Todos los que han estado allí lo dicen. Isla de Pascua es un lugar especial. Seguramente por eso subí al avión sintiéndome como una niña pequeña. Con la excitación de un primer viaje, con toda la ilusión. Qué ganas tenía de llegar y disfrutar de esos cuatro días en el lugar más remoto en el que he estado en toda mi vida! Y eso que, lo creas o no, viajar a Isla de Pascua nunca fue una prioridad para mí.
Parece ser que es un destino que debe ser soñado por “cualquier viajero que se precie”, pero no era mi caso. Menos mal que una oferta de vuelos y un par de días de reflexión hicieron que me lanzara a esta pequeña aventurilla. Aquí el resultado :)
Cómo es viajar a Isla de Pascua, Rapa Nui
Bajas del avión siendo consciente de que estás en un diminuto punto en medio del Océano Pacífico. Ya sólo por eso, te dices, merece la pena haber decidido venir. Porque ya sólo eso tiene algo de épico. Ser consciente de que has volado más de 3.000 kilómetros para llegar, y que no hay nada más que océano en otros miles hacia el resto de direcciones.
Sabes y no sabes qué te espera. Una “jartá” de moais, un paisaje más bien pelado, volcánico. Algo de cultura diferente, y unos precios muy altos. Pero no sabes cómo es la única ciudad que hay allí, ni muchas otras cosas.
Para empezar, te pierdes en las calles de Hanga Roa
La cobertura móvil brilla por su ausencia y Hanga Roa, la única población de la isla, es más grande de lo que pensabas. Tu alojamiento se anunciaba en internet a 850 metros del minúsculo aeropuerto.
Un aeropuerto que está junto al mar y casi integrado en la ciudad. De hecho, sales de la terminal, das unos pasos, y ya estás en la calle. Pero… confiaste en el móvil y el GPS ése mágico que incluso sin cobertura te indica dónde estás en el mapa. Si te lo has descargado antes, claro. Y tú no lo has hecho. La emoción te hizo olvidar algún que otro paso básico de la planificación.
Aun así confías en que encontrarás el camino ¿por ciencia infusa? tú eres un poco tonta ¿no? Pues sí, lo fui.
A todo esto la temperatura no tiene nada que ver con la que dejaste en Santiago de Chile. Andas por los veinti-muchos grados, con una mochila que va pesando más y más a medida que pasan los minutos, aunque entre esa y la de mano no lleves más de ¿7 kilos? Dejaste parte del equipaje en Santiago pero te has traído el trípode, entre otras cosillas.
Empiezas a sudar la gota gorda mientras subes y bajas la Avenida Pont. El hostal no dice el número en el que se ubica, y casi no hay gente en la calle a la que preguntar. Una chica para con su coche junto a ti para preguntarte a dónde vas. Le dices el nombre del hotel, te dice que no le suena de nada pero que lo va a buscar en su móvil porque lleva una app con el mapa de la isla que no necesita de cobertura. Ella es rapa nui y tampoco tiene cobertura. Amabilísima, tarda lo suyo y al final te dice que tienes que volver por donde venías y más arriba preguntar de nuevo. Ay madre.
Sigues, subes, bajas, te desesperas. No tienes agua, el tiempo pasa, el sol calienta demasiado, nadie te sabe ayudar. Empiezas a pensar que “esto no empieza nada bien”. Incluso se cruza un pensamiento realmente negativo en tu cabeza: ¿y si no existe el hotel?
A todo esto, observas que las calles no tienen prácticamente indicaciones. Que los pocos hoteles que ves por allí casi no están señalizados. Al final dejas la mochila a la sombra, en una glorieta, y vas y vienes intentando orientarte. Es uno de los pocos momentos en que te sientes realmente sola.
Entonces para a tu lado un coche viejuno con un hombre mayor al volante. Te pregunta si te puede ayudar, con ése hablar dulce que empiezas a conocer. Le dices que estás intentando encontrar el hotel Atavai y te dice “no lo conozco pero soy taxista y podemos ir juntos, seguro que lo encontramos pronto”. Le preguntas cuánto. Te dice que 1.500 CLPs (apenas 2 €) y sí. Te sientes tan salvada y agradecida… Han pasado unos 45 minutos.
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Todo esto ocurre porque querías ahorrarte los 6€ que te cobran los taxis desde el aeropuerto por esos 850 metros de distancia. Hay veces en que una se pone digna y mira.
