está enterrada Sayyida.
Venerar a un santo, mártir, o santa, en su propia tumba dentro de la mezquita es sólo una de las muchas diferencias que tienen los chiíes con respecto a los sunníes, la rama del Islam más extendida.
El interior del mausoleo es como los que recuerdo de Irán. Techos con cúpulas repletas de cristalitos, dominio del color verde, que es el color del Islam, y alfombras, muchas alfombras.

Las mujeres van y vienen, pegan la frente a la estructura que cobija el féretro de Sayyida, y que es como una gran jaula de plata y oro. Unos paneles separan esta zona de la de los hombres. Cada uno desde su lado se acerca a la tumba a hacer sus oraciones. También hay tiempo para selfies, y para sentarse en las alfombras.

Una mujer mayor se acerca y me dice algo en árabe. No la entiendo pero le sonrío y asiento con la cabeza. Ella insiste, y encima mi gesto debe de hacerle pensar que estoy entendiendo lo que me dice (tengo esa manía de decir que «sí» con la cabeza demasiado pronto). ¿Me preguntará de dónde vengo? ¿me preguntará si soy creyente? ¿necesita saber algo y piensa que soy árabe? Me quedo con la duda porque al final me da por imposible y se va.
Salimos al patio. Hay más edificios y otros patios. Todas las paredes lucen revestidas de bonitos azulejos pintados de azul con adornos florales y aleyas del Corán. También hay tiendas de recuerdos para los visitantes o peregrinos con toda la fanfarria religiosa y no religiosa de turno: estampitas de Alí (el que los chiíes consideran como el legítimo sucesor de Mahoma), y del Imam Hussein, rosarios, gafas de sol, juguetes para niños, pañuelos, etc.

Cuando vamos hacia la salida después de un ratito, pues el compromiso era no estar mucho tiempo y molestar lo menos posible, nos llama la atención otro edificio con un patio interior. Hay una fuente en el centro, pero no es eso lo llamativo, sino la “exposición” que se despliega a su alrededor. Bazookas, metralletas, grandes carteles con los líderes chiítas del mundo, desde Jomeini hasta los dirigentes de Hezbollah.

Damos una vuelta, pues está vacío en ese momento. Siento curiosidad y estupor a la vez. Poca broma. Sigo alucinando con cómo he “normalizado” ese ambiente de guerra y conflicto tan fácilmente, aunque tengo que reconocer que si no hubieran sido tan amables aquí, me habría acojonado bastante. Y sí, en estos minutos de puro curioseo me siento frágil, expuesta, e incómoda.

La noche en Baalbek
Cae la tarde y nos vamos al hotel de esa noche. Se trata del Hotel Palmyra, un lugar maravilloso. Casi tengo que pellizcarme para creerlo. No porque sea de gran lujo, sino porque es un alojamiento de finales del siglo XIX que se conserva casi como el primer día.

Con una decoración ecléctica, tiene todo ese ambiente romántico, de la época de las viajeras y viajeros de antes, que te puedes imaginar cuando lees ciertos relatos. Hasta algunos camareros parecen de aquélla época, siendo ya ancianos que algo encorvados nos reciben con esa actitud pulcra, discreta, elegante, seria y a la vez entrañable de lugares como este.

Me encantaría pasar una buena temporada aquí y conocer al personal, sus historias y la vida diaria del hotel. Has de saber que en este hotel durmieron personajes de la talla del General De Gaulle, Brigitte Bardot, Nureyev, y muchos otros.
Supongo que disfrutaron tanto como yo del balcón con vistas a las columnas de la antigua Baalbek, que está muy cerca.

En esa estancia de varias semanas disfrutaría cada mañana del maravilloso desayuno a base de pan recién horneado con aceite y zaatar, fruta y café. Seguro que no me cansaría.


Pero como sólo tenemos esa noche, decidimos salir a dar una vuelta por Baalbek.
Siendo ya tarde nos encontramos con que el zoco está cerrado en las calles más antiguas y a punto de hacer lo propio en las aledañas. Aun así las calles de la vieja Baalbek son bonitas con sus edificios de piedra, y están muy limpias.




Al salir de la parte vieja nos encontramos con una avenida llena de tráfico. Las montañas asoman entre los edificios y cables con esos colores tan bonitos del atardecer, mirando hacia la cordillera del Antilíbano.

De repente veo pasar una furgoneta pick-up con dos tipos vestidos de negro, pasamontañas también de color negro y un fusil al hombro. Están subidos a la parte trasera del vehículo, van de pie, y el chaleco que llevan tiene unas letras árabes de color blanco en la espalda. ¡Parecen del ISIS! Me quedo con la boca abierta, después reacciono y levanto la cámara sin saber muy bien si me la estoy jugando o no, pero ya están a una distancia y casi no hay gente en la acera. Luego me entero que son milicianos de un partido similar a Hezbollah, y que se encargan de patrullar las calles por la noche.

Terminamos tomándonos una rica cerveza en un café enfrente de las ruinas, y después cenando en el restaurante Ajami, especialistas en kebabs desde 1924, más que recomendable y baratísimo.

Anoto en mi diario que en el Valle de Bekaa, incluyendo la “turística” Baalbek, todo es más barato que en Beirut. Y así termino de contar este día que fue increíble y lleno de emociones. Sí, tengo pendiente el yacimiento arqueológico de Baalbek, que en realidad fue lo más sobresaliente de la jornada, pero es que merece su propio artículo 🙂
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