En efecto, en pocos minutos encontráis el camino y vais para allá. El hotelito está al final de un camino de barro de unos 500 metros. Te despides del buen señor, que realmente es muy amable. Ojalá te lo vuelvas a encontrar esos días por Hanga Roa, piensas. Después descubres que esa amabilidad está por todas partes.
Te registras, la habitación está fenomenal y muy limpia (menos mal). El dueño del hotel te da un mapa de la isla y algo de información útil.
Después sí, te vas a explorar la isla de Pascua
Un poco de relax y te bajas andando al centro de Hanga Roa, a su calle principal. Miras un par de agencias, contratas un tour para el día siguiente porque no vas a alquilar coche, y pasas junto a un mercado que está recogiendo ya su mercancía.
Decides ir en busca de los primeros moais y tu primer atardecer. A todo esto, no has comido.
Sabes que junto a la costa, a muy poca distancia de las últimas casas y pasando el cementerio que también quieres ver, hay una fila de moais. Allí va todo el mundo a ver el atardecer. Este va a ser el primero para ti, y no será el último. Pero aún te queda bastante tarde por delante así que avanzas con calma.
Empiezas presentando tus respetos al Ahu Tautira, un moai «pequeño» junto al puerto pesquero de Hanga Roa. La luz no le favorece, ni el entorno de calles asfaltadas, restaurantes, y el campo de fútbol que tiene enfrente, pero bueno, es el primero.
Más adelante cruzas un parque infantil y te encuentras con otro moai pequeño, con su sombrero y sus ojos saltones. ¿Será de verdad o de mentira? Crees que lo segundo. Más allá hay unas esculturas que salpican la ladera que va hacia las rocas, donde el mar se pelea con la costa. Rocas negras, olas furiosas.
El cementerio es de lo más curioso. Algunas tumbas tienen objetos colgando de las lápidas, o esculturas de madera. Son cristianas, pero sin perder su identidad rapa nui.
El primer atardecer en Isla de Pascua
Por fin llegas al famoso Ahu Tahai, el de la puesta de sol. Una fila de cinco moais de espaldas al mar, sobre una plataforma de rocas que casi ni se ven por la hierba verde que ha crecido a su alrededor. Un poco más allá otro moai, y luego otro, este también reconstruido con sus ojos y sombrero. El lugar es fastuoso.
La gente empieza a acercarse y sentarse en la hierba. No hay mucha, ni poca. Te relajas, haces fotos, temes por las nubes que ocultan el sol, aunque sabes que pueden dar mucho más juego con las últimas luces. Esas a las que nadie espera una vez la bolita se oculta en el horizonte.
Algunos se ponen nerviosos si te mueves delante de su cámara. Otros están con el trípode haciendo timelapses y cosas así. A medida que va bajando la luz te pones más nerviosa. Quieres hacer “la mejor” fotografía ¿lo conseguirás? ¿será una más de todas las típicas que venden en postales y libros?
Por un rato casi te olvidas de dónde estás. Te concentras en “cazar” ese momento tan bonito, en ese lugar soñado una vez compraste el billete meses atrás. Qué desperdicio, aunque tengas más tardes para saborearlo como se merece.
Al final las nubes truncan un poco el momento. Demasiado espesas. Mañana será otro día (y lo fue, y fue un gran atardecer, el de estas fotos).
De vuelta te decides por un restaurante monísimo junto al primer moai. Te comes un buen plato de pescado y te bebes una cerveza local, que te la mereces. Además tienes que coger fuerzas para subir a pie los más de 20 minutos hasta tu hotel. La cena te cuesta la friolera de 27 €. Otro punto que no ayuda a recuperar el desaliento de la llegada.
Acabas muerta de cansancio. La primera tarde-noche en Isla de Pascua ha concluido. No fue la llegada tan feliz que esperabas, pero los viajes son así. Nadie dijo que fuera fácil y maravilloso (y cuando te lo digan, deja un poquito de espacio a la incertidumbre).
Los días en Isla de Pascua
No te voy a contar aquí todo, sería un post eterno, pero sí voy a tratar de contar cómo te sientes estando en Rapa Nui, que no es poco.
Para empezar, cada día quieres un poco más a los moais
Grandes, inacabados, tumbados y de pie gracias a los arqueólogos. Porque no encontraron ni uno levantado en su día.
Cada uno con su propio rostro, el de los jefes de las tribus que los levantaron una vez se habían muerto. Son rostros de difuntos. Representan la conexión entre la vida y la muerte.
Los hay que parecen enfadados, otros que parece que “ponen morritos”, otros con cara amable, apacible.
Los quieres cada vez más. Nunca te cansas, siempre sorprenden. Hay 887 moais en Isla de Pascua. Es imposible no verlos.
El paisaje es volcánico, hay poco árbol y mucha hierba
El paisaje de Isla de Pascua tiene algo de desierto, algo de «poca cosa» y a la vez es singular, de allí.
Ser consciente de que estás en una pequeña isla a miles de kilómetros de tierra firme también ayuda. Y que durante muchos años haya sido un misterio todo el asunto de los moais, también. ¿Quiénes y cómo construyeron esas esculturas, para qué? Hoy se saben muchas cosas, pero no todas. Su escritura sigue sin poder ser descifrada, por ejemplo.
En fin, el paisaje es volcánico, antiquísimo, pelado pero alfombrado.
Hay más que moais y volcanes
La cultura ancestral de Isla de Pascua no se detiene en los moais. Está la leyenda del Hombre Pájaro, los petroglifos, los rapa nui de hoy en día. Tampoco hay «sólo» volcanes… están las cuevas, algunas plantas endémicas, los caballos en semilibertad por toda la isla.
La playa Anakena con sus palmeras y sus propios moais. Tan bonita. Los chaparrones repentinos.
La costa es dramática. Negro, verde y azul son los colores de Isla de Pascua, si el cielo está despejado.
Los rapa nui son encantadores
Los rapa nui son dulces, simpáticos. Siempre te darán una buena acogida y te ayudarán. La anécdota del primer día sólo fue un botón de muestra.
Tarde o temprano te cruzarás con su historia. Han pasado mucho los rapa nui, y por cierto que desde hace años están firmemente decididos a que se reconozca. Reivindicando la restitución de las piezas arqueológicas que se llevaron de allí. Acaban de conseguir que Noruega les devuelva las que tienen. También están luchando por independizarse de Chile, porque no creen en los beneficios que les aporta pertenecer a este país.
En los últimos siglos sufrieron esclavitud, muerte por enfermedades comunes traídas del exterior, pobreza máxima siendo despojados de sus tierras ancestrales… Han pasado mucho los rapa nui.
Tanto ellos como ellas son guapos y guapas. ¡Algunos incluso no parecen de este mundo!
Te apuntas a uno de los espectáculos de baile tradicional, que sirven tanto para ganar dinero con el turismo como para conservar su historia, y alucinas. No hay que perdérselo, por mucho que duela el precio.
Y la tarjeta de crédito acabará tiritando
Esto es lo que más duele de Isla de Pascua. Los precios. Demasiadas cosas se importan, se tienen que importar. Y demasiado exclusivo es el lugar como para no hacer un buen negocio. Total, que la tarjeta sufre y sufre.
Pero qué narices ¿cuántas veces en tu vida vas a viajar a Isla de Pascua?
Leyendo sobre la historia de la Isla de Pascua
Leo en el libro Rapa Nui, una herida en el océano, de Mario Amorós, que algunas leyendas rapa nui hablan de cómo fue poblada la Isla de Pascua.
Una de estas leyendas cuenta que un cataclismo hundió grandes regiones de una tierra llamada Hiva, probablemente la que corresponde a las islas Marquesas.
El ariki (jefe) Hotu Matu’a decidió que la mejor forma de salvar a su pueblo era trasladándose a otro lugar. Él mismo y su consejero vieron la tierra elegida en sueños. Enviaron exploradores en una piragua de balancín y estos llegaron a Rapa Nui.
Después Hotu Matu’a y su familia navegaron en canoa. Su conocimiento de las estrellas, vientos y corrientes les guiaron hasta la playa de Anakena, y allí se establecieron. Llamaron a la isla Te Pito o Te Henua, El ombligo del Mundo o El fin de la Tierra.
Más adelante Hotu Matu’a dividió la isla entre sus seis hijos, quienes formaron los clanes (mata). Estos conforman el modelo político basado en la sociedad local que es tan común en la Polinesia.
En el transcurso de los siglos, hasta el XVII, poco antes de la llegada de los primeros europeos, los arquéologos y antropólogos estiman que llegaron a existir diez clanes con sus territorios bien delimitados. Clanes que a su vez se unían en confederaciones para asegurar un mejor equilibrio de los recursos.
Aquéllos polinesios son los que empezaron a construir los primero templos, ahu, que eran plataformas de piedra. Siempre cerca de la costa pero de espaldas al mar, para controlar el territorio hacia el interior. Poco a poco estos sitios se hicieron cada vez más complejos, con más plataformas, rampas, y finalmente con las estatuas de piedra. Colosales, pesadísimas, impresionantes.
Los moais comenzaron a «habitar» Rapa Nui en el siglo XII, aunque los siglos XV y XVI fueron los de mayor esplendor. Parece que los propios isleños los tiraron abajo durante sus guerras.
Hay autores que hablan de que probablemente “la pequeña edad de hielo” que sufrió el hemisferio sur fue el origen de esas guerras. Cómo no, la lucha por los recursos. La isla se iba deforestando y con ello los recursos naturales de un territorio que, no lo olvidemos, es pequeño. Un verdadero ecocidio.
El respeto por la aristocracia y los gobernantes cayó, porque no eran capaces de garantizar la supervivencia de sus pueblos. Los clanes entraron en guerra. Tiraron abajo las estatuas del contrincante. Una forma muy clara de decirles que se cargaban su poder sobrenatural y pisoteaban a sus antepasados.
Unos por otros, la casa barrida de moais. Por no hablar de los que se quedaron en las canteras sin acabar, o en el camino hacia su ahu o plataforma. Más de la mitad. Ahí siguen.
En el siglo XVI los moais y el sistema político y social que representaban se vinieron abajo definitivamente, y fueron reemplazados por uno nuevo, el ritual de culto al hombre pájaro. Entonces llegaron los primeros navegantes europeos.
Todo lo que te cuento es un mix de hipótesis y teorías elaboradas a partir de la observación de restos arqueológicos, huesos humanos, animales y restos vegetales. Sin olvidar el análisis de las leyendas que aún perviven en el pueblo rapa nui. Antropólogos, historiadores, arqueólogos, cada uno con la suya y todas con una línea muy lógica.
Fue una expedición holandesa la que puso nombre a la isla
En efecto, los holandeses divisaron la isla en medio del Pacífico el 5 de abril de 1722. Y ese día era Domingo de Pascua de Resurrección, por lo que así bautizaron a la isla.
El diario del capitán refiere que un isleño se acercó en una barca. Después del amable recibimiento que tuvo, fueron más isleños a saludar a esa gran embarcación y sus habitantes, pero hubo un disparo de fusil que mató a uno de ellos. Fue descrito como “repentino”. ¿Los nervios del que lo empuñaba? ¿un accidente? Quién sabe. El caso es que siguieron disparando y los holandeses cometieron una matanza. La primera.
En el año 2005 el embajador de Holanda envió una carta a cada una de las autoridades de Rapa Nui tras su visita a la isla. Les pedía disculpas por los hechos acontecidos.
Esos primeros europeos ya hablaron de las formidables estatuas de piedra que vieron. Afirman que habían sido hechas por una sociedad anterior. En otras cartas se describe cómo vieron que los nativos encendían fogatas y oraban con las manos juntas frente a ellos. ¿Pero no habían abandonado su culto para aquél entonces? ¡Ay, qué lío esto de los moais!
50 años pasaron antes de la siguiente visita, la definitiva, de los europeos. Esta vez fueron el navío San Lorenzo y la fragata Santa Rosalía. Estuvieron cinco días explorando la isla, trazando un mapa y haciendo anotaciones sobre todo lo que veían, incluyendo a los moai, claro.
Tomaron posesión de la isla en nombre de Carlos III, levantando un acta que fue firmada por tres nativos de los 3.000 que estimaron vivían en la isla por aquéllas fechas (1770). Dos años más tarde pasó por allí James Cook. Empezaba el siglo del reparto del Pacífico entre las potencias occidentales.
Te recomiendo este artículo sobre la historia de Rapa Nui.
Conocer esta historia es parte de lo que hace especial viajar a Isla de Pascua.¿Y tú, has soñado alguna vez con viajar a Isla de Pascua? Cuéntame por qué en los comentarios, me encantará saberlo!
